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Jaime López-Sanz: “Los lados oscuros de la historia están más presentes en el psiquismo moderno de lo que creemos”

Diego Arroyo Gil
Hace 6 años

@diegoarroyogil

Jaime López-Sanz es profesor de literatura y psicoterapeuta. Su actividad docente se ha desarrollado, principalmente, durante varias décadas, en la Escuela de Letras de la Universidad Central, pero también ha dado clases en el Centro de Estudios Junguianos, en Caracas, y en otras instituciones. Renuente a conceder entrevistas para la prensa, el profesor López-Sanz es un conversador excepcional.

Gracias a una manera muy suya de proceder, en la que a veces hay bajones de voz inesperados, o, por el contrario, énfasis que ponen en alerta, el intercambio con él resulta bastante animado en tanto que siempre está presente la guía de una emoción. Lo fundamental, en todo caso, es que López-Sanz habla asomando imágenes o relatos que, a primera vista, pueden hacer preguntarse al interlocutor “¿A dónde va esto?”, pero que luego se revelan como dadoras de otro suelo para la reflexión y, por descontado, para la vida. (Cuestión de profesor de literatura y de psicoterapeuta, se supone). Es quizá por esto, por el valor que él atribuye a las indirecciones en la conversación, que al plantearle la posibilidad, ¡a quemarropa!, de explorar “la relación entre historia y psicología”, a ver si la psicología nos ayuda a comprender un poco más asuntos que competen al venezolano (dada la crisis en que estamos, que por momentos parece inabordable y nos lleva a la psique o al alma), López-Sanz diera inicio a la entrevista con una salvedad: “La invitación que me haces me suena demasiado académica. Hablas de ‘Historia’ y de ‘Psicología’, dos grandes disciplinas, pero el tipo de psicología que a mí me interesa es la que procura acercarse a lo que nos ocurre de la manera más espontánea y natural posible con lo que sentimos”.

–Comprendo, pero para ubicarnos permítame una pregunta que creo ineludible: ¿puede la psicología abordar la historia de un pueblo?

–Bueno. Sí, y la palabra crucial en ese abordaje es la palabra complejo. Los complejos históricos son importantes. En Venezuela, por ejemplo, la Independencia es un complejo muy tenaz en el laberinto de la psique venezolana. Todos sabemos de qué se trata la Independencia como episodio histórico que damos por obvio desde que estudiamos en la escuela primaria, pero entrar en el complejo ya es otra cosa. Tal vez una de las acepciones de “enterarse” sea “haber entrado”.

–¿Qué es un complejo?

–Pero ¿esto es una entrevista o una clase de psicología?

–Hay que poner en claro ciertos términos para entendernos mejor, para tratar de despejar.

–Claro… Un complejo es un núcleo de energía vital, del que estamos poco o nada conscientes, que compromete el funcionamiento de la psique personal o colectiva. En el caso de nuestra psique colectiva, la Independencia es una barrera que nos dificulta entrarle a lo que hay detrás de la propia Independencia desde un punto de vista histórico y humano… Pienso en todo lo que heredamos de la Colonia: los afectos familiares, de todo tipo; la relación viva con la tierra y con el paisaje, asuntos que con el complejo independentista se volvieron un lío y, desde entonces, el venezolano lo que quiere es libertad, pero no sabe libertad de qué, ni frente a qué, ni con qué elementos cuenta para ser libre. Pero eso habría que concretarlo más. Yo he insistido, durante años, mediante la literatura, la venezolana y la europea, en la necesidad que tenemos de explorar el complejo heroico venezolano, que está asociado con la Independencia.

–Es un asunto que usted ha estudiado y, precisamente, quería tocarlo: nuestra relación con el heroísmo…

