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De lo sublime a lo ridículo por José Domingo Blanco

CCS6

 

Hace algún tiempo, hubo un comentarista deportivo –cuyo nombre no recuerdo- que cuando el pelotero iniciaba bien y luego se ponchaba de manera vergonzosa, decía una frase que siempre me pareció grandilocuente: “de lo sublime a lo ridículo”. Y recordé al comentarista y su frase porque vi un video de la visita que John F. Kennedy hiciera a Venezuela, en diciembre de 1961. Por supuesto, imágenes de una Venezuela cauta y moderada, que daba pasos hacia la prosperidad y el progreso. Un país democráticamente naciente, con grandes riquezas, para envidia del resto del continente que, con el transcurrir de los años, pasó de lo sublime a lo ridículo, para infortunio de quienes la aman y bendición de quienes la roban.

¿Hacia dónde nos perfilábamos y en dónde caímos? Teníamos la materia prima para ser una gran potencia; existían las ideas, los proyectos, los recursos y las ganas. Pero también, existían los corruptos, los ladrones de cuello blanco, los de maletín y los oportunistas. Avanzábamos hacia el progreso, pero tomados de la mano con la ambición. Y derivamos, luego de años de malos gobiernos, en algo mucho peor: nuestra historia reciente, esta, la de los últimos cinco lustros ha logrado cifras récord en corrupción, pobreza y retroceso, para llegar “a pasos agigantados” –como bien rezaba su slogan- a la destrucción total de un país.

Sin embargo, es alarmante comprobar que en Venezuela coexisten dos realidades antípodas. Completamente extremas. Por un lado estamos los que vivimos una pesadilla: el epítome de la miseria, la descomposición moral, económica y social. Y en el otro –donde se encuentra la gente muy afecta al desgobierno- Disneylandia: felicidad, prosperidad y bonanza, generada por unos pseudo líderes ineptos, mediocres promovidos; pero, que a juicio de quienes les siguen, han hecho todo a la perfección. A propósito del Día del Trabajador entrevisté al diputado del PSUV, Oswaldo Vera, y a la sindicalista de ÚNETE, Marcela Máspero. No hubo, en lo absoluto, un punto de coincidencia. Fue como tener delante de mí, dos países distintos, dos realidades opuestas: el país de Vera, donde todo funciona, todo es bueno y todo sirve. Y el país de Máspero, donde la injusticia, la escasez y la matraca son el orden del día.

Llamó poderosamente mi atención un correo que me escribió una lectora, a propósito de mi artículo “A más votos, más minoría”, para describir su realidad, que es la de muchos venezolanos opositores a este régimen; pero, que viven inmersos dentro de esos sectores donde el virus llamado chavismo-madurismo-comunismo, infecta a más venezolanos y por qué esto “pica y se extiende”. Comparto con ustedes sus líneas:

Le escribo para informarle, si acaso no lo sabe, cómo es la vida en el oeste de Caracas, específicamente en el sector Capuchinos, lugar donde resido, y darle mi humilde opinión en relación a todo lo que está sucediendo. Una visión general.

En mi opinión, no saldremos de esto. Pienso que los egresados de las universidades creadas por el gobierno no van a perder lo que lograron; y, de cambiar esto, no se someterían a una reválida simplemente porque la mayoría no sabe nada. Compare a un abogado de la Central con uno de la Bolivariana; eso, por una parte. Por otra, la cantidad de empleados públicos apegados a su quince y último que, aunque estén descontentos, seguirán votando por el régimen para no perder su cambur, y siempre tendrán como ejemplo a nosotros, los despedidos de PDVSA. A ellos, mensualmente, les colocan un Mercal donde les venden un combo por 700 bolívares (dos aceites, dos mantequillas, 4 arroces, 4 pastas, un pollo y una leche) ¿se preocupan por comida?

