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José Tadeo Monagas

#CrónicasDeMilitares | Otras contiendas federales
Sobre la Guerra Federal se ha llegado a la idea de una escabechina sin pensamiento. Pero hay elementos para pensar lo contrario, a los cuales acudiremos partiendo de la obra de Catalina Banko

 

@eliaspino

Se ha considerado a nuestra Guerra Federal como un enfrentamiento sin ideas, como un proyecto dislocado al cual faltó plataforma argumental. Sin que estemos ante un designio solvente que destaca por la profundidad de sus propuestas, desde el punto de vista político y de pensamiento sobre formas de gobierno, parece exagerado llegar a semejante conclusión. Lo que se planteará de seguidas puede indicar la existencia de un bagaje relacionado con vivencias foráneas, que le concede sustento y trascendencia.

Buena parte de las crónicas sobre el conflicto venezolano se inclinan a señalar la propuesta de Federación como una imposición del general Juan Crisóstomo Falcón cuando inicia los planes conspirativos en las Antillas, en 1857, con el apoyo del general José Tadeo Monagas recientemente derrotado por los godos. El futuro mariscal se aferró a la idea sin mayores explicaciones, mientras lo secundaba un agotado dictador que se había caracterizado por su irrespeto a las instituciones.

Fue así como los descontentos comenzaron a manejar un designio superficial de administración federal e iniciaron las hostilidades, se ha planteado en numerosas publicaciones de la época y de nuestros días. Otros apuntalan el análisis en un célebre discurso de Antonio Leocadio Guzmán, fundador y líder del Partido Liberal, quien subestimó la idea federal como propósito de la guerra. Daba lo mismo centralismo o federalismo, dijo el famoso político de la época, porque cualquier consigna convenía para levantarse contra el gobierno.

De tales situaciones se ha llegado a la idea de una escabechina sin pensamiento, que necesariamente conduciría al desastre. Sin embargo, hay elementos para pensar lo contrario, a los cuales acudiremos partiendo de la obra de la historiadora Catalina Banko sobre los sucesos de la época (Las luchas federalistas en Venezuela, Caracas, Monte Ávila Editores Latinoamericana, 1996). No fue una matazón tan calva ni con dos pelucas, se desprende de su contenido.

En la década de los cuarenta cobra fuerza en España la idea de implantar el federalismo como remedio para los males del menguante imperio. Abundan referencias sobre la liquidación del centralismo en las obras de los románticos de la época, que desarrolla Francisco Pi y Margall en el siguiente lustro con abundante auditorio en cuyo seno buscan lugar las ideas del socialismo utópico. En 1852, después de la publicación de Bases y punto de partida para la organización política de Argentina, influyente obra de Juan Bautista Alberdi que sonará también mucho en Chile y en Uruguay, la idea de federación se populariza en los contornos, no solo para animar los tertulias y polemizar en los periódicos, sino también para la gestación de partidos políticos y movimientos armados. De ellos nace la Confederación Argentina. También cuando comienzan los años cincuenta de esa época crucial para la refundación de las instituciones en las antiguas colonias, ocurren guerras en México y en la Nueva Granada que desembocan en el establecimiento de administraciones federales, en general apoyadas por las masas.

De lo cual se deduce que el caso venezolano no es aislado, ni obedece a los apuros o a los caprichos de un grupo de generales y coroneles descontentos.

Forma parte de un movimiento de mayor calado, al que le han dado calor las ideas de renovación que entonces florecen en América Latina y en España, y los problemas relacionados con la justicia social que todavía no se han resuelto. La consideración de nuestra Guerra Federal y de las innovaciones que promueve como una aventura minúscula puede modificarse al pensar sobre un contexto mayor del cual forma parte, según se ha tratado de asomar aquí con la luz de una colega.  

