Presunciones que nuca fueron propensiones, por Antonio José Monagas
Presunciones que nuca fueron propensiones, por Antonio José Monagas

Política_

 

La cultura política del venezolano, no ha sido obligación que comprometa la función ciudadana. O más aún, no ha sido el oficio que mejor ha encauzado sus tendencias como ciudadano imbuido en crisis políticas que van y vienen. El venezolano, más que ser protagonista de capítulos de una historia registrada con el esfuerzo propio de quien apuesta a su mejor suerte, ha sido resultado de motivaciones que no siempre han terminado de alcanzar propósitos trazados al calor de conversatorios o de gestiones interrumpidas o sugeridas por decisiones llevadas adelante según la fuerza de las circunstancias o del conciliábulo que más haya podido aproximarse a conciliar posiciones encontradas sin más parecer que el carácter dicharachero de quienes participan en orquestación del asunto correspondiente. Al menos, es lo que el análisis político de las coyunturas acontecidas desde que Venezuela adquirió condición de “república”, a medidos del siglo XIX, permite deducir.

Este prolegómeno busca dar a entender que la situación de crisis que hoy tiene agobiado al sistema político nacional, si bien no es fortuito, es expresión de la improvisación amañada o interesada utilizada en años de aleatoria praxis republicana. No tanto para diligenciar asuntos propios de procesos de gobierno a la usanza criolla, como sí para superar escollos que, según criterios de acusada temporalidad, aparentaron ser de fácil tratamiento. Cuando contrario a ello, la vía de resolución asumida por las instancias de gobierno fue el inmediatismo practicado o seguido a instancia del manual breve de populismo.

Hablar de la crisis política que sumerge al país al fondo de cual fangoso y pestífero barrial, es también aludir a una crisis de ciudadanía que arrastra no sólo una crisis de identidad que degradó valores morales y políticos. También, una crisis objetivos y de orientaciones con la fuerza para haber empujado una crisis de los esquemas de organización y coordinación del desarrollo económico, político y social, a su vez asociada con una crisis de productividad y de eficiencia de los esfuerzos procurados por una gestión gubernamental confusa dado los vicios de procedimientos administrativos tergiversados en términos de una dirección política equivocada. En consecuencia, tanto desorden, condujo el país hacia la peor de las desgracias que la historia contemporánea habrá reconocido en el más corto plazo.

Sin embargo, hay quienes, igualmente preocupados, refieren una crisis de Estado en cuya base se halla enquistado el defectuoso modelo económico pretendido el cual acarreó tanto una crisis del tipo de acumulación, como una crisis del tipo de dominación impuesto.

En fin, la vigente crisis venezolana no es solamente la consumación de yerros cometidos en nombre de una causa política, social o económica en particular. Es también resultante de todo un proceso histórico de acumulaciones y distorsiones cuyas dinámicas han mediatizado la consolidación de una conciencia histórica nacional capaz de dar con un proyecto político que pudo haberse articulado a la idiosincrasia democrática del venezolano.

No obstante, más allá de esta explicación que intenta referir algunas causas de la agravada crisis nacional, es posible aludir a razones explicadas desde la psicología social, tanto como desde la sociología política. Así debe decirse que en el fondo de la susodicha crisis venezolana, está la toxicidad propia de entornos seriamente infectados por la influencia de fenómenos sociales, culturales, políticos y económicos que, desde mediados del siglo XX, comenzaron a trastocar la naturaleza del venezolano provocando serios cambios en su actitud tanto individual, como colectiva.

Esto devino en comportamientos sociales que comenzaron a reñir con patrones de conducta indicados por la ontología, la deontología, la ética pública y hasta por las más elementales normas de urbanidad, de civismo y moralidad. Fue así que empezaron a verse problemas de salud social relacionados con el estrés, lo cual avivó la morbilidad y la mortalidad no sólo por razones de violencia. También, por la pérdida de la serenidad, la paz y el sosiego que dominaba épocas pasadas.

Se depararon cambios importantes en la cultura del venezolano afectándose la unidad de la familia, la calidad de vida y las relaciones interpersonales en el plano de la convivencia comunitaria. Esto incitó la aparición de la polarización como problema de razón política lo cual afectó numerosos hogares y organizaciones toda vez que se transgredieron valores y principios que dieron al traste el desarrollo personal, el respeto a su dignidad, costumbres y tradiciones hasta entonces alcanzadas.

Fue momento para que el venezolano se viera provocado por comportamientos que resultaron atentatorios del peculio social y cultural forjado a través de tantas generaciones. El venezolano tendió a convertirse en otra persona. Distinto a lo que había sido, estas realidades acuciaron la presencia de gente altanera, belicosa, ansiosa de poder, desorganizada. Siempre esperando que el facilismo le brindara mejores oportunidades.

Desgraciadamente, el populismo que había incursionado en la política nacional en los años setenta, inculcó nuevos modos de vida que terminaron reflejándose en el ejercicio de la política. El populismo, permitió la exacerbación de este tipo de conductas que con el tiempo devino en anomia o incapacidad de la estructura social para contener el desafuero de personas esperanzadas ante incumplidos compromisos gubernamentales. Por supuesto, siempre cuestionado por el discurso politiquero. Pero que en el ámbito de las actuales realidades, estas actitudes pudieran anotarse como expresión de dislocaciones políticas que terminan haciendo ver no sólo la historia de una crisis denunciada. También de presunciones que nunca fueron propensiones.

 

@ajmonagas