–Discutir sobre eso es difícil. Una vez la profesora María Fernanda Palacios me dijo: “Yo no sé si se trata de heroísmo o de titanismo lo que nos pasa a nosotros”. Pero es que una cosa está muy cerca de la otra, aunque parte de la tarea consista justamente en diferenciarlas, siempre con la ayuda básica de la literatura. Fíjate que una vez un médico con cierto prestigio en Venezuela fue interrogado en un programa de televisión sobre la diferencia entre un héroe y un psicópata… Déjame apuntar que titanismo y psicopatía, según los estudios de la psique que siento más cercanos, se vuelven muy afines… La respuesta de este médico, quien fungía de consejero del gobernante de turno, fue que “un héroe es un psicópata que la pegó”. Para mí era obvio que, sin darse cuenta, se estaba refiriendo a su paciente. Yo sentí indignación, pues me cuesta creer que aquel médico desconociera la Ilíada, cuyo gran planteamiento es la conciencia del destino heroico, o siquiera al Cid Campeador, que cualquier estudiante sabe que es todo menos un psicópata. Debo añadir, sin embargo, que cuando yo llegué a estudiar en el Instituto Jung, en Zúrich, hace años, uno de los asuntos del que más oía hablar, en conversaciones fuera de clases, era por qué, en la psique moderna, el héroe no aparece sin que enseguida se deslice hacia la psicopatía. Tenía yo frescos episodios muy recientes y dolorosos de mi formación, de mi adolescencia y primera juventud.

–¿Cuál es el problema con el heroísmo entre nosotros?

–Me estás planteando una cuestión que me cuesta abordar así nomás. En todo caso, creo que el problema con el héroe y con lo heroico entre nosotros, los venezolanos, es que el héroe y lo heroico se disparan mucho hacia el mundo paradisíaco del poder mágico de las ideas. El héroe hace abstracción de donde está él como cuerpo: se abstrae del lugar en el que se encuentra. Entonces toda esa zona, cuerpo y lugar, abandonada a su suerte, se le hace un monstruo: la tierra convertida en una furia, o bien en un paraíso. El ejemplo más evidente, o más a mano, en nuestra literatura, es el caso de Santos Luzardo y Doña Bárbara. Las ideas de Santos Luzardo son de una virtuosidad sin savia vital, es decir, decadente. O, al menos, esa es la impresión que tengo.

–Es paradójico, porque desde el colegio se nos enseña que Santos Luzardo es el ideal de hombre al que debemos aspirar. Santos Luzardo es el hombre llamado a acabar con Doña Bárbara, con la barbarie que no nos permite avanzar.

–Es parte del asunto. Es obvio que Rómulo Gallegos está parcializado por Santos Luzardo, lo cual, desde el punto de vista novelesco, es un gran delito. Quiero decir, identificarse totalmente el escritor con sus personajes. Todo el mundo sabe que hay mucho de Cervantes en Don Quijote, pero uno no puede decir que Don Quijote sea enteramente Cervantes, o viceversa. Gallegos se le monta encima al personaje y no lo deja en libertad, en libertad incluso de que se estrelle, porque toda novela se supone que tiene un toque de “adiós al héroe”. Novelar es bajar al héroe del pedestal. No se trata de ignorar al héroe, ni de olvidarlo, sino de darle su lugar adecuado en la memoria sin identificarse con él. El héroe es una fuente de identificaciones literales del Yo.

–¿Y eso es peligroso?

–¿Cómo que si es peligroso? ¡Es terrible! Terrible para el vivir, para lo que Ortega y Gasset llamaba “el quehacer”. Julio César, en la obra de Shakespeare, dice que los cobardes mueren muchas veces antes de morir y que los valientes mueren una sola vez. El valiente es el héroe, claro. La muerte del héroe es una muerte única y sola, algo que inspira un enorme respeto, respeto que empieza por no permitir la identificación con él. El héroe muere una vez, sí, pero en la novela como género literario el personaje tiene que aprender a morir varias veces y, en ese sentido, a pasar por cobarde, incluso y sobre todo ante sí mismo. En toda novela auténtica el héroe se humaniza, es a lo que me refiero. Odiseo, que viene de la guerra de Troya, va aprendiendo poco a poco que él ya no puede sacar la tarjeta de presentación para cualquier cosa y decir: “Yo fui quien tomó Troya”. Es eso lo que nos cuenta la Odisea. Porque al terminar la guerra de Troya, Odiseo tiene que ir entrando en límites, aprender con dolor a dejar atrás la luminosidad heroica, y a vivir en una tonalidad más mediada por sus propias oscuridades.

–A ver si entiendo: ¿lo que usted plantea es que a los venezolanos nos cuesta pasar, psíquicamente, de la épica a la novela?

