#NotasSobreLaIzquierdaVenezolana | La sombra de la revolución cubana en la izquierda venezolana (X)
Desde mediados de los 60 Fidel Castro determinó lo que era revolucionario y lo que no, como si fuera el supremo papa de la Iglesia socialista
La “notable fascinación” ejercida por la Revolución cubana en Venezuela, reseñada por el Wall Streell Journal el 28 de abril de 1959, se consolidó con la visita de Fidel Castro a Caracas entre el 23 y el 27 de enero de aquel año. Ocho meses después de actos de agravio al vicepresidente norteamericano Richard Nixon, Castro y su comitiva eran recibidos como héroes en la capital venezolana. “Por todas partes que pasaba, Fidel generaba curiosidad y atraía a la muchedumbre”.
Invitado por la Federación de Centros Universitarios, en su alocución en la plaza de El Silencio el joven líder cubano se dirigió a la multitud reunida para expresar su gratitud: “de Venezuela solo hemos recibido favores… nos alentaron durante la lucha con su simpatía y su cariño; hicieron llegar el bolívar hasta la Sierra Maestra, divulgaron por toda la América las transmisiones de Radio Rebelde, nos abrieron las páginas de sus periódicos y algunas cosas más recibimos de Venezuela.”
Eso de “algunas cosas más”, fueron armas. Armas aportadas por la Junta de Gobierno posdictadura perezjimenista. Así lo corrobora el investigador Gustavo Salcedo Ávila a través de testimonios de protagonistas de primera fila (Venezuela campo de batalla de la Guerra Fría, 2017, pp. 102-105).
El 25 de noviembre de 2016 murió la sombra de Fidel Castro. No hay certezas de cuándo murió aquel al que apodaban el Caballo o el Loco. Su fantasma aún ronda por los predios de la isla que gobernó durante 60 años y por el continente que sedujo durante igual periodo de tiempo. La relación de Castro con la izquierda venezolana –como con todo ese espectro político en América Latina– tuvo diversos momentos y matices; pero a partir de mediados de los sesenta él determinó lo que era revolucionario y lo que no, como si fuera el supremo papa de la Iglesia socialista.
Si bien es ya una convención, un hecho establecido, el interés del caudillo caribeño por el rico país petrolero que terminó suministrándole la última bombona de oxígeno para morir con un feudo dominado y en calma, su influencia en la vida política venezolana atravesó medio siglo de cercanías y alejamientos, aunque siendo justos privó más la proximidad al liderazgo nacional, a excepción de figuras principales como Rómulo Betancourt y Raúl Leoni. Y sin desconocer, por supuesto, el franco enfrentamiento con el Partido Comunista en 1967, ventilado en diversos medios internacionales.
Entre aquella apoteósica visita a Caracas en 1959, con abrazo a Neruda en la Universidad Central, y sus estancias con juego de béisbol, sesiones de asesoría directa al jefe de Estado y recorrido por la hacienda entregada en elecciones libres al militar barinés, se produjeron flujos y reflujos. Del rompimiento de relaciones en 1961 hasta la acusación de injerencia en la política interna ante la Organización de Estados Americanos en 1963; desde los desembarcos de combatientes para apoyar a las guerrillas del PCV y el MIR en 1966 y 1967 hasta la normalización de intercambios durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez; desde el recibimiento triunfal en 1989, convertido en la diva de los medios, para la coronación de Carlos Andrés II, hasta 1994 cuando el jefe golpista venezolano Hugo Chávez fue recibido en la capital de Cuba con honores y distinciones de paladín revolucionario.
En medio de esos sucesos, más allá o más acá de los líderes, el sentimiento venezolano por la mítica Revolución cubana. Posicionada en los imaginarios continentales a través de hábiles manejos propagandísticos, también en un amplio ejercicio que va desde las canciones de la Nueva Trova a los premios de Casa de las Américas, los viajes a congresos, el intercambio académico y la importante empresa editorial, la presencia cubana fue también constante en nuestros medios. De la labor de solidaridad de El Nacional y el Ateneo de Caracas al exilio produciendo y laborando en las telenovelas locales.
