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Apelación ciudadana: el recurso que nos queda

@AAAD25

Nos estamos acercando al primer aniversario de las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio. ¡Qué triste diferencia hay hoy en el estado de ánimo nacional con respecto a la última vez que la Tierra estuvo en su presente posición orbital! Había un entusiasmo masivo que no se veía en mucho tiempo. Prácticamente toda la oposición, tanto a nivel de dirigencia como de base, estaba cohesionada y empujando hacia la misma dirección. Todo gracias a la ilusión producida por la candidatura de Edmundo González Urrutia y el liderazgo de María Corina Machado.

Recuerdo que uno de mis últimos tuits a pocas horas de que abrieran las urnas sintetizaba la felicidad que sentía por lo que estaba pasando en tal sentido y expresaba que siempre lo recordaría con mucho afecto, posición que mantengo. Porque, aunque en el presente se sienta todo lo contrario, lo que pasó entonces fue algo auténtico.

Ahora lo que se palpa es una profunda decepción, porque el reclamo opositor sobre el resultado electoral no ha logrado hacerse valer y, una vez más, el cambio político luce distante. Un cambio político que la inmensa mayoría de la población considera indispensable para gozar de un mínimo de calidad de vida. Tampoco puede hablarse de cohesión. La dirigencia opositora ha vuelto a fracturarse en facciones prosistema y antisistema, cuyos respectivos fanáticos se la pasan en un interminable y muy visceral intercambio de insultos, acusaciones y recriminaciones en redes sociales.

No tengo pruebas, pero tampoco dudas de que el grueso de la población es ajeno a tales diatribas. Ni se entera de ellas y, cuando lo hace, no toma partido alguno. Las ve con profundo desdén, por la sencilla razón de que ninguna de esas facciones le está ofreciendo a la ciudadanía común algo que entusiasme. Ninguna le está ofreciendo un proyecto que la involucre en una ruta creíble hacia el cambio político. Ya he explicado en artículos anteriores a qué se debe mi opinión pesimista, pero en aras de la comprensión del presente, vale reiterar de manera sucinta.

La estrategia, si así se le puede llamar, de Machado y los otros dirigentes opositores que se han mantenido alineados con ella, se reduce al parecer a esperar que la presión internacional, sobre todo estadounidense, genere fracturas en la elite gobernante al punto de que la misma acepte que el statu quo es inviable y acepte negociar una transición. Básicamente, el plan que hubo entre 2019 y 2022.

En vista de que, como todos sabemos, aquello no cumplió con su objetivo, es cuanto menos dudoso que esta vez el resultado será distinto. Sobre todo si, como aquella vez, no hay presión interna. Para colmo, la presión externa tiene efectos en la economía venezolana en general, sobre todo inflacionarios, que pueden empobrecerla más que lo que ya está.

Al mismo tiempo, el grupo de políticos que incluye a Henrique Capriles y Manuel Rosales está llamando a “votar” en las “elecciones” parlamentarias y regionales del 25 de mayo. Describen su esfuerzo como una alternativa a la pasividad de la otra facción. Pero su llamado no incluye un plan para defender el voto en caso de que el poder desconozca un resultado desfavorable. No explica de ninguna manera cómo ese voto se va a traducir en el cambio político al que las masas aspiran.

Tiene un muy mal disfraz de epopeya (“Aquí nadie se rinde”) y huele a sumisión racionalizada y que se reconocerá a sí misma, en el mejor de los casos, como oposición totalmente simbólica e incapaz de cambiar las cosas. Dudo mucho que la población se vaya a sentir alentada a “votar” masivamente por eso. No quiere discursos apasionados pero impotentes desde el Capitolio. Quiere acciones efectivas.

