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Fascismo

Del caradurismo y otros demonios por Laureano Márquez

mentiras

 

Es muy común en lengua española el llamar «caradura» a las personas  que -como dice el diccionario- actúan con «descaro y sin vergüenza».  Establecer una teoría general del caradurismo no es fácil. Lo primero que hay que decir es que está emparentado  con eso que se denomina «cinismo». Esta última palabra es la mutación en el significado del nombre de una escuela filosófica de la antigua Grecia, cuyo comportamiento era muy comprometido con la ética, cosa que no sucede en la acepción moderna de la palabra.  Un exponente de esta escuela  es Diógenes de Sínope y para dar idea de su actitud basta con recordar una anécdota: una vez le preguntaron por qué la gente daba limosna a los pobres, pero nunca a los filósofos, siendo que estos también llevaban una vida cargada de miserias, a lo que él respondió: «porque todo el mundo piensa que algún día puede llegar a ser pobre, pero nunca a ser filosofo». Los cínicos antiguos -a diferencia de los de hoy- eran emblema de sinceridad y honestidad de vida, mientras que los actuales son expresión de «desvergüenza en el mentir y de la práctica de acciones o doctrinas vituperables».

    Una de las grandes preguntas que uno se hace frente a los cínicos o caraduras, sea en la cotidianidad de la cercanía o en las alturas del poder  es si efectivamente  se creen todo lo que dicen o mienten con premeditación. No deja de ser curioso que uno llame  «descarado» a un caradura, puesto que descaro viene de no tener cara. ¿Y como no puede tener cara quien la tiene de piedra? Cosas del idioma.

    Veamos algunos ejemplos de malos gobernantes: Nerón, para irnos bien lejos. ¿Sabía Nerón que estaba destruyendo a Roma o pensaba realmente que todo lo que acontecía era parte de una guerra religiosa desatada por los primitivos cristianos? Lo que llamamos ideología en el fondo es convertir nuestra particular visión del mundo en doctrina universal.  Marx no mentía, creía que su análisis de la sociedad era como el de Fleming de las bacterias, algo absolutamente científico y objetivo. Parece que muchos gobernantes tienen que perseverar ciegamente en la defensa de su discurso aunque este acabe con su patria. Naturalmente, en este caso los adulantes o como llamamos nosotros » jalabolas», cumplen un papel fundamental en hacerle creer al líder que nunca se equivoca. Stalin, para venirnos mas cerca, cambiaba la historia a capricho. Trotsky, uno de los grandes líderes de la revolución de octubre, termino siendo un traidor porque así lo decreto «el padrecito» y hasta se dispuso que desapareciera de las fotos en las que había figurado y que su vida fuese reinveintada con hechos en los que no tuvo nada que ver. Por algo Orwell tiene a la URSS como fuente de inspiración de sus novelas.

   El caradura puede ejercer su desverguenza conscientemente. En este caso también necesita un ingrediente moral: un fin superior. Hitler culpó a otros del incendio del Reichstag, pero lo hizo por la «superioridad» de su «raza», que para él era lo esencial.

Como se habla tanto de fascismo en estos tiempos es bueno recordar los 11 principios de Goebbels, el propagandista del fascismo:

1) Establecer un único enemigo.

2) Reunir diversos adversarios en una sola categoría.

3) Culpar al adversario de los propios errores.

4) Hacer de cualquier cosa intrascendente una amenaza grave.

5) Asumir que  las masas no son inteligentes y pueden ser manipuladas con engaños hábiles y que creerán cualquier cosa que se les asegure con determinación.

6) Entender que la propaganda debe ser simple, de pocas ideas, fácil de captar para el alma primitiva a la que le resulta mejor verlo todo en blanco y negro.

7) Crear elementos de distracción permanente, para decirlo en criollo, trapos rojos de forma que la gente tenga la mente ocupada en ellos y no sé de cuenta de la miseria que padece.

8) Armar falsedades a partir de la union de muchas medias verdades.

9) Acallar la expresión de todo aquello de lo que no se tenga respuesta coherente y creíble.

10) Fomentar odio a partir de criterios primitivos. Por ejemplo: enemigos fronterizos, xenofobia, etc.

11) Crear sensación de unanimidad, de que el que piensa como el poderoso, piensa como piensa todo el mundo.

    Si últimamente algo de lo descrito le suena familiar, seguramente es que algún cínico caradura se ha atravesado en su camino. Se reconocen fácilmente porque al escucharlos uno siente la sensación de que haber perdido la razón y por otra cosa: huelen a azufre.

