El costo de no ser libres por Víctor Maldonado C.
Víctor Maldonado C. Sep 17, 2015 | Actualizado hace 5 días
El costo de no ser libres

LibertadesEconómicas

 

CEDICE-Libertad acaba de presentar los resultados del Índice de Libertad Económica. Los detalles están disponibles en el portal del FRASER Institute  (www.freetheworld.com) y deberían ser objeto de reflexión y estudio de intelectuales, líderes políticos y candidatos a la Asamblea Nacional, entre otras cosas porque tenemos que enseriar la discusión y desterrar definitivamente la tentación populista. Los que quieran tener la oportunidad de dirigir al país deberían hacer un compromiso solemne de no ofrecer lo que saben ellos que no pueden y ni siquiera es conveniente cumplir. Hay que salir del pantano de las ofertas espurias. Unos y otros dicen que van a realizar aumentos de salarios, otros incluso ofertan dolarizar los salarios y todos maltratan la realidad que de muchas maneras nos indica que tenemos que hacer un inmenso esfuerzo para sacar adelante al país.

Alguna vez Marcel Granier escribió que la crisis económica y la crisis jurídica desencadenaban ineluctablemente crisis sociales. Si es así la mesa está servida. No falta nada. Para colmo padecemos de una creciente desesperanza: una doble falta de fe –diría Granier- que nos trastoca la coyuntura tanto como nos niega la imaginación del largo plazo. ¿Tocamos fondo? Los países no tienen ese privilegio. La caída es libre hacia una condición cada vez peor. Y Venezuela, eso sí, es la que está cayendo con una inexplicable velocidad.

El Índice de Libertad Económica no es el único índice. Lo trágico es que en todos los que están disponibles hay una fatal coincidencia: Venezuela no tiene libertades económicas, no es atractivo para hacer negocios, no cuenta con suficiente fortaleza institucional para defenderse de los embates del populismo autoritario, y para colmo, tampoco es transparente. Toda la opacidad de la que hace gala encierra una constatable condición de corrupción sistémica que está apalancada por la represión pura y dura, ejercida contra todos aquellos que pongan en peligro la estabilidad del grupo que está en el poder. Nuestras libertades –todas- se están devaluando a la misma velocidad que se deteriora la capacidad adquisitiva del bolívar. Porque tenemos que decirlo de una vez por todas: Todas las libertades se pierden a la vez. No hay tal cosa como libertad económica y represión política. No es socialmente sostenible.

El Instituto FRASER elaboró su índice tomando en cuenta datos exhaustivos correspondientes al –ya muy lejano para nosotros- año 2013. Para esa época, cuya crisis en comparación con la actual es un pálido reflejo de nuestras circunstancias presentes, Venezuela era ya el país con menos libertad económica de 157 estados escrutados. No hay nadie que tenga peor desempeño ni es posible que estemos peor rodeados. El cortejo luce desolador y penoso, porque habiéndose prometido que seríamos un país potencia –donde todas las familias merecían tener una TV Plasma, ¿recuerdan?- ahora estamos por debajo de Angola, República Centroafricana, Zimbabue, Argelia, Argentina, Siria, Chad, Libia y República del Congo. ¡No hay peor país para vivir! ¿Por qué?

La respuesta es sencilla, pero vale la pena abundar en ella. La libertad económica está presente cuando a los individuos se les permite que elijan y participen en transacciones competitivas y voluntarias mientras no dañen a otras personas o su propiedad. Cuando esa libertad se garantiza, ni los gobiernos ni los individuos se sienten con el derecho a tomar cosas de otros o a exigir que otros se las provean. Nadie pide lo que no merece y tampoco nadie anda ofreciendo lo que en justicia y productividad se puede otorgar. Nadie se siente el redentor de nadie y ninguno anda suspirando por la venida de un redentor. Se garantiza el orden social y se repudia y castiga severamente cualquier intento del uso de la violencia, el robo, el fraude y las invasiones físicas. Se trata de practicar intensamente lo que está permitido: elegir libremente, y comerciar y cooperar con otros tanto como ellos consideren justo. Ya sabemos que ese no es el enfoque ideológico que se practica en Venezuela. Aquí funciona la ética del guerrero misticista y malandro que juega a la “caída y mesa limpia” bajo el supuesto de que solamente él puede administrar justicia y garantizar el progreso. El caudillo y sus secuaces han provocado todo lo contrario. La libertad se ha devaluado, el estado de derecho y la administración de justicia se han depreciado, los salarios se han pulverizado, los ahorros no existen porque vivimos al día, sin inventarios y sin capacidad para producir, y para colmo tenemos que vivir y morir callados porque se ha expoliado el ejercicio de la crítica y llevado a su mínima expresión la libertad de expresión. Venezuela es el país de los controles de cambio, de costos, de precios, de censura de la expresión y la información. Y toda esta destrucción no se puede escanciar de la depauperación política y de la degradación social.

En Venezuela se han dinamitado los pilares de la libertad económica que son (1) elección personal, (2) intercambio voluntario coordinado a través de los mercados, (3) libertad para acceder y competir en los mercados, y (4) protección de las personas y su propiedad de la agresión de terceros. Aquí no hay nada de eso. Vivimos la excepción autoritaria que nos obliga a hacer innumerables colas para recibir “lo que hay, si es que algo hay”. No hay libertad económica cuando el signo más conspicuo de la economía es el racionamiento.

