Reflexiones sobre desigualdad, redistribución y género
Un debate que divide al feminismo
El vínculo entre capitalismo y patriarcado ha sido central en el debate feminista. Para algunas corrientes, el capitalismo es inherentemente opresivo, ya que explota el trabajo no remunerado de los cuidados a cargo de las mujeres y precariza el empleo femenino. Desde esta perspectiva, el feminismo debe ser anticapitalista.
Otras posturas argumentan que, aunque el capitalismo genera desigualdades, ha sido un motor de transformación que ha permitido avances en los derechos de las mujeres, sobre todo en economías de mercado reguladas con políticas redistributivas. Desde esta óptica, el feminismo no necesita rechazar el capitalismo en su totalidad, sino reformarlo para hacerlo más equitativo.
Este debate tiene implicaciones prácticas: ¿Es posible luchar por la igualdad de género dentro del capitalismo o es necesario un modelo alternativo? ¿Qué nos enseñan los países que han logrado equilibrar el capitalismo con altos niveles de equidad? Este artículo explora cómo las políticas redistributivas han impactado la desigualdad de género en América Latina y si el capitalismo reformado puede ser un aliado para avanzar hacia la igualdad.
Capitalismo y patriarcado: ¿una alianza indisoluble?
Desde el feminismo marxista y socialista, se argumenta que el capitalismo se sostiene en el trabajo no remunerado de las mujeres. Silvia Federici ha señalado que el trabajo doméstico es una forma de explotación que subsidia la economía de mercado. Antes que ella, Christine Delphy caracterizó al patriarcado como un sistema de subordinación de las mujeres a los hombres, donde el trabajo doméstico se invisibiliza como una actividad “no económica”.
Nancy Fraser sostiene que el neoliberalismo ha “mercantilizado” la lucha feminista, priorizando el ascenso individual de algunas mujeres sin cambiar las estructuras de desigualdad. Patricia Hill Collins, Angela Davis y más recientemente Ochy Curiel han analizado cómo el capitalismo racializado impacta en las mujeres afrodescendientes y de origen indígena, y esta última señalando tanto a gobiernos de izquierda como de derecha, por el despojo y la entrada de multinacionales en las comunidades afrodescendientes e indígenas.
Estas perspectivas sostienen que el capitalismo y el patriarcado son interdependientes. El trabajo de cuidados y la precarización laboral femenina permiten sostener la acumulación capitalista, lo que lleva a muchas feministas a argumentar que la única vía hacia la equidad de género es un sistema poscapitalista.
Otro punto de vista: feminismo liberal
“El feminismo neoliberal desplaza la responsabilidad de la desigualdad estructural hacia las mujeres mismas, al tiempo que mantiene intactas las lógicas económicas que producen la precariedad.” (Catherine Rottenberg, 2018, p. 112)
Crítica del feminismo neoliberal, Catherine Rottenberg sostiene que este ha redefinido la lucha feminista en términos de éxito individual y autorresponsabilidad, promoviendo la idea de que la desigualdad se soluciona con esfuerzo personal y llevando a adaptar la agenda feminista a las exigencias del mercado y la competencia individual. Este enfoque beneficiaría a mujeres de clase media y alta, en particular a las blancas y heterosexuales, pero dejaría intactas las estructuras de precarización y explotación.
Sin embargo, hay feministas críticas del capitalismo que han optado por luchar dentro del sistema. La propia Nancy Fraser que critica el alineamiento del feminismo liberal con el capitalismo, en lugar de rechazar el sistema en su totalidad, propone transformaciones estructurales para ampliar la democracia y la justicia social. Cinzia Arruza, filósofa marxista, reconoce que las reformas dentro del capitalismo han generado avances importantes para las mujeres y los grupos más vulnerables.
Otras propuestas incluyen realizar cambios desde adentro a través de regulaciones laborales, políticas de bienestar y derechos reproductivos, así como la lucha por la paridad, las cuotas y la igualdad legal real y efectiva (Amelia Valcárcel), mejorar las políticas públicas redistributivas y defender los derechos humanos (Martha Nussbaum) o políticas públicas que democraticen la economía, pero también permitan la innovación (Elizabeth Anderson). Estas pensadoras reconocen las desigualdades del capitalismo, pero buscan transformarlo desde dentro.