 

@laureanomar 

 

No es revolución, es fascismo por Asdrúbal Aguiar

Revolución

 

Leo a un exquisito jurista italiano de la primera mitad del siglo XX, cuya obra conocen los egresados de universidades sin adjetivo. Me refiero a Piero Calamandrei, autor de unos ensayos sobre los veinte años del fascismo que ve, vive y conoce hasta en sus entrañas. Su título, “el régimen de la mentira”, basta para recrear al calco un escenario que nos es habitual a los venezolanos y no alcanzamos a comprender.

Don Piero, al escribir sobre el fascismo casi nos explica por qué, a partir de Nicolás Maduro, ocurre la fatal “disgregación del régimen” y sus carroñas – insectos inmundos los llama – corren desesperadas, incluidos sicarios y delatores, en búsqueda de otros terrenos que las protejan mientras observan la “agonía de la patria”. ¡Y es que sin Benito Mussolini, el Duce, el fascismo se hace utilería!

Lo novedoso del chavismo y de una revolución que no es tal, rebautizada socialismo del siglo XXI, es, en efecto, el uso que hace de las redes globales para resucitar a ese fascismo. Nada más.

La experiencia italiana, que se marida con el nacional-socialismo alemán y se cree llamada a durar un siglo o mejor un milenio, se funda en la idea del hombre inmortal e irremplazable, “sub specie aeternitatis”. Ninguna relación tiene con autoritarismos terrenos o monarquías dinásticas, en las que rigen hombres déspotas pero finitos.

El Único, en el fascismo, que es síntesis de su pueblo y a quien sólo aquél es capaz de interpretar como de hacerlo mudar de alma, se considera a sí y lo consideran sus adoradores que en “carne y huesos es la unidad cualitativa de todo un conglomerado con la fortuna de tener la posibilidad de pensar a través de una sola cabeza”: el Duce, el Comandante Eterno, antes Mussolini y hasta ayer, entre nosotros, Hugo Chávez.

Piero Calamandrei comenta, de seguidas, la “ficción” jurídica y conductual propia de ese totalitarismo, cuando al toparse con el Derecho y querer usarlo para sus propósitos, a través de falsos positivos absuelve a criminales por ser aliados y condena a los adversarios siendo inocentes. Simula los presupuestos de la ley o da por ciertos aquellos que son absolutamente mendaces.

En el fascismo “nada de humano o espiritual existe… fuera del Estado” y el Estado, a todas estas, es el Duce. Todo dentro de él, nada fuera de él, y menos en contra suyo. Y como es enciclopédico y todo lo sabe y acerca de todo opina, al final todos tienen su marca y les paraliza el sentido del ridículo: La patria es bolivariana o chavista o mussoliniana, tanto como el aceite que compran los viandantes o la ropa interior, las empresas, las escuelas, el arte, la cultura, los colectivos, hasta las areperas.

La fortuna de todos se mira indisoluble de la persona del líder eterno, y apenas adquiere sentido bajo sus rayos. El Derecho y la moral forman una unidad, pues no existen morales individuales, salvo la que determina el Único a través del Estado.

Pero al cabo, lo recuerda Calamandrei, se trata de una apología del absolutismo más decrépito, bajo la enloquecida y delictuosa ilusión de identificar el porvenir de una nación “con la miserable transitoriedad de un hombre condenado a morir”.

Desde esta perspectiva se entiende así la capacidad inédita del régimen venezolano para invadir con sus altoparlantes hasta los refugios más íntimos de la libertad del ciudadano; pues la tiranía encarna en la maligna perversión de ese pretendido superhombre de estirpe nietzchiana, quien vive y muere convencido en su megalomanía de la bestial bajeza del género humano y la universalidad de lo pusilánime. Él, por el contrario, todo lo sabe, todo lo prevé, todo lo rige, “desde los mayores eventos de la Humanidad hasta la vida íntima de los esposos en un viaje nupcial”.

La cuestión es que ese dios ha muerto. Es el drama de Maduro.

El fascismo es la mentira como política del Estado anticristiano. En su centro rige el poder y lo total se explica en la autoridad, no en la libertad humana. De allí que el camino hacia su fragua en Italia, como ocurre en la Venezuela, nace de un cambio constitucional y no de una ruptura revolucionaria; capaz, eso sí, de proveer al asalto del poder y conservarlo “constitucionalmente”, para siempre.

La eficiencia es cosa secundaria, resoluble paso a paso. Y la esencia del fascismo, en suma, es doblez, es convivencia entre la legalidad formal y la ilegalidad institucional. Hay ciudadanos con derechos y otros con meros deberes, según se encuentren o no dentro del fascismo. Lo integran, pues, dos columnas en secreta alianza para purificar al delito y prosternar la decencia: Legalizan lo ilegal e ilegalizan lo legal.

