Chino Zambrano, símbolo indeleble de la corianidad
“El Chino fue un ejemplo de trabajo, de responsabilidad, de cariño, amistad e identidad por Coro”, Víctor “Tito” Guerra
El Chino Zambrano no fue un político, tampoco un oneroso empresario ni un activista. Su legado consiste en algo simple y relegado en esta época de valores invertidos y prioridades distorsionadas: la honestidad
Con la inauguración de un mural, en octubre de este año, Coro rindió homenaje a sus hijos predilectos en la víspera de su 500 aniversario en 2027.
Aunque se desconoce el criterio de selección y quiénes estuvieron a cargo de escoger los 500 rostros que adornan una de las paredes del Círculo Militar en la avenida Manaure, la probidad parece haber sido el común denominador entre las ahora inmortales figuras de la corianidad.
Y para llegar a esta conclusión solo basta ver un nombre en esa pared, el de Francisco “Chino” Zambrano.
El Chino Zambrano no fue un político, tampoco un oneroso empresario ni un activista. Su legado consiste en algo simple y relegado en esta época de valores invertidos y prioridades distorsionadas: la honestidad.
No necesitaba entregar panfletos en la calle para profesar su filosofía de vida: lo que viene del amor interior es indisoluble.
Nació en la Venezuela rural y autoritaria del dictador Juan Vicente Gómez en enero de 1925. Fue hijo natural y de ahí su devoción incondicional por su progenitora Ismenia. Con sacrificio aprendió a leer y escribir llevando su silla y pizarra a una casa particular por dos bolívares al mes.
En su primer empleo como dependiente devengaba la mensualidad de 40 bolívares, trabajando de lunes a sábado de 7:00 a. m. a 12:00 m y de 2:00 p. m. a 6:00 p. m.; al percatarse de su responsabilidad, los patronos le subieron el sueldo a Bs. 60.
Bajo el mandato del general Isaías Medina Angarita, en 1944 emprende una batalla contra el paludismo junto con otros corianos en la entonces unidad de Malariología. Se desempeñó como visitador rural.
Era un buen oyente y también bien hablante; de hecho, su verbo le llevó a los micrófonos de Radio Coro sin tener título de locutor, allí ganaba 300 bolívares mensuales. En un par de ocasiones le tocó animar El diario del aire para tapar la ausencia del titular, Gonzalo Márquez Yanez. Estando en la estación sucedió el golpe de Estado que derrocó a Rómulo Gallegos en 1948. Tenía apenas 23 años.
Entre las décadas de los 50 y 60 trabajó en la Inspectoría Regional de Vehículos, posteriormente Dirección Nacional de Tránsito Terrestre, donde llegó a ser nombrado jefe de departamento. “Con un sueldo de 1140 bolívares mensuales, todo un dineral para la época”, apuntó el cronista Víctor “Tito” Guerra en su libro Rebuscando, rebuscando.
Posteriormente, se desempeñó como amanuense en los tribunales y en ese tiempo formó parte de la primera promoción de bachilleres nocturnos del liceo Cecilio Acosta.
Terminó jubilándose como jefe de la Unidad de Proyectos y Contrataciones del desaparecido Instituto Nacional de Vivienda (Inavi).
Pese a tener más de 60 años cuando en Venezuela se podía vivir con el pago de una jubilación, siguió trabajando por cuenta propia como mano derecha del empresario Lorenzo Zázara en varias de sus empresas.
“Son tantos los recuerdos del Chino… él para mi era un segundo padre, mi papá viajaba bastante y pasaba mucho tiempo en Italia (su país natal) y yo siempre estaba bajo la tutela de él, me defendía frente a mi papá para quien no había excusas para faltar al trabajo… era amigo y no solo en el ámbito laboral, al Chino lo quería todo el mundo, el hombre más honesto del mundo, mi papá siempre lo invitó a Italia y él nunca quiso ir”, dijo Roberto Zázara.
Sus amigos, que eran casi toda la ciudad, le “echaban vaina” por su longevidad.
En la portada del libro de Guerra, donde aparece haciendo la primera comunión, el mismo autor le jugó una broma colocando que la foto había sido tomada en 1899.
“Eso fue primero que el retrato de Dorian Grey”, coincidieron Luis Chirinos y Rolando Latuff.
“Esa no es una fotografía, es un retrato a creyón”, dijo Hugo Suárez.
“Fue tomada en la época de la daguerrotipia”, soltó Rafael Pérez Romero.
“Si yo soy uno de sus últimos ahijados y tengo 68 años, debe de tener más de 100”, expresó Héctor Mora Ruiz.
“Hay que ver que esas pócimas, jarabes y brebajes que yo preparo son buenas”, indicó el farmaceuta Joaquín Colina.
Cuando salía fuera de Coro era una especie de celebridad y figura autóctona falconiana, un símbolo de la ciudad, una reliquia andante de esas calles de piedra testigos de un calor sofocante.
Sus amigos le decían: “Pero Chino, lánzate a alcalde de Coro y ganas de calle, eres más popular que beber en totuma (vasija)”. Siempre desestimó esas sugerencias de incursionar en la política.
“Nunca ponderó eso o al menos yo jamás le escuché que pretendía optar a un cargo o a alguna posición privilegiada; a él no le gustaba eso, todo lo que obtuvo fue producto de su trabajo honesto”, dijo Guerra.
Fue amigo de ricos y pobres, bien y mal vestidos, sanos y enfermos, políticos y apolíticos, religiosos, agnósticos y ateos, para él no había distingo.
“En una oportunidad murió una persona de la urbanización Ampíes y me dijo que sus deudos estaban necesitados de dinero… él no solo era cumplido asistiendo a los velorios, sino que también era solidario con las necesidades de los demás”, indicó Luis Chirinos.
“En una ocasión andábamos por el oriente del país con un grupo de amigos y se metió en un velorio a dar el pésame. Le preguntamos: ¿Chino y tú conocías a ese muerto? Él respondió: ‘No, pero siempre hay que cumplir’”, añadió Chirinos.
“El Chino fue un ejemplo de trabajo, de responsabilidad, de cariño, amistad e identidad por Coro”, expresó Guerra.
“Cuando estaba en la Inspectoría de Tránsito en Coro un señor al que ayudaba a hacer trámites le quiso obsequiar un vehículo nuevo, él se negó a aceptarlo y le dijo que ese era su trabajo”, dijo Chirinos.
“Fue una persona que se ganó amistades por ser servicial, cordial, amistoso, cumplidor, cariñoso y buen padre de familia, graduado en la universidad de la vida. Es imposible conseguir a alguien en Coro que tenga algo contra el Chino porque era un hombre al que no se le conoció mancha alguna, un ejemplo a seguir. Forma parte de esa hoy en día curiosa pléyade que hace un favor y no espera nada a cambio”.
Un hombre que no hacía nada fuera de lo común en un mundo donde hacer el bien y ser cabal se ha convertido en algo extraordinario.
Con información del libro “Rebuscando, rebuscando” de Víctor “Tito” Guerra
De la política cultural y de la politiquería en la cultura
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