Mingo, en los barrios hay comida. Me ha tocado, a veces, comprar en El Guarataro: me visto con una coraza y hago mi cola. Allí hay carne, pollo, leche…en Pinto Salinas, hay Mercales dotados. En el Mercal de La Morán, igual. Y no te quiero contar en el 23 de Enero: tienen de todo. Con cola, pero de todo. El gobierno hizo muy bien su trabajo; por eso es que la gente no sale a la calle, los pobres tienen comida en su barrio y los ricos consiguen en el Automercado La Muralla de La Lagunita, y en otros, su comida cara que pueden pagar. Quedamos los del medio, opositores, que damos trancazos para conseguir comida, que lloramos a diario por la situación, que nos deprimimos y a veces enfermamos.

Otro fenómeno es la descomposición social del venezolano. ¿Qué será del país con esa cantidad de adolescentes que a los quince años tienen ya dos niños? Es algo tan espantoso vivir en el Oeste: Mingo, la gente escupe en la calle, en el Metro, en los automercados. Recuerda que por aquí hay muchos edificios de la Misión Vivienda. Ir al Unicasa de Capuchinos es una travesía de gente horrible. Vas con miedo. Y en esas colas ves gorras rojas, ojos de Chávez, en fin. La gente te empuja en la calle, y no te quiero contar lo que es montarse en una camioneta, lo que representa un peligro inminente. Y la gente feliz.

Entonces, ¿cómo Capriles, Ismael García, nos piden que votemos? ¿A quién apoyamos si la oposición no sirve para nada? Es increíble el efecto rechazo que produce Chuo Torrealba. Yo, particularmente, pienso que el gobierno está fuerte, agarrando espacios, dictando medidas. Todo el tiempo escuchamos que Maduro esta caído, que esto pasa…no soy político, ni analista; pero mi percepción y la de muchos es que esto se jodió y se queda así.

La propaganda del gobierno es bestial. Tú pasas por El Calvario y dos ojos de Chávez iluminan el espacio que te da miedo.

Habla en tu programa de esto: del Oeste de Caracas, de la inmundicia que lo carcome ante la mirada feliz de algunos. Esto sigue amigo y se consolida. Clara”.

Luego de leer las palabras de Clara, quien le hizo honor a su nombre, no me quedan dudas de que nuestro país transita de lo sublime a lo ridículo. Y costará mucho, revertir ese efecto.

 

@mingo_1

mingo.blanco@gmail.com

Los socialistas y su batalla contra el tiempo por Andrés Volpe

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La relación que existe entre el tiempo y el socialismo es extraña, por cuanto que el progreso en los órdenes socialistas es inexistente. Debido a esto, el socialismo, sumido en su ferviente morbo por las utopías, condena la idea de progreso y aboga siempre por el retorno del hombre a sus orígenes, quizás culpa de las creencias de Daniel Defoe, Colón, Rousseau y otros más sobre el hombre americano, del buen salvaje.

¿Cuántos socialistas latinoamericanos hablan con una nostalgia empalagosa sobre la inocencia perdida en América? Este favor hacia el retorno del hombre ingenuo es lo que ha propulsado, en el imaginario de algunos latinoamericanos, la creencia de que la utopía de la izquierda puede ser realizable en los supuestos pueblos pobres de la América Latina. No obstante, nada está más lejos de la verdad, al ver cómo el ciudadano latinoamericano, tras sufrir el experimento reciente del estatismo y el autoritarismo socialista en Cuba y más recientemente en Venezuela, reniega de la idea de retroceder en pro de la idea de ir hacia delante. El latinoamericano pide democracia y progreso, y no estatismo y retroceso.

Allí radica precisamente el problema para los socialistas anacrónicos, porque ellos, aunque  se gasten el dinero que se gasten en ello, jamás podrán contradecir la concepción del tiempo lineal que ha logrado imponer la democracia liberal y el capitalismo. Cualquier persona piensa en el tiempo como la sucesión de acontecimientos. Idealmente, la noción de sucesión de acontecimientos lleva implícita la creencia del mejoramiento de las circunstancias iniciales. Esto, así mismo, conlleva a equiparar el transcurso del tiempo con la idea de progreso. ¿Cuántas personas ven el desmejoramiento de sus circunstancias como un retroceso? ¿Cuántas veces se ha acusado a Nicolás Maduro de liderar una dictadura retrógrada?

