Armando Scannone: “Hay que estar siempre venciendo el desafío que es vivir”
Armando Scannone: “Hay que estar siempre venciendo el desafío que es vivir”

 

@diegoarroyogil

ARMANDO SCANNONE VIVE EN EL COUNTRY CLUB, pero apenas entrar a su casa y sentarse a conversar con él, en una orilla de salida hacia su jardín, “El Country”, como todos le llamamos, adquiere de inmediato ese aire rural de solera caraqueña que hay, por ejemplo, en las novelas de Teresa de la Parra. Deja de ser nada más que una urbanización de ricos y famosos y evoca postales donde un grupo de personas aparecen en el porche de una casa de Altagracia o temperando en Los Chorros, pasando un rato de lo más sencillo, grato y casual. Sin poses, “a la manera de Caracas”, como bien reza el subtítulo de Mi cocina, el recetario que convirtió a Scannone en un personaje entrañable de la mitología criolla venezolana y que selló su vínculo con un oficio que don Armando práctica como si se hubiera creado para él: el oficio de gastrónomo. No contento con haber reeditado Mi cocina varias decenas de veces desde que se publicó en 1982 (es, posiblemente, el libro más vendido en Venezuela en toda su historia después de la Biblia, por la que nadie come) y de haber hecho recetarios de comida light, comida de menú, entre otros, ahora prepara Mi cocina para embarazadas. Él explica: “Es un libro con comida corriente venezolana pero sometida a cantidades de calorías por día de acuerdo con el progreso del embarazo. En realidad, más que para las embarazadas, es un recetario que puede funcionar como una herramienta para que el médico tratante controle la alimentación de la mujer”.

–¿No sé cansa, don Armando?

–¿Por?

–Trabaja y trabaja y trabaja. Tiene 93 años y está haciendo otro libro.

–¿Y tú no sabes que la vida es un reto permanente? La vida es un reto que tienes que vencer cada momento. Si no, es un fastidio. No significa que haya que “librar una batalla” ni mucho menos. Puedes acostarte un rato a hacer una siesta o pasar una mañana sentado en un sillón sin hacer nada. Pero mentalmente hay que estar siempre venciendo el desafío que es vivir. Vivir es un desafío con uno mismo. Tampoco es el reto de subir el Everest sino de estar activo y despierto. La reflexión nadie la prohíbe. Una de las cosas que hago naturalmente, sin obsesiones porque no tengo obsesiones de ninguna clase, es reflexionar sobre cualquier cosa, hecho o circunstancia. El que tiene la mente en off no es un ser viviente.

–Voy a cometer una indiscreción. Me dicen que usted está enfermo. ¿Qué tiene?

–Mi médula necesita estímulo para producir glóbulos rojos y glóbulos blancos. Me bajan los glóbulos rojos, la hemoglobina, los leucocitos, y necesito un tratamiento permanente. Es un síndrome mielodisplásico. Creo que no es tan grave. Tiene una cierta relación de origen con la leucemia, pero lejana. No tengo leucemia ni me voy a morir de esto. Puede que me muera mañana, pero me siento hábil para vivir. Si camino con andadera es por problemas en la columna, nada más.

–¿Le teme a la muerte?

–¡No, en absoluto! Y espero morir tranquilo, conversando. No le tengo ningún temor a la muerte. Lo cual más que una virtud es una ventaja. Yo hablo de la muerte como hablo de aquella mata de mango –dice, y señala un árbol del jardín.

–¿Le viene de familia?

–A lo mejor. Yo soy hijo de una familia de inmigrantes. Éramos 9 hermanos, yo era el octavo. Soy el que queda. Y nuestra casa era muy feliz. Mis padres tenían dos preocupaciones importantes: buena y variada alimentación de comida criolla y que todos estudiáramos una profesión que nos permitiera tener medios para vivir e independencia económica.

