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La ciudadanía … más allá de la política, por Antonio José Monagas

 

Sin despreciar la razón que encarna el concepto de política, por momentos las realidades obligan a considerar problemas que, por sus implicaciones, parecieran trascender su esencia. Sobre todo, aquella vinculada o asociada a lo que concibe la política cuando del hombre, en todas sus manifestaciones, se trata.

Mucho se ha escrito de política. Desde conceptos que rayan con la filosofía, hasta otros que rozan acepciones de ontología o deontología relacionadas con la etimología de todo lo que envuelve la palabra que es centro de esta disertación: la ciudadanía. De ahí la intención que asiste la idea de reevaluar la ciudadanía considerando la política no sólo como su fuente epistemológica y sociológica. Sino además, desde lo que la noción de política le aporta para que desde ese vértice conceptual, pueda inducirse una explicación que trascienda más allá de la política. Al menos, en lo que concierne a este análisis o ejercicio de dialéctica política. ¿Y por qué no decirlo, de narrativa política?

Resulta imposible esconder todo cuanto se ha dicho y especulado de “ciudadanía”. El discurso político utilizado por cualquier ideología política y acuciado por innumerables programas de gobierno, se ha valido de la palabra “ciudadanía” para argumentar buena parte de alevosas propuestas. Así como para enmendar, buen número de sus errores. Asimismo, para urdir objetivos tramados en complicidad con factores políticos empeñados en usufructuar la candidez de potenciales prosélitos para sumarlos a las filas de adeptos manipulados. Todo ello, con perniciosos intereses.

Si bien “la política reposa sobre un hecho: la pluralidad humana”, tal como explicaba Hannah Arendt, entonces la ciudadanía descansa sobre la dinámica social que evidencia el hecho conversacional que se da entre personas que, sin comulgar un mismo ideario político, son capaces de encontrarse en medios públicos para acordar todo acuerdo o conciliación en procura de ganar una mayor y mejor calidad de vida. No sólo a modo individual. También a nivel del grupo o sector poblacional donde suscribe su vida personal o profesional. O donde radica su vida social, cultural o política.

Tanto como la política busca afianzar sus razones en el ejercicio de un modelo de convivencia social que arraigue sus proyectos de vida en las libertades democráticas, la ciudadanía se plantea opciones de vida que acercan al individuo a las libertades, a la igualdad de oportunidades y a la reciprocidad como condición de coexistencia y compromiso entre personas que conviven bajo el mismo cielo.

La ciudadanía, aunque muchas veces definida con la dificultad de una narrativa psico-socio-política que le otorga un sentido disperso, lo cual es posible de pensarse si acaso pueda estar de por medio la premeditación de un proyectos político traicionero, es un concepto que envuelve la vida misma. Más, si se comprende desde la política. Particularmente, porque no sólo la ciudadanía es en esencia un concepto político. Sino porque al ser de naturaleza política, el ejercicio de ciudadanía responde a intereses y necesidades que sólo la vida puede insuflar y determinar.

Así se tiene que construir ciudadanía, no es asunto de leyes. O de deberes y derechos. Aun cuando la Constitución de Venezuela (1999) señala que sólo la ciudadanía pueden ejercerla venezolanos exentos de acusaciones ante tribunales de la República, o de inhabilitación política. Sin embargo, y aunque tan reducida declaratoria luzca incipiente, la ciudadanía es mucho más que eso.

El ejercicio de ciudadanía toca la conciencia de la persona. Afecta susceptibilidades. Condiciona sentimientos. Y motiva conductas en aras de integrar la población como país, nación, Estado, gobierno, sociedad y familia. Por eso, cabe reconocer que construir ciudadanía, pasa por innumerables fases que trascienden el espacio público en donde ésta se manifiesta. Por esta razón, igual vale admitir y asentir que la ciudadanía engloba la vida en tanto que significado, verdad, oportunidad y realidad. Por esto mismo, y de cara a un paradigma que incite la vida humana desde una perspectiva profundamente horizontal, debe considerarse la ciudadanía… más allá de la política.