El resultado de todo lo anterior es una posible nueva crisis de representatividad, como la que ha habido cada vez que la dirigencia opositora genera expectativas que no se cumplen. Orfandad de liderazgo. Despolitización de las masas. Cada ciudadano desencantado de la política y dedicado exclusiva o casi exclusivamente a sus actividades económicas privadas, en un intento por sobrevivir y, quizá, si se tiene mucho tino y mucha suerte, prosperar. Pero he aquí otro problema: la economía nacional se deteriora de nuevo, sobre todo en materia inflacionaria, lo cual hace que la adaptación al statu quo sea difícil, también. Y con un mundo muchísimo más cerrado a la migración que el que hubo hace unos años, huir del sistema también deja de ser opción para muchos.

Pareciera que los ciudadanos comunes venezolanos estamos atrapados en una situación sin buenas alternativas. ¿Es que acaso no podemos hacer nada? No estoy hecho de titanio. Admito que por estos días me ha azotado la sensación de que la respuesta a la pregunta es “no” y que solo nos queda aguantar con estoicismo lo que sea que el hado nos depare. Mi disposición a dedicar tiempo y esfuerzo de reflexión a la política venezolana se ha reducido. He preferido dedicarme a asuntos privados más productivos y, en mi tiempo libre no sociable, a lecturas que van desde la Jung y hasta los Upanishads, pasando por la poesía de Ezra Pound y Miyó Vestrini.

Pero nunca he podido desentenderme del todo de la política nacional, acaso por un compromiso terco con el país. Compromiso que me obliga a confrontar, como Jacob con el ángel en la pintura de Rembrandt, la pregunta del párrafo anterior: ¿Es que acaso no podemos hacer nada? Pienso que, pese a todo, sí. Podemos, cuanto menos, apelar en tono crítico a quienes dicen que nos están liderando hacia la meta del cambio político. Podemos recordarles que todo quid pro quo entre un dirigente político y las masas que lo siguen debe consistir en apoyo a cambio de liderazgo efectivo. Ergo, no tenemos ninguna obligación a darles espaldarazos a quienes no están yendo a ninguna parte. De lo contrario, los estaremos premiando y alentando a seguir por donde no es.

De eso se trata. Dejar de ser cheerleader. Dejar clara la inconformidad. Se puede hacer sin excesos ni puerilidades. Podemos cuestionar la viabilidad de los planes de Machado y sus aliados sin dejar de reconocer que ellos han corrido riesgos que casi nadie está dispuesto a correr (no me cuento entre esos pocos). Se puede rechazar el fetichismo electoral sin señalar a todo el que incurra en él de ser deliberadamente un cómplice en la preservación del statu quo.

Con respecto a la facción prosistema, hacer todo esto es un poco más fácil. Basta con desatender sus llamados. Como la facción antisistema no está haciendo convocatorias a los ciudadanos comunes, lo que toca es distinto. Cada vez que uno de sus voceros diga que están avanzando sin dar muestra alguna sobre ello, hay que ponerlo expresamente en duda. Cada vez que hagan una denuncia de los problemas nacionales que ya todos conocemos, hay que responderles: Muy bien, ¿y qué hacemos?

Puede ser que, cuando noten que se acabaron los cheques en blanco, todos estos dirigentes decidan prescindir de lo que no ha funcionado y asuman el reto de pensar en nuevas estrategias. Como he dicho, sé que no es fácil. El hecho de que yo pueda señalar lo que no ha funcionado no implica que sepa qué funcionará. Pero, volviendo al quid pro quo, no es mi responsabilidad decir qué funcionará, porque yo no soy político de oficio y no le estoy pidiendo a nadie que me reconozca como líder.