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–¿Cómo es que en una casa de italianos tenían ustedes una alimentación criolla? Aquí es común que en casa de italianos se coma comida italiana.

–Por una razón: el hecho de ser 9 hijos y que todos estudiaran a la vez, obligaba a tener gente de servicio…

–…y era gente criolla.

–Gente criolla, sí. Gente que venía del Tuy, de Barlovento, de los Andes. La cocinera era de Paracotos. De modo que íbamos conociendo comidas de todas partes de Venezuela. Llegó un momento que en casa teníamos un repertorio de platos amplísimo. Tan amplio que hoy parece mentira. Hoy en día una familia venezolana tiene un repertorio de 15 o 20 platos distintos, no más. Nosotros teníamos 40, 50 platos.

–A pesar de ser usted un hombre plenamente venezolano, querido y respetado por el país, ¿no tiene nada, nada de italiano?

–No sé. Yo soy muy criollo. A mis amigos que más me conocen les extraña esta manera mía de ser. Si tengo algo de italiano es la sensibilidad por las artes, por la música. Soy bastante sensible a la cultura.

–¿Qué almorzó usted hoy?

–Primero, una crema de calabacín. Después, costillas de cochino guisadas, con papas. Arroz. Plátano. Y ensalada de lechuga. Luego, frutas. Y café.

–¿Y había pan?

–Lo que había era pan Bimbo. No había pan de panadería. Algo inusual porque en nuestra mesa siempre hubo pan, el pan francés, maravilloso. Un pan de magnífica costra y buena masa interior, con huecos.

–Es de suponer que el menú de su casa es de lo más variado, ¿cómo hace para abastecerse en medio de la escasez?

–En general nos surtimos en el Mercado de Chacao. Una ventaja porque se consigue más que en otros lugares. Una desventaja porque es más caro.

–¿Qué pierde un pueblo cuando se reduce su repertorio de platos?

–Lo básico: calidad en su alimentación. La variedad permite comer nutricionalmente completo. Pero hoy en día se come lo que hay cuando lo hay. Es la realidad.

–¿Es cierto que usted es un hombre de un gran pragmatismo?

–¿Qué quiere decir eso?

–Que es práctico en el vivir.

–Creo que sí. Yo no me hago ideas imposibles. Vivo la vida que puedo vivir. Sin obsesiones ni manías. Trato de estar en paz conmigo mismo, como todo el mundo. Eso no significa que no tengamos el derecho a soñar, incluso estando despiertos. Pero no tenemos por qué vivir sometidos a unos parámetros a los que haya que ajustarse obligatoriamente.

–Usted confía en la vida.

–¡Ah, claro! ¡Por supuesto! Y eso no quiere decir que no me preocupe, por ejemplo, la política, que me afecta muchísimo. Nos afecta a todos. No podemos abstraernos de lo que pasa. Vivir en este país te obliga a hacerlo de acuerdo con las circunstancias que se presentan. De más está decir que yo tengo una posición política.

–Hace dos semanas le escuché decir que todo esto empezó porque había que destruir al país…

–¡Sí, y lo mantengo!

–¿…pero a qué se refería exactamente?

–El comienzo de todo esto estuvo en el Foro de São Paulo, donde los señores Fidel Castro y Lula tuvieron la idea de “convertir” políticamente a este continente. Socialismo, comunismo duro, qué sé yo. Pero hacía falta dinero para lograr el resultado, y allí estaba Venezuela, un país con una riqueza del Estado excesiva, que era mal usada. Y para poder controlar a Venezuela, primero había que destruirla. Destruirla para tenerla agarrada por el pescuezo. Eso no lo podemos olvidar nunca. Ahora estamos arruinados, desgraciadamente. Porque Fidel y Lula se encontraron con un señor ignorante, infantil en cierto modo, el señor Chávez, a quien le llenaron la cabeza de cucarachas sencillamente para poder cogerse los reales, entre otras cosas. En fin. Harina de otro costal.