Simular o corromperse, lo afirma don Piero, que es posible en todo régimen, en el fascismo es “el instrumento normal y fisiológico de gobierno”.

@asdrubalaguiar

correoaustral@gmail.com

  

¡Heil, Roy! por Carolina Jaimes Branger

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Hace cinco años fui invitada por el Comité Venezolano del Yad Vashem a realizar un curso en la Universidad del Yad Vashem en Jerusalén sobre “Cómo comunicar el Holocausto” al que asistieron periodistas, abogados y defensores de Derechos Humanos de toda América Latina. Lo que más me impresionó del curso fueron las similitudes que encontré –salvando el tiempo y las distancias, por supuesto- entre la situación de Alemania entre 1933 y 1939 con la situación venezolana desde 1998 -y cada vez in crescendo- hasta hoy, antisemitismo incluido.

La historia del Holocausto la conocía bastante bien. Sin embargo, conocer sus prolegómenos encendió todos mis alertas. La receta del fascismo y del comunismo es la misma: propaganda para crear el enemigo culpable de todas las desgracias del pueblo y voltear al pueblo en su contra; armar al ejército hasta los dientes; formar una guardia pretoriana; atizar el odio y ¡listo! Todo queda a punto para empezar el exterminio.

Los nazis tenían que crear un enemigo a quien culpar y sus teorías de la superioridad de la raza aria apuntaron hacia los judíos, inteligentes, educados, prósperos… Freud decía que el sexo era la gran fuerza que mueve al mundo, yo estoy convencida de que es la envidia. Así, los legisladores nazis otorgaron a Hitler leyes habilitantes para que nada de lo que hiciera fuera ilegal. El libro “Los juristas del horror” de Ingo Müller, magistralmente traducido al español por Carlos Armando Figueredo, relata cómo los juristas nazis se dieron a la tarea de adaptar las leyes a las necesidades del Führer y legalizaron sus horrores.

Aquí seguimos ese camino de miserias humanas. Hemos vivido la defenestración del Tribunal Supremo de Justicia, hasta el punto de ver a jueces ¡jueces! coreando “¡uh, ah, Chávez no se va!”, a Defensores del Pueblo que defienden más al gobierno que al pueblo y a fiscales más “fecales” que fiscales… Hemos vivido el desconocimiento y la sistemática violación de la Constitución y las Leyes y la descalificación y deshumanización del adversario político, desde que Chávez empezó a llamarlos “escuálidos” y de ahí en adelante, cualquier cantidad de improperios.

Las infelices declaraciones del Embajador Roy Chaderton –las he visto varias veces y aún no puedo interpretar si fueron cinismo, un aborto de mal chiste o una convicción real- coinciden en fondo y forma con las declaraciones de los altos jerarcas nazis. Con las de Goebbels, el ministro de propaganda, por ejemplo: “un judío es un objeto de disgusto. Siento náuseas cuando veo alguno. Cristo no pudo ser judío. Y no hay que probarlo científicamente… es un hecho”. Con las de Himmler, comandante en jefe de las SS: “El antisemitismo es exactamente lo mismo que despiojar. Deshacerse de los piojos no es una cuestión de ideología. Es una cuestión de limpieza”. Con las del mismo Adolf Hitler: «El descubrimiento del virus judío es una de las más grandes revoluciones que han tenido lugar en el mundo. La batalla en la que estamos inmersos hoy es de la misma clase que la batalla librada, en el siglo pasado, por Pasteur y Koch… ¡Recuperaremos nuestra salud sólo si eliminamos a los judíos!”.

Ahora Chaderton sale a decir que “fue un chiste”. La periodista Milagros Socorro le salió al paso en Twitter: “Venir con que unas declaraciones criminales eran un chiste, (Chaderton), no es rectificación. Es intento desesperado de conservar un cargo”. “La única rectificación creíble de Chaderton sería renunciar a su cargo en el imperio”. “Con tal de no perder su cargo y vivir en revolución, Chaderton es capaz de jurar que a veces se le incorporan galácticos”. “A todas estas, ¿Chaderton ha vivido un solo día de chavismo en Venezuela? ¿Se ha calado la destrucción bolivariana aunque sea una semana?”