Si, pese a los cuestionamientos de la mayoría, los políticos opositores insisten en lo que están haciendo, pues entonces sí les digo que no quedará más que esperar a que alguien se atreva a dar el valiente paso de tratar de formar un nuevo liderazgo opositor… Y conservarnos en privado mientras tanto. Al menos habremos intentado lo que, en mi opinión, es nuestro deber ciudadano del momento.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

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Nos estamos acercando al primer aniversario de las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio. ¡Qué triste diferencia hay hoy en el estado de ánimo nacional con respecto a la última vez que la Tierra estuvo en su presente posición orbital! Había un entusiasmo masivo que no se veía en mucho tiempo. Prácticamente toda la oposición, tanto a nivel de dirigencia como de base, estaba cohesionada y empujando hacia la misma dirección. Todo gracias a la ilusión producida por la candidatura de Edmundo González Urrutia y el liderazgo de María Corina Machado.

Recuerdo que uno de mis últimos tuits a pocas horas de que abrieran las urnas sintetizaba la felicidad que sentía por lo que estaba pasando en tal sentido y expresaba que siempre lo recordaría con mucho afecto, posición que mantengo. Porque, aunque en el presente se sienta todo lo contrario, lo que pasó entonces fue algo auténtico.

Ahora lo que se palpa es una profunda decepción, porque el reclamo opositor sobre el resultado electoral no ha logrado hacerse valer y, una vez más, el cambio político luce distante. Un cambio político que la inmensa mayoría de la población considera indispensable para gozar de un mínimo de calidad de vida. Tampoco puede hablarse de cohesión. La dirigencia opositora ha vuelto a fracturarse en facciones prosistema y antisistema, cuyos respectivos fanáticos se la pasan en un interminable y muy visceral intercambio de insultos, acusaciones y recriminaciones en redes sociales.

No tengo pruebas, pero tampoco dudas de que el grueso de la población es ajeno a tales diatribas. Ni se entera de ellas y, cuando lo hace, no toma partido alguno. Las ve con profundo desdén, por la sencilla razón de que ninguna de esas facciones le está ofreciendo a la ciudadanía común algo que entusiasme. Ninguna le está ofreciendo un proyecto que la involucre en una ruta creíble hacia el cambio político. Ya he explicado en artículos anteriores a qué se debe mi opinión pesimista, pero en aras de la comprensión del presente, vale reiterar de manera sucinta.

La estrategia, si así se le puede llamar, de Machado y los otros dirigentes opositores que se han mantenido alineados con ella, se reduce al parecer a esperar que la presión internacional, sobre todo estadounidense, genere fracturas en la elite gobernante al punto de que la misma acepte que el statu quo es inviable y acepte negociar una transición. Básicamente, el plan que hubo entre 2019 y 2022.

En vista de que, como todos sabemos, aquello no cumplió con su objetivo, es cuanto menos dudoso que esta vez el resultado será distinto. Sobre todo si, como aquella vez, no hay presión interna. Para colmo, la presión externa tiene efectos en la economía venezolana en general, sobre todo inflacionarios, que pueden empobrecerla más que lo que ya está.

Al mismo tiempo, el grupo de políticos que incluye a Henrique Capriles y Manuel Rosales está llamando a “votar” en las “elecciones” parlamentarias y regionales del 25 de mayo. Describen su esfuerzo como una alternativa a la pasividad de la otra facción. Pero su llamado no incluye un plan para defender el voto en caso de que el poder desconozca un resultado desfavorable. No explica de ninguna manera cómo ese voto se va a traducir en el cambio político al que las masas aspiran.

Tiene un muy mal disfraz de epopeya (“Aquí nadie se rinde”) y huele a sumisión racionalizada y que se reconocerá a sí misma, en el mejor de los casos, como oposición totalmente simbólica e incapaz de cambiar las cosas. Dudo mucho que la población se vaya a sentir alentada a “votar” masivamente por eso. No quiere discursos apasionados pero impotentes desde el Capitolio. Quiere acciones efectivas.

