Anuario 2023 | Enero - Runrun
Samuel González-Seijas Feb 17, 2023 | Actualizado hace 4 semanas
Anuario 2023 | Enero
Caído en desgracia el período democrático, el 23 de enero debe darle paso a otra fecha, nueva, diferente, que lleve su espíritu propio, cuando caiga o desaparezca el estado de cosas actual, y volvamos a ser libres

 

@lectordepaso

UNO

(Pequeño bosque). No sé qué me hizo detener en ese borde del camino cuando iba, como acostumbraba hacerlo en esa época del año, al pueblito de Agua Blanca, situado a medio camino entre el valle y una ladera de buena altitud, a lo largo de toda esta zona algo fría de la región.

La vía estaba excelentemente asfaltada, con dos canales, uno de ida, otro de vuelta, con defensas a los lados, que la separaban del precipicio por uno de sus bordes; de la montaña, por el otro. Cuando se iba camino al poblado, el recorrido se hacía por la margen derecha, bordeando siempre el bosque de abetos, pinos, cipreses, eucaliptos, muchos de ellos enormes, que llenaban el terreno inclinado de la montaña que subía siempre.

Una línea doble y muy blanca, nítida contra el oscuro color plomo del asfalto, dividía las vías y le daba al camino una sensación de infinitud, de recorrido sin término, que al menos yo no había sentido en otras ocasiones u otras carreteras del país. No es que yo fuese un correcaminos, un conductor impenitente, de esos que se tragan kilómetros enteros de camino sin cansancio aparente, sin pánico ni rechazo a la soledad prolongada a la que obliga viajar conduciendo, acompañados apenas por la música del radio o el sonido de la brisa a alta velocidad.

Era la cuarta vez que hacía ese recorrido, pero la primera en la que me había fijado en mi alrededor. No entiendo por qué nunca antes había observado toda esa ruta no como una vía de paso hacia un punto equis al que iba una vez al año. No me había detenido a ver aquello como un todo inmenso, hecho de pocos elementos, pero nítidos todos a mi impresión, reunidos además en una composición visual en la que los elementos parecían estar ocupando un lugar inmejorable, como si no pudieran estar en otros ni juntarse o separarse de otra manera.

Durante el recorrido, fui dándome cuenta de que aquello era en verdad un paisaje, algo plástico y vivo en el que penetraba del modo más casual e inconsciente.

Sin embargo, vi. Comencé a pasear la vista de un modo que reunía lo observado en una sola tela, por así decir, como si observara un enorme cuadro, un fresco monumental que alguien haya pintado alguna vez.

DOS

Ha muerto Victoria de Stefano. Me entero por un mensaje de un amigo en común que está en España de vacaciones decembrinas, lo cual es para mí doblemente sorpresivo, o extraño, venirme a enterar de esa pérdida por alguien que está a miles de kilómetros de aquí. Él se enteró también de manera indirecta: vía redes sociales. Alguien tuvo que saber de esa muerte y lo hizo público difundiéndose rápidamente como suele ocurrir en esas plataformas digitales. Yo también acudí a ellas para cerciorarme, o quizá para corroborar algo a lo que no quería darle crédito alguno. Sin embargo, estaba allí. Victoria se había ido.

Le escribí a una amiga muy querida, poeta y periodista, que fue muy cercana a la escritora. Fue la que me reveló que había muerto mientras dormía, en su casa de Sebucán, sitio al que yo había ido en algunas oportunidades gracias a las amables, dulces y cariñosas invitaciones y atenciones de la propia Victoria. Recordar esas visitas, las imágenes que atesoré de ellas, me vinieron todas de golpe, acompañadas de una sensación larga de tristeza y abandono.

Fui y soy uno de los tantos afortunados en haber recibido su bellísima amistad, su cariño casi corporal que tenía conmigo, su manera de hablar, su belleza de mujer inteligente y sensible en extremo.

Una pérdida de ese tamaño no iba a durar mucho tiempo en silencio, por más que la propia Victoria siempre haya sido una maestra de la discreción. Todos sus conocidos salimos a llorar su partida, a recordar momentos, a elogiar su maravillosa escritura. Muchos nos vimos reunidos de pronto en la aflicción, en la plaza pública que la virtualidad digital permite. Al menos eso pudimos lograr como modo de consuelo inmediato a lo que ya se había consumado. Nos vimos y nos oímos llorarla. Aún lo hacemos y me parece que así continuará por un buen tiempo, hasta que el duelo cambie de grado y de intensidad.

TRES

Termina enero y hace frío. Un frío como solo puede hacer aquí, con sol y mucha luz. Como estoy casi refugiado en un apartamento en lo alto de un piso siete, por las ventanas se cuela la brisa a más baja temperatura de lo habitual durante el año.