Ejemplos de cómo los países escandinavos y Alemania demuestran que el capitalismo regulado y combinado con políticas redistributivas puede reducir las desigualdades. Suecia, Noruega, Dinamarca y Finlandia implementaron impuestos progresivos y servicios públicos universales que han reducido la brecha de género. En Noruega, por ejemplo, la licencia parental permite a los padres compartir hasta doce meses de permiso, lo que contribuye a una distribución más equitativa del trabajo de cuidados.
Redistribución y género en América Latina: ¿qué hemos aprendido?
En América Latina, las brechas salariales varían entre países, con brechas mucho menores en Costa Rica (12 %) mientras que en México y Brasil alcanza el 16-25 %. En países con alta informalidad del empleo, como Guatemala, la desigualdad es más pronunciada.
Diversas políticas redistributivas han logrado reducir las brechas de género, aunque con límites estructurales. Como ejemplo, los programas de transferencias condicionadas de Brasil (Bolsa Familia) y México (Oportunidades) redujeron la pobreza extrema en hogares encabezados por mujeres, y mejoraron el acceso a las niñas a la educación y la salud, pero reforzaron la idea de que las mujeres son las principales responsables del hogar y no generaron suficientes oportunidades de empleo formal para las beneficiarias.
Otros ejemplos de políticas redistributivas han sido el acceso a la seguridad social para las trabajadoras del hogar (México 2019) que supuso un avance histórico en cuanto a derechos laborales, pero solo el 3 % de las trabajadoras domésticas se benefició del programa, manteniendo al resto en la informalidad; en México (2014 y 2019) y Argentina (2017), se establecieron leyes de paridad que aumentaron la participación de las mujeres en la política a 50 % y 44 % respectivamente.
Sin embargo, persisten barreras como la violencia política hacia las mujeres que, en México, como lo ha señalado Gabriela Vargas, las hace renunciar a su curul por la inseguridad, por sentirse amenazadas o intimidadas. También persiste el techo de cristal en el sector privado. En Argentina y Chile los servicios de cuidado infantil permiten a más mujeres insertarse en el mercado laboral debido a la reducción del tiempo dedicado al trabajo no remunerado, aunque las reformas económicas han traído retrocesos y la cobertura sigue siendo limitada, especialmente en zonas rurales o indígenas.
Estos casos muestran que las políticas redistributivas pueden mejorar la equidad de género, pero no necesariamente transforman las estructuras de desigualdad si no se combinan con cambios en el mercado laboral, en las normas patriarcales y en el sistema de cuidados.
¿Es posible un capitalismo feminista?
Si miramos los países capitalistas más igualitarios encontramos que tienen tres elementos en común:
- Sistemas fiscales progresivos y alta inversión en servicios públicos;
- Leyes de igualdad salarial y cuotas de género en empresas y gobiernos.
- Sistemas universales de cuidado infantil y licencias parentales equitativas.
Esto sugiere que el problema no es el capitalismo en sí, sino la falta de regulación y redistribución.
En contraste, las economías planificadas como China o Vietnam han evolucionado hacia modelos híbridos con fuerte intervención estatal, pero con un sector privado en expansión, que aporta más del 60 % del PIB de China y 70 % del de Vietnam. Esto ha generado un debate sobre si aún pueden considerarse países socialistas en términos económicos o si han adoptado un modelo de capitalismo de Estado. En estos países, la brecha salarial de género sigue siendo significativa, especialmente en sectores tecnológicos y rurales.
En América Latina, muchas reformas redistributivas han sido insuficientes o no se han sostenido en el tiempo debido a crisis económicas y resistencias políticas. El ajuste económico reciente en Argentina recortó programas de asistencia, eliminó el Ministerio de la Mujer y redujo el presupuesto para salud y educación, lo que ha aumentado la carga de trabajo no remunerado, afectando especialmente a las mujeres en situación de vulnerabilidad.
Las políticas de ajuste reducen el acceso al empleo formal y aumentan la carga del trabajo no remunerado, profundizando las brechas de género. Por ello no basta con la redistribución: es necesario además reestructurar el trabajo y valorar económicamente los cuidados.
Abierta a la discusión: ¿un feminismo unido o dividido?
Las divisiones entre feministas anticapitalistas y feministas reformistas pueden obstaculizar la lucha por la igualdad. Más que un debate estéril, el foco debería estar en construir sistemas más inclusivos, combinando mercado y protección social. Al final, la pregunta no es solo si el feminismo debe ser anticapitalista, sino cómo lograr sociedades donde la igualdad de género sea una realidad sostenible.
¿Qué opinas? ¿El capitalismo puede ser feminista o es necesario un modelo alternativo?
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