El resultado de todo lo anterior es una posible nueva crisis de representatividad, como la que ha habido cada vez que la dirigencia opositora genera expectativas que no se cumplen. Orfandad de liderazgo. Despolitización de las masas. Cada ciudadano desencantado de la política y dedicado exclusiva o casi exclusivamente a sus actividades económicas privadas, en un intento por sobrevivir y, quizá, si se tiene mucho tino y mucha suerte, prosperar. Pero he aquí otro problema: la economía nacional se deteriora de nuevo, sobre todo en materia inflacionaria, lo cual hace que la adaptación al statu quo sea difícil, también. Y con un mundo muchísimo más cerrado a la migración que el que hubo hace unos años, huir del sistema también deja de ser opción para muchos.

Pareciera que los ciudadanos comunes venezolanos estamos atrapados en una situación sin buenas alternativas. ¿Es que acaso no podemos hacer nada? No estoy hecho de titanio. Admito que por estos días me ha azotado la sensación de que la respuesta a la pregunta es “no” y que solo nos queda aguantar con estoicismo lo que sea que el hado nos depare. Mi disposición a dedicar tiempo y esfuerzo de reflexión a la política venezolana se ha reducido. He preferido dedicarme a asuntos privados más productivos y, en mi tiempo libre no sociable, a lecturas que van desde la Jung y hasta los Upanishads, pasando por la poesía de Ezra Pound y Miyó Vestrini.

Pero nunca he podido desentenderme del todo de la política nacional, acaso por un compromiso terco con el país. Compromiso que me obliga a confrontar, como Jacob con el ángel en la pintura de Rembrandt, la pregunta del párrafo anterior: ¿Es que acaso no podemos hacer nada? Pienso que, pese a todo, sí. Podemos, cuanto menos, apelar en tono crítico a quienes dicen que nos están liderando hacia la meta del cambio político. Podemos recordarles que todo quid pro quo entre un dirigente político y las masas que lo siguen debe consistir en apoyo a cambio de liderazgo efectivo. Ergo, no tenemos ninguna obligación a darles espaldarazos a quienes no están yendo a ninguna parte. De lo contrario, los estaremos premiando y alentando a seguir por donde no es.

De eso se trata. Dejar de ser cheerleader. Dejar clara la inconformidad. Se puede hacer sin excesos ni puerilidades. Podemos cuestionar la viabilidad de los planes de Machado y sus aliados sin dejar de reconocer que ellos han corrido riesgos que casi nadie está dispuesto a correr (no me cuento entre esos pocos). Se puede rechazar el fetichismo electoral sin señalar a todo el que incurra en él de ser deliberadamente un cómplice en la preservación del statu quo.

Con respecto a la facción prosistema, hacer todo esto es un poco más fácil. Basta con desatender sus llamados. Como la facción antisistema no está haciendo convocatorias a los ciudadanos comunes, lo que toca es distinto. Cada vez que uno de sus voceros diga que están avanzando sin dar muestra alguna sobre ello, hay que ponerlo expresamente en duda. Cada vez que hagan una denuncia de los problemas nacionales que ya todos conocemos, hay que responderles: Muy bien, ¿y qué hacemos?

Puede ser que, cuando noten que se acabaron los cheques en blanco, todos estos dirigentes decidan prescindir de lo que no ha funcionado y asuman el reto de pensar en nuevas estrategias. Como he dicho, sé que no es fácil. El hecho de que yo pueda señalar lo que no ha funcionado no implica que sepa qué funcionará. Pero, volviendo al quid pro quo, no es mi responsabilidad decir qué funcionará, porque yo no soy político de oficio y no le estoy pidiendo a nadie que me reconozca como líder.