 

@ajmonagas

EL 16j y el triunfo ciudadano, por Laureano Márquez

ElPuebloDecide

 

El día 16 de julio de 2017 será más importante en nuestra historia de lo que nosotros mismos pensamos: es el triunfo de la ciudadanía. Ciudadano es, etimológicamente, si nos atenemos a su raíz latina, habitante de la ciudad, la ciudad de Roma y antes de ella las ciudades griegas, la “polis” de donde viene “política”. Parece tan simple, sin embargo es una de las palabras más importantes que la cultura occidental nos ha legado. Para los romanos, ser ciudadano era una dignidad a la que no tenían acceso todos. Un ciudadano romano tenía deberes y derechos: un ciudadano romano, por ejemplo, no podía ser azotado,  torturado ni crucificado (como sospechará el lector, Jesús no era ciudadano, aunque la ciudadanía de occidente tenga mucho de sus enseñanzas). Los ciudadanos romanos podían apelar las sentencias de los magistrados, tenían derecho a juicio justo en caso de cometer alguna falta. Los ciudadanos romanos vestían de una manera particular: usaban toga, una larga tela de lana que se enrollaban de una manera especial alrededor de la túnica. Una frase común entre los romanos -la cita Cicerón- es: “cedant arma togae, concedat laurea lauri”. Es una frase fabulosa que bien podría ser el programa de gobierno de la nueva Venezuela que ha de venir, significa: “cedan las armas ante las togas y que el laurel se dé a los meritos”. En ella está la esencia de Roma: el poder civil, el del Senado, debe mandar sobre el poder militar del ejército y la capacidad, la preparación y el merito como único camino para el éxito, porque éxito no es tener 42 millones en Suiza, sino cuatro borlas en el birrete.

La restringida ciudadanía romana paso de la ciudad al mundo entero, las proclamas romanas  comenzaban con la frase: “urbi et orbi”, a la ciudad y al mundo, como la bendición del Papa en ciertas festividades. Roma era el mundo. Somos herederos jurídicos de ese imperio. Tenemos derechos, aunque en los últimos tiempos hemos sido reducidos a la esclavitud. Conocimos esos derechos, tenemos memoria de ellos y eso nos salva -a diferencia de otros pueblos-, la guardan incluso –y vívidamente- los que hoy tienen 17 años nacidos y criados en la esclavitud. Esa es nuestra fuerza, ese es nuestro poder. El día 16 de julio, los que alguna vez fuimos ciudadanos de Venezuela recordamos nuestra fuerza y nuestro coraje cívico (cívico por cierto lo relativo a ciudadanía), un proceso electoral que fue una fiesta, sin presencia de armas que vigilen a los ciudadanos, porque somos los ciudadanos los que debemos vigilar a las armas. Millones de personas organizadas con civilidad (cualidad de respetar las leyes urbanas), solo para expresar nuestro deseo de volver a ser libres.

El moderno concepto de ciudadanía implica la pertenencia a una comunidad política con cuyo destino se está comprometido. Ser ciudadano implica una identidad (¿Quiénes somos?: ¡Venezuela!) y un deseo de vivir de determinada manera (¿Qué queremos?: ¡Libertad!). Democracia y ciudadanía son palabras que van juntas en los tiempos modernos. Hemos sido expropiados en nuestros derechos. No es la primera vez que sucede en Venezuela. La lucha entre la civilización (forma di vida organizada, sujeta a principios y leyes, llena de arte y cultura) y la barbarie, que sirve de trasfondo a la obra de Gallegos, sigue teniendo vigencia. Todos hemos visto la barbarie de las muertes, las golpizas con saña enfermiza, la crueldad infinita de la represión que comandada por el régimen, pero también vimos el 16 de julio el rostro de la civilización. Ese baño de autoestima cívica nos hacía falta.

“Cedant arma togae, concedat laurea lauri”

(Qué culto queda uno con un cierre en latín).