Haber pasado de socialcristiano a chavista es síntoma de una gran envidia o un grandísimo resentimiento. Heil, Roy! Qué lástima siento por usted…

 

@cjaimesb

Yeannaly Fermín Nov 13, 2014 | Actualizado hace 9 años
El muro por Ramón Guillermo Aveledo

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Lo bautizaron oficialmente como “Muro de Protección Antifascista” para justificar la injustificable vergüenza de haberlo levantado durante el verano de 1961. Caería el 9 de noviembre de 1989. El domingo hizo 25 años.

Quería el gobierno del Partido Socialista Unido de Alemania defender a su pueblo del fascismo. Pero ¿qué era el fascismo? El fascismo era el pueblo mismo que se pasaba al otro lado, cruzaba hacia el Oeste la artificial frontera que habían creado para dividir su propia patria. A buscar libertad, a buscar oportunidades, a encontrarse con el ser querido, a respirar. ¿Por qué será que siempre meten al “fascismo” en esas cosas? Comunistas y fascistas tienen más en común de lo que les gusta admitir. Para empezar, la obsesión por controlar y uniformar, y la alergia por la libertad y la pluralidad que es natural a la humanidad. Por eso se empeñan tercamente en poner condiciones a la condición humana. Por eso fracasan, como está históricamente comprobado.

Lo de la “protección antifascista” era, desde luego, una excusa. También el muro mismo. ¿Cómo explicar que la gente huya del paraíso? Los intentos no se acabaron levantada aquella pared, y la zona que la defendía y colocados allí efectivos militares. En la cuenta del Centro de Estudios Históricos de Potsdam, 125 personas murieron tratando de atravesarlo. Para la Fiscalía de Berlín, la cuenta es de 270. Nunca, ni un solo caso, fue pasando de Berlín Occidental hacia el territorio sobre el cual ejercía soberanía el gobierno que levantó el muro.

Así es la mente autoritaria y, peor aún, la totalitaria. La represión, la prohibición, la censura siempre tienen la intención de proteger al pueblo. Proteger, aunque sea de sí mismo. De sus malos instintos, de las huellas del pasado. La policía omnipresente, los “patriotas cooperantes” de la RDA, era oficialmente “el escudo y la espada” del partido. Partido que explicaba los problemas que se agravaban más y más, en los siglos de opresión precedente. ¿Cómo pueden pedir a la revolución que elimine en unos años problemas que tardaron siglos en formarse? Lo mismo habían dicho los nacionalsocialistas antes allí en Alemania y los fascistas en Italia.

@aveledounidad

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Un país para entender por Paulina Gamus

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Hace muchos años el ministerio de Turismo de Venezuela utilizaba el eslogan o lema Un país para querer. El mensaje estaba dirigido a los extranjeros porque si de los venezolanos se trataba, nunca supimos entonces cuánto queríamos a nuestro país hasta que nos ocurrió la catástrofe del chavismo. Aquellos que, venidos de otros lares, nos visitaban, quedaban encantados por muchas razones: el clima, las playas, las bellezas naturales, los excelentes restaurantes y, sobre todo, la simpatía y calidez de la gente.

Hoy no somos un país para querer sino para entender y no solo para que nos entiendan los extranjeros, sino para entenderlo nosotros mismos. Cada día suceden tantas cosas que impiden el aburrimiento y nos mantienen en ascuas a la espera de lo que vendrá, que indefectiblemente es algo peor.

Imposible incluir en esta nota, por razones de espacio y de paciencia de los lectores, todo lo que nos viene a la mente para contar. Elegiré algunos sucesos que jamás creería quien no esté padeciendo en carne propia la revolución bolivariana, mezclada en una licuadora diabólica con el socialismo del siglo XXI:

Champú. Caracas es una ciudad construida sobre riachuelos y quebradas y el país entero tiene agua a montones, menos en la mayoría de los grifos. Quizá por esa razón, heredada según se dice de los ancestros aborígenes, el venezolano de cualquier clase social —hasta el que vive hacinado en el rancho más primitivo— se las ingenia para bañarse a diario y nunca despedir olores desagradables como ocurre en otras latitudes. Como ejemplo cito que hace años, en una pensión de Paris, mi hermano debía pagar dos francos cada vez que utilizaba la ducha. Como era verano y se bañaba hasta tres veces al día, la dueña le preguntó si estaba enfermo. Aquello se transformó en un evento que convocaba asamblea de camareras con el murmullo: ¡el venezolano se va a bañar!