–Volvamos a usted. ¿La edad ayuda en algo?

–Yo no sé. La experiencia es nueva cada día. Por ejemplo, tú no aprendes a morirte. Uno se enfrenta a situaciones nuevas a cada rato. De modo que la experiencia es relativa. ¡Sí!, ayuda en algo, pero cada día surge algo distinto.

–Cuando mira su propia vida en retrospectiva, ¿qué balance hace?

–No lo hago. Pero si me pones en ese trance, diría que mi vida ha sido fructífera. Yo me gradué, trabajé como ingeniero e intervine en la construcción de obras importantes en el país, como la represa del Guárico, por ejemplo. Desde el punto de vista profesional tuve una actuación exitosa. Y mi contribución a la gastronomía ha dado frutos. El venezolano siempre ha considerado que su cocina es barata, ordinaria, fea, vulgar. Se supone que es una cocina que no se puede llevar al restaurant porque no se puede presentar. ¡Claro que se puede presentar! La cocina venezolana es extraordinaria y es digna de estar con éxito en cualquier situación. Creo que mis libros contribuyeron a que el venezolano se diera cuenta de eso. Mis libros contribuyeron a que el venezolano tuviera fe y confianza en su cocina.

–Habla usted de su vida profesional, pero ¿no le hubiera gustado estar rodeado de nietos, por ejemplo?

–Me hubiera gustado muchísimo. Y tú me preguntarás por qué no me casé. No lo sé.

–¿No se enamoró nunca?

–Sí, cómo no. Me enamoré y aunque no llegué a compromisos formales, sí establecí relaciones o, mejor dicho, acercamientos. Quizá lo que me pasó fue que me dediqué con mucho empeño a mi trabajo.

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–El mundo profesional abarcó de tal manera su vida que no hubo para más.

–En buena parte, sí, pero esa no es la única razón. Si tú te enamoras, vences cualquier obstáculo… No sé. No sé qué pasó conmigo. Yo soy un hombre absolutamente normal, digamos así, con respecto a su sexo. A lo mejor es que no me enamoré suficientemente. Quizás sea esa la razón. Si me hubiera enamorado suficientemente, como un loco, como es… quién sabe. Enamorarse, comprometerse, decidir hacer el resto de la vida con otra persona, de alguna manera es un acto de locura. Estás comprometiéndote con un futuro del cual no tienes salida, al menos aparente (risas).

–Sin embargo usted ha dicho mucho que nunca ha padecido la soledad.

–No, nunca la he sentido.

–¿Y cuál es el secreto para no sentirse solo?

–Estar conforme, satisfecho con uno mismo y no pensar en pajaritos preñados. Yo vivo mi vida de la mejor manera posible. Tú no planeas tu vida. La vida va pasando. Y uno contribuye haciendo cosas.

–¡Pero usted siempre ha tenido planes!

–Desde luego, pero dejo que ellos mismos se desarrollen.

–A ver, ¿lo que quiere decir es que la vida no está enteramente en nuestras manos?

–¡Sí! Porque la vida depende de muchas circunstancias. Para vivir hay que tener ilusiones, claro, pero no se puede ser iluso. Hay que tener los pies en el suelo y vivir en función de las posibilidades.

–Usted ha sido, en definitiva, un hombre feliz, don Armando.

–Absolutamente. Fui feliz el tiempo que viví con mis padres y con mis hermanos.

–¿Y hoy?

–Hoy lo sigo siendo. Sería más feliz si hubiese tenido hijos, pero tampoco me pongo a llorar porque eso no pasó. No pasó y ya está.

–De cierta manera, esa felicidad suya está en sus libros.

–Ojalá… –dice, y se incorpora–. ¡Chico!, he hablado este rato tan a gusto de mis cosas que se me olvidó pedir café… ¿No quieres un cafecito?

Son las 5 de la tarde y chillan unas guacharacas en El Country.