Quizás, más que en ningún otro espacio, fue en la universidad donde se incubó y propagó el culto a los héroes de la Revolución cubana. Lugar de vida y acción por excelencia de la izquierda nacional, donde fueron a parar como estudiantes, profesores, empleados y obreros muchos de los derrotados de la lucha armada, la universidad fue refugio de armas e ideas tras el escudo de la autonomía. Mundo aparte, crítico y cuestionador del orden democrático, el proceso universitario urge revisión en medio del descalabro general del país. Allí se repitieron todos los vicios, todas las trampas de aquello de lo cual renegaba. Lo cual explica en mucho su situación actual.
Pero, ¿cuál es nuestra lectura de la Revolución cubana?; ¿cuál es nuestra sensibilidad y reflexión frente al proceso político, social, económico y cultural desarrollado en la isla a partir de 1959? Fascinación, simpatía, solidaridad, ejemplo, apasionamiento adolescente.
El miércoles 1° de febrero de 1989 se publicó en el diario El Nacional (p. publicidad c/9) una comunicación que daba la bienvenida al jefe de los barbudos de la Sierra Maestra. “En esta hora dramática del Continente –declaraban los firmantes de aquel escrito–, solo la ceguera ideológica puede negar el lugar que ocupa el proceso que usted representa en la historia de la liberación de nuestros pueblos”. Para concluir: “…afirmamos que Fidel Castro, en medio de los terribles avatares que ha enfrentado la transformación social por él liderizada y de los nuevos desafíos que implica su propio avance colectivo, continúa siendo una entrañable referencia en lo hondo de nuestra esperanza, la de construir una América Latina justa, independiente y solidaria”.
En la rumba por la segunda toma de posesión presidencial del exministro encargado de la represión guerrillera en el gobierno de Betancourt, que tuvo “concertación musical” en varias ciudades del país con Ray Barreto, Fito Páez, Gilberto Gil y Soledad Bravo, ese manifiesto fue un gesto más de tributo para quien se convirtió en la atracción de la velada. Peleada su entrevista por los principales canales de tv y periódicos, “Castro se alojó en el hotel Caracas Hilton, al lado de Felipe González, y sus salidas supusieron un caos de gritos de “Fi-del, Fi-del” (José Comas, “Llegó el Comandante y todo paró”, en El País, 2 de febrero de 1989). No solo la izquierda, el país quería tocar a Fidel.
El manifiesto, que circula en internet y es utilizado una y otra vez para cuestionar a sus suscriptores en este tiempo de Inquisición y purismos, de necesidad de exhibir la limpieza de convicciones antichavistas, contiene nombres de figuras críticas al proceso que inauguró el último mejor amigo de Fidel Castro. Allí novelistas, filósofos, sociólogos, teatristas, críticos de literatura y arte, historiadores, periodistas… Alfredo Armas Alfonzo, Alberto Arvelo, Fernando Rodríguez, Michelle Ascencio, Alberto Barrera, Marcelino Bisbal, Roberto Briceño León, Elías Pino Iturrieta, Miguel Ángel Campos, Ocarina Castillo, Peran Ermini, Raquel Gamus, Paolo Gasparini, Jesús Gazo, Beatriz González Stephan, Francisco Herrera Luque, Rodolfo Izaguirre, María Elena Ramos, Milagros Socorro, Valentina e Inés Quintero, Laura Cracco, Ednodio Quintero, Edilio Peña y Pedro León Zapata figuran entre los 911 saludadores.
Aun cuando al parecer tanto en su momento, como después, muchos de quienes aparecen firmando negaron haberlo hecho, la nómina no sirve para señalar y acusar, sirve para intentar vernos en lo hondo. Para preguntarnos por qué lo mejor de nuestra inteligencia y sensibilidad tributaba en 1989 con tal entusiasmo y esperanzada euforia al gobernante cubano. ¿Qué había en el fondo de esa creencia, de ese respaldo, de ese apoyo público y notorio? ¿Ingenuidad, resaca de la épica romántica de la revolución latinoamericana, ideas del intelectual comprometido que pregonó Sartre, nostalgia generacional, convicción política, fe? ¿Todo aquello que plantea Iván de la Nuez en su Fantasía roja?
Aquello que retrató tiempo después Norberto Fuentes, fugado de aquellas fiestas. ¿Por qué después de tantos viajes a La Habana, aquella figura continuaba siendo 30 años después “una entrañable referencia en lo hondo de nuestra esperanza, la de construir una América Latina justa, independiente y solidaria”?