Cecilio Acosta habla del destierro, por Elías Pino Iturrieta

 

La Universidad Central de Venezuela encarga a su catedrático de Legislación Civil y Criminal que ofrezca palabras de bienvenida al general José Tadeo Monagas, quien acaba de ganar por segunda vez las elecciones presidenciales después de haber dejado el cargo en las manos de su hermano José Gregorio. El ambiente es pesado, no solo por el traspaso del mando mediante un trámite odioso para los principios republicanos, sino también por las guerras que han ocurrido hace poco contra el gobierno de la parentela. La autoridad convertida en transacción familiar y los anteriores movimientos de armas protagonizados por la fusión de godos y liberales contra una hegemonía que consideran ominosa, aconsejan un recibimiento que no le arroje más leña a la candela. Por consiguiente, el claustro escoge a uno de sus miembros más recatados, a un hombre que admiran por su prudencia alumnos y lectores. No hay que enojar al general en su triunfal regreso, y por eso debe hablar el profesor Cecilio Acosta.

Es 4 de febrero de 1855, y después de las cortesías de rigor, el profesor lee frente al mayor de los Monagas un párrafo que conviene copiar sin muchos recortes. Dice así: “Destierro. Borremos esa palabra de nuestros códigos. Si por el tiempo no, por la civilización sí. ¿Sabéis lo que es el destierro? Un lugar donde las lágrimas queman, donde no se ve subir el humo del techo paterno; donde no hay, para sentarse, sombra de árbol amigo; donde se abre la puerta al perro del amo, y se le cierra, se le echa en la cara al extranjero; donde no se puede decir esa expresión tan sabrosa, y que representa una historia de amor: ‘Esto es mío, porque fue de mis mayores’; donde no pueden los padres llevar los hijos a su pecho para enseñarles a pronunciar su nombre y el nombre de Dios. (…) Desde este lugar leo en esas cicatrices vuestras, ganadas en mil gloriosas lides, vuestro acendrado amor a la patria, a esta patria que no es otra cosa que este cielo, este aire, estos climas, estas tierras y la paz inalterable de hogar, donde es tan dulce el sueño. Empecemos la regeneración por un abrazo cordial, por un abrazo de hermanos”.

En la literatura del nacimiento de la república no hay una pieza tan hermosa sobre el dolor del ostracismo, ni una posición tan valiente cuando se acaban de vivir escenas de división y violencia que incumben al hombre poderoso que escucha el discurso. Acosta, mediante alusiones sobre las cosas que más encarece la cotidianidad y que desaparecen por el rigor del exilio forzado, se refiere a las carencias de quien es alejado de su tierra por la brutalidad y por el pavor. El ostracismo es el desgarramiento de una vivencia apacible que se esfuma, el derrumbe del domicilio por voluntad ajena, la pérdida de los afectos condenados a destinos remotos por circunstancias de hostilidad, el abandono del paisaje convertido en foráneo e inaccesible. Mientras navega en las aguas habituales de la gente sencilla, mete el dedo en la llaga de un drama que no solo incumbe a quien lo sufre, sino también a quien lo provoca. Pero, para no dejar las cosas en una escala aparentemente superficial, describe la fuente que ha movido sus vocablos. Agrega frente al victorioso José Tadeo: “Señor, yo no, vos sois el autor y, si hay culpa, el culpable de estas ideas. Yo las aprendí en las aulas, las bebí en Montesquieu y Juan Jacobo, legados estos de la libertad, y la libertad legado de Colombia obra vuestra”.

El destierro no solo es inadmisible ahora porque provoca tormentos en la vida de las personas, sino también porque conspira contra los fundamentos del pensamiento de la Ilustración y contra valores esenciales de la república recién establecida. Cecilio Acosta toca el tema de la cohabitación de origen liberal por la cual se luchó durante la Independencia debido a la influencia de la modernidad, un tesoro que se esfuma o tiende a desaparecer en función de los apetitos del mandón de turno o de quienes provocan odios banderizos. De allí que no estemos ante palabras dedicadas a un determinado tipo de temporalidad. Sin estridencias, sin vociferaciones, sirven para nuestros días.

 

 

@eliaspino

epinoiturrieta@el-nacional.com

El Nacional

Alejandro Armas Jun 30, 2017 | Actualizado hace 3 semanas
Carujo y Monagas viven, la barbarie sigue

AtaqueAsambleaN

 

Hace mucho tiempo escuché o leí, a manera de broma, que el chavismo era, como él mismo se describía, un motor a máxima revolución, pero con la palanca en retroceso. Años después, el mismo chiste no tiene ninguna gracia. Es terrible que en efecto vivamos bajo un gobierno empeñado en sumirnos en el atraso. No me digan que exagero. Las pruebas abundan: desde la idea de que la escasez de alimentos puede solucionarse con conucos y gallineros urbanos, hasta las burlas homofóbicas espetadas por Maduro.

