Es muy probable que la elección presidencial el año que viene en los Estados Unidos sea un nuevo duelo Bush-Clinton. En Francia, los ciudadanos elegirán un nuevo presidente en el 2017 y podría repetirse una rivalidad Hollande-Sarkozy como en el 2012. En la caótica Venezuela, muchos oficialistas y agentes del statu quo, lucen convencidos que el 2019 se repetirá la campaña Maduro-Capriles.
En el caso estadounidense, no serían las mismas personas. Por un lado, Jeb Bush, hijo y hermano de ex presidentes. Del lado Clinton, el apellido será encarnado por Hillary, esposa del ex presidente Bill Clinton.
Difícilmente alguien podría poner en entredicho, el hecho que, ambos están capacitados para ejercer la presidencia. Hillary Clinton, a sus 67 años, tiene amplia experiencia en asuntos de Estado. Siendo Primera Dama, sembró las bases para la reforma del sistema de salud que finalmente Obama implementó. Luego, lo más importante, Hillary, fue jefe de la diplomacia norteamericana.
Respecto a Jeb Bush, de 62 años, fue gobernador de Florida durante 8 años.
No obstante, en la opinión pública, fuera y dentro de los EEUU hay una suerte de molestia por esa especie de transmisión familiar en el país de las oportunidades. Pero al mismo tiempo, es el país, que admiró al clan de los Kennedy. Siempre puede haber sorpresas, como ocurrió con el outsider Obama en el 2008. Pero luce muy cuesta arriba, que el sistema de la política espectáculo de la gran potencia, no vaya a favorecer a unos apellidos muy anclados en los espíritus de los estadounidenses.
Ni los EEUU, ni Francia y en mucha menor medida Venezuela, tienen nada que ver con Inglaterra, donde el relevo político es una norma inquebrantable. Los británicos, saben que el político que pierde unas elecciones, renuncia inmediatamente y deja el espacio abierto a su sustituto.
Es lo propio de la democracia, la renovación constante de quienes aspiran a ejercer puestos de liderazgo y dirección.