Se me enfrían los pies mayormente y eso indispone todo mi cuerpo. Me voy sintiendo incómodo, fastidiado sin darme mucha cuenta al principio. Llega un punto en que ya no aguanto y debo ir a cubrirme con más ropa de la que suelo llevar en casa.

Más allá de este pequeño incordio, enero me gusta por su azul despejado y la luz que lo sitúa, suave y confiado sobre la ciudad. Una ciudad que demanda, para poder llevarla mejor, levantar muchas veces la mirada.

CUATRO

Ya desde el año pasado, a finales de octubre, participo en un diplomado en historia contemporánea de Venezuela. Diseñado y avalado por la Fundación Rómulo Betancourt y la Universidad Experimental Libertador (antiguo pedagógico) todos los sábados de 9 a 1 de la tarde nos encontramos con extraordinarios profesores e investigadores de la disciplina.

Ya llevado medio camino recorrido, puedo decir que mi satisfacción es completa. Grandes figuras de la historiografía, como Germán Carrera Damas, o jóvenes como Luis Perrone o Lorena Parra, hacen que el pensar, debatir, mascullar sobre momentos o hitos históricos, criticar posiciones, restablecer lecturas incorrectas pero sostenidas por la tradición y también por el sesgo interesado de grupos o gente de poder, esto y más, hacen que sea quizá la actividad de mayor calado que he podido vivir desde el nefasto paréntesis de la pandemia y del largo tiempo de destrucción de la nación que ya lleva a cuestas la dictadura venezolana.

Un fantasma que no descansa

Un fantasma que no descansa

Estudiar con ellos es una inmersión seria en los nudos gordianos de nuestro pasado, por un lado, pero también de nuestra psique empobrecida por los atavismos culturales y por la muy venezolana crueldad. A todo eso nos acerca estas sesiones. A esos hilos subterráneos donde está tejida toda la trama de nuestro acontecer político y social, desde la que parece cumplirse una circularidad aterradora cuando puede mirarse en conjunto lo acaecido en doscientos años. Cuántas cosas por decir, por digerir, por reordenar. Habrá que esperar a que se dé término al curso para quizá comenzar a asimilar todo aquello. No es fácil perder la sensación de vértigo luego de haberse asomado al borde del abismo. Y suena dramático, sin duda, porque los es.

Nos han pedido, como primer ejercicio, dos cuartillas de reflexión sobre la primera conferencia del profesor Carrera Damas, titulada «Dialéctica continuidad y ruptura en la historia contemporánea de Venezuela». He escogido, por atracción inicial, ese asunto de la ‘dialectica’ trabajada por el historiador y he querido tratar de entender cómo procede sobre el estudio del pasado y qué agrega o suprime de lo ya conocido. Esta ha sido mi respuesta:

*¿De qué modo entender y por consiguiente asimilar la díada «continuidad-ruptura» propuesta por el historiador Cartera Damas como instrumento de análisis de fenómenos históricos en Venezuela?

Lo primero que quizá habría que decir tendría que ver con el propio hecho epistémico de la reunión dos términos contrapuestos, pero entrelazados dialécticamente, como base para examinar acontecimientos y dinámicas sociopolíticas en el seno de un proyecto nacional, como en el caso que nos invita, el nacido de la formulación de independencia de 1811. ¿Qué permite y hasta dónde lo consigue?

Parece evidente que, ante la insuficiencia de lo que el propio Carrera Damas denomina ‘historia patria y nacional’ respecto del estudio de nuestro devenir, cifradas aquellas en un insistente e insuficiente método que asumió la historiografía como un mero registro testimonial y cronológico, apalancado ideológicamente desde la visión puramente político-heroica de la gesta independentista, incorporar una perspectiva dialéctica permitiría afrontar el estudio desde posiciones de mayor asertividad científica y, por ello, crítica, aspecto que ha sido el horizonte de trabajo del historiador a lo largo de sus más de sesenta años de investigación sostenida.

En efecto, la incorporación del método dialéctico al estudio de la historia permite abordar sus objetivos, sus fenómenos, considerándola un ente conceptual dinámico y nunca del todo cerrado. La dialéctica encara los conceptos como entidades o constructos que guardan en su seno una raigal tensión de opuestos. Quedaría así derogado el conocimiento, en cualquier campo de la investigación, desde postulados esencialistas, en los que la tarea de intentar definir, discriminar, perfilar un sentido (¿una verdad?) sea consecuencia de entender esa actitud de no asumir la posible definición de la cosa en cuestión como algo prefijado, y sobre todo, inmutable, no susceptible a cambio alguno, de acuerdo a como el mismo pensamiento científico intentó trabajar, al menos hasta los inicios del gran cambio epistemológico del llamado racionalismo.