Probablemente su obsesión con invocar a Bolívar (rasgo de todas las dictaduras venezolanas desde Guzmán Blanco) los ha llevado a concebir el siglo XIX como modelo. Sin embargo, con todos sus defectos rara vez discutidos, el Libertador sigue siendo por mucho una figura muy encumbrada como para compararla con los responsables de este desastre que es el país hoy. El oficialismo en todo caso apunta hacia personalidades decimonónicas mucho más oscuras.

El Palacio Federal Legislativo fue el escenario para una tragedia de dos actos que da fe a las analogías discutidas a continuación. Todo comenzó con una sesión parlamentaria interrumpida por la irrupción de agentes de la Guardia Nacional con cajas marcadas con el logo del CNE. En cualquier legislatura del mundo, semejante aparición de uniformados llevaría a los parlamentarios a exigir explicaciones, y tal cual procedieron los nuestros. La respuesta por parte de los soldados fue negarse a permitir una revisión de las cajas y, según denunciaron los afectados, golpear a quienes osaron interrogarlos.

Luego de eso el presidente de la cámara abordó al comandante de la unidad (por usar sus propias palabras) para hacer el reclamo de rigor. En vista de que los hechos fueron a drede captados en video y vistos por todo el mundo, no me detendré en narrarlos.

Julio Borges no es la primera persona agredida por el coronel Bladimir Lugo Armas (sí, con «b» alta). El oficial dio bastante de que hablar cuando arrebató violentamente una pancarta a un joven que protestaba en solitario frente al CNE el año pasado, y ordenar detenerlo. Su hoja de servicios incluye también arremeter en persona contra varios periodistas, a una de las cuales le rompió el celular usado para trabajar. Además, fue visto empujando a diputados que protestaban frente al TSJ en marzo de este año.

Pero gritarle a Borges y empujarlo es sin duda la acción más difundida del coronel, ya que esta vez la víctima es la cabeza de un poder público nacional, aquel que de paso goza de mayor legitimidad por haber sido electo con amplia participación en medio de un Estado decadente y despreciado por el pueblo.

Esta es la verdadera faz de la «unión cívico-militar» cacareada por el Gobierno, un disfraz retórico para el sometimiento de los ciudadanos desarmados a la voluntad de los armados. Es dar rienda suelta a la lamentable noción, tan desgraciadamente extendida en Latinoamérica, de que los militares tienen un derecho divino a gobernar, a administrar la cosa pública sin que nadie los cuestione.

Se trata de un mal con el que hemos tenido que cargar desde nuestras guerras de independencia. Muchos generales sintieron entonces que el corte de la rienda española por su sable hizo de ellos una casta con derecho exclusivo a conducir el carro. Bastó y sobró que un civil, José María Vargas, fuese electo Presidente, para que la bota castrense gritara «¡No me la calo!» y procediera a derrocarlo. Pedro Carujo, uno de los insurrectos, pasó a la historia con el triste papel de justificar ante Vargas su remoción con el argumento palurdo de que «el mundo es de los valientes», o sea, de los que toman las armas para hacer cumplir su voluntad. El médico le respondió que en realidad el mundo es del hombre justo y de bien.

¿Acaso en los gruñidos del coronel Lugo no hay un eco de la proclama hecha por Carujo en 1835? Aparte de las condenas a la conducta del agresor, hubo un caudal de críticas a la reacción de Borges. Tal vez sea cierto que el presidente de la AN, sin rebajarse a la violencia de los gorilas, pudo tener un mejor talante ante el atropello, responder como lo hiciera Vargas o como un Miguel de Unamuno ante esa piltrafa del fascismo que fue Millán-Astray. No obstante, enfrascarse por días en lo que hizo o dejó de hacer Borges termina siendo un debate estéril.

La historia no termina con la «carujada», porque casi al instante el Capitolio fue rodeado por oficialistas en ánimo de linchamiento. La GNB se limitó a no dejarlos entrar, sin tocarlos con el pétalo de una rosa, mientras ellos trataban de que las rejas cedieran, gritaban insultos soeces y amenazas, y lanzaban fuegos artificiales hacia adentro del recinto. Con el argumento de esas mismas acciones, los militares de la base aérea de La Carlota han atacado a opositores de una forma tan desmedida que hasta muertos ha dejado.