Si, pese a los cuestionamientos de la mayoría, los políticos opositores insisten en lo que están haciendo, pues entonces sí les digo que no quedará más que esperar a que alguien se atreva a dar el valiente paso de tratar de formar un nuevo liderazgo opositor… Y conservarnos en privado mientras tanto. Al menos habremos intentado lo que, en mi opinión, es nuestro deber ciudadano del momento.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

¿Es que acaso no podemos hacer nada? Pienso que, pese a todo, sí. Podemos, cuanto menos, apelar en tono crítico a quienes dicen que nos están liderando hacia la meta del cambio político
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Nos estamos acercando al primer aniversario de las elecciones presidenciales del pasado 28 de julio. ¡Qué triste diferencia hay hoy en el estado de ánimo nacional con respecto a la última vez que la Tierra estuvo en su presente posición orbital! Había un entusiasmo masivo que no se veía en mucho tiempo. Prácticamente toda la oposición, tanto a nivel de dirigencia como de base, estaba cohesionada y empujando hacia la misma dirección. Todo gracias a la ilusión producida por la candidatura de Edmundo González Urrutia y el liderazgo de María Corina Machado.

Recuerdo que uno de mis últimos tuits a pocas horas de que abrieran las urnas sintetizaba la felicidad que sentía por lo que estaba pasando en tal sentido y expresaba que siempre lo recordaría con mucho afecto, posición que mantengo. Porque, aunque en el presente se sienta todo lo contrario, lo que pasó entonces fue algo auténtico.

Ahora lo que se palpa es una profunda decepción, porque el reclamo opositor sobre el resultado electoral no ha logrado hacerse valer y, una vez más, el cambio político luce distante. Un cambio político que la inmensa mayoría de la población considera indispensable para gozar de un mínimo de calidad de vida. Tampoco puede hablarse de cohesión. La dirigencia opositora ha vuelto a fracturarse en facciones prosistema y antisistema, cuyos respectivos fanáticos se la pasan en un interminable y muy visceral intercambio de insultos, acusaciones y recriminaciones en redes sociales.

No tengo pruebas, pero tampoco dudas de que el grueso de la población es ajeno a tales diatribas. Ni se entera de ellas y, cuando lo hace, no toma partido alguno. Las ve con profundo desdén, por la sencilla razón de que ninguna de esas facciones le está ofreciendo a la ciudadanía común algo que entusiasme. Ninguna le está ofreciendo un proyecto que la involucre en una ruta creíble hacia el cambio político. Ya he explicado en artículos anteriores a qué se debe mi opinión pesimista, pero en aras de la comprensión del presente, vale reiterar de manera sucinta.

La estrategia, si así se le puede llamar, de Machado y los otros dirigentes opositores que se han mantenido alineados con ella, se reduce al parecer a esperar que la presión internacional, sobre todo estadounidense, genere fracturas en la elite gobernante al punto de que la misma acepte que el statu quo es inviable y acepte negociar una transición. Básicamente, el plan que hubo entre 2019 y 2022.

En vista de que, como todos sabemos, aquello no cumplió con su objetivo, es cuanto menos dudoso que esta vez el resultado será distinto. Sobre todo si, como aquella vez, no hay presión interna. Para colmo, la presión externa tiene efectos en la economía venezolana en general, sobre todo inflacionarios, que pueden empobrecerla más que lo que ya está.

Al mismo tiempo, el grupo de políticos que incluye a Henrique Capriles y Manuel Rosales está llamando a “votar” en las “elecciones” parlamentarias y regionales del 25 de mayo. Describen su esfuerzo como una alternativa a la pasividad de la otra facción. Pero su llamado no incluye un plan para defender el voto en caso de que el poder desconozca un resultado desfavorable. No explica de ninguna manera cómo ese voto se va a traducir en el cambio político al que las masas aspiran.

Tiene un muy mal disfraz de epopeya (“Aquí nadie se rinde”) y huele a sumisión racionalizada y que se reconocerá a sí misma, en el mejor de los casos, como oposición totalmente simbólica e incapaz de cambiar las cosas. Dudo mucho que la población se vaya a sentir alentada a “votar” masivamente por eso. No quiere discursos apasionados pero impotentes desde el Capitolio. Quiere acciones efectivas.

