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Un desengaño cruelmente paradójico

La consecución del cambio político ha sido el motivo de la cadena de esperanzas y desengaños. Hay siempre una expectativa de que “Esta vez…”

@AAAD25

Ser venezolano en el último cuarto de siglo ha sido una larguísima cadena de ilusiones y desilusiones. Una y otra vez pensamos que, si superamos un obstáculo duro a punta de coraje y tenacidad, seremos recompensados, no con un premio de lujos y riquezas, sino con lo justo, que es sencillamente lo que merecemos, como indicó Platón. Y lo que merecemos no es otra cosa que una oportunidad de que cada individuo en nuestra sociedad pueda gozar de una calidad de vida alta o cuanto menos decente como producto de su trabajo. Cosa que ha demostrado ser imposible bajo el orden político radicalmente exclusivo que pesa, como el yugo mencionado en el Gloria al bravo pueblo, sobre nuestras espaldas. Ergo, lo que merecemos implica una metamorfosis política profunda, que restaure la democracia y el Estado de derecho.

La consecución del cambio político ha sido, pues, el motivo de la aludida cadena de esperanzas y desengaños. Hay siempre una expectativa de que “Esta vez…”, en la medida en que el horror se agrava y la exigencia es mayor. “Esta vez, con la economía ida al demonio, gente con ropa que le queda grande por falta de comida y apagones de ocho horas diarios, quienes sostienen el poder nos van a escuchar”. “Esta vez, que ganamos tal o cual elección por paliza, cantará otro gallo”. “Esta vez, con semejante nivel de desconocimiento de la voluntad ciudadana, cuando salgamos a protestar pacíficamente, no nos van a reprimir con toda brutalidad”. Pero las expectativas nunca se cumplen, y así quedamos, una y otra vez, anonadados por un nuevo nivel de mezquindad, rapacidad y crueldad.

Torturas, hacinamiento y requisas invasivas: expertos de la ONU denuncian violación a DDHH de presos políticos

La consecución del cambio político ha sido el motivo de la cadena de esperanzas y…

En la medida en que nos dimos cuenta de que nuestras posibilidades de lograr solos el objetivo eran menores, las expectativas adquirieron una dimensión internacional. No solo por mero utilitarismo. También por razonamientos deontológicos. Empezamos a preguntarnos por qué el resto del mundo no hace nada ante nuestra calamidad. ¿Cómo podían quedarse de brazos cruzados ante el desmantelamiento de nuestro andamiaje democrático, más allá de emitir algún comunicado expresando preocupación pasiva, cuando la reacción no era de indiferencia motivada por la petrochequera de Pdvsa?

Hay que admitir que a menudo nos hicimos esas preguntas con exceso de ingenuidad, ignorando que rara vez las naciones se inquietan por la suerte de otros pueblos al punto de tomar cartas en el asunto. Pero luego lo peor de la catástrofe socioeconómica empezó a generar problemas que otros países ni desde las consideraciones más solipsistas podían ignorar. Sobre todo, la estampida de migrantes hambrientos. Fue entonces, no causalmente, cuando esos países empezaron a mostrar disposición a abordar la cuestión venezolana más allá de lo retórico.

Llegó un momento en que nos dejamos llevar por la euforia de, por fin, ser uno de los focos de atención mundial. Y como llegamos a ese momento muy agotados y desmoralizados por un eslabón particularmente decepcionante en la cadena, cometimos el grave error de endosar total o casi totalmente el trabajo necesario al extranjero. Magnificamos la capacidad y, sobre todo, la disposición de los demás países para poner fin a nuestra desgracia.

No obstante, incluso después de esa nueva desilusión (sí, otra más en la cadena), pensamos que aquellos países que alzaron la voz lo seguirían haciendo, al menos como apoyo para una causa democrática venezolana que debía realizar la tarea principal por cuenta propia. Es así como llegamos a las puertas de las elecciones presidenciales de 2024. Cuando llegó el 28 de julio y pasó lo que pasó, fue un golpe duro, pero no lo incluyo en la cadena porque, creo, la inmensa mayoría de la población lo veía como algo posible de antemano.