–¡Sí, eso! Pasar de lo luminoso heroico furioso, o bien lo paradisíaco, que en nosotros está puesto en la Independencia y en la palabra mágica “revolución”, al mundo cada vez más gradualmente humano, con sus límites. Porque el héroe es una criatura sobrehumana, una criatura que no está hecha para la vida común, que es la del presente inmediato, sino para el pasado fundacional, que en efecto ocurre una sola vez. Identificarse con el héroe es vivir en permanente actitud inflada y belicosa con los demás. Ve solamente lo que ocurre hoy, en Venezuela, en las redes sociales.

–¿Qué es lo que se frustra cuando aparece el complejo heroico?

–Las oportunidades de movimiento hacia algo más humano, más democrático, más abierto y más prudente e incluso piadoso… Ahora, tampoco es que lo que nos pasa a los venezolanos sea tan único nuestro. ¿Qué está pasando en Estados Unidos con Trump y su supuesta mayoría blanca original y olvidada? ¿Por qué Putin se embolsilla a los rusos? ¿Qué está pasando en España, en Italia, en Alemania? Los lados oscuros de la historia están en el psiquismo moderno más presentes y en la superficie de lo que creemos. No nos han bastado los horrores del siglo XX. Pensemos, por ejemplo, en la ideología nazi. Bueno, no podemos perder de vista que la “ideología” nazi no fue sino el constructo más simplista de complejos muy oscuros del alma alemana y, por lo tanto, esos complejos rebasan los límites del nazismo histórico. En ese caso específico hay que leer a Thomas Mann, quien, de paso, también nos puede ayudar a nosotros con lo nuestro.

–Eso da mucho miedo.

–¿Y no es esa la pregunta que Lorenzo Barquero le hace a Santos Luzardo en un momento crucial de la novela de Gallegos?

–¿Cuál?

–Acuérdate. Lorenzo Barquero, ese personaje que es un degredo humano, que tiene un conocimiento de la miseria muy verdadero porque la vive, le pregunta a Santos Luzardo: “¿No te das miedo, Santos Luzardo?”. La pregunta toca tanto lo vivo que hay ediciones de la novela donde ha sido alterada: “¿No te da miedo, Santos Luzardo?”. Santos replica: “Miedo ¿por qué?”. Y Barquero le responde: “¡No! No te pregunto para que contestes”, y le dice que aquel Lorenzo Barquero de la juventud que Santos admiraba, un hombre que había sido aparentemente genial, era una mentira, y que la verdad era la que veía ahora: un hombre reducido a la miseria. Barquero remata con algo muy duro: “Tú también eres una mentira que se desvanecerá pronto, Santos Luzardo. Esta tierra no perdona. Tú también has oído ya la llamada de la devoradora de hombres”. Lorenzo Barquero le dice a Santos todo eso que es tan importante y, sin embargo, Santos no oye. Piensa que Barquero está borracho.

–¿Qué es lo que esa conversación con Barquero pudo haberle dado a Santos?

–Ese es el punto. Le pudo haber dado una incipiente curiosidad por lo que podría convertirse en Santos Luzardo, más adelante, en conciencia de fracaso. Tomo la expresión “conciencia de fracaso” del título de un ensayo de Rafael López Pedraza que conviene releer periódicamente y que, no por nada, se basa en “Fracaso”, un poema de Rafael Cadenas.

–¿En qué consiste esa conciencia de fracaso?

–Te voy a responder con una historia. Hay un momento, en la Odisea, en que Odiseo desciende al inframundo, al Hades, la región de los muertos. A pesar de haber sido un combatiente de la guerra de Troya, va con pánico. Odiseo baja al inframundo no porque haya muerto, de hecho, está vivo, sino porque, por alguna misteriosa razón, dado que anda errante en los mares, sin hallar el regreso a su tierra, debe ir. Entre las figuras que se encuentra allá abajo está, nada menos, Aquiles, el máximo héroe épico de la guerra. Homero pone Aquiles en el Hades. Al verlo, Odiseo le dice: “Ningún hombre es más feliz que tú, Aquiles, pues antes, cuando vivo, te honrábamos igual que a los dioses, y ahora imperas sobre los muertos aquí abajo”, y Aquiles le responde: “No intentes consolarme de la muerte, noble Odiseo. Preferiría estar sobre la tierra y servir en casa de un hombre pobre, aunque no tuviera gran hacienda, que ser el soberano de los muertos”.