Así fue hasta que por efectos de la revolución que ha creado un viceministerio de la Suprema Felicidad Social y, más recientemente, los Círculos del Buen Vivir, el país sufre carencia de casi todo lo que permita la higiene personal. Ante la desesperante escasez de champú, un ministro que no es cualquiera sino el del Hábitat y Ecosocialismo, ha proclamado: «Pues si por la revolución tenemos que dejar de lavarnos el pelo, lo haremos». Basta con dejar volar apenas un poco la imaginación para suponer que la misma recomendación se extiende a otras carencias como la de papel higiénico.

Niñeras. Son un lujo que solo pueden permitirse quienes pertenecen a esa categoría socio-económica que es la burguesía, detestada y anatematizada cada día por los socialistas revolucionarios que llevan tres lustros desplumando a Venezuela. Pero niñeras que viajen en aviones privados y cuelguen en su muro de Facebook fotos de sus visitas a Paris, los Alpes suizos, las pirámides mexicanas y otras maravillas del globo terráqueo, solo las de Bill Gates, Carlos Slim, Amancio Ortega o las de la familia Mendoza de las Empresas Polar de Venezuela, tan hostigada y acosada por el chavismo. ¿Puede entenderse que el funcionario más marxista leninista del régimen, desde que encapuchado quemaba autobuses hasta ahora que es ministro nada menos que de las Comunas —es decir ¡comunismo!— tenga a una niñera que viaja por el mundo con la familia ministerial, incluida la suegra, en aviones oficiales y además con armas de fuego en su equipaje?

Fascismo. Busco en Wikipedia la definición que me parece más ligera: “El fascismo se basa en un Estado todopoderoso que dice encarnar el espíritu del pueblo y que está en manos de un partido único. El Estado fascista ejerce su autoridad a través de la violencia, la represión y la propaganda, incluyendo la manipulación del sistema educativo”. Caramba, ni que los señores de Wikipedia estuviesen instalados en Venezuela presenciando los desafueros del régimenchavomadurista. Un día cualquiera mi automóvil se detiene en un semáforo justo detrás de un autobús absolutamente pintado de rojo y con el siguiente letrero en el vidrio trasero: «Destruido por el fascismo y recuperado por la revolución”. El letrero no cumpliría su cometido si no tuviese a la derecha una imagen de Bolívar y a la izquierda la del difunto Hugo Chávez. ¿Conoce alguien otro país en el cual el fascismo se dedique a destruir autobuses en vez de hacer lo suyo que es destruir a la gente?

Gasolina. Desde el llamado Caracazo, aquellas 48 horas de muerte y destrucción en febrero de 1989 que el chavismo celebra como una efemérides, ningún Gobierno se ha atrevido a subir el precio de la gasolina. Mientras la inflación ya va por los tres dígitos y cada vez se hace más difícil alimentar a la familia o adquirir medicinas, el valor de un tanque de gasolina en Europa es lo que gasta un vehículo venezolano en cuatro años. Y para mantenerla en esos niveles de precio, un país que fue de los primeros exportadores de petróleo en el mundo ahora la importa.

Policías. En cualquier país medianamente normal, las policías sirven para guardar el orden público y dar seguridad a la población. En Venezuela, uno de los países con mayor índice de violencia criminal en el mundo, ciertos grupos paramilitares llamadosColectivos y creados para defender la revolución, logran defenestrar al ministro del ramo y descabezar a la principal policía de investigación del país.

Las policías abundan casi tanto como los delincuentes, para lo cual el Gobierno acaba de crear la Misión Guardianes de la Policía de la Patria. Suponemos que son unos policías cuidando a otros.

Cárceles. En casi 16 años el chavismo no construyó una cárcel y el hacinamiento en las que existen provoca, cada dos por tres, masacres que horrorizan a la nación. Pero hoy surge una gran esperanza para los presos: la muy sui génerisministra del área ha prometido la libertad a quienes aprendan cuatro idiomas. Suponemos, dado el nivel educativo de la población penal, que el español será uno de ellos.

Salarios. Durante su ejercicio como primer ministro, Itzhak Rabin, militar y héroe de guerra en un país siempre en alerta bélica, redujo dramáticamente el presupuesto militar para aumentar el de educación. En un país como Venezuela, donde los militares no arriesgan un pelo desde los años 60, cuando enfrentaron con valor y derrotaron a la guerrilla castro-comunista, se les acaba de incrementar el salario en un 45%, además de los regalos de vivienda, automóviles y otras prebendas. Mientras tanto un médico con especialización gana 8.000 bolívares que, para que se entienda, son 80 dólares o unos 70 euros por mes. Sumamos los presupuestos miserables de las universidades, los salarios humillantes de maestros y profesores y entendemos al menos algo: el socialismo se construye sin champú pero con mucha ignorancia.

 

 @Paugamus

El País