A los pocos días, el público cobró ánimo por un hecho sin precedentes: la dirigencia opositora presentó, mediante copia de las actas electorales, evidencia de su reclamo. No era la primera vez que desafiaba un resultado anunciado por el Consejo Nacional Electoral. Hasta el sol de hoy, Henrique Capriles insiste en que él ganó los comicios presidenciales de 2013. Sin embargo, nunca presentó muestras de ello (al menos de forma pública) y sus gestiones de reclamo rápidamente languidecieron hasta caer en el olvido.

Resguardan actas del #28Jul en bóvedas del Banco Nacional de Panamá

La consecución del cambio político ha sido el motivo de la cadena de esperanzas y…

Esta vez (¿ven a qué me refiero con los “Esta vez…”?) debía ser distinto. Nunca cupo esperar nada de otros regímenes autoritarios, de regímenes híbridos o de democracias indiferentes a la situación política venezolana (la mayoría de estas últimas está en Asia). En cambio, la mayoría de las democracias americanas y europeas rápidamente reconoció el reclamo opositor o, cuanto menos, se negó a avalar el resultado anunciado por el CNE sin pruebas.

Quedaba por ver qué harían dichas democracias al respecto, apartando los comunicados de rigor. Quedaba por ver, sobre todo, lo que haría al respecto el gobierno de Estados Unidos, considerando su capacidad inigualable de incidir en estos menesteres. Los demás países pueden colaborar, pero no tienen el poder para tomar iniciativas. Por varios meses no se podía esperar gran cosa en Washington, debido a que había campaña electoral y, a partir de noviembre, un cambio de gobierno. Todas las miradas interesadas en Venezuela se volvieron entonces hacia Donald Trump, el próximo ocupante de la Casa Blanca.

Pues bien, Trump ya retomó las riendas de su país, pero sus primeras acciones con respecto a Venezuela han dejado a millones francamente decepcionados (no me cuento entre ellos, pues siempre consideré posible que el nuevo presidente de EE. UU. se fuera por esa vía). No ha mostrado interés alguno en la causa democrática venezolana. Solo menciona a Venezuela como fuente de inmigrantes indeseables y petróleo que, según él, a Estados Unidos no le conviene comprar, pero por razones internas. Parece que está por lo menos evaluando inclinarse por algún entendimiento con Miraflores para así poder deshacerse fácilmente de miles de venezolanos indocumentados en suelo norteamericano. Sí, Trump lleva apenas unos pocos días en la Oficina Ovalada. Pero esas primeras señales no son alentadoras para la oposición venezolana.

¿Es entonces eso lo que obtendrán los venezolanos urgidos de cambio, luego del hito descomunal y labor titánica de recabar la evidencia de su reclamo? ¿Luego de unos días espantosos en los que el número de presos políticos por exigir transparencia electoral se elevó a la estratósfera? De ser así, este nuevo eslabón en la cadena es cruelmente paradójico. Porque justo cuando la oposición llega más lejos que nunca en la contienda para exponer la legitimidad de su causa, el país más poderoso del mundo, el que se ha jactado de ser el gran impulsor de la libertad y la justicia, le da la espalda. Y, por lo que ya dije, si Washington da la espalda, el resto del mundo también lo hará, aunque sea a regañadientes.

Ciertamente, tomarse en sentido literal y acrítico la identificación de Estados Unidos con aquellos valores sería una estupidez. Como si el coloso del norte nunca hubiera apoyado a déspotas favorables a sus intereses; basta recordar a canallas como Augusto Pinochet, Mohamed Reza Pahlavi o Mobutu Sese Seko. Pero, guste o no, Estados Unidos es, entre las mayores potencias, la única de la que cabe esperar que, al menos a veces, dé la cara por las virtudes referidas. De Rusia o China, mientras tengan sus respectivos autócratas, jamás. Puede que el desinterés de Trump en la suerte de Venezuela refleje sus propias actitudes antidemocráticas y un deterioro generalizado de Estados Unidos como la democracia más fuerte del orbe, lo cual sería augurio de tiempos duros para el mundo entero.