El resultado de todo lo anterior es una posible nueva crisis de representatividad, como la que ha habido cada vez que la dirigencia opositora genera expectativas que no se cumplen. Orfandad de liderazgo. Despolitización de las masas. Cada ciudadano desencantado de la política y dedicado exclusiva o casi exclusivamente a sus actividades económicas privadas, en un intento por sobrevivir y, quizá, si se tiene mucho tino y mucha suerte, prosperar. Pero he aquí otro problema: la economía nacional se deteriora de nuevo, sobre todo en materia inflacionaria, lo cual hace que la adaptación al statu quo sea difícil, también. Y con un mundo muchísimo más cerrado a la migración que el que hubo hace unos años, huir del sistema también deja de ser opción para muchos.

Pareciera que los ciudadanos comunes venezolanos estamos atrapados en una situación sin buenas alternativas. ¿Es que acaso no podemos hacer nada? No estoy hecho de titanio. Admito que por estos días me ha azotado la sensación de que la respuesta a la pregunta es “no” y que solo nos queda aguantar con estoicismo lo que sea que el hado nos depare. Mi disposición a dedicar tiempo y esfuerzo de reflexión a la política venezolana se ha reducido. He preferido dedicarme a asuntos privados más productivos y, en mi tiempo libre no sociable, a lecturas que van desde la Jung y hasta los Upanishads, pasando por la poesía de Ezra Pound y Miyó Vestrini.

Pero nunca he podido desentenderme del todo de la política nacional, acaso por un compromiso terco con el país. Compromiso que me obliga a confrontar, como Jacob con el ángel en la pintura de Rembrandt, la pregunta del párrafo anterior: ¿Es que acaso no podemos hacer nada? Pienso que, pese a todo, sí. Podemos, cuanto menos, apelar en tono crítico a quienes dicen que nos están liderando hacia la meta del cambio político. Podemos recordarles que todo quid pro quo entre un dirigente político y las masas que lo siguen debe consistir en apoyo a cambio de liderazgo efectivo. Ergo, no tenemos ninguna obligación a darles espaldarazos a quienes no están yendo a ninguna parte. De lo contrario, los estaremos premiando y alentando a seguir por donde no es.

De eso se trata. Dejar de ser cheerleader. Dejar clara la inconformidad. Se puede hacer sin excesos ni puerilidades. Podemos cuestionar la viabilidad de los planes de Machado y sus aliados sin dejar de reconocer que ellos han corrido riesgos que casi nadie está dispuesto a correr (no me cuento entre esos pocos). Se puede rechazar el fetichismo electoral sin señalar a todo el que incurra en él de ser deliberadamente un cómplice en la preservación del statu quo.

Con respecto a la facción prosistema, hacer todo esto es un poco más fácil. Basta con desatender sus llamados. Como la facción antisistema no está haciendo convocatorias a los ciudadanos comunes, lo que toca es distinto. Cada vez que uno de sus voceros diga que están avanzando sin dar muestra alguna sobre ello, hay que ponerlo expresamente en duda. Cada vez que hagan una denuncia de los problemas nacionales que ya todos conocemos, hay que responderles: Muy bien, ¿y qué hacemos?

Puede ser que, cuando noten que se acabaron los cheques en blanco, todos estos dirigentes decidan prescindir de lo que no ha funcionado y asuman el reto de pensar en nuevas estrategias. Como he dicho, sé que no es fácil. El hecho de que yo pueda señalar lo que no ha funcionado no implica que sepa qué funcionará. Pero, volviendo al quid pro quo, no es mi responsabilidad decir qué funcionará, porque yo no soy político de oficio y no le estoy pidiendo a nadie que me reconozca como líder.

Si, pese a los cuestionamientos de la mayoría, los políticos opositores insisten en lo que están haciendo, pues entonces sí les digo que no quedará más que esperar a que alguien se atreva a dar el valiente paso de tratar de formar un nuevo liderazgo opositor… Y conservarnos en privado mientras tanto. Al menos habremos intentado lo que, en mi opinión, es nuestro deber ciudadano del momento.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

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