Algunos pueden creer que todo lo que tenga que ver con la economía es una exquisitez. Los que así piensan están profundamente equivocados. Nada más vital y cotidiano que la economía, decantada desde la política y que decanta hacia lo social. Si nos va tan mal es que algo muy malo se está haciendo en la política y algo peor se cocina en términos de crisis social. El precio de la falta de libertad se paga con inflación, represión y escasez. Somos más pobres porque las naciones no libres tienen peores indicadores de bienestar. Este índice ha demostrado que el ingreso promedio del 10% más pobre en las naciones con mayor libertad económica es 50% mayor al ingreso promedio de la población de las naciones menos libres. Lo mismo podemos decir de la esperanza de vida que es 80.1 años en los países más libres, mientras que en el cuartil inferior es solamente de  63.1 años. Y a eso sumemos la tragedia de vivir el autoritarismo. Las libertades políticas y civiles son considerablemente mayores en las naciones económicamente libres que en las naciones sin libertad. No es casual por tanto que todas las alarmas estén encendidas en términos del alarmante deterioro de las condiciones de vida de los venezolanos. En esta Venezuela sin libertades se vive menos y se vive peor.

Pero volvamos a la pregunta originaria. ¿Por qué tenemos que calarnos tan mala vida? ¿Por qué tenemos que vivir con miedo, tristeza y desesperanza? ¿Por qué la política resulta ahora tan peligrosa como para pensar en que es mejor callar y dejar pasar? Porque estamos indigestados de estatismo. Porque hemos dejado crecer metastásicamente al gobierno hasta convertirlo en un Leviathan que se ha rebelado contra su obligación contractual de garantizarnos la vida y la propiedad. Y porque todo el espacio que ocupa el régimen es el que se nos está confiscando a los ciudadanos para el ejercicio responsable de la ciudadanía.

Marcel Granier, quien mejor ha descrito los efectos perniciosos de este estado omnipotente e inútil, ha dicho algo que nos cuesta oír, pero igualmente hay que decirlo: Hemos sido inmaduros ante la prosperidad pero resulta imperdonable que sigamos siendo inmaduros ante las dificultades. ¿Y saben por qué? Porque llevamos años sacrificando nuestros derechos y libertades en el altar del despotismo populista. Que no nos damos por aludidos cuando el déspota tiene recursos de sobra para repartir irresponsablemente y que padecemos ataques de nostalgia cuando lo único que quiere repartir el tirano es represión. Porque si no es así ¿qué hacemos prestando oídos a propuestas tan irresponsables como aumentos indiscriminados de salarios, la dolarización de los salarios y otras versiones del realismo mágico aplicado a la política?

El debate es otro. Está centrado en la administración responsable de nuestro presente y nuestro futuro. Sin dejárnoslo arrebatar por el demagogo. Sin encomendárselo a nadie. La discusión es sobre cuatro aspectos: El primero tiene que ver con el tamaño del estado, entendiendo que mientras más grande sea el estado tendremos menos libertades y prosperidad. El segundo aspecto tiene que ver con la necesidad de evitar la impunidad supuestamente heroica del populista. No debemos dejar cabida a la arbitrariedad del que ejerce el poder sino exigir de una vez por todas que todos, poderosos o no, nos sometamos al estado de derecho, la garantía de los derechos de propiedad, la independencia judicial y la imparcialidad de los tribunales. Cuando eso no ocurre florecen los crímenes de estado, las corruptelas, los negociados, y se llenan las cárceles de presos políticos. El tercero es también muy importante, porque no hay libertad posible si no se nos garantiza a todos una moneda sana, con capacidad adquisitiva, estable y que no sea objeto de la depauperación que provocan los populismos. El debate político no puede hacerse el loco con el desenfreno con que los gobiernos imprimen billetes que no tienen valor. Pero detrás de eso, no lo olvidemos nunca, está agazapada la oferta engañosa del antihéroe demagogo. ¿50% de aumento de salarios? ¿Cómo se paga eso? Porque “¡no hay almuerzo gratis!”. El cuarto requisito es la libertad de comercio, la libertad de intercambio a través de las fronteras nacionales es un elemento básico de la libertad económica que el socialismo del siglo XXI ha confiscado a través de leyes de costos y precios, control cambiario y más recientemente con el cierre de las fronteras. Tenemos que estar claros que el guión trazado desde el Plan de la Patria es la dominación total, el arrebato absoluto de cualquier grado de libertad. Por eso la clausura de las relaciones binacionales y el haber dejado al país sin la posibilidad de comprar pasajes aéreos. Por eso es que ningún venezolano honesto tiene acceso a dólares. ¡Estamos confinados! Y por último, el quinto aspecto: La libertad económica se reduce si las reglamentaciones restringen la entrada a los mercados e interfieren en la libertad de intercambio voluntario.

Tal y como lo ha dicho insistentemente CEDICE-Libertad, corresponsal local del FRASER Institute, la perdida de nuestras libertades está relacionada con la desproporción del gobierno, que se ha salido de cualquier quicio razonable. En una sociedad económicamente libre, la función principal del gobierno es proteger a las personas y sus bienes de la agresión de terceros. Todo lo demás luce excesivo y amenazador. Los venezolanos ya sabemos por qué.

El debate político debería centrarse en estas ideas. La prosperidad no tiene atajos ni se puede obtener sin plena garantía de las libertades. Tomo las palabras de Marcel Granier como conclusión: “Ha llegado la hora de serenarse y de reflexionar sobre las razones de tanto fracaso. De examinar qué hemos dejado de hacer o qué hemos hecho mal. Ha llegado la hora de preguntarse no ya en qué ha fallado la democracia sino más bien en qué le hemos fallado nosotros a ella”.

 

@vjmc