Pero volvamos a Venezuela. Muchos de sus ciudadanos, dentro y fuera del país, que por años idolatraron a Trump por creerlo un redentor, ahora se manifiestan, repito, decepcionados. Otros se han dado a la tarea de excusarlo, alegando, verbigracia, que es él quién se decepcionó de la oposición venezolana, por haberle brindado respaldo en su primer gobierno, sin que esta cumpliera el objetivo. Pobre pretexto. Tal vez merecería la pena considerarlo si al frente de la oposición siguiera Juan Gauidó. Pero no es el caso. Aun otros dicen que los venezolanos no merecen ningún respaldo, ni de Washington ni de nadie más, porque “no han hecho nada por su libertad”. ¡¿Perdón?! ¿Y qué son las celdas repletas de presos políticos? ¿Cuántas veces han puesto las masas venezolanas sus vidas en peligro protestando pacíficamente en la calle ante un aparato represor salvaje?

“Justicia socialista” contra todos

“Justicia socialista” contra todos

La consecución del cambio político ha sido el motivo de la cadena de esperanzas y…

Como sea, debemos contemplar la posibilidad de que las cosas serán así a partir de ahora. Y para colmo, mientras el resto del mundo parece estar poco o nada dispuesto a echarnos una mano, luce cada vez más dispuesto a cerrarles las puertas a los millones de venezolanos que piensan en emigrar como consecuencia. Sin otro lugar a dónde ir, con más razón toca insistir en recuperar el país propio. Y sí, sé que justo ahora eso suena desolador para muchos, pero, ¿tenemos alternativa? A lo mejor no será ahora. A lo mejor habrá que esperar otra oportunidad. Y si toca hacerlo en solitario, pues que así sea. Por regresar a una mención en el primer párrafo del presente artículo, es eso lo que dicen los versos de Vicente Salias que escogimos como representación de nuestra identidad nacional: lanzar el yugo.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

La consecución del cambio político ha sido el motivo de la cadena de esperanzas y desengaños. Hay siempre una expectativa de que “Esta vez…”

@AAAD25

Ser venezolano en el último cuarto de siglo ha sido una larguísima cadena de ilusiones y desilusiones. Una y otra vez pensamos que, si superamos un obstáculo duro a punta de coraje y tenacidad, seremos recompensados, no con un premio de lujos y riquezas, sino con lo justo, que es sencillamente lo que merecemos, como indicó Platón. Y lo que merecemos no es otra cosa que una oportunidad de que cada individuo en nuestra sociedad pueda gozar de una calidad de vida alta o cuanto menos decente como producto de su trabajo. Cosa que ha demostrado ser imposible bajo el orden político radicalmente exclusivo que pesa, como el yugo mencionado en el Gloria al bravo pueblo, sobre nuestras espaldas. Ergo, lo que merecemos implica una metamorfosis política profunda, que restaure la democracia y el Estado de derecho.

La consecución del cambio político ha sido, pues, el motivo de la aludida cadena de esperanzas y desengaños. Hay siempre una expectativa de que “Esta vez…”, en la medida en que el horror se agrava y la exigencia es mayor. “Esta vez, con la economía ida al demonio, gente con ropa que le queda grande por falta de comida y apagones de ocho horas diarios, quienes sostienen el poder nos van a escuchar”. “Esta vez, que ganamos tal o cual elección por paliza, cantará otro gallo”. “Esta vez, con semejante nivel de desconocimiento de la voluntad ciudadana, cuando salgamos a protestar pacíficamente, no nos van a reprimir con toda brutalidad”. Pero las expectativas nunca se cumplen, y así quedamos, una y otra vez, anonadados por un nuevo nivel de mezquindad, rapacidad y crueldad.

Torturas, hacinamiento y requisas invasivas: expertos de la ONU denuncian violación a DDHH de presos políticos

La consecución del cambio político ha sido el motivo de la cadena de esperanzas y…

En la medida en que nos dimos cuenta de que nuestras posibilidades de lograr solos el objetivo eran menores, las expectativas adquirieron una dimensión internacional. No solo por mero utilitarismo. También por razonamientos deontológicos. Empezamos a preguntarnos por qué el resto del mundo no hace nada ante nuestra calamidad. ¿Cómo podían quedarse de brazos cruzados ante el desmantelamiento de nuestro andamiaje democrático, más allá de emitir algún comunicado expresando preocupación pasiva, cuando la reacción no era de indiferencia motivada por la petrochequera de Pdvsa?

Hay que admitir que a menudo nos hicimos esas preguntas con exceso de ingenuidad, ignorando que rara vez las naciones se inquietan por la suerte de otros pueblos al punto de tomar cartas en el asunto. Pero luego lo peor de la catástrofe socioeconómica empezó a generar problemas que otros países ni desde las consideraciones más solipsistas podían ignorar. Sobre todo, la estampida de migrantes hambrientos. Fue entonces, no causalmente, cuando esos países empezaron a mostrar disposición a abordar la cuestión venezolana más allá de lo retórico.