@laureanomar

Presunciones que nuca fueron propensiones, por Antonio José Monagas

Política_

 

La cultura política del venezolano, no ha sido obligación que comprometa la función ciudadana. O más aún, no ha sido el oficio que mejor ha encauzado sus tendencias como ciudadano imbuido en crisis políticas que van y vienen. El venezolano, más que ser protagonista de capítulos de una historia registrada con el esfuerzo propio de quien apuesta a su mejor suerte, ha sido resultado de motivaciones que no siempre han terminado de alcanzar propósitos trazados al calor de conversatorios o de gestiones interrumpidas o sugeridas por decisiones llevadas adelante según la fuerza de las circunstancias o del conciliábulo que más haya podido aproximarse a conciliar posiciones encontradas sin más parecer que el carácter dicharachero de quienes participan en orquestación del asunto correspondiente. Al menos, es lo que el análisis político de las coyunturas acontecidas desde que Venezuela adquirió condición de “república”, a medidos del siglo XIX, permite deducir.

Este prolegómeno busca dar a entender que la situación de crisis que hoy tiene agobiado al sistema político nacional, si bien no es fortuito, es expresión de la improvisación amañada o interesada utilizada en años de aleatoria praxis republicana. No tanto para diligenciar asuntos propios de procesos de gobierno a la usanza criolla, como sí para superar escollos que, según criterios de acusada temporalidad, aparentaron ser de fácil tratamiento. Cuando contrario a ello, la vía de resolución asumida por las instancias de gobierno fue el inmediatismo practicado o seguido a instancia del manual breve de populismo.

Hablar de la crisis política que sumerge al país al fondo de cual fangoso y pestífero barrial, es también aludir a una crisis de ciudadanía que arrastra no sólo una crisis de identidad que degradó valores morales y políticos. También, una crisis objetivos y de orientaciones con la fuerza para haber empujado una crisis de los esquemas de organización y coordinación del desarrollo económico, político y social, a su vez asociada con una crisis de productividad y de eficiencia de los esfuerzos procurados por una gestión gubernamental confusa dado los vicios de procedimientos administrativos tergiversados en términos de una dirección política equivocada. En consecuencia, tanto desorden, condujo el país hacia la peor de las desgracias que la historia contemporánea habrá reconocido en el más corto plazo.

Sin embargo, hay quienes, igualmente preocupados, refieren una crisis de Estado en cuya base se halla enquistado el defectuoso modelo económico pretendido el cual acarreó tanto una crisis del tipo de acumulación, como una crisis del tipo de dominación impuesto.

En fin, la vigente crisis venezolana no es solamente la consumación de yerros cometidos en nombre de una causa política, social o económica en particular. Es también resultante de todo un proceso histórico de acumulaciones y distorsiones cuyas dinámicas han mediatizado la consolidación de una conciencia histórica nacional capaz de dar con un proyecto político que pudo haberse articulado a la idiosincrasia democrática del venezolano.

No obstante, más allá de esta explicación que intenta referir algunas causas de la agravada crisis nacional, es posible aludir a razones explicadas desde la psicología social, tanto como desde la sociología política. Así debe decirse que en el fondo de la susodicha crisis venezolana, está la toxicidad propia de entornos seriamente infectados por la influencia de fenómenos sociales, culturales, políticos y económicos que, desde mediados del siglo XX, comenzaron a trastocar la naturaleza del venezolano provocando serios cambios en su actitud tanto individual, como colectiva.

Esto devino en comportamientos sociales que comenzaron a reñir con patrones de conducta indicados por la ontología, la deontología, la ética pública y hasta por las más elementales normas de urbanidad, de civismo y moralidad. Fue así que empezaron a verse problemas de salud social relacionados con el estrés, lo cual avivó la morbilidad y la mortalidad no sólo por razones de violencia. También, por la pérdida de la serenidad, la paz y el sosiego que dominaba épocas pasadas.

Se depararon cambios importantes en la cultura del venezolano afectándose la unidad de la familia, la calidad de vida y las relaciones interpersonales en el plano de la convivencia comunitaria. Esto incitó la aparición de la polarización como problema de razón política lo cual afectó numerosos hogares y organizaciones toda vez que se transgredieron valores y principios que dieron al traste el desarrollo personal, el respeto a su dignidad, costumbres y tradiciones hasta entonces alcanzadas.