Este retroceso, o batalla contra el tiempo lineal, auspiciada por los socialistas puede verse en todos los ámbitos de la realidad. Es así como el retroceso ocurre en el área de los derechos humanos y hasta en la manera de hacer mercado, desde las nociones de la dignidad humana hasta en las maneras en que se sale de viaje. Y, ¿todo por la utopía que Hugo Chávez se metió en la cabeza?

El buen salvaje como idea puramente abstracta es benévola, pero cuando se toma como política de Estado en el siglo XXI es un crimen contra un pueblo, porque reducirlos a salvajes, quitándoles la oportunidad de progresar en el futuro, es precisamente lo que la dictadura de Nicolás está haciendo con la sociedad venezolana. El socialismo ha despojado al venezolano de su esperanza en el futuro, ya que lo ha condenado a vivir en un presente que amenaza con repetirse incansablemente y, peor aún, con empujarlo hacia el pasado y hacerlo sufrir el sufrimiento de desear un progreso que nunca más podrá venir.

 

@andresvolpe

El Nacional

Universidad y productividad por Luis Ugalde

atras

 

Capacitación humana y oportunidades son los pilares de nuestro futuro digno, como país y de cada persona. Lamentablemente, no sólo está  Venezuela en un momento de perplejidad – atrapado sin encontrar salida-, sino que hemos retrocedido dramáticamente (a pesar de los números) en capacitación de 14 millones de trabajadores  en la actualidad y de otros casi 10 millones en etapa de formación. Digámoslo sin rodeos: Nuestras universidades están en ruinas y la formación secundaria convencional y la de los Inces va sin rumbo y en retroceso en cuanto a calidad, sentido y razón de ser, justo en el momento en que la globalización nos obliga a medirnos  con los mejores del mundo, si no queremos desempleo masivo y prolongación de la pobreza. Sin capacitación de primera  y sin nuevas inversiones y transformaciones, es mínima la posibilidad de sobrevivir de nuestras empresas. Estamos importando aun las cosas más elementales (como la construcción de viviendas, en lo que Venezuela había avanzado y los habitantes de los barrios eran notables), se acabaron los dólares y se minimizó la capacidad de endeudarnos.

El sistema educativo y la Universidad son la medida de la capacitación productiva de un país; en ésta se hace la investigación innovadora y de ella salen personas que han tenido 18 años de estudio desde su primera infancia. En los últimos años, la capacitación de los universitarios para hacer algo productivo ha ido en proporción inversa al crecimiento de la demagogia con el número de sus alumnos. Por otra parte, se reducen las oportunidades de trabajo, pues la iniciativa y las inversiones empresariales privadas y estatales se han frenado tanto que muchos universitarios mejor preparados, ya antes de graduarse, están  haciendo las maletas para irse a producir en otra parte. Peor aún, nuestras universidades han perdido toda posibilidad de retener a sus mejores talentos como investigadores y profesores dedicados, pues no sólo en EEUU o en Australia les pagan más, sino que en Colombia, Ecuador o Chile ganan 5 o 10 veces.  En el afán oficial de controlar las universidades autónomas y de ahogar a las privadas, han reducido brutalmente la inversión universitaria. Al mismo tiempo han demonizado algunas palabras claves en el sistema educativo, como evaluación, examen, competencias, productividad… con tal grado de demagogia que los profesores de secundaria están obligados a pasar al alumno, sepa o no, mientras que las materias no vistas por falta de profesor  las pasan exoneradas, y a las universidades el gobierno les declara la guerra si quieren hacer examen de admisión, pues el autoengaño reinante en Venezuela considera que todos tienen derecho a recibir cartones de licenciado y de doctor, aunque estén vacíos de contenido. En todos los niveles entre obstáculos y desestímulos la educación técnica se siente empujada al cierre.