Llegó un momento en que nos dejamos llevar por la euforia de, por fin, ser uno de los focos de atención mundial. Y como llegamos a ese momento muy agotados y desmoralizados por un eslabón particularmente decepcionante en la cadena, cometimos el grave error de endosar total o casi totalmente el trabajo necesario al extranjero. Magnificamos la capacidad y, sobre todo, la disposición de los demás países para poner fin a nuestra desgracia.

No obstante, incluso después de esa nueva desilusión (sí, otra más en la cadena), pensamos que aquellos países que alzaron la voz lo seguirían haciendo, al menos como apoyo para una causa democrática venezolana que debía realizar la tarea principal por cuenta propia. Es así como llegamos a las puertas de las elecciones presidenciales de 2024. Cuando llegó el 28 de julio y pasó lo que pasó, fue un golpe duro, pero no lo incluyo en la cadena porque, creo, la inmensa mayoría de la población lo veía como algo posible de antemano.

A los pocos días, el público cobró ánimo por un hecho sin precedentes: la dirigencia opositora presentó, mediante copia de las actas electorales, evidencia de su reclamo. No era la primera vez que desafiaba un resultado anunciado por el Consejo Nacional Electoral. Hasta el sol de hoy, Henrique Capriles insiste en que él ganó los comicios presidenciales de 2013. Sin embargo, nunca presentó muestras de ello (al menos de forma pública) y sus gestiones de reclamo rápidamente languidecieron hasta caer en el olvido.

Resguardan actas del #28Jul en bóvedas del Banco Nacional de Panamá

La consecución del cambio político ha sido el motivo de la cadena de esperanzas y…

Esta vez (¿ven a qué me refiero con los “Esta vez…”?) debía ser distinto. Nunca cupo esperar nada de otros regímenes autoritarios, de regímenes híbridos o de democracias indiferentes a la situación política venezolana (la mayoría de estas últimas está en Asia). En cambio, la mayoría de las democracias americanas y europeas rápidamente reconoció el reclamo opositor o, cuanto menos, se negó a avalar el resultado anunciado por el CNE sin pruebas.

Quedaba por ver qué harían dichas democracias al respecto, apartando los comunicados de rigor. Quedaba por ver, sobre todo, lo que haría al respecto el gobierno de Estados Unidos, considerando su capacidad inigualable de incidir en estos menesteres. Los demás países pueden colaborar, pero no tienen el poder para tomar iniciativas. Por varios meses no se podía esperar gran cosa en Washington, debido a que había campaña electoral y, a partir de noviembre, un cambio de gobierno. Todas las miradas interesadas en Venezuela se volvieron entonces hacia Donald Trump, el próximo ocupante de la Casa Blanca.

Pues bien, Trump ya retomó las riendas de su país, pero sus primeras acciones con respecto a Venezuela han dejado a millones francamente decepcionados (no me cuento entre ellos, pues siempre consideré posible que el nuevo presidente de EE. UU. se fuera por esa vía). No ha mostrado interés alguno en la causa democrática venezolana. Solo menciona a Venezuela como fuente de inmigrantes indeseables y petróleo que, según él, a Estados Unidos no le conviene comprar, pero por razones internas. Parece que está por lo menos evaluando inclinarse por algún entendimiento con Miraflores para así poder deshacerse fácilmente de miles de venezolanos indocumentados en suelo norteamericano. Sí, Trump lleva apenas unos pocos días en la Oficina Ovalada. Pero esas primeras señales no son alentadoras para la oposición venezolana.

¿Es entonces eso lo que obtendrán los venezolanos urgidos de cambio, luego del hito descomunal y labor titánica de recabar la evidencia de su reclamo? ¿Luego de unos días espantosos en los que el número de presos políticos por exigir transparencia electoral se elevó a la estratósfera? De ser así, este nuevo eslabón en la cadena es cruelmente paradójico. Porque justo cuando la oposición llega más lejos que nunca en la contienda para exponer la legitimidad de su causa, el país más poderoso del mundo, el que se ha jactado de ser el gran impulsor de la libertad y la justicia, le da la espalda. Y, por lo que ya dije, si Washington da la espalda, el resto del mundo también lo hará, aunque sea a regañadientes.

