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Yo soy Charlie por Luis de Lion

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La resonancia mundial de la masacre de París el pasado miércoles 7 de enero, constituyó en un primer momento una victoria para los terroristas del fundamentalismo islámico. Pero inmediatamente la emoción mundial, a través del “Je suis Charlie”, reconfortó a la gran mayoría de los que militamos en la lucha por las libertades. Sin duda, una paradoja espantosa a la que son confrontadas las naciones víctimas de ésta nueva y espantosa forma de guerra.

La prensa es a los ojos de los fundamentalistas un gran aliado, que utilizan para darle publicidad a su causa, para atraer nuevos adherentes y para aterrorizar al mayor número de personas. La potencia de los medios de comunicación les otorga una gran fuerza. Es así como dos hermanos torpes y un hombre recién salido de la cárcel, fuertemente armados, sembraron el terror en París durante 72 horas.

Una asimetría, que deja a muchas instituciones democráticas y a muchos valores republicanos impotentes e incapaces de hacerle frente a éste nuevo tipo de combate que ha resultado inmune a las convencionales armas de las democracias.

Al tiempo que, mientras el terrorismo evoluciona constantemente, en el imaginario colectivo quedó la idea según la cual el terrorista forma parte de una célula, la cual a su vez es miembro de una red en función de una estrategia colectiva. Algo que supone intercambios, encuentros, reuniones, comunicación y logística.

La policía y los servicios de inteligencia occidentales hacen un gran trabajo al tratar de seguirle la pista a este monstruo de mil cabezas que es el terrorismo islámico.

Atrás quedó la logística de los atentados del 11 de septiembre en el que una célula de Hamburgo, actuando en nombre de Al Qaeda realizó una operación de gran alcance previa autorización de la jerarquía de la red islámica.

Hoy, los terroristas escogen sus objetivos por su propia cuenta y la democratización del contrabando de armas ha ayudado mucho. El financiamiento de ese tipo de acciones dejó de ser fundamental. Otros se radicalizan de manera aislada sin intervención de una red internacional estructurada.

Esa suerte de banalización, complica el trabajo de los servicios de inteligencia. Básicamente en la dificultad de anticipar cuando podría pasar al acto un joven que se auto-radicaliza solo desde su propia habitación, frente a su computadora. Una realidad que desconocemos y en consecuencia no comprendemos.

En el caso de la masacre de Charlie Hebdo, los hermanos Kouachi estuvieron vinculados a la llamada red parisina de Buttes-Chaumont en donde sus integrantes hacían ejercicios físicos y reclutaban a combatientes para la yihad.

Lo religioso queda reducido a menos que un pretexto. Los nuevos yihadistas conocen el islam de forma indirecta y no soportan la más mínima contradicción.

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La resonancia mundial de la masacre de París el pasado miércoles 7 de enero, constituyó en un primer momento una victoria para los terroristas del fundamentalismo islámico. Pero inmediatamente la emoción mundial, a través del “Je suis Charlie”, reconfortó a la gran mayoría de los que militamos en la lucha por las libertades. Sin duda, una paradoja espantosa a la que son confrontadas las naciones víctimas de ésta nueva y espantosa forma de guerra.

La prensa es a los ojos de los fundamentalistas un gran aliado, que utilizan para darle publicidad a su causa, para atraer nuevos adherentes y para aterrorizar al mayor número de personas. La potencia de los medios de comunicación les otorga una gran fuerza. Es así como dos hermanos torpes y un hombre recién salido de la cárcel, fuertemente armados, sembraron el terror en París durante 72 horas.

Una asimetría, que deja a muchas instituciones democráticas y a muchos valores republicanos impotentes e incapaces de hacerle frente a éste nuevo tipo de combate que ha resultado inmune a las convencionales armas de las democracias.

Al tiempo que, mientras el terrorismo evoluciona constantemente, en el imaginario colectivo quedó la idea según la cual el terrorista forma parte de una célula, la cual a su vez es miembro de una red en función de una estrategia colectiva. Algo que supone intercambios, encuentros, reuniones, comunicación y logística.