Si Venezuela quiere tener un futuro de dignidad humana y justicia y superar definitivamente la pobreza, tiene que acudir a su fuente clave, que no es el petrolero sino el propio pozo interior de cada persona, de donde debe salir el formidable potencial creativo para encontrarse con oportunidades productivas  en la inversión de  numerosas empresas. Eso es educar y capacitarse para ser productivos en las empresas y creadores de calidad de vida social y de República. Ésta no llueve del cielo, sino que es hechura de los republicanos y de sus virtudes públicas; pero lo público hoy es saqueo, ineficacia y anarquía, no porque el venezolano sea incapaz y cimarrón, sino porque se ha fomentado ese espíritu de ir contra toda ley y reducir el rendimiento y el profesionalismo como el camino destructivo para hacer revolución.

Si la actual capacitación es baja y la inversión empresarial nula, tenemos un resultado masivo (salvo excepciones) de una población poco formada y sin oportunidades de buen trabajo fecundo. Hemos hundido al país con el espejismo petrolero y la ilusión de que somos un país rico al que sólo le faltaba un buen distribuidor de dádivas y vengador del imperio y de los ricos que acapararon nuestra abundante riqueza. Esa miopía no empezó ahora, pero la «revolución» la llevó a extremos increíbles. La elevada capacitación de toda la población, con especial énfasis en la más pobre, tiene que ser la piedra angular del cambio y de todo pacto social y acuerdo nacional para construir una nación justa y digna.

 

Luis Ugalde

El Universal

Producción de carros en Venezuela está en el nivel más bajo desde 1962 (Infografía)

Produccioncarros

 

 

El año 2014 fue el peor para la industria automotriz venezolana desde 1962. Apenas se ensamblaron 19.759 vehículos, de acuerdo a las estadísticas de la Cámara Automotriz de Venezuela (Cavenez), lo que retrocedió al sector al nivel de hace 52 años.

La producción del año pasado representó un bajón de 72,46% con respecto a 2013, pero la magnitud del desplome se aprecia revisando las cifras históricas del sector.

Un rendimiento peor al del año pasado sólo se encuentra en 1962. En ese ejercicio, considerado el del inicio de la industria automotriz debido a la resolución del Ministerio de Fomento “Declaración de políticas sobre la industria automotriz”, sólo se armaron 10 mil autos, de acuerdo a los datos recopilados por la Cámara de Fabricantes Venezolanos de Productos Automotores (Favenpa).

¿Qué ocurrió para que se haya registrado ese retroceso? La demora en la liquidación y asignación de divisas que venían reportando las ensambladoras desde 2013 se agudizó en 2014 y las siete ensambladoras privadas agrupadas en Cavenez sufrieron paralizaciones al quedarse sin material de ensamblaje.

Desde finales de 2013 las automotrices arrastran una deuda de casi 2 millardos de dólares con sus casas matrices. En diversas reuniones con el Ejecutivo nacional los directivos de ensambladoras advirtieron que esos montos de deuda que acumulaban les limitaba el crédito y si no se cancelaban los compromisos no podrían reponer los inventarios de materia prima a tiempo y se verían forzadas a detener la producción. Aunque hubo varios ofrecimientos para cancelar la deuda asumida por concepto de importaciones no liquidadas, el pago nunca ocurrió y los despachos de partes y piezas que hicieron las casas matrices al país fueron escasos.

Esos pocos envíos de material de ensamblaje se realizaron a través de dólares otorgados en las subastas del Sistema Complementario de Administración de Divisas (Sicad 1), lo que elevó el costo de los insumos para ensamblar, pero permitió pagar a los proveedores sin aumentar la deuda. La medida logró acortar los lapsos de parada en las plantas, pero manteniendo al mínimo las líneas de producción, hasta el punto de que el total ensamblado en 2014 representa alrededor de 10% de la capacidad instalada, estimada en al menos 200 mil unidades anuales.