Ciertamente, tomarse en sentido literal y acrítico la identificación de Estados Unidos con aquellos valores sería una estupidez. Como si el coloso del norte nunca hubiera apoyado a déspotas favorables a sus intereses; basta recordar a canallas como Augusto Pinochet, Mohamed Reza Pahlavi o Mobutu Sese Seko. Pero, guste o no, Estados Unidos es, entre las mayores potencias, la única de la que cabe esperar que, al menos a veces, dé la cara por las virtudes referidas. De Rusia o China, mientras tengan sus respectivos autócratas, jamás. Puede que el desinterés de Trump en la suerte de Venezuela refleje sus propias actitudes antidemocráticas y un deterioro generalizado de Estados Unidos como la democracia más fuerte del orbe, lo cual sería augurio de tiempos duros para el mundo entero.

Pero volvamos a Venezuela. Muchos de sus ciudadanos, dentro y fuera del país, que por años idolatraron a Trump por creerlo un redentor, ahora se manifiestan, repito, decepcionados. Otros se han dado a la tarea de excusarlo, alegando, verbigracia, que es él quién se decepcionó de la oposición venezolana, por haberle brindado respaldo en su primer gobierno, sin que esta cumpliera el objetivo. Pobre pretexto. Tal vez merecería la pena considerarlo si al frente de la oposición siguiera Juan Gauidó. Pero no es el caso. Aun otros dicen que los venezolanos no merecen ningún respaldo, ni de Washington ni de nadie más, porque “no han hecho nada por su libertad”. ¡¿Perdón?! ¿Y qué son las celdas repletas de presos políticos? ¿Cuántas veces han puesto las masas venezolanas sus vidas en peligro protestando pacíficamente en la calle ante un aparato represor salvaje?

“Justicia socialista” contra todos

“Justicia socialista” contra todos

La consecución del cambio político ha sido el motivo de la cadena de esperanzas y…

Como sea, debemos contemplar la posibilidad de que las cosas serán así a partir de ahora. Y para colmo, mientras el resto del mundo parece estar poco o nada dispuesto a echarnos una mano, luce cada vez más dispuesto a cerrarles las puertas a los millones de venezolanos que piensan en emigrar como consecuencia. Sin otro lugar a dónde ir, con más razón toca insistir en recuperar el país propio. Y sí, sé que justo ahora eso suena desolador para muchos, pero, ¿tenemos alternativa? A lo mejor no será ahora. A lo mejor habrá que esperar otra oportunidad. Y si toca hacerlo en solitario, pues que así sea. Por regresar a una mención en el primer párrafo del presente artículo, es eso lo que dicen los versos de Vicente Salias que escogimos como representación de nuestra identidad nacional: lanzar el yugo.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

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La consecución del cambio político ha sido el motivo de la cadena de esperanzas y desengaños. Hay siempre una expectativa de que “Esta vez…”

@AAAD25

Ser venezolano en el último cuarto de siglo ha sido una larguísima cadena de ilusiones y desilusiones. Una y otra vez pensamos que, si superamos un obstáculo duro a punta de coraje y tenacidad, seremos recompensados, no con un premio de lujos y riquezas, sino con lo justo, que es sencillamente lo que merecemos, como indicó Platón. Y lo que merecemos no es otra cosa que una oportunidad de que cada individuo en nuestra sociedad pueda gozar de una calidad de vida alta o cuanto menos decente como producto de su trabajo. Cosa que ha demostrado ser imposible bajo el orden político radicalmente exclusivo que pesa, como el yugo mencionado en el Gloria al bravo pueblo, sobre nuestras espaldas. Ergo, lo que merecemos implica una metamorfosis política profunda, que restaure la democracia y el Estado de derecho.

La consecución del cambio político ha sido, pues, el motivo de la aludida cadena de esperanzas y desengaños. Hay siempre una expectativa de que “Esta vez…”, en la medida en que el horror se agrava y la exigencia es mayor. “Esta vez, con la economía ida al demonio, gente con ropa que le queda grande por falta de comida y apagones de ocho horas diarios, quienes sostienen el poder nos van a escuchar”. “Esta vez, que ganamos tal o cual elección por paliza, cantará otro gallo”. “Esta vez, con semejante nivel de desconocimiento de la voluntad ciudadana, cuando salgamos a protestar pacíficamente, no nos van a reprimir con toda brutalidad”. Pero las expectativas nunca se cumplen, y así quedamos, una y otra vez, anonadados por un nuevo nivel de mezquindad, rapacidad y crueldad.