–Es lo que usted llama pasar de lo heroico a lo humano.

–Conciencia de fracaso, es decir, sentido de límites. Aquiles dice que prefiere ser un campesino, pero estar vivo, que ser un héroe entre los muertos. De allí que Lorenzo Barquero, quien a su manera está ya, también, en el inframundo, le recomiende a Santos que tenga una actitud más cautelosa con Doña Bárbara, que es como la tierra que te traga.

–El problema, a fin de cuentas, es que Santos Luzardo se enreda al querer luchar, con actitud heroica, contra eso que es oscuro y que, por esa misma actitud heroica, se lo lleva por delante. ¿Es eso?

–Eso es. Pero esa lucha, en Gallegos, no adquiere la forma de la guerra, del combate bélico. La lucha tiene que ser ahora de otro modo, a través de la imposición de la ley, porque el Gallegos novelista sigue siendo civil y abogado al escribir, y Venezuela está harta de rencillas armadas. La rectitud y la obediencia a la ley, a rajatabla, sin transición, allí se convierte, no obstante, en otro acto de violencia heroica… El título de la novela, Doña Bárbara, lo dice todo: lo da Ella, no él. Digo Ella con E mayúscula.

–Pero qué lío, profesor.

–Por eso te hablaba de la dificultad de hablar sobre este asunto para un medio de comunicación… Bien, hay otro diálogo muy importante en la novela, que se da entre Santos y un llanero ayudante suyo, un hombre leal. Un día él se acerca al patrón, a Santos Luzardo, y le pregunta si es verdad que él piensa ponerle una cerca al Llano. Esa es la cosa: cómo ponerle límites a la madre tierra. La empresa civilizadora, para Gallegos, consiste en cercar, alambrar, ese poder desmesurado. Es lo que yo siento que está detrás, como tema profundo, mítico, en Doña Bárbara. La traba, digamos, es que el método, la fórmula que plantea Gallegos obedece al mismo esquema de la tierra devoradora, y entonces nos quedamos dando vueltas, atrapados en ese cercado. Y ahí andamos. Que cada uno de nosotros vea a su alrededor: vivimos cercados. Nuestro complejo independentista, en el fondo, toma así el aspecto de una obediencia a la madre tierra salvaje, bárbara, de unos hombres que, como hijos suyos, fabricados por ella misma, se sienten también con poderes ilimitados, incluso al necesitar limitar los de ella.

–A propósito de este asunto se dice mucho en Venezuela que hay que “salir del héroe”, ¿usted está de acuerdo con eso, dicho así?

–No, no, no. ¡No! Cuidado. Lo que hay que hacer es escuchar la pregunta que nos fue propuesta a todos por boca de Lorenzo Barquero, quien no quiere respuestas precipitadas, sino que estamos atentos al miedo. Dejar que nuestro cuerpo hable, sin porqués, sin precipitación con el habla y las ideas. Eso de que “hay que salir del héroe” responde al mismo lenguaje de la tierra devoradora, es parte de su retórica. Odiseo no olvida a Aquiles, tal como, literariamente, la Odisea no sería posible sin el recuerdo vivo de la Ilíada. La memoria heroica necesita un lugar. Ese lugar se llamó siempre, entre nosotros, el Panteón Nacional, por ponerlo afuera, porque eso debería equivaler a un lugar interior en el que están sepultados nuestros héroes y siendo objeto de un ritual específico, periódico, que es el culto a los héroes. Eso siempre existió en Grecia y en el mundo occidental en general gracias a Grecia. Sin ese culto cívico los héroes muertos realizan una de sus tendencias más inquietantes, según los griegos, la tendencia a salir de sus tumbas. Y hay que recordar que todos nuestros muertos, nuestros ancestros, se “heroizan” en nuestros recuerdos. A los héroes se los rememora con mucho respeto y la población se educa, para la vida cívica, en ese culto. Eso es lo único que puede permitir que los héroes no anden por ahí saboteándonos la vida. El Panteón Nacional lo construyó Guzmán Blanco, y para mí Gómez dio otro paso en ese sentido. A pesar de todo su salvajismo, Gómez sembró el país con plazas con el nombre de Bolívar y con el busto del prócer. Una manera de darle al héroe, en cada pequeña población, un sitio, un culto urbano, un lugar de convivencia transeúnte. Ahí está el héroe: honrado y tranquilo… ¿Por qué yo discrepo de algunos historiadores que se refieren al culto a los héroes como algo nefasto e incluso se burlan de la palabra liturgia? Porque no se dan cuenta de que todo pueblo necesita de ese culto, y lo necesita porque en él toma forma un instinto legítimo de protección de la psique colectiva. Tú no le puedes quitar al pueblo el sueño heroico, ¿qué es eso? Ese sueño reaparece en períodos de vida colectiva agotada. Como personaje novelesco, Don Quijote está loco, pero como arquetipo del alma española, es un héroe al que Cervantes, gradualmente, va llevando a la humildad de su muerte, a la conciencia de su fracaso. Lo que nos queda, indeleble, a sus lectores, es la paradójica idealidad, no idea, de la emoción caballeresca.