La policía y los servicios de inteligencia occidentales hacen un gran trabajo al tratar de seguirle la pista a este monstruo de mil cabezas que es el terrorismo islámico.

Atrás quedó la logística de los atentados del 11 de septiembre en el que una célula de Hamburgo, actuando en nombre de Al Qaeda realizó una operación de gran alcance previa autorización de la jerarquía de la red islámica.

Hoy, los terroristas escogen sus objetivos por su propia cuenta y la democratización del contrabando de armas ha ayudado mucho. El financiamiento de ese tipo de acciones dejó de ser fundamental. Otros se radicalizan de manera aislada sin intervención de una red internacional estructurada.

Esa suerte de banalización, complica el trabajo de los servicios de inteligencia. Básicamente en la dificultad de anticipar cuando podría pasar al acto un joven que se auto-radicaliza solo desde su propia habitación, frente a su computadora. Una realidad que desconocemos y en consecuencia no comprendemos.

En el caso de la masacre de Charlie Hebdo, los hermanos Kouachi estuvieron vinculados a la llamada red parisina de Buttes-Chaumont en donde sus integrantes hacían ejercicios físicos y reclutaban a combatientes para la yihad.

Lo religioso queda reducido a menos que un pretexto. Los nuevos yihadistas conocen el islam de forma indirecta y no soportan la más mínima contradicción.

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La resonancia mundial de la masacre de París el pasado miércoles 7 de enero, constituyó en un primer momento una victoria para los terroristas del fundamentalismo islámico. Pero inmediatamente la emoción mundial, a través del “Je suis Charlie”, reconfortó a la gran mayoría de los que militamos en la lucha por las libertades. Sin duda, una paradoja espantosa a la que son confrontadas las naciones víctimas de ésta nueva y espantosa forma de guerra.

La prensa es a los ojos de los fundamentalistas un gran aliado, que utilizan para darle publicidad a su causa, para atraer nuevos adherentes y para aterrorizar al mayor número de personas. La potencia de los medios de comunicación les otorga una gran fuerza. Es así como dos hermanos torpes y un hombre recién salido de la cárcel, fuertemente armados, sembraron el terror en París durante 72 horas.

Una asimetría, que deja a muchas instituciones democráticas y a muchos valores republicanos impotentes e incapaces de hacerle frente a éste nuevo tipo de combate que ha resultado inmune a las convencionales armas de las democracias.

Al tiempo que, mientras el terrorismo evoluciona constantemente, en el imaginario colectivo quedó la idea según la cual el terrorista forma parte de una célula, la cual a su vez es miembro de una red en función de una estrategia colectiva. Algo que supone intercambios, encuentros, reuniones, comunicación y logística.

La policía y los servicios de inteligencia occidentales hacen un gran trabajo al tratar de seguirle la pista a este monstruo de mil cabezas que es el terrorismo islámico.

Atrás quedó la logística de los atentados del 11 de septiembre en el que una célula de Hamburgo, actuando en nombre de Al Qaeda realizó una operación de gran alcance previa autorización de la jerarquía de la red islámica.

Hoy, los terroristas escogen sus objetivos por su propia cuenta y la democratización del contrabando de armas ha ayudado mucho. El financiamiento de ese tipo de acciones dejó de ser fundamental. Otros se radicalizan de manera aislada sin intervención de una red internacional estructurada.

Esa suerte de banalización, complica el trabajo de los servicios de inteligencia. Básicamente en la dificultad de anticipar cuando podría pasar al acto un joven que se auto-radicaliza solo desde su propia habitación, frente a su computadora. Una realidad que desconocemos y en consecuencia no comprendemos.

En el caso de la masacre de Charlie Hebdo, los hermanos Kouachi estuvieron vinculados a la llamada red parisina de Buttes-Chaumont en donde sus integrantes hacían ejercicios físicos y reclutaban a combatientes para la yihad.

Lo religioso queda reducido a menos que un pretexto. Los nuevos yihadistas conocen el islam de forma indirecta y no soportan la más mínima contradicción.

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