José Ignacio Cabrujas no firmó y se despidió del Comandante en una carta publicada en el Diario de Caracas en septiembre de 1991, donde muestra la emoción de las gentes ante la entrada de Tuth-Ank-Ammon al Teresa Carreño. Jamás olvidemos que no vino el hombre a la toma de posesión de Teodoro Petkoff, José Vicente Rangel o Américo Martín; desde antes Carlos Andrés disfrutaba del Bacardí con él, junto a Torrijos y García Márquez.
Una carta abierta a Fidel Castro solicitando un plebiscito para Cuba también se publicó en aquella edición de El Nacional. Entre los firmantes, junto a destacados escritores, artistas e intelectuales del mundo, están Juan Liscano, Nelson Rivera, Sofia Imber, Manuel Malaver y Fausto Masó. Otra carta a Castro Ruz era suscrita por senadores y diputados del partido Nueva Generación Democrática, en términos bastante cuestionadores y ofensivos. Varias comunicaciones, unas de bienvenida y otras de repudio se publicaron allí.
Uno de los firmantes de la carta abierta, Ibsen Martínez, vuelve al polémico manifiesto de los 911 en la edición de El País del 5 de junio de 2014, para señalar: “El documento se lee hoy con nostalgia del año en que, con la caída del muro de Berlín, comenzó el colapso de la Unión Soviética. También con desengañada sonrisa al ver el nombre de entrañables, auténticos hombres y mujeres de ideas y de letras, de músicos, cineastas, gente de teatro y artistas plásticos, entreverado con el de los sempiternos logreros y lobbystas del presupuesto cultural del petroestado venezolano; todos saludando a un tiempo la visita de un tirano que en cosa de meses habría de fusilar, tras un juicio farsesco, a quienes se pensaban sus mejores amigos.”
Si Ana Teresa Torres ha apuntado en La herencia de la tribu una constante en los venezolanos: la vuelta a buscar en el pasado las claves del futuro, Haroldo Dilla nos advierte y puntualiza: “El acercamiento de Cuba y Venezuela pareció reconciliar pasado y futuro. El socialismo del siglo XXI venía al rescate del del XX para, además, mejorarlo. Pero no fue así y hoy, a veinte años de la Revolución bolivariana, Venezuela se encuentra en una crisis de su modelo de populismo petrolero crecientemente autoritario. Y Cuba transita su propia forma de restauración capitalista. Pero Cuba y Venezuela comparten también una certeza: no hay paraísos adonde regresar. Ni la Cuba pre-59 ni la Venezuela pre-Chávez eran la panacea que hoy algunos creen” (Nueva Sociedad, febrero 2019).
La sombra de Fidel, el único ciudadano de la hermosa isla, sigue presente en Venezuela. El caudillo mesiánico vive dentro de nuestras creencias convertidas en accionar político. No es asunto solo de izquierdas. Escribía Cabrujas en 1991: “Ahora, se terminó Comandante y usted sobra. No hay discurso que lo acomode ni realidad que lo sostenga. Usted nos debe una renuncia. Usted debe evitar la prolongación de su persona”.
Para Cabrujas, Castro ya no era un contemporáneo, era el pasado de un mundo moderno. Paradójicamente, los mejores años de disfrute del viejo caballo vendrían poco después gracias al encanto que ejerció sobre aquel por quien el teatrista y escritor de telenovelas manifestó su simpatía por atreverse a “hacer algo más allá de la habitual rutina de oposición y denuncia”, “prisionero incómodo y héroe triunfante después del episodio de las tanquetas” (El mundo según Cabrujas, 2009, p. 247). Es decir, los venezolanos, Chávez y Fidel se encontraron, ninguno era moderno. Todo era una falsa fachada, como el traje azul del ilustre visitante.
En su destino Cuba y Venezuela parecen recorrer el mismo camino. Mientras más logre sobrevivir el régimen ahora liderado por Díaz Canel en sus malabarismos, aperturas y deslastre de cualquier legado socialista, más fácil será para los gobernantes venezolanos repetir la hazaña y perpetuarse en el poder por algunas décadas más.
* Historiador. Profesor. Universidad de Los Andes. Mérida
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