Fue momento para que el venezolano se viera provocado por comportamientos que resultaron atentatorios del peculio social y cultural forjado a través de tantas generaciones. El venezolano tendió a convertirse en otra persona. Distinto a lo que había sido, estas realidades acuciaron la presencia de gente altanera, belicosa, ansiosa de poder, desorganizada. Siempre esperando que el facilismo le brindara mejores oportunidades.

Desgraciadamente, el populismo que había incursionado en la política nacional en los años setenta, inculcó nuevos modos de vida que terminaron reflejándose en el ejercicio de la política. El populismo, permitió la exacerbación de este tipo de conductas que con el tiempo devino en anomia o incapacidad de la estructura social para contener el desafuero de personas esperanzadas ante incumplidos compromisos gubernamentales. Por supuesto, siempre cuestionado por el discurso politiquero. Pero que en el ámbito de las actuales realidades, estas actitudes pudieran anotarse como expresión de dislocaciones políticas que terminan haciendo ver no sólo la historia de una crisis denunciada. También de presunciones que nunca fueron propensiones.

 

@ajmonagas

¿Crisis de ciudadanía?, por Antonio José Monagas

BanderadeVenezuela_Abril2017

 

Por Antonio José Monagas

La idea de construir ciudadanía no se resume a lo que puede explicarse desde los postulados de las Ciencias Sociales. Tampoco se resuelve en argumentaciones que sólo se fundamentan en preceptos vagos o en consideraciones propias de un proselitismo que roza con un populismo de fogosa praxis. Construir ciudadanía, necesita transitar por experiencias estructuradas sobre la esquematización de determinados prácticas sociales y, por supuesto, de políticas que deben tratarse con sentido progresivo de sus implicaciones. No debe ser producto de motivaciones carentes de todo sentido de responsabilidad en cuanto al modo de cómo es reflexionada su concepción, significación y alcance. Pero esto, entendido desde una visión politológica, debe erigirse a través de los postulados teoréticos correspondientes. Y desde luego, mediante acciones específicas, actitudes y aptitudes que conduzcan a concienciar esquemas de conducta relacionados con todos aquellos valores sobre los cuales descansa la noción de ciudadanía.

Todo propósito de sembrar ciudadanía, como así llaman algunos, no es solamente labor de un procesos educativo procurado en una escuela cuyos objetivos reposan en la justicia social y en las libertades políticas y económicas. La necesidad de construir ciudadanía requiere de un sistema de gobierno respetuoso de las esperanzas individuales y colectivas de significados que se pasean por nociones de instancias sobre las cuales gravita la vida del hombre. La “familia”, por ejemplo, es una de ellas. También la comprensión del término “democracia”, razón por la cual se hace necesario afincar y afianzar el ejercicio de ciudadanía sobre valores políticos que exalten la convivencia social bajo sistemas políticos democráticos o ganados a la necesidad de avenirse, en todas sus expresiones, a la idea de “democracia”.

Si bien se cuenta con dinámicas conceptuales que guían estrategias de mediación que abrigan la significación de ciudadanía a través de la concienciación de los deberes y derechos que la propia normativa (LOPNNA, LOE y la CRBV, fundamentalmente) le confiere y para lo cual luce imprescindible comprender la importancia de acuciar los valores en todas sus manifestaciones, debe pensarse en modos de discernimiento de la actuación cívica que incidan sobre la forma de visualizar tiempos por venir.  Sobre todo, cuando la idea de ciudadanía coadyuva a superar la fragmentación y las particularidades con las que, por lo general, afectan la funcionalidad de la familia. E igualmente, de situaciones que involucren a comunidades o colectivos.

