La subestimación que nos salió cara - Runrun
Alejandro Armas Mar 10, 2023 | Actualizado hace 2 meses
La subestimación que nos salió cara
Como sociedad civil, subestimamos mucho a Maduro. Pensamos que, al no tener el carisma de Chávez, ni su billetera llena de petrodólares, no iba a ser capaz de consolidar para el largo plazo la hegemonía del PSUV

 

@AAAD25

Nominalmente, la conmemoración de la muerte de Hugo Chávez estuvo enfocada, por supuesto, en el teniente coronel barinés devenido en líder populista y socialista. En medio de la transición interna de la elite gobernante, del cuasi estalinismo caribeño a la perestroika bananera en el plano material y del culto a Chávez al culto a Nicolás Maduro en el plano simbólico, fue un anómalo pero esperado regreso a la veneración del fundador del movimiento que ha gobernado Venezuela por casi un cuarto de siglo.

No obstante, una imagen de los actos litúrgicos, captada por un fotógrafo de AFP, me llamó la atención. Un partidario del gobierno levanta una pintura que muestra a un grupo de personas, principal pero no únicamente vestido de rojo, bajo la figura de un Maduro colosal, de saco y corbata y con la banda tricolor terciada sobre el pecho. Chávez también figura, con su boina y su traje castrense, pero relegado a un segundo plano, detrás de Maduro, pintado en su entereza de un azul fantasmagórico y suspendido en el cielo nocturno.

El mensaje propagandístico es elocuente: por mucho que sus herederos en el poder tengan que agradecerle, Chávez pertenece al pasado. Maduro está aquí, ahora, y es el nuevo protagonista.

Todos a seguirlo y a rendirle pleitesía al capitán de la nao en la epopeya patria, quien ya se emancipó de la tutela de esa abstracción llamada “el legado de Chávez”. Hasta en un día que se supone consagrado a la memoria del primer jefe totémico de la autoproclamada “Revolución bolivariana”, se coló el homenaje a su sucesor.

Es por eso que, en vez de recordar a Chávez, el 5 de marzo me pareció una ocasión propicia para reflexionar sobre cómo Maduro se las arregló para gobernar por 10 años, sin señales de que eso vaya a cambiar por lo pronto. Estoy seguro de que para una inmensa mayoría de quienes adversamos este orden político, pocos pensamos que eso sería posible, cuando el propio Maduro confirmó el deceso de Chávez en el Hospital Militar Carlos Arvelo. He ahí el primer punto importante de la reflexión: como sociedad civil, subestimamos mucho a Maduro. Pensamos que, al no tener el carisma de Chávez, ni su billetera llena de petrodólares, no iba a ser capaz de consolidar para el largo plazo la hegemonía del PSUV. Que se le obligaría a ceder el poder solo con movilizar hacia las urnas a las masas descontentas con el descalabro económico, o que no tendría el respeto del resto de la elite gobernante del que gozó Chávez y pudiera ser desplazado por otro aspirante a supremo jerarca en cualquier momento. Noten que hablo en primera persona. Sí, yo también pensé todo esto. Me equivoqué.

Maduro más bien superó desafíos inmensos: protestas multitudinarias que exigían su salida de Miraflores en 2014 y 2017. Sanciones multilaterales a él, a su entorno cercano y a sus compañeros en la elite chavista. Restricción severa del ingreso para distribuir entre los que mantienen el statu quo, mediante las medidas punitivas de Estados Unidos contra el petróleo venezolano. Aislamiento diplomático entre las democracias del mundo y hasta el experimento de un gobierno paralelo, controlado por la oposición y con amplio reconocimiento internacional.

Pudiera alguien objetar que es fácil gobernar en contra de la voluntad ciudadana mediante la represión armada. Ajá, pero, conseguir que quienes tienen esas armas las usen como tú quieres, contra todo sentido ético, no es soplar y hacer botellas. Sobre todo cuando, repito, los recursos para garantizar la lealtad de ese elemento armado se reducen inmensamente.