–Me parece que los historiadores llaman “culto” a lo que no es un culto.

–Desde luego. No se puede prescindir del culto al héroe. Otra cosa es que se eduque el pueblo en darle un lugar debido a la figura psíquica del héroe. No se trata de prescindir racionalmente del héroe, sino de ir constituyendo el culto al héroe como la única manera de dejarlo en paz, de que se transforme en una figura si se quiere totémica de la cual no tengamos necesidad de hablar tanto, como si en realidad lo odiáramos. Decía López Pedraza que el culto a los héroes sigue el patrón del culto a los muertos, porque el héroe es el ancestro del colectivo. Los héroes son figuras protectoras que están en el Hades, pero que si son maltratadas porque el culto se equivoca o se plantea mal, se hacen destructoras. Sacar al muerto de su tumba: lo que se hizo aquí literalmente hace poco y que deshizo los dos momentos históricos en que, tengo la impresión, se iba elaborando en Venezuela ese culto.

–En esa acción de sacar los huesos de Bolívar, ¿no hubo culto al héroe?

–No, en absoluto. Eso fue un atentado contra lo sagrado en un grado extremo. Barbarie pura. Se respondía de esa manera a una visión totalmente regresiva de lo heroico. Con la exhumación de Bolívar se tocaron niveles muy profundos y oscuros que hicieron aparecer, incluso, lo supersticioso. Quien no sintió eso en ese momento estaba desatinando completamente, no tenía psique. A un alto funcionario le escuché decir, hace poco, que cuando él vio aquello sintió un estremecimiento como si estuviera ocurriendo algo tremendo… ¡Claro que estaba ocurriendo algo tremendo! Él lo refería como una maravilla, y resulta que era algo terrible, algo posesivo… “¿No te das miedo, Santos Luzardo?”. Cuando se desentierran arbitrariamente los muertos, los muertos se vengan, y no me refiero a nada esotérico sino a un hecho psicológico efectivo. De allí que la gente sienta que ese acto fue pavoso, como se decía antes en Venezuela. Ahí se incurrió públicamente en un trato irreligioso a los muertos, a todos.

–Entiendo que la diferencia entre las plazas Bolívar y la reciente exhumación de los huesos del héroe es la misma que existiría entre tener un portarretrato del abuelo fallecido o ir al cementerio, abrir la tumba y sacar su esqueleto.

–Bueno, bueno, espera…, es que hablar así ya es pavoso… Pero sí: sacar el esqueleto y llevártelo para tu casa para hablar con él. Comprenderás que eso lanza sobre cualquiera una fuerza psicológicamente nefasta. Sentir la emoción de lo religioso es lo que le pone un freno a lo sagrado. Lo sagrado por sí mismo es tanto dador de fuerzas extraordinarias como destructivo. A la humanidad le costó mucho darle imágenes a lo sagrado. Y cuantas más pudiera haber, mejor. Porque de esa manera el hombre se pone a salvo de lo que puede, desde su propio interior, acabar con él y, entonces, construye un espacio humano… No sé si nos damos cuenta de que estamos hablando del culmen del horror, de algo que la psique no puede procesar y que, por eso, la manda al territorio de la superstición. Aquí se cometió un sacrilegio, en el sentido original de esa palabra: una intromisión en el territorio destructivo de lo sagrado.