Por ello, la idea de ciudadanía si bien es necesaria inculcarla en toda reunión que destaque intereses sociales, económicos y políticos, es fundamental estimularla desde la niñez por cuanto habrá de fungir como basamento de identidad. Esta noción lleva a apreciar la necesidad de considerar la participación política como el canal social a partir del cual se exaltan las libertades y su inminente correspondencia con valores relacionados con ciertas obligaciones que fundamentan el desarrollo intelectual, moral y cívico del ser humano. ¿Y porqué dejar de pensar en la familia como núcleo de la sociedad? Esta posibilidad no deja en ningún momento de ser expresión de la realidad asociada a dicha situación lo cual amplia el espectro de injerencia que puede asentirse desde el ejercicio político y social que significa construir ciudadanía.

Lo contrario ha sido razón de peso para que se hay desvirtuado la noción y praxis de ciudadanía por lo cual, a decir de acuciosos estudiosos del referido problema, en ello pueda condensarse buena parte de la culpa para que pueda pensarse y argumentarse que en el centro de tan cuestionada realidad se hallan suficientes causas para hablar de que sus consecuencias han avivado los conflictos que hoy asfixian la sociedad y por tanto, el funcionamiento y comportamiento de una nación. Por consiguiente, es posible aludir a todo ello como parte del origen de la crisis que hoy martiriza y agobia un país entero. O sea, una ¿crisis de ciudadanía?

May 04, 2017 | Actualizado hace 7 años
Pueblo y Ciudadanía, por Luís Esteban Palacios

ManifestaciónAbril2017

 

Después del 19 de abril de 1810, seguramente se presentaron conversaciones y discusiones de cómo proceder en el futuro. Había partidarios de dictar una Constitución que consagrara la Independencia de Venezuela y otro grupo que pensaba que debía mantenerse la situación creada del 19 de abril hasta conocer cuál era el desarrollo de los acontecimientos en España.

Una vez que se escogió el camino de declarar la Independencia de Venezuela comenzaron los trabajos para la redacción de un proyecto de Constitución. Estos fueron los verdaderos constituyentes originarios; es decir, lo que por primera vez redactaron una norma constitucional sin que hubiera textos o experiencias anteriores.

Algunos pensaban que el modelo a seguir era la Constitución Americana y otros que debía seguirse el modelo Francés de la Revolución. Después de conversarlo mucho, se tomaron ideas de ambas fuentes y entre ellas la noción de la soberanía popular. Se tradujo al español la primera frase de la Constitución de los Estados Unidos de América We the People, de forma errónea como nosotros el pueblo.

Esto fue una mala traducción  porque la Constitución de los Estados Unidos de América  no se refiere a pueblo sino se refiere a gente, a personas en fin a ciudadanos, como individuos  de una sociedad y no como una masa o grupo de la misma.

En Hispanoamérica el concepto de pueblo está asociado a una masa de habitantes generalmente inculta, fácil de engañar y con vocación de seguir al dirigente que más ofrezca. Por eso creo que es indispensable rectificar que el soberano no debe ser pueblo sino ciudadano.

No me canso de repetir y de escribir “que cuando el soberano deje de comportarse como pueblo y se comporte como ciudadano exigiendo su derecho y cumpliendo sus obligaciones, Venezuela entrará en el camino del desarrollo”

Espero que nosotros los ciudadanos podamos ayudar a reconstruir esta pobre Venezuela maltrecha.

Derechos sin revés: Participación y ciudadanía

EN TODAS LAS SOCIEDADES DEMOCRÁTICAS la participación ciudadana es la compañera indispensable de la representación política. Ambas se complementan y necesitan mutuamente para darle significado a la democracia.

La participación, aseguran los analistas, es indispensable para integrar la representación de las sociedades democráticas a través de los votos, aunque hay quienes señalan que no sólo se participa a través de las elecciones.

De hecho, en las sociedades democráticas se supone que hay dos tipos de participación. Una de ellas es la participación ciudadana y opera en la medida en que los individuos pertenecientes a un colectivo, interesados en obtener un resultado, intervienen en asuntos esencialmente públicos (educación, ambiente, economía, salud, justicia). La otra es la participación política que supone la intervención electoral bien sea como candidatos a cargos de representación popular, (alcaldes, gobernadores, diputados, concejales, etc.), cargos en los cuales se toman decisiones de gobierno directamente o como electores en procesos como los referendos o las elecciones.