Torturas, hacinamiento y requisas invasivas: expertos de la ONU denuncian violación a DDHH de presos políticos

La consecución del cambio político ha sido el motivo de la cadena de esperanzas y…

En la medida en que nos dimos cuenta de que nuestras posibilidades de lograr solos el objetivo eran menores, las expectativas adquirieron una dimensión internacional. No solo por mero utilitarismo. También por razonamientos deontológicos. Empezamos a preguntarnos por qué el resto del mundo no hace nada ante nuestra calamidad. ¿Cómo podían quedarse de brazos cruzados ante el desmantelamiento de nuestro andamiaje democrático, más allá de emitir algún comunicado expresando preocupación pasiva, cuando la reacción no era de indiferencia motivada por la petrochequera de Pdvsa?

Hay que admitir que a menudo nos hicimos esas preguntas con exceso de ingenuidad, ignorando que rara vez las naciones se inquietan por la suerte de otros pueblos al punto de tomar cartas en el asunto. Pero luego lo peor de la catástrofe socioeconómica empezó a generar problemas que otros países ni desde las consideraciones más solipsistas podían ignorar. Sobre todo, la estampida de migrantes hambrientos. Fue entonces, no causalmente, cuando esos países empezaron a mostrar disposición a abordar la cuestión venezolana más allá de lo retórico.

Llegó un momento en que nos dejamos llevar por la euforia de, por fin, ser uno de los focos de atención mundial. Y como llegamos a ese momento muy agotados y desmoralizados por un eslabón particularmente decepcionante en la cadena, cometimos el grave error de endosar total o casi totalmente el trabajo necesario al extranjero. Magnificamos la capacidad y, sobre todo, la disposición de los demás países para poner fin a nuestra desgracia.

No obstante, incluso después de esa nueva desilusión (sí, otra más en la cadena), pensamos que aquellos países que alzaron la voz lo seguirían haciendo, al menos como apoyo para una causa democrática venezolana que debía realizar la tarea principal por cuenta propia. Es así como llegamos a las puertas de las elecciones presidenciales de 2024. Cuando llegó el 28 de julio y pasó lo que pasó, fue un golpe duro, pero no lo incluyo en la cadena porque, creo, la inmensa mayoría de la población lo veía como algo posible de antemano.

A los pocos días, el público cobró ánimo por un hecho sin precedentes: la dirigencia opositora presentó, mediante copia de las actas electorales, evidencia de su reclamo. No era la primera vez que desafiaba un resultado anunciado por el Consejo Nacional Electoral. Hasta el sol de hoy, Henrique Capriles insiste en que él ganó los comicios presidenciales de 2013. Sin embargo, nunca presentó muestras de ello (al menos de forma pública) y sus gestiones de reclamo rápidamente languidecieron hasta caer en el olvido.

Resguardan actas del #28Jul en bóvedas del Banco Nacional de Panamá

La consecución del cambio político ha sido el motivo de la cadena de esperanzas y…

Esta vez (¿ven a qué me refiero con los “Esta vez…”?) debía ser distinto. Nunca cupo esperar nada de otros regímenes autoritarios, de regímenes híbridos o de democracias indiferentes a la situación política venezolana (la mayoría de estas últimas está en Asia). En cambio, la mayoría de las democracias americanas y europeas rápidamente reconoció el reclamo opositor o, cuanto menos, se negó a avalar el resultado anunciado por el CNE sin pruebas.

Quedaba por ver qué harían dichas democracias al respecto, apartando los comunicados de rigor. Quedaba por ver, sobre todo, lo que haría al respecto el gobierno de Estados Unidos, considerando su capacidad inigualable de incidir en estos menesteres. Los demás países pueden colaborar, pero no tienen el poder para tomar iniciativas. Por varios meses no se podía esperar gran cosa en Washington, debido a que había campaña electoral y, a partir de noviembre, un cambio de gobierno. Todas las miradas interesadas en Venezuela se volvieron entonces hacia Donald Trump, el próximo ocupante de la Casa Blanca.