–¿Qué reacciones causa algo así en una psique colectiva?

–Para empezar, el shock de estar encantados por la mirada de la Gorgona, que mitológicamente es la señora del horror. ¿Tú crees que esos ojos que están pintados por todas partes en el país son accidentales? Esa mirada significa: “Te atreviste a abrir lo que debe permanecer oculto. Has visto lo que no se debe ver”. Esa mirada, que se pretende políticamente eficiente para controlar a la ciudadanía, a quien controló de una manera literal y definitiva fue a quien tuvo el atrevimiento de ver lo que no debía verse. El culto adecuado a los héroes, a nuestros ancestros, reside en el hecho de mantenerlos en el plano de lo que no debe exponerse a la vista pública. El culto a los muertos en Grecia consistía en lo que se ha llamado rituales de aversión, porque en ellos no se les daba la cara frontalmente, sino de un modo oblicuo. Y lo hacía un individuo en soledad. Otra manera de incurrir en esa insolencia salvaje consiste en pretender acabar con el apego a los ancestros de una manera solo racional. Ahora bien, ese colmo de nuestros excesos históricos en relación con el complejo del héroe no puede limitarse, entre nosotros, a una determinada persona o gobernante, que a fin de cuentas sería un instrumento inconsciente de lo que todos llevamos dentro, como riesgo, sin que podamos oír la pregunta de Lorenzo Barquero. A lo largo de estos años he mantenido la inquietud de qué fue lo que hizo con su paciente aquel médico que interpretaba el heroísmo como un azar psicopático.

–¿La mirada del horror nos puede llevar también a todos nosotros?

–¿A ti no te da temor hacer preguntas tan tajantes? No te olvides de que estamos hablando de algo tan frágil y delicado, a la vez tan fuerte, como la psique.

–Tiene razón. La cuestión, de solo plantearla, lo pone a uno un poco raro.

–Como cuando leemos una buena novela o un buen poema, ¿no? El caso es que, para un público culto medio de hoy, el horror es solamente una metáfora, y no es así. Una metáfora de cualquier cosa social, económica, política, y no es así, repito. No entendemos que el horror es una fuerza capaz de mover el psiquismo de un individuo y de un colectivo, pero también de paralizarlo. Por lo demás, no estoy inventado nada. Eso lo han dicho siempre los escritores y los artistas: el horror es algo vivo y actuante, y ellos lo saben porque se baten con eso, tomando más o menos precauciones, aun a riesgo de enloquecer. El horror es contaminante justo porque afecta a un nivel psicofísico. No creas que al responder a tus preguntas como lo estoy haciendo lo hago sin ese temor que te menciono.

–Se ha referido a los artistas. Uno es dado a pensar que están sufriendo de una manera tremenda.

–Tremenda es poco. A los artistas les toca lidiar con todo esto. Lo que, de paso, no es ningún privilegio. Sufriendo estamos todos.

–¿Qué pueden darnos los artistas?

–La conexión imaginal con los hechos. Digo “imaginal”, no imaginaria, porque no es una conexión caprichosa, ni fantástica, ni subjetiva. Es que la imaginación del artista da con certezas profundas y con objetividades que por otra vía no alcanzaríamos. Aristóteles decía que la poesía es más verdadera que la historia. Creo que aludía a esto de lo que estoy hablando… Mira, Enrique Bernardo Núñez escribió una vez que nuestra historia, en punto a lo que se llama “escribir historia”, está bastante bien elaborada, y que las lagunas y los vacíos que persisten no puede llenarlos el historiador: quien debe llenar esas lagunas y esos vacíos es el novelista. Solo el artista puede dar la conexión imaginal, y esa conexión no tiene que consistir, literalmente, en narrar sobre hechos históricos. Tampoco, necesariamente, sobre nuestras familias. También allí, con harta frecuencia, se han estrellado tantos escritores latinoamericanos, al querer hacer novela histórica. No se puede decir que todos, desde luego.

–¿El artista es una psique al servicio de los otros?