Desde que la AN es controlada por la oposición, episodios como este se han dado con total impunidad. Venezuela tiene un Parlamento bajo repetido acoso. Los responsables son como aquellas hordas de seguidores de José Tadeo Monagas que en enero de 1848 asaltaron el Congreso para liquidar la oposición a su jefe, otra gris figura castrense en nuestra cronología republicana.

Para concluir, es necesario resaltar que todos estos hechos ocurrieron horas después de que Maduro, en cadena de radio y televisión, amenazara con hacer con las armas lo que la revolución no pueda con los votos. Eso es lo que los venezolanos tenemos ante nosotros: un desprecio total por las formas civilizadas de obtener y ejercer el poder. Por eso nos atormentan los fantasmas de Carujo y Monagas. Por eso Lugo es homenajeado en VTV y condecorado. Por eso es posible hostigar sistemáticamente a la más legítima representación de la ciudadanía… Y por eso aún no ha sido posible sacar a esa ciudadanía de las calles.

@AAAD25

Las turbas de José Tadeo, por Brian Fincheltub

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El congreso iniciaba sesiones y lo hacía luego de una incesante búsqueda de quórum que no se obtuvo sino hasta el 23 de enero de 1848, fecha en la cual los sesenta y tres diputados volvían a la casa de las leyes nada más y nada menos que con el objetivo de enjuiciar al presidente de la república, José Tadeo Monagas. Eran tiempos de enfrentamiento político entre liberales, comandados por Monagas y conservadores, encabezados por José Antonio Páez

La crispación y el miedo cundían entre los diputados, se temía, con fundadas razones, una reacción de los liberales que a toda costa evitarían una destitución del presidente. Así fue que los legisladores se comenzaron a plantear varios escenarios, el que tomaba más fuerza era sesionar en Puerto Cabello, allá estarían a salvo de cualquier ataque. Pero la votación en el senado para trasladar la sede del poder legislativo al centro del país se dilató, lo que obligó a la cámara baja del Congreso a quedarse en Caracas, donde Monagas contaba con fervientes seguidores.

Los conservadores hicieron todo para protegerse, incluso organizar una propia guardia de seguridad para garantizar su trabajo, pero esta acción en lugar de ayudar a calmar los ánimos, los exacerbó y finalmente el clima de tensión reinante en el país llegaría a su punto de ebullición el día 24 de enero de 1848.

Ese día la amenaza de juicio político de juicio político al presidente por “hacerse de facultades extraordinarias ilegalmente, emplear la fuerza armada sin consentimiento del Consejo de Gobierno y de haber ejercido la administración fuera de la capital”, coincidió con la presentación del informe anual del Secretario de Interior y Justicia, Tomás José Sanabria.

Desde temprana horas de la mañana una multitud rodeaba el Convento de San Francisco, donde funcionaba el congreso. Una vez finalizado su informe y llegado el momento de retirarse, el Congreso le negó la salida al doctor Sanabria y a otros secretarios, dejando, de hecho, al presidente Monagas sin poder, pues el artículo 136 de la constitución de 1830 establecía que el presidente no podía expedir órdenes sino a través de sus secretarios.

Inmediatamente los rumores se apoderaron de Caracas, unos decían que Sanabria había sido detenido, otros hablaban incluso de asesinato, el ambiente se puso color de hormiga y la muchedumbre que rodeaba el Congreso se transformó en una turba que apoyada por la milicia monaguista desencadenaron un mortal enfrentamiento.

Los disparos eran de ambos bandos, los representantes de la Cámara entraron en pánico, buscaban la forma de escapar por los balcones, tejados, por donde fuese posible. La Cámara Baja se disolvió y sus miembros escaparon, siendo asesinados algunos de ellos. En total, murieron ocho personas, cuatro de ellas diputados, destacándose la figura de Santos Michelena, quien falleció poco tiempo después.

Hasta el 23 de octubre de 2016, este hecho fue conocido como el único asalto de nuestra historia al congreso nacional.

