Lo que el viento no se llevará - Runrun
Armando Martini Pietri Abr 16, 2020 | Actualizado hace 3 semanas
Lo que el viento no se llevará

@ArmandoMartini  

En todas partes el proceso es el mismo, se va repitiendo. El coronavirus llega, pasa de un cuerpo a otro, suma contagios, enfermos, desconciertos y mata. Quizá cansado de esperar por gobiernos, laboratorios y autoridades de salud que ya no saben qué inventar ni experimentar para frenar su furia contaminante, letal, deja en el aire teorías conspirativas de estadistas de la ignorancia, incompetencia e ilusiones sin fundamento.

En todos los países asesina inmisericorde, sin piedad, mientras conviven casos de jóvenes fuertes que mueren y nonagenarios que con dificultad sobreviven a su propia historia, devueltos a vegetar porque el fulano virus nada les pudo hacer. Raúl Castro y sus camaradas de desgaste físico en La Habana, por ejemplo.

Lo que sí deja el coronavirus es desolación económica. No hay país, empresa o bolsa de valores que aguante meses de paralización, erogación de nóminas y gastos sin producir ingresos. El miedo incluso el pánico al contagio son devastadores, las dudas que existen y seguirán existiendo sobre si familiares, amigos, compañeros de trabajo serán asintomáticos, o sea, propagadores encubiertos del virus que enferma a otros, pero no a ellos mismos.

En países grandes y potencias aliadas como las que integran la Unión Europea, el desbarajuste financiero pasará menos intenso; han decidido vaciar centenares de miles de millones de recursos monetarios en empresas e individuos de todos los niveles, en especial en los menos favorecidos, y así inyectarles certidumbre para comenzar de nuevo.

Proveedores multilaterales de dinero, integrados, sostenidos por naciones líderes, se encargarán de auxiliar a las medianas y pequeñas empresas de países de África y Latinoamérica, incluyendo algunos capaces de grandes estupideces.

En las naciones socialistas-comunistas pocos se enterarán, o reclamarán. Los gobiernos con mano de hierro -en estos tiempos suavizados por guantes de buena tela comunicacional- no permitirán que nadie, ni siquiera empresarios arruinados, insolventes o trabajadores desempleados, empobrecidos, formen líos y lloren demasiado en público.

Los tiranos son pragmáticos: aprietan y, si conviene, ahogan. Existen procesos en desarrollo, por ejemplo en China, donde transforman a los abandonados e improductivos en clase media con aspiraciones, y la situación de pandemia puede ralentizar. Sin embargo, las tiranías modernas no pueden detenerse porque terminarán colgadas de los pies.

Rusia puede complicarse, tiene su déspota arbitrario y también mercado, pero carece de economía libre y vigorosa. Las armas, mientras más avanzadas, necesitan tecnología de desarrollo diario y requieren dinero, pero también una economía poderosa que no tiene. Putin es aguajero, hace escaramuzas, pero más allá de gruñir, lanzar miradas que parecen profundas y con intenciones ocultas, solo hace salivar los hocicos resecos de los famélicos del mundo. Como nosotros.

Que no somos hambrientos porque la vida nos haya hecho así, sino porque tuvimos la ignorancia e ingenuidad de elegir a indoctos pero hábiles palabreros de bolserías y pendejadas para que se encargaran de nuestros asuntos, cumplieran sus ofertas y promesas, de cambiar el flujo de las enormes ganancias que Dios dispuso para la ciudadanía y desarrollo del país, no para las avariciosas arcas y bolsillos de cuarto repúblicos y ladrones imperialistas. Lo que nunca advirtieron los zánganos fue que, en ese camino de cambio a la quinta república, habría una alcabala infranqueable, inevitable de revolucionarios y afines.

Pero no les están marchando bien las cosas a los cómplices aprovechadores e hipócritas; al ladrón, sea bueno o malo, siempre lo descubren y atrapan, en eso están ojos y oídos de naciones con principios, ética, libres y democráticas. La COVID-19 no es un barranco final, es un obstáculo que coloca el foco sobre los autovictimizados mientras nerviosos estornudan, temerosos de investigaciones, sentencias, grilletes y esposas. La cosecha de lo que han sembrado y cultivado.

Lo que nos quedará a los ciudadanos venezolanos después de la pandemia es trabajar duro, con ilusión y expectativa, recurrir a organismos, consorcios y corporaciones que nos faciliten productos, bienes, servicios y préstamos, como es lógico, en espera de compensación justa. ¿Cómo ingresar decenas de millones a la industria petrolera para reconstruirla del desastre en el cual los bandidos la dejaron, sin cobrar nada?

Dispondrán, traerán recursos financieros y humanos, para reactivar y reconstruir lo destruido. Con ellos lo rescataremos porque saben bien que no se le puede vender nada a los que nada tienen. 

Después de las pandemias, la de COVID-19, y la del socialismo bolivariano castrista -que es peor y aun más cruel-, vendrán capitales, restableceremos el orgullo de ser y tener, convirtiéndonos en buen mercado, porque no todo se lo llevará el viento.

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