Sin embargo, está claro que sin la participación política todas las demás lucen inconsistentes porque la verdad es que la condición básica de la vida democrática es que el poder provenga del pueblo y la única forma cierta de asegurar que esa condición se cumpla reside en el derecho al sufragio.

Se trata de un principio que, al mismo tiempo, sirve para reiterar que los ciudadanos tienen el derecho de participar en las decisiones fundamentales de la nación de la que forman parte. Ser ciudadano, en efecto, significa en general poseer una serie de derechos y también una serie de obligaciones sociales. Pero ser ciudadano en una sociedad democrática significa, además, haber ganado la prerrogativa de participar en la selección de los gobernantes y de influir en sus decisiones. Es lo que se conoce como una verdadera participación ciudadana y se supone que quien la ejerce ha aceptado previamente las reglas del juego: el Estado de derecho y la libertad de los individuos.

Todo estos conceptos tienen sentido, además, bajo el sistema democrático, donde se supone es posible la realización de elecciones con regularidad, libres y transparentes que garanticen la expresión de la voluntad de la población.

Es necesario que también exista el espíritu de reforzar los mecanismos de participación para fortalecer la democracia como forma de gobierno y que se respeten los derechos fundamentales y políticos de la mayoría y también de la minoría.

Bajo esa premisa es importante recordar que todo el sistema de protección y vigencia de los derechos humanos está sustentado sobre la base de la existencia de un régimen democrático donde la conducta de instituciones y particulares esté sujeta al cumplimiento de la constitución y las leyes. Todo el catálogo de derechos humanos –incluida su vigencia y protección- está irremediablemente ligado a la existencia de un régimen democrático.

Solo bajo un régimen de libertades es posible garantizar el derecho a votar en elecciones, el derecho a postularse para cargos de representación popular y el derecho de participar en asuntos públicos directamente o a través de representantes libremente elegidos por el voto. Todo eso resume en sí la idea de la participación política.

Aunque la aspiración es que la participación vaya un poco más allá. La participación ciudadana es un fenómeno complejo que se construye constantemente a través de la cultura democrática y la cual permite perfeccionar la representatividad y acercar el poder decisorio al ciudadano.

En efecto, las democracias más dinámicas y estables del mundo son aquellas donde gobierno y sociedad civil trabajan conjuntamente en pro de objetivos comunes, porque la sociedad civil actúa como catalizador del progreso social y del crecimiento económico y cumple un papel fundamental al exigir cuentas al gobierno.

La sociedad civil es el oxígeno de la democracia, aseguran los expertos. Por eso es importante recordar que el progreso y la participación cívica van de la mano. Una nación segura de sí misma da voz a los ciudadanos y les permite participar en el desarrollo del país.

Queremos animarles a que nos hagan llegar sus dudas, preguntas y denuncias: Por teléfono 0212 5729631, fax 0212 5729908; correo electrónico a cofavic@gmail.com o a través de una carta: Esq. Candilito, Edif. El Candil, piso 1, Ofic. 1-A, La Candelaria, Apartado 16150 Caracas 1011-A.

 

Embajada de EEUU en Venezuela fijó mecanismo para pago de visa

Embajada-USA-Caracas

 

La embajada de Estados Unidos en Venezuela, informó que desde 26 de septiembre solo aceptarán billetes de Bs. 100, dólares y tarjetas emitidas por bancos estadounidenses para los trámites referentes a la tramitación de visas o ciudadanía americana.

A través de su página web señalaron que esta medida servirá para brindar un servicio más eficiente. Asimismo, indicaron que no aceptarán pagos en transferencias ni pagos con tarjetas de crédito en bolívares.

Se conoció, que debido al Convenio Cambiario número 35, las transacciones realizadas en dicha instancia se realizarán según la tasa establecida por el Dicom.

