
De nuevo, detrás de todo el despliegue propagandístico sobre un supuesto celo contra la venalidad, lo que hallamos es pura podredumbre
Hay palabras que no se puede traducir con exactitud a otros idiomas. Algunas de ellas están cubiertas por un barniz poético, como pasa con saudade, algo en portugués parecido a la nostalgia y que ha inspirado centenares de versos de fado entonados en tabernas lisboetas. Otras son más frías y nos vemos obligados a recurrir a ellas por razones técnicas cuando no encontramos en nuestra lengua el término que corresponda con exactitud al concepto que tenemos en mente.
El inglés, idioma cuya evolución va de la mano con el pragmatismo anglosajón que nos brindó la Revolución industrial y la filosofía analítica, es un prestamista de tales vocablos particularmente pródigo. Hoy pienso en timing. Resulta que cuando me senté a escribir la última emisión de esta columna, sobre los peligros de olvidar los desmanes de la elite gobernante y aspirar a la amistad o hasta a la integración con la nueva oligarquía, el timing fue excelente. Porque estaba por estallar un escándalo en ese mundo tenebroso que expondría lo que quise transmitir.
Mencioné en aquella oportunidad que el más grande de todos esos peligros no es retratarse con un enchufado, sino convertirse en uno. Un peligro no solo para la moral, sino para el propio individuo que, por decirlo en código de cultura pop, se entregó al “lado oscuro de la Fuerza”. Porque si bien por ese camino se abre un montón de posibilidades para el bolsillo y la calidad de vida del senderista, en el mejor caso estará ante una espada de Damocles.
Tener dinero en abundancia, aunque sea de origen sucio, sin duda te quita de encima un montón de preocupaciones. Sobre todo, en un país con inflación monstruosa. Pero por otro lado está la angustia inherente a todo portador de una fortuna contaminada. No es solo la posibilidad de meterse en problemas con el Tío Sam y terminar con el apartamento en Bal Harbour congelado.
Es también otra posibilidad, más siniestra aun. La de que, por algún agravio que el grueso de la elite gobernante sienta que se haya cometido en su contra, aparezca el nombre propio en una lista de corruptos recitada por autoridades venezolanas empeñadas en simular que hasta el más ínfimo hurto a la hacienda pública nacional es castigado de una manera que Dracón hallaría excesiva.
Cada cierto tiempo ocurre, pero el momento exacto de cada iteración es impredecible. Como siempre, esta vez los nombres que más llaman la atención son los de funcionarios públicos de alto nivel: Hugbel Roa, Joselit Ramírez, etc. Pero no hay que tener numerosas apariciones en VTV con una camisa del PSUV para correr con esta mala suerte. Los rojos en la lista negra (combinación cromática en este caso nada agradable, a diferencia de la novela de Stendhal) siempre incluye a algún puñado de empresarios del sector privado que hace negocios con el Estado y que por lo general prefiere mantener un perfil bajo (aunque eso pudiera cambiar, por la nueva laxitud moral referida en el artículo de la semana pasada).
En otras palabras, enchufarse siempre supondrá el riesgo de que una subida repentina de voltaje te deje electrocutado. Hoy, entre los alcanzados por descargas eléctricas dignas de Zeus, Thor o Xólotl (o Gene Simmons cantando “God of Thunder”) están los constructores responsables de algunos de los flamantes nuevos edificios de oficinas en Las Mercedes. Torres que se han vuelto un símbolo de la opulencia en la “Venezuela premium” que, pretendiendo ser un fénix, renace de las cenizas a las que se redujo el país. Opulencia a menudo asociada por el público con la corrupción. No siempre con fundamento, pero en este caso resultó ser una denuncia correcta.
Eso me lleva a otro punto que me parece importante y sobre el cual ya he llamado la atención antes. Habrá quien diga que la purga en el planeta de los tomacorrientes confirma que toda inversión cuantiosa en Venezuela es necesariamente un lavado de dinero. En realidad, para el observador atento y bien informado lo que se confirma es que un selecto grupo de sospechosos ostentosos merecían la suspicacia. Porque varios de los nombres de los empresarios involucrados no estaban saliendo a la luz pública por primera vez.
Ya habían sido objeto de investigación por la prensa independiente venezolana abocada a investigar corruptelas. Por ejemplo, el portal periodístico Armando Info en septiembre publicó una nota sobre cómo los aludidos constructores de edificios de oficinas también tenían negocios con… Pdvsa, claro. Así que lo reiteraré: aunque imperfecta, la información sobre enchufados, con pruebas o en su defecto indicios sólidos, existe. Quien quiera hacer señalamientos sobre lavadoras, debería por lo menos familiarizarse con estos contenidos para saber distinguir, en vez de asumir perezosamente que no hay hueso sano.
Ahora bien, hasta cierto punto se puede excusar la falta de información del público venezolano en estos menesteres. A duras penas esos contenidos llegan a quien no tenga un mínimo de formación tecnológica. ¿Lo van a ver en la televisión o escuchar en la radio, habiendo tanta censura y autocensura en las ondas hertzianas? ¿Podrán comprar en el quiosco más cercano un periódico que brinde los detalles? Por supuesto que no.
Esa labor periodística se encuentra en portales digitales a los que también alcanza la Inquisición del siglo XXI (entiéndase, Conatel). Son cada vez más los bloqueados. Sin un VPN, no hay acceso. Lo cual me lleva a un comentario final sobre todos estos acontecimientos. Ahora la elite gobernante se jacta de haber destapado unas ollas podridas, pero las señales de alerta al respecto ya habían sido expuestas en medios de comunicación que esa misma elite gobernante censura. O sea, alardean de “descubrir” lo que antes ocultaron.
Así será mientras se prolongue el presente statu quo. Como reza el libro de Ezequiel: Verás todavía otras cosas escandalosas que se cometen.
Posdata: Ya que estamos con la Biblia, me permito anunciar que esta columna se unirá al asueto de Semana Santa. Volverá a aparecer el primer viernes después del Domingo de Resurrección. A los amigos cristianos, feliz Pascua. A los judíos, feliz Pesaj. Y a los que, como este servidor, no profesan ningún culto, feliz visita a Cuyagua o Camurí. No olviden la guarapita. Tomad y bebed todos de ella, en vaso plástico si no hay cáliz, y sin preocuparse si habrá transubstanciación, consubstanciación o unión sacramental. Salud.
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