Reconocerle a Maduro toda esta tenacidad para gobernar en medio de circunstancias tan adversas no es para nada un elogio moral. Ejercer el poder es, en sí mismo, un acto moralmente neutro. Es el poderoso quien decide si lo usa de manera virtuosa o no. Sea como sea, conservarlo requiere de cierto ingenio. Aquella admisión tampoco es algo de lo que debamos abstenernos para sentirnos bien con nosotros mismos. Lo único más patético que un fracaso a secas es un fracaso que se niega a verse en el espejo. Es momento ahora… No, ese momento llegó hace años en realidad. Momento, digo, de dejar de pretender que Maduro es como el “Diente Roto” de Pedro Emilio Coll. Ese individuo, tan satirizado por sus orígenes como conductor de autobús y caracterizado como un dizque incompetente, nos tiene a millones a su merced desde hace una década. ¿Cómo quedamos entonces nosotros, los que supuestamente somos más inteligentes porque tenemos uno o varios títulos académicos?

Si queremos cambiar las cosas, tenemos que empezar por ser humildes, aceptar que nos han propinado una sucesión de derrotas y sondear en consecuencia el tamaño del desafío. Eso me lleva a la segunda conclusión, que es la otra cara de la misma moneda. Los venezolanos no hemos sido ni abúlicos ni flacos de temple ante la implosión de nuestro edificio democrático. Aquellos cuatro meses de protestas en 2017, incluso después de que se hiciera evidente la falta de escrúpulos en la supresión por el gobierno, son prueba más que suficiente. Pero lamentablemente eso no bastó. Como el reto es tan grande, estar a la altura requiere no solo valentía, sino también astucia. Exige, a mi juicio, el tino para combinar distintas formas de presión, internas y externas. Creo que solo entonces la elite gobernante aceptará que el statu quo no puede seguir y aceptará una transición negociada.

Hemos en cambio oscilado entre los polos, ambos falaces, de la lucha autárquica y la espera por el redentor foráneo. Primero creímos que bastaría con el voto opositor mayoritario, y con la protesta ciudadana en vista del desconocimiento del mismo, para hacer que el chavismo desista de su pretensión de gobernar a perpetuidad y sin ninguna limitación.

Cuando Maduro y compañía se encargaron de sacarnos de esa ilusión, dimos un giro de 180 grados y nos entregamos a la expectativa de que las sanciones de las democracias americanas y europeas harían ellas solas la tarea por nosotros, o incluso de que finalmente vendrían los tan mentados marines a salvarnos. Otro desengaño. En vez de entender que fallamos en ambos polos y que necesitamos un nuevo plan, que acaso combine algo de ambos mundos, nos estamos devolviendo a la lucha autárquica, a lo que los vulgares gritones de consignas huecas resumen en “¡Este peo es nuestro!”. Es lo que se colige del fetichismo electoral que embarga el debate sobre la preparación para los comicios de 2024. Muy pocos quieren hablar de la estrategia electoral indispensable para un contexto antidemocrático. “Si votamos, ganamos”, es lo que, de una forma u otra, más suena. Así se nos va a ir otra oportunidad para el cambio de gobierno.

Estrategia mata dilema

Estrategia mata dilema

Vuelvo así a Maduro. Chávez gobernó por 14 años. Maduro lleva 10. ¿Quién me dice a mí que no pueden ser 20? ¿O 30? Días como el domingo pasado son para pensar en términos históricos. Como en todo país, nuestra historia tiene líderes trascendentales que marcaron un antes y un después, para bien o para mal. Bolívar, con la independencia de España. Páez, con la consolidación de una nación venezolana. Guzmán Blanco, con la secularización de lo público. Gómez, con la institución de un Estado unificado. Betancourt, con nuestro experimento democrático. Por mucho tiempo pensé que Chávez era sin duda una de esas personas. Ahora no estoy tan seguro. ¿Y si lo que tenemos por delante es una larga etapa, en nuestro devenir como país, que Maduro moldea más que Chávez? La respuesta depende del propio Maduro, pero también de la sociedad que se le opone. ¿Qué haremos?

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