Humor y ciudadanía por Laureano Márquez

 

@laureanomar

Los conceptos aparentemente distantes. Reflexionemos sobre su conexión. Qué fastidio cuando un humorista se vuelve reflexivo y no gracioso, cosas del mal tiempo que vivimos. Hace poco, luego de una presentación, alguien me cuestionó en las redes que en mi presentación hablaba mucho del país, que me refería demasiado a la política y a la situación actual de Venezuela; que en verdad ese espectador que me escribió había ido a reír despreocupadamente y no a que le recordara la angustiante situación que padecemos. Como sucede con todas las críticas hechas con respeto y fundamentación, te ponen a pensar y a cuestionarte con la misma intensidad que los insultos te refuerzan en la certeza de que transitas el camino correcto.

Varias cuestiones surgieron en mí al respecto:

¿Tiene función el humor?

O simplemente tendría que concentrarse en la pura risa sin fijar posición, comprometerse ni tomar partido en la situación que padece el humorista o sus congéneres. Examino a los humoristas que más admiro: Zapata, Aquiles Nazoa y Chaplin: todos se comprometieron y mucho. Nadie está obligado a comprometerse y no es mejor ni peor por ello, pero tampoco es malo comprometerse.

Más aun, no hay manera de no comprometerse, porque cuando uno selecciona unos temas y evade otros, eso ya es una forma de fijar posición. En otras palabras el humor no político también es político. Guardar silencio también es tomar partido.

¿Es el humor válvula de escape o por el contrario estimula el descontento ciudadano frente a las inconsistencias del poder? Puede ser ambas cosas: el humor puede ser un enemigo incontestable del poder, porque lo deja sin argumentos. Frente a la fuerza demoledora del ingenio solo cabe la descalificación o la sanción: “Zapata: ¿Cuánto te pagaron por esto?”. Sin embargo, se cuenta que la antigua KGB en la URSS tenía un departamento de chistes que los ponía en circulación para aliviar las tensiones acumuladas en la sociedad soviética. Luego el humor puede ser ambas cosas dependiendo de la contundencia, el ingenio y el compromiso ciudadano con el cual se ejerce.

¿Puede el humor hacernos mejores ciudadanos? Definitivamente creo que sí. En primer lugar la crítica ejercida con humor nos vuelve tolerantes, porque el humor llega por otro camino diferente al cerebro que el cuestionamiento hecho desde la gravedad.

De hecho, la fuerza del humorismo radica en el componente de verdad que encierra. Un humorismo basado en la mentira no causa gracia.

Igual que tampoco causa gracia un humor hecho a favor del poder, porque irremediablemente produce la sensación de adulación y no hay cosa peor que un humorista adulante del poder.

¿Como ciudadano por qué hago humor?

Porque quiero tener un mejor país en el cual el dólar a 200 no sea una emoción porque vamos a seguir ganando plata mientras viajamos a costa del bienestar de nuestros conciudadanos. Es decir, porque deseo  que la ruina del país no sea la causa de nuestro éxito.

Porque quisiera contribuir a mejorar el conocimiento de nuestra historia y cultura. Creo en el intelectualismo ético: creo que la gente inteligente siempre busca el bien. Admiro la inteligencia y debemos propiciarla.

Por último hago humor porque creo que es una extraña y misteriosa forma de amar, como diría Cabrujas. Una manera de cuestionar a los que hacen mal las cosas, a los que sin el humorismo tendríamos la debilidad de odiar, como dice Pocaterra en sus Memorias de un venezolano de la decadencia, cita esta última hecha sin alusión alguna al tiempo que vivimos. No seamos tan egocéntricos en nuestro tiempo que aquí decadencia ha habido casi siempre.

Por último, la ciudadanía se refiere a nuestra relación con el cumplimiento de las normas, con el cumplimiento de deberes y el ejercicio de derechos. Creo que el sueño de todos los humoristas en el fondo es un país serio en el cual los ciudadanos internalicemos nuestros deberes y tengamos la contundencia y dignidad suficiente para exigir nuestros derechos frente al abuso del sempiterno grupito de los poderosos, a los que una palabra de origen griego denomina oligarquía.