 

@BrianFincheltub

Oct 24, 2016 | Actualizado hace 7 años
Asalto a la Asamblea Nacional, por Eduardo Soto Alvarez

asaltoalaan

 

Los hechos ocurridos ayer en la Sede del Poder Legislativo de Venezuela, traen a la memoria lo acontecido hace siglo y medio,  cuando las hordas asaltaron el Congreso Nacional, para  impedir que se enjuiciara a José Tadeo Monagas, por haber violado la Constitución y ejercido facultades extraordinarias de manera ilegal.

En tal ocasión, tres parlamentarios fueron asesinados, sufrió un bayonetazo Santos Michelena, varias veces Secretario de Estado de  Hacienda y Relaciones Exteriores, quien falleció a consecuencia de su herida y, a partir de ese momento, el legislativo pierde su independencia, se transforma en instrumento complaciente del régimen y tardó varios años en recuperar su autonomía.

El gobierno de José Tadeo Monagas, más interesado en mantenerse en el poder que en aplicar reformas liberales, permitió que la corrupción, el peculado y el nepotismo proliferaran en el país que, al cabo de unos años, se vio sumido en una grave crisis económica, política y social, en medio de la peor escasez de alimentos conocida para la época.

La promulgación de una nueva Constitución, que centralizaba el poder político en Caracas, extendía el período presidencial y permitía la reelección inmediata,  hizo estallar  manifestaciones en las principales ciudades del país, contra el intento de José Tadeo de perpetuarse en el poder. Se formó una gran coalición opositora, incluso con  partidarios de José Gregorio Monagas, que insurgió contra el Gobierno. Pero, al final, el Congreso  jugó un papel fundamental, pues se negó a apoyar los afanes continuistas del régimen, lo que terminó de dar al traste con las ambiciones de José Tadeo, quien, ante lo insostenible de su situación política, renunció y se asiló en la Legación de Francia.

Esto es lo que puede suceder, cuando un régimen se empeña en avasallar al Legislativo, en  tratar de anular su poder mediante retorcidas interpretaciones de la ley, diatribas y atropellos, ignorando, con altiva displicencia dictatorial, la mayoritaria voluntad popular que originó su actual composición.

En los parlamentos a veces irrumpe la violencia, en el nuestro también, pero lo que va adquiriendo característica permanente de muchos diputados de la bancada gobiernera, es la constante demostración de estulticia, pues es difícil conseguir en sus intervenciones argumentos y razones, sino insultos y amenazas, a pesar de que algunos tienen Alma Mater, pero hablan para ganar puntos dentro de sus propias filas, sin ninguna vergüenza ante el país ni ante la historia.

Ello es clara demostración que el asidero del régimen radica en la fuerza bruta de matones y el contubernio de enchufados y cachuchas de alto escalafón, más afanados en el lucro indecente y corrupto, que en la fidelidad a juramentos sagrados de defender la Constitución.

La Asamblea Nacional no cejará en el cumplimiento del deber y el desenlace tiene que estar cerca, pues es tan evidente la debacle, nacional e internacionalmente, que ya no va a convenir, a mucha gente ni países,  continuar siendo cómplices de un régimen que actúa de forma inaceptable y es cada vez menos aceptado, sin atractivos crematísticos, los cuales continúan mermando de manera acelerada.

En estas circunstancias,  dentro de las propias huestes chavistoides, se darán cuenta que los más no pueden ser rehenes de las fechorías de los menos y es inminente una implosión que despejará horizontes, para la reconstrucción de una patria de esperanzas para todos.