Menos producción que en el año del paro. Otro dato que confirma el tamaño de la contracción es que el ensamblaje de 2014 es inferior al de 2003, año en que la economía sufrió los rigores del “paro petrolero”. Ese año las ensambladoras sacaron de sus líneas de producción 46.884 carros, más del doble que el año pasado.

Al detallar las cifras de Cavenez se aprecia un descenso en la producción en seis de los últimos siete años. En 2007 las automotrices ensamblaron 172.418 unidades, siendo el segundo mejor año en la historia de la industria, pero las cosas cambiaron en 2008 con la entrada en vigencia de la denominada “política automotriz”. Aunque esa regulación diseñada por el Ejecutivo nacional estaba destinada a “fortalecer” al sector, la realidad es que entre 2007 y 2014 la producción se derrumbó 88,5% por el aumento de restricciones y trabas impuestas en la norma, así como la demora en la entrega de los dólares a partir de 2013.

¿Qué ocurrirá en 2015? La caída es tan severa que este año la producción debería rebotar. Sin embargo, la indecisión del Ejecutivo nacional, especialmente en materia cambiaria, y la caída en los ingresos que sufrirá el país por el descenso en la cotización del petróleo agregan más incertidumbre. Fuentes ligadas a las empresas aseguran que aún no hay certeza sobre si el Ejecutivo nacional honrará la deuda de 2 millardos de dólares con las ensambladoras y aún desconocen el mecanismo a través del cual obtendrán las divisas para nuevas importaciones de material de ensamblaje. “No sabemos ni siquiera cuál va a ser la estrategia del Gobierno”, afirmó una fuente ligada a una ensambladora.

A comienzos de este año el ministro de Industrias, José David Cabello, se reunió con directivos de las siete automotrices privadas y aseguró que esperan “industrializar” al sector, en una declaración que sorprendió a los representantes de las empresas, conscientes del desplome sufrido a partir de 2008. “Queremos industrializar todo el sector, y que entre 10 a 20 meses que un 60% de las partes de vehículos puedan hacerse en Venezuela y estas grandes ensambladoras del país se surtan de esos pequeños y medianos industriales que son capaces de producir”, declaró Cabello.

 

 

Claudio Fermín Ene 06, 2015 | Actualizado hace 9 años
Un inmenso vacío por Claudio Fermín

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El año 2014 Venezuela vivió un penoso retroceso. La conflictividad política fue extrema hasta el punto de medirse en heridos y muertos las derrotas y no en escaños perdidos o en propuestas legislativas negadas. La barbarie se hizo presente.

Trabajadores manuales, especializados y profesionales comprobaron que sus salarios poco valen, mientras los consumidores no necesitaron cifra alguna del Banco Central para medir el desabastecimiento de alimentos, de medicinas, de repuestos para automóviles o de boletos aéreos.

Se hizo patente que casi nada se produce en el país, ni jabón de lavar, ni aceite, tampoco leche. Con el agravante de empresas importadoras que perdieron crédito internacional por no contar con dólares para cumplir con sus obligaciones y, en consecuencia, el mercado no dispuso de los productos importados que suplían al desmantelado aparato productivo nacional.

El barril de petróleo cerró la última semana de diciembre en 46 dólares. Triste final de una época en la que Venezuela redujo su producción de 3.500.000 barriles diarios en 1998 a 2.300.000 barriles hoy día. En nada se aprovechó la década del barril a cien dólares y, peor, se perdieron los clientes más importantes en aras de proveer crudo a aliados políticos del chavismo, unos que nada pagan por ese bien y otros que lo reciben como pago de deudas del gobierno.

En vez de presentar un plan de reacción o de recuperación inmediata ante estas situaciones, las dos últimas alocuciones del Presidente Maduro nada aportan.