–Se puede decir así, pero no olvidemos que el artista trabaja, en primer lugar, en el saneamiento de su propia psique, trabajo en el cual van a aparecer los demás. Si no los vemos dentro de nosotros, esos que llamas “los otros” no van a ser abrazados o antagonizados, sanamente, afuera. La función del artista es ser mediador y servidor, y tener ojo para el peligro, conciencia del miedo. Los artistas son, pero no los únicos, sacerdotes de esa religión sin ortodoxias ni iglesias que es el trato habitual con las imágenes del alma. Les toca ir a lo hondo y regresar, para traernos nuevas imágenes, y así se nos educa el alma. Joseph Conrad dice, en el prólogo de una de sus novelas, que el escritor y el lector deben “sumergirse en el elemento destructivo”, el mar en el caso de esa novela, como en la Odisea. A nosotros se nos quiso sumergir en “el mar de la felicidad”, y mira donde estamos… Cuidado. No es que tenemos que hacer lo que dice Conrad en nuestra vida cotidiana, no se trata de una tarea en la agenda del Yo, sino en tanto lectores, es decir, como aprendices con el artista. El artista sabe, como dice James Hillman, que sin la fealdad no veríamos a los dioses. Al artista le toca hacerlo casi a diario por todos nosotros. Se entiende que no me refiero solamente al nivel de lo que a todos nos afecta: la carestía de la vida, los graves riesgos de salud, las colas para el pan, la inseguridad, etcétera. Ningún pueblo merece ser obligado a vivir en el horror o en el encantamiento cotidiano, sean cuales hayan sido sus errores.

–Según su experiencia como psicoterapeuta, ¿los sueños de los venezolanos deberían estar arrojando imágenes muy fuertes? Lo pregunto por la importancia que la psicoterapia atribuye a los sueños en la vida psíquica.

–Muy fuertes, sí. Y yo mismo, si “profesionalizo” el trato con esas imágenes, arriesgo perder aquel miedo del que hablaba Lorenzo Barquero.

–Disculpe. No le entiendo.

–Es muy importante que la psique elabore, y la psique siempre elabora porque la psique, en realidad, es muy noble. Al presentarnos imágenes terribles en los sueños está manteniendo vivo el miedo a la vez que conformándolo en imágenes. Es decir, la psique nos ayuda a que esas fuerzas que nos sacuden pasen a imágenes con las que podamos vivir. Porque resulta que esas fuerzas nos buscan para que les pongamos límites acogiéndolas conscientemente y pese, o gracias, al mismo miedo.

–¿Cómo nos ayuda la psique además de con los sueños?

–Con la estampida, que es el cuerpo básico defendiéndose, el instinto de huida física, corporal. La reacción animal ante lo repelente.

–Lo que no significa necesariamente huir del país, ¿o sí?

–Puede consistir en irse del país, y las terribles imágenes del éxodo que hemos visto últimamente nos hablan del asunto. Pero también puede consistir en eso que, en una conversación, Rafael Cadenas llamó “insilio”, que es otra forma en que el dios del cuerpo básico, el cuerpo más rústico, el dios Pan, nos protege del encantamiento del horror mediante el pánico. Pan no vive en el Olimpo sino encuevado. Esa huida hacia el exterior o hacia el interior hay que diferenciarla de las exageraciones histéricas, pues Pan es el dios en el que el cuerpo primordial actúa, por decirlo así, en legítima defensa. En cambio, encantamiento es estar privados de la conexión con nuestro cuerpo: lo que hace la Gorgona. No en vano es la cabeza de la Gorgona la que encanta, porque es la cabeza despegada del cuerpo. Es decir, es una cabeza consistente solamente, por ejemplo, en ideas, sin conciencia del cuerpo y del lugar que este ocupa, como lo sugerí al comienzo.

–Pero quiero insistir en esto: hay salida.