*Embajador

La constitución sirve para violarla, por José Toro Hardy

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El 24 de enero de 1848 José Tadeo Monagas lanza una turba contra el Congreso que se aprestaba a juzgarlo. En aquel ataque salvaje mueren los representantes Santos Michelena, Jose Antonio Salas, Juan Garcia, Francisco Argote y otros. Sin embargo no llegaba la irracionalidad de Monagas al extremo de pensar que podía prescindir del Parlamento. Concluida la acción vandálica, comprende que debía «retomar el hilo constitucional «. Emprende por tanto la labor de pedir a los parlamentarios en desbandada que se reintegren al Congreso recurriendo a sobornos, chantajes, halagos o amenazas. Sabía el presidente que sin Parlamento caerían las máscaras de su dictadura. Sabía también que la República estaba fuertemente endeudada y que sin un Congreso que aprobase el Presupuesto, los préstamos y las leyes, el crédito se le cerraría a la Nación y esta caería en el caos. Por eso su empeño en restituir una apariencia de legalidad.
Monagas logra su objetivo y, temerosos, los representantes regresan a sus curules. Sólo uno se le enfrenta al presidente: «Mi cadáver lo llevarán pero Fermín Toro no se prostituye»
Sirva esta página de nuestra historia para poner de relieve que ni aún en los momentos más oscuros de nuestro pasado republicano se atrevieron los dictadores a prescindir del Parlamento.
Aquellas heridas de la historia vuelven a estar en carne viva. «La Constitución sirve para todo» fue la frase que inmortalizó a Monagas en la ignominia; pero hoy, pareciera que la Constitución sólo sirve para violarla.
La Constitución
Un Presupuesto Nacional que no ha sido aprobado por la Asamblea Nacional es una aberración. Expresamente señala la Constitución en su Art 187, al enumerar las atribuciones de la Asamblea Nacional:
«6. Discutir y aprobar el presupuesto nacional y todo proyecto de ley concerniente al régimen tributario y al crédito público».
La Sala Constitucional tiene la facultad de interpretar la Constitución, pero el artículo citado es taxativo. «Ad litteris» (letra por letra, palabra por palabra). No se presta a interpretación alguna.
Alega también el gobierno que no acude a la Asamblea porque se rige por un Decreto de emergencia económica que forma parte de los estados de excepción . Sin embargo, la Constitución establece que un decreto de excepción no suspende las atribuciones de ningún poder público. Dice textualmente el Art. 339 de la Constitución:
«… La declaración del estado de excepción no interrumpe el funcionamiento de los órganos del poder público»
Por lo demás, el decreto de estado de emergencia al cual alude el presidente es ilegal, porque se trata de la tercera prórroga del decreto. Dice textualmente el Art 338 de la Constitución al referirse al decreto de emergencia económica:
«… Su duración será de hasta 60 días prorrogables por un plazo igual  … La aprobación de la prórroga de los estados de excepción corresponde a la Asamblea Nacional».
Obviamente la Asamblea Nacional no ha aprobado tal prórroga.
Sostiene también el gobierno que la Asamblea está en «desacato» al incorporar  a los diputados de Amazonas, que según la Sala Electoral  fueron elegidos mediante un fraude. La realidad es que quien incumple es la Sala Electoral que alega fraude en base a una grabación ilegal que no puede ser usada como prueba; pero, en todo caso, disponía de un plazo para convocar nuevas elecciones en ese estado y no lo hizo porque saben que el oficialismo perdería.
El Art 336 de la Constitución enumera las once atribuciones de la Sala Constitucional del TSJ. En ninguna de tales atribuciones se contempla la posibilidad de que el TSJ, ni ninguna de sus Salas, puedan usurpar las funciones del Poder Legislativo y, en el caso específico que nos ocupa, la de «discutir y aprobar el presupuesto nacional».
Es abrumadora la cantidad de artículos de la Carta Magna y de otras leyes que se están violando; entre otros, los artículos 187, 311, 312, 313, 314 y 315 de la Constitución y los artículos 58, 59 y 60 de la Ley contra la Corrupción, correspondiente a los delitos contra el patrimonio público.
La Sala Constitucional -integrada por magistrados designados a última hora y sin cumplir con los requisitos previstos en la ley- ha entrado en colisión con la Carta Magna. También el presidente cuando afirma: «Convocaré al Congreso de la Patria y aprobaré el Presupuesto por decreto ley».
No menciona la Constitución el tal «Congreso de la Patria», ni la posibilidad de que el Presupuesto pueda ser aprobado por decreto ley. Es algo así como si convocara a un Congreso Intergaláctico a tales fines.
L’Etat c’est moi
Se ha producido una suerte de agavillamiento de poderes que se traduce en un réquiem para la democracia. Quien encabeza el Ejecutivo se está transformando en una suerte de Luis XIV que hacia el año 1660 afirmaba: «L’Etat c’est moi», el Estado soy yo.

@josetorohardy

petoha@gmail.com