En el saludo de fin de año a los militares se dedicó a amenazar e injuriar a los sectores críticos con sus acciones. Ni una pizca de conciliación. Ni un asomo de rectificación de los errores cometidos. Posiblemente alguien le aconsejó que debía lucir indoblegable o intransigente para impresionar a la tropa que hizo un plantón de horas y lo menos que oyó fue un mensaje navideño de paz y amor.

Horas después, en publicitada cadena para la que había prometido importantes anuncios económicos, nada se le presentó al país. Hablo horas y nada dijo. Nombró decenas de comisiones. Más burocracia. Prácticamente designó un Gabinete paralelo. Creó otra Vicepresidencia adulando a los militares. Arremetió de nuevo contra sus críticos. Pero nada le quedó al país, salvo la sensación de un inmenso vacío.

@claudioefermin

Las malas costumbres por Gonzalo Himiob Santomé

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El devenir diario, salpicado de vertiginosas malas nuevas que nos bombardean sin tregua, y la dura carrera por la simple supervivencia, muchas veces nos impiden tomarnos un minuto para valorar en su justa medida la gravedad de la situación que padecemos. No me refiero en este caso solamente a la inclemente crisis económica, hablo también de otros aspectos, particularmente perversos por su sutileza, que vienen moldeando las relaciones entre el poder y la ciudadanía en nuestra nación desde hace ya más de tres lustros, y que nos han convertido en un pueblo sumiso y desencajado, uno que ya no sabe ubicarse en el siglo en el que le tocó vivir y que, por el contrario, se ha visto forzado a aceptar atrasos que ya deberían haber sido superados.

Mientras el resto del mundo, con contadas excepciones, parece estar mirando hacia adelante, los venezolanos somos nariceados hacia el pasado. La excusa que es y ha sido siempre la “revolución” nos muestra patentes ejemplos esto. Son muchos, pero podemos referirnos a unos cuantos para demostrar la validez de la tesis.

Empecemos por el cuento de la reelección indefinida. Chávez propuso en 2007 una reforma a la Constitución que, al final los hechos lo demostraron, no tenía otro sentido que el de permitirle, cual monarca de los de antaño, enquistarse en el poder de por vida. Tan es así, que cuando el pueblo le dijo “no” a su esperpento, ya que olía tan mal que no gustaba ni a muchos de los mismos chavistas, de inmediato pataleó y propuso una ilegítima enmienda a nuestra Carta Magna en la que el único tema a discutir era el de si se le iba a permitir eternizarse en el poder o no. Al final del día, eso debe haber quedado ya claro a todos, eso era lo único que en realidad le interesaba de su reforma fallida, pues era lo único que no podría luego imponer disfrazado de decretos o de leyes que desconocerían la que fue una contundente expresión popular de rechazo a su proyecto político.

Lo demás es historia. Chávez había perdido esa batalla, pero solo “por ahora”, como nos los restregaron en cara cientos de costosas vallas a nivel nacional por esos días. Después de lograr su “comodín” (la reelección indefinida, que era lo único que le preocupaba verdaderamente), una a una las restricciones y limitaciones a nuestros derechos que habían sido propuestas en la fallida reforma de 2007, y las modalidades también fallidas de control del Estado sobre la economía y sobre nuestros capitales fueron implementadas, paso a paso pero por los caminos verdes, desconociendo la voluntad popular y a través de mecanismos engañosos. El pueblo le había dicho “no” a la visión socialista radical, excluyente y sesgada que Chávez planteó, pero eso no lo detuvo.

Porque el gran pecado del chavismo, y ahora del madurismo, es que gobiernan y hacen lo que les place con el pueblo, sin el pueblo o incluso contra el pueblo, si así les toca. Es una muy mala costumbre a la que nosotros nos hemos habituado. Los ciudadanos no somos más que instrumentos al servicio del poder, que solo somos “buenos” cuando les reímos las gracias, pues cuando se nos ocurre cuestionarle los modos pasamos de inmediato a ser, independientemente de que seamos o no oficialistas, “criminales”.