–Sí, claro que la hay. Y el cuerpo es el “religante”. El cuerpo es el único capaz de hacer del horror de lo sagrado algo religioso. La psique asimila un hecho crudo y devuelve una gestualidad, una imagen, haciendo con ese hecho lo que llamamos, normalmente, cultura. Y por eso es tan hermoso que en los sueños aparezcan imágenes incluso horrendas, porque es la psique tratando de expulsar el núcleo enfermo en un momento dado, como si nos dijera: “Esta es tu materia prima en este momento, ocúpate en esto, transforma esto en tu propio lugar y cuerpo”. Todos recordamos que los griegos antiguos llamaron a eso catarsis, un término médico, es decir, del arte de curarse, que por cierto no consiste meramente en una descarga ocasional sino en una elaboración artística, o sea, que requiere de un trabajo del lado consciente de la psique.

–Es importante, porque la gente necesita oír que hay salida.

–Sí, pero solo podemos oír eso bien y, en consecuencia, responder adecuadamente a las circunstancias, en defensa de la vida, si primero vemos la dimensión del horror en el que estamos. Si nos sentimos desesperados por una salida es porque todavía no hemos tomado suficiente conciencia de ese horror, y es la misma ansiedad por hallar una salida la que cierra las puertas. No me estoy refiriendo a una salida política, que sería, en última instancia, la consecuencia imprevisible de la otra a la que sí me estoy refiriendo, a la que entendí que aludía tu pregunta.

–Sí, cuando hablo de una salida quiero decir salida a una crisis psíquica.

–Ya… La psique también nos puede ayudar haciendo que nos demos cuenta de que la palabra crisis es un comodín vacío del lenguaje. La psique siempre vive en crisis, es un reiterado llamado a no olvidar el trasfondo de horror sobre el que se mueve el vivir… ¿Sabes que Atenea, la diosa de la polis, de la ciudad, lleva la imagen de la Gorgona en su escudo? Hay un vínculo entre el horror y la polis, entre el horror y la vida organizada de la ciudad. De todas las divinidades que ayudan a Perseo, que es quien le corta la cabeza a la Gorgona, Atenea es la principal, y ella se queda con el trofeo. Ella, no el héroe que llevó a cabo la tarea. De manera que Atenea es la Gorgona transformada en un poder benéfico. Ese es el meollo de la psicología profunda: trata sobre procesos de transformación de lo mismo en otra cosa que era su posibilidad oculta sana. Un remanente de aquel horror permanece, y entonces la ciudad, la polis, cuando tiene que protegerse, asoma su lado horrendo, que provoca prudencia, la mayor de las virtudes en momentos en que se nos proponen aventuras desmesuradas.

–Esas fuerzas actuantes, que se transforman en poderes benéficos, ¿funcionan igual tanto a escala personal como a escala colectiva?

–Nada que ocurre en una psique individual deja de ocurrir en una psique colectiva, y viceversa: lo que le ocurre a la polis le ocurre al individuo. Nada de lo que existe, como dice Jung, ha dejado de estar antes en el alma. Entre el alma del individuo y el alma colectiva hay, como ya dije a propósito del artista, un continuo subterráneo eficaz: eso que algunos llaman Ánima Mundi, el Alma del Mundo. Necesitaríamos más tiempo para entrar en eso y ahondar un poco más, pero podemos ver esa conexión entre lo individual y lo colectivo en las imágenes de horror de que venimos hablando y que propone la psique mediante los sueños… Una mujer de edad mediana sueña que, sobre la ciudad de Caracas, la polis, camina una gigantesca araña, y que todo el mundo huye corriendo. Ella misma entre todos, aterrada. Su huida la dirige hacia una antigua colina de Caracas, de una Caracas de hace muchos años, donde está un viejo hospital psiquiátrico… Bien, en la discusión sobre ese sueño la mujer recordó que, por motivos profesionales, ella trabajó intensamente una vez, tiempo atrás, en ese hospital. Es decir, la misma pesadilla le daba, como salvación del monstruo, una conexión entre su memoria personal, la memoria de la ciudad y el trabajo. A eso me refiero cuando hablo de la nobleza de la psique. Es bueno apuntar que historia es como hacer memoria mediante la imaginación.

–Ese sueño con la araña es un sueño que podría tener hoy cualquier venezolano.

–Sí, ese sueño no le concierne solamente a la persona que lo tuvo. Es el sueño de lo que estamos viviendo todos, pero fíjate que el mismo sueño orienta a una salida tanto en la historia personal como en la historia colectiva, salida que a su vez tiene la consistencia de un lugar preciso y perenne: un cuerpo urbano.

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