De acuerdo a lo anterior, para el filósofo Theodor Adorno, en una de sus lecciones de 1958, recientemente reunidas en una edición con el título «Introducción a la dialéctica» (Buenos Aires, 2014). En esas lecciones, Adorno vuelve sobre los postulados de Hegel para desentrañar en qué consistía su propuesta dialéctica, y en ellas destaca aquello que se hace aquí clave para nosotros en el examen crítico de la historia.

En un pasaje, nos dice: «Lo que en realidad se requiere de la dialéctica según su ideal… Es más bien que utilice de tal modo los conceptos mismos, perseguir de tal modo su cosa, ante todo ir confrontando el concepto con aquello a lo que se refiere tanto como para que se muestre que entre semejante concepto y la cosa referida se producen ciertas dificultades que luego obligan… a modificar el concepto en cierto modo, pero sin tener permitido renunciar a las determinaciones que el concepto tenía originalmente. (…) esta modificación se realiza precisamente a través del concepto original –es decir, mostrando que el concepto original no concuerda con su propia cosa, no importa cuán bien definida parezca estar–… (p. 32).

De modo que, en el tuétano mismo de la propuesta historiográfica de Carrera Damas, la diada “continuidad-ruptura” viene a erigirse como andamiaje sobre el cual la exploración histórica levanta sus asertos. En este sentido, la investigación ha identificado, desde un punto de origen situado en la declaración de 1811 y su respectivo congreso, el inicio de un movimiento pendular, luego extendido a lo largo de todo el siglo XIX y parte del siguiente, cuyo vaivén va de aquel punto a una oclusión o suspensión de distinta duración cuya característica principal fue imponer exactamente lo contrario a esa aspiración democrática del origen.

Así, en Venezuela, a lo largo de su devenir sociopolítico, las dinámicas autoritarias, personalistas o abiertamente dictatoriales, han detenido el proceso y han obligado a sus propulsores a plantearse nuevos comienzos en una marcha tortuosa pero indetenible en pos de lograr los principios democráticos pensados y manifestados desde los eventos que desembocaron en la separación definitiva de la monarquía española.

CINCO

Un año más, sesenta y cinco, del 23 de enero de 1958. Fecha que se recuerda hoy tratando de reavivar el espíritu original de aquel año, sobre todo porque estamos en dictadura y no hemos podido salir de ella. ¿Saldremos? Esta de ahora lleva más de 20 años, tiempo que hubiese querido tener a favor aquel militar dictador tachirense que terminó sus días en Madrid. El dictador de esta hora cuenta con otras ventajas de las cuales podría decirse que están la de haber aprendido las lecciones de cómo no dejarse sacar del poder, cómo mantenerlo a toda costa. A toda costa es asesinar, encarcelar, perseguir, torturar, por ejemplo. Mientras digo estas cosas hay más de doscientos presos políticos y quién sabe cuántos más en la mira.

El dictador de aquellos años cincuenta también aplicaba el método infalible contra la disidencia, pero llegó el momento en el que la correlación de fuerzas a su favor se desbalanceó. Siendo militar no pudo continuar con el apoyo de su propia corporación y la crisis generada por la presión de calle sumada a aquel desvalimiento lo llevaron a huir definitivamente. No ocurre lo mismo hoy. La corporación militar del país sostiene en buena medida la tiranía, y si hay fracturas internas en ella, no parecen ser significativas al punto de mover la balanza hacia la recuperación de la institucionalidad y luego de la democracia.

Lo cierto es que este 23 de enero llega en un año que abrió con protestas en casi todo el territorio; manifestaciones de todo tipo, pero sobre todo del gremio de maestros y profesores, quienes han salido a vocear su indignación y su hartazgo. En su protesta, no solo están las reivindicaciones laborales sino la denuncia de haber perdido una educación mal que bien sostenida y estructurada durante años, tanto como una carrera profesional del docente, establecida y sostenida en el periodo democrático anterior a esta tiranía.

Parece ahora, este 23 de enero, un plato recalentado de viejas sobras que quieren volver a servirse. Habría que preguntarse si ya la fecha no ha perdido definitivamente su largo prestigio, su halo encantado de reivindicación política y civil. Y la pregunta quizá no sea impertinente, una fecha como esa tenía sentido en un sistema de libertades públicas y en una estructura legal e institucional que le daba piso simbólico y sentido de logro colectivo. Caído en desgracia el período democrático, aquella fecha debe darle paso a otra, nueva, diferente, que lleve su espíritu propio, cuando caiga o desaparezca el estado de cosas actual, y volvamos a ser libres, si es que es eso lo que el venezolano quiere recuperar.

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