Nadie sabe nada
Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale
El domingo pasado caminaba por la desierta Buenos Aires. Había salido a buscar el desayuno para mis hijos preadolescentes que, tal vez por su edad, tienen un apetito voraz. Pero no solo por los libros (gracias a Dios), sino también por las arepas y las medialunas por igual. Igual les aclaro que la columna de esta semana no es para contarles de los hábitos alimenticios de mis hijos, sino para anunciarles que los últimos días de la prensa han llegado.
Cuando aún estaba en Venezuela, una de las cosas que más extrañaba de Buenos Aires era su pujante industria editorial. Uno podía encontrarse casi en cualquier puesto de diarios no solo los periódicos del día, sino colecciones de los que se les pueda ocurrir: desde botellas de vino, autos antiguos, juguetes y lo que fuera.
Recuerdo que cuando ayudaba a mi primo Vicenzo en su puesto de diarios, los domingos eran una fiesta. La gente llegaba a buscar su Clarín o su Página 12, daba igual; y además se quedaban a charlar con todo el que estuviese en el kiosco. Aquel lugar era mágico, pues además de comprar el diario, podías desde averiguar una dirección hasta encontrar trabajo. También debatías desde cuáles eran las mejores medidas para sacar a la Argentina hacia adelante hasta criticar la alineación de Boca, River, Racing o cualquier otro club en el último partido.
Y justo este domingo, cuando cruzaba la calle entre Corrientes y Medrano, frente a mí vi un puesto de diarios; ahí noté que hace mucho no me detenía en uno. Esta vez no había señores gesticulando airadamente defendiendo su partido político y mucho menos hinchas apasionados hablando de fútbol; solo vi al diariero sentado en su banco, apilando periódicos que nadie compró (ni va a comprar), y que obviamente serán un lastre para su ya maltrecha economía. Eso sin contar que el trabajo de periodistas, correctores, editores, prensistas, y distribuidores terminará, con suerte, en la jaula de los canarios.
¿Qué pasó? Muchos dirán bueno es que llegó el internet, la inmediatez del Twitter asesinó las noticias exclusivas… y algo de eso seguramente hay. Pero creo que pasa algo más: la gente está ¡podrida! de las noticias. Antes de la pandemia ciertamente eramos bombardeados por noticieros 24 horas, programas de opinión y magacines. Pero en el mundo covid-19 el virus letal convive con otro que también mata, pero más lentamente: la infoxicación.
¿Cómo puede matar la información? Pues porque la saturación de malas noticias trae desesperanza, depresión y daños en la salud mental. Ojo, no estoy diciendo que no se informen, pero sí que lo hagan en la justa medida. Sé que desde hace tres columnas no tiro un chiste, pero es justamente porque al estar tan expuesto a las noticias ¿quién tiene ánimos de reírse? Pero bueno, creo que me pasó como a Platón en el mito de la caverna: he visto la luz.
Por lo que he decidido entrar a Twitter una hora en la noche básicamente para ver cómo la gente se putea, y sobre todo cómo defiende banderas que no son suyas solo por moda, para que todos crean que son cool. Además, veo las noticias una hora al levantarme, y el resto del día trabajo, como, y leo, leo mucho.
La verdad quería escribir esto como una excusa para invitarlos a que aprovechen este tiempo para retomar los clásicos, disfrutar las películas y series que les gustan y, por supuesto, que escuchen pódcast, que hay de todas las temáticas y son muy buenos.
Yo les voy a recomendar uno de mis favoritos: Nadie sabe nada, un pódcast de humor que muchas veces toca temas de la opinión pública, pero desde la comedia. En víspera de una nueva cuarentena obligatoria, solo quiero pedirles que nunca olviden que “Reír es la única salida”
Y en cuanto a la pregunta de ¿Qué va a pasar en el futuro con la pandemia? Les digo que no se preocupen, porque es como el programa que les acabo de recomendar: ¡Nadie sabe nada!
Los locos que no pararon la tele
Ilustración de Alexander Almarza, @almarzaale @SoyJuanette El domingo pasado caminaba por la desierta Buenos Aires. Había…
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