¿Otro ejemplo? La mala costumbre que seguimos validando de regalarle el sueldo a los legisladores, que nunca pierden la oportunidad, cuando así se les pide, de “habilitar” al presidente para que haga el trabajo, que se supone, ellos deben hacer. Ahora hasta se dan el tupé de sesionar formalmente solo una vez por semana, a menos, por supuesto, que alguna emergencia “revolucionaria” les imponga la carga de debatir temas tan “trascendentes” e “importantes” (la ironía es expresa) para nuestro país como los créditos adicionales que se le van a dar a Jorge Rodríguez para que mantenga el circo de “Suena Caracas” o el “dolor” de algún gobiernero cuando le “ofenden” los opositores. Para esas cosas sí hay tiempo, como también lo hay para aprobar, apurados y aprovechando el letargo popular de las fiestas decembrinas, la designación del nuevo Defensor del Pueblo, del nuevo Contralor o del nuevo Fiscal General de la República.

Lo peor del guiso “habilitante” ni Chávez ni Maduro han perdido la oportunidad para hacer con la encomienda legislativa lo que en ninguna parte tienen permitido hacer: Crear nuevos delitos o agravar las penas de los ya existentes, a placer y por vía de los denominados “decretos leyes”, que no son leyes en sentido estricto. La Constitución es clara (Art. 49, numeral 6º) cuando nos dice que solo las leyes pueden crear delitos, faltas o infracciones y también lo es cuando nos define, en su Art. 202 a la ley como el acto sancionado por la Asamblea Nacional como cuerpo legislador. Con las bravatas habilitantes, los ciudadanos nos estamos habituando a permitir que los legisladores no cumplan con sus obligaciones, y además a la mala costumbre de consentir que, como ocurría en las monarquías absolutistas, el soberano (no el pueblo, sino el monarca) monopolice el poder ejecutivo y también el legislativo. Lo único que nos falta es dejar que a Maduro se le conceda formalmente el poder de juzgar, lo cual por cierto sí hace, como lo hacía Chávez, cuando en cadena nacional se da el gusto de dictarle pautas a los jueces señalando quién debe ser tenido como criminal y quién no ¿No me lo creen? Busquen qué juez se atreve a ir, en este país desvencijado, contra la “condena” que emite públicamente el presidente contra cualquier ciudadano, sin pagar con su puesto o con su libertad por ello. Esto es el “efecto Afiuni”, así se le llama hoy, y nos está haciendo mucho daño.

Estudien ustedes las recientes normas contenidas en la marea apurada de nuevos “decretos con rango de ley” (que insisto, no son “leyes” en sentido estricto) que acaba de promulgar Maduro y veamos las pruebas de lo que afirmo. Puro retroceso. No solo estamos exacerbando el personalismo y promoviendo el carácter vitalicio del mandato presidencial (ya Chávez no había obligado a tragar esa píldora) sino además le estamos permitiendo al presidente que asuma funciones que no le corresponden. Peores aún son los atrasos que de ello nacen. Por solo mencionar uno, en el Decreto Ley que regula los ilícitos cambiarios se consagra como delito (en su Art. 22) la falta de reintegro de las divisas al Estado, cuando así se haya decretado. En otras palabras, el incumplimiento de una obligación patrimonial, del pago de una acreencia, en este caso con el Estado, pasa a ser punible, castigado con penas pecuniarias pero también con penas privativas de la libertad, lo cual nos devuelve al esquema superado de la “prisión por deudas” que fue abolido en Venezuela hace casi doscientos años por Juan Crisóstomo Falcón.

Si seguimos así, callando y validando estas malas costumbres y estos graves retrocesos, dentro poco estaremos aceptando de nuevo la esclavitud y formalizando otra vez, contra los “enemigos de la Patria”, la pena de muerte.

 

@HimiobSantome