La falta de moral (y de reflexión ética) nada tiene de metafísica. Pura física cruel que rebaja la dignidad de los venezolanos
Algunos comentaristas han expresado preocupación porque María Corina Machado (MCM) ha dicho que lo que está planteado en la contienda política en Venezuela es una lucha entre el bien y el mal. Más que preocupación, incluso se han escandalizado ante tal afirmación de la precandidata presidencial. Creen que ella está trayendo al ámbito político categorías propias del discurso religioso o incluso metafísico. Que lo que plantea MCM es propio de fundamentalistas que ven el mundo en blanco y negro, donde no caben los matices. Que esa “moralina” mezclada con política es una receta destinada a la polarización, el enfrentamiento y la exclusión.
La pregunta: ¿se puede divorciar la política de la moral? Además: ¿se puede separar la acción política de la reflexión ética? Empecemos por definir los términos. Para ello acudo al gran maestro que fue el profesor Antonio Pasquali, filósofo de formación y pensador de la comunicación [ver Pasquali, A. (2005) 18 ensayos sobre comunicaciones. Editorial Debate]. La moral, escribió Pasquali, es el conjunto de normas que se dan en un lugar y tiempo concretos, y que sirven para guiar la vida en sociedad (lo que se considera bueno y malo). La moral cambia porque cambian las sociedades, los valores, la cultura. Por su lado, la ética, también según el profesor Pasquali, es la reflexión sistemática sobre principios morales supremos y universales que se aplican a todos los seres humanos, no importa el contexto cultural, religioso, político o socioeconómico en el que vivan. Todo el marco moral y normativo que se desprende de la Declaración Universal de Derechos Humanos es justamente el resultado de una premisa ética fundamental: todos los seres humanos somos iguales en nuestra dignidad. No valen relativismos culturales ni políticos para justificar la violación de esos derechos.
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La falta de moral (y de reflexión ética) nada tiene de metafísica. Pura física cruel…
Aclarados estos conceptos básicos, ahora podemos intentar las respuestas. Divorciar la política de la moral es práctica corriente, pues la política tiene sus fines y para lograrlos no siempre puede (ni quiere) amarrarse a las normas aceptadas socialmente como lo bueno o lo malo. Lograr alcanzar y mantenerse en el poder, como objetivo último de la política, tiene que poner a un lado las consideraciones morales. Es la premisa de Maquiavelo. El príncipe no es un ser moral. A veces tiene que aparentar serlo, o en ocasiones tiene que aparecer como despiadado e inmoral, justamente para lograr lo que quiere, que es el control del poder. Maquiavelo propone una visión amoral de la política. Su propuesta es la de una gestión eficaz (y si hace falta, brutal) del poder.
¿Siempre se puede asumir la política como un ejercicio amoral? No, porque depende de las circunstancias históricas de la acción política. Hay momentos en que los que hacen política tienen que escoger bandos: están en un lado o en el otro. No pueden escudarse en la amoralidad para justificar sus tibiezas morales. ¿Los que lucharon contra las dictaduras militares del Cono Sur o contra los regímenes comunistas en el este de Europa no tomaron partido por el bien contra el mal que representaban esos autoritarismos? ¿No lo hicieron los que lucharon contra los nazis? ¿O contra el apartheid en Sudáfrica o la segregación racial en los Estados Unidos? Es obvio que la amoralidad maquiavélica implicaba, en esos casos, una opción inmoral. Podía verse como la aceptación o la convivencia con el mal.
El otro asunto es ético. Divorciar la política de la reflexión sobre sus consecuencias morales es un déficit ético entre algunos de los que analizan, comentan e incluso asesoran al mundo político. Dicen estos “pragmáticos” del realismo político que eso de la ética (y de la moral) es una cuestión “metafísica”, especulativa, propia de la teología o de una filosofía idealista. Se equivocan especialmente en el caso venezolano, porque la falta de moral (y de reflexión ética) tiene consecuencias muy físicas sobre los cuerpos maltratados de muchísimos venezolanos enfermos, malnutridos, que huyen de la pobreza por los caminos verdes afrontando peligros, o sobre los presos políticos o los torturados. Nada de metafísica, pura física cruel que rebaja la dignidad de los venezolanos.
Más allá de las preferencias electorales, la descalificación de un discurso político por ser moralista es un argumento de dudosa solidez intelectual y ética (en el sentido de razonamiento sobre la moral). Si después de casi 25 años de desastre chavista, no se entiende que los malos están en el poder en Venezuela (roban, reprimen, censuran, destruyen el medio ambiente), el diagnóstico será errado. Y sin un diagnóstico adecuado es difícil construir un camino hacia el cambio político. Al menos que al vaciar de moral la política, se busque que se mantenga el status quo por los beneficios que puede producir (para muestra este botón). Todo es posible en esa tierra de gracia.
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