Pues bien, Trump ya retomó las riendas de su país, pero sus primeras acciones con respecto a Venezuela han dejado a millones francamente decepcionados (no me cuento entre ellos, pues siempre consideré posible que el nuevo presidente de EE. UU. se fuera por esa vía). No ha mostrado interés alguno en la causa democrática venezolana. Solo menciona a Venezuela como fuente de inmigrantes indeseables y petróleo que, según él, a Estados Unidos no le conviene comprar, pero por razones internas. Parece que está por lo menos evaluando inclinarse por algún entendimiento con Miraflores para así poder deshacerse fácilmente de miles de venezolanos indocumentados en suelo norteamericano. Sí, Trump lleva apenas unos pocos días en la Oficina Ovalada. Pero esas primeras señales no son alentadoras para la oposición venezolana.

¿Es entonces eso lo que obtendrán los venezolanos urgidos de cambio, luego del hito descomunal y labor titánica de recabar la evidencia de su reclamo? ¿Luego de unos días espantosos en los que el número de presos políticos por exigir transparencia electoral se elevó a la estratósfera? De ser así, este nuevo eslabón en la cadena es cruelmente paradójico. Porque justo cuando la oposición llega más lejos que nunca en la contienda para exponer la legitimidad de su causa, el país más poderoso del mundo, el que se ha jactado de ser el gran impulsor de la libertad y la justicia, le da la espalda. Y, por lo que ya dije, si Washington da la espalda, el resto del mundo también lo hará, aunque sea a regañadientes.

Ciertamente, tomarse en sentido literal y acrítico la identificación de Estados Unidos con aquellos valores sería una estupidez. Como si el coloso del norte nunca hubiera apoyado a déspotas favorables a sus intereses; basta recordar a canallas como Augusto Pinochet, Mohamed Reza Pahlavi o Mobutu Sese Seko. Pero, guste o no, Estados Unidos es, entre las mayores potencias, la única de la que cabe esperar que, al menos a veces, dé la cara por las virtudes referidas. De Rusia o China, mientras tengan sus respectivos autócratas, jamás. Puede que el desinterés de Trump en la suerte de Venezuela refleje sus propias actitudes antidemocráticas y un deterioro generalizado de Estados Unidos como la democracia más fuerte del orbe, lo cual sería augurio de tiempos duros para el mundo entero.

Pero volvamos a Venezuela. Muchos de sus ciudadanos, dentro y fuera del país, que por años idolatraron a Trump por creerlo un redentor, ahora se manifiestan, repito, decepcionados. Otros se han dado a la tarea de excusarlo, alegando, verbigracia, que es él quién se decepcionó de la oposición venezolana, por haberle brindado respaldo en su primer gobierno, sin que esta cumpliera el objetivo. Pobre pretexto. Tal vez merecería la pena considerarlo si al frente de la oposición siguiera Juan Gauidó. Pero no es el caso. Aun otros dicen que los venezolanos no merecen ningún respaldo, ni de Washington ni de nadie más, porque “no han hecho nada por su libertad”. ¡¿Perdón?! ¿Y qué son las celdas repletas de presos políticos? ¿Cuántas veces han puesto las masas venezolanas sus vidas en peligro protestando pacíficamente en la calle ante un aparato represor salvaje?

“Justicia socialista” contra todos

“Justicia socialista” contra todos

La consecución del cambio político ha sido el motivo de la cadena de esperanzas y…

Como sea, debemos contemplar la posibilidad de que las cosas serán así a partir de ahora. Y para colmo, mientras el resto del mundo parece estar poco o nada dispuesto a echarnos una mano, luce cada vez más dispuesto a cerrarles las puertas a los millones de venezolanos que piensan en emigrar como consecuencia. Sin otro lugar a dónde ir, con más razón toca insistir en recuperar el país propio. Y sí, sé que justo ahora eso suena desolador para muchos, pero, ¿tenemos alternativa? A lo mejor no será ahora. A lo mejor habrá que esperar otra oportunidad. Y si toca hacerlo en solitario, pues que así sea. Por regresar a una mención en el primer párrafo del presente artículo, es eso lo que dicen los versos de Vicente Salias que escogimos como representación de nuestra identidad nacional: lanzar el yugo.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

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