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#NotasSobreLaIzquierdaVzlana – II serie | ¡Cupo o muerte! Caracterización de la izquierda estudiantil 1982-1992
¿Qué dirán aquellos estudiantes del deterioro y acabose programados a los cuales se ha llevado a los institutos superiores de enseñanza en la última década en Venezuela?

 

@YsaacLpez

A mi hermano

Una hoguera prende al centro de la avenida Independencia de la ciudad de Coro, noroccidente venezolano. Dos autobuses de los que hacen el transporte diario y gratuito de los estudiantes del Instituto de Tecnología Alonso Gamero arden como señal de protesta de la dirigencia estudiantil de esa casa de estudios. Es el año 1986. El reclamo: presupuesto justo, aumento de cupos a estudiantes, dotación de laboratorios. Los estudiantes del «Tecnológico» queman autobuses en como expresión de inconformidad ante tales demandas. Un mes después «la huelga» será para exigir al gobierno la dotación de nuevos autobuses.

Un «Remitido» de octubre de 1985 de la «Comunidad Estudiantil del IUTAG» a la opinión pública mostraba la posición ante la situación de crisis de la institución, señalando: «Somos una comunidad que suma más de cuatro mil personas y el Presupuesto que se nos asigna es de apenas 54 millones de Bolívares (…) Automáticamente nuestras actividades académicas se han venido paralizando debido a que ya no existe la reproducción del material didáctico, el servicio de transporte es deficiente, marcadores y tiza ya no se ven, mal estado del servicio de alumbrado y aire acondicionado, deterioro de aulas y laboratorios, un centro de computación completamente dañado, con un Departamento de Investigación marginado a todos los niveles, la basura reina…».

¿Qué dirán aquellos estudiantes del deterioro y acabose programados a los cuales se ha llevado a los institutos superiores de enseñanza en la última década?

Y más adelante prosigue el remitido estudiantil de 1985: «No queremos seguir perdiendo tiempo mientras existe una patria que espera de todos nosotros. No queremos que los esfuerzos de sectores de la comunidad estudiantil se pierdan entre papeles de oficio. No aceptamos las malas políticas educativas aplicadas por los gobiernos que se han turnado en el poder durante los últimos 27 años.» (El Falconiano, Coro, 8 de octubre de 1985, p. 17).

Para ese mismo año, la Cátedra Pío Tamayo publicaba la ponencia del doctor Roseliano Ojeda titulada Cómo se desangra un país. Endeudamiento y fuga de divisas, dentro del seminario “La Crisis. Responsables y salidas”, en la cual hace un análisis descarnado y terrible sobre usos y abusos de los recursos nacionales por las clases dirigentes de la Venezuela de la época.

El investigador Domingo Irwin, en su trabajo Relaciones civiles y militares en el siglo XX, apunta que la actividad subversiva armada de grupos de izquierda no desapareció en Venezuela en la década de los setenta. “En ese momento se consolida su derrota militar, indica Irwin, pero como organizaciones minúsculas en lo político a nivel regional o nacional y hasta local, sobreviven hasta los 1990. Tres grupos notoriamente existentes para 1992: Bandera Roja, Venceremos y Tercer Camino» (Caracas, Centauro ediciones, p. 131).

Prosigue Irwin: «Esta situación de descalabro, y decadencia guerrillero-subversiva, lleva a los sobrevivientes políticos de estas organizaciones a tratar de fortalecerse en los institutos públicos de educación superior, por un lado, y de intensificar sus esfuerzos para establecer algunas relaciones con jóvenes oficiales por el otro» (p. 132).

Por su parte, Arpag Bango Stagel, director de la DISIP para la primera mitad de los años ochenta, expresa en su escrito La subversión marxista en Venezuela 1959-1974 que bajo la maniobra del «Viraje táctico» y la «Guerra popular prolongada» los sectores de la izquierda radical como PRV-RUPTURA mantuvieron su ataque al sistema democrático, utilizando a partir de la derrota política y militar de las guerrillas, a inicios de los setenta, nuevas estrategias y tácticas centradas en diversidad de núcleos, pero principalmente en instituciones de educación media y universitaria, acción de grupos culturales y organizaciones en los barrios. Bango Stagel esgrime una larga lista de asociaciones y actividades en todo el país que perseguían, a su juicio, la desestabilización del régimen democrático.

Muchos de los jóvenes que sacudían a Coro y a otras ciudades del país entre 1972 y 1992, con marchas y protestas, barricadas y quemas del mobiliario público, enfrentamientos a pedradas con los cuerpos policiales, o saqueos e incendio de transportes de comercio, pertenecían a agrupaciones producto de las escisiones de la izquierda radical como PRV- RUPTURA-Tercer Camino-Esperanza Patriótica-, Liga Socialista, Venceremos, Primera Línea-Desobediencia Popular, Unión de Jóvenes Revolucionarios, o a grupos y tendencias derivados de ellos. En las universidades y tecnológicos el archipiélago de la izquierda se hacía inmenso.

NotasSobreLaIzquierda ¡Cupo o muerte! Para una caracterización de la izquierda estudiantil venezolana 1982-1992, por Isaac López
Muchos de los jóvenes que sacudían a Coro y a otras ciudades del país entre 1972 y 1992, con marchas y protestas, barricadas y quemas del mobiliario público. Fotos archivo Isaac López.

Esa fracturación recurrente lleva a una figura como Freddy Yépez en su libro La violencia estudiantil (Mérida, Ediciones Pío pío, 1989, 2000 ejemplares) a señalar: «El movimiento estudiantil no puede seguir siendo una suma de fracciones organizadas con cien mil planteamientos distintos e incoherentes frente a las realidades concretas que le afectan su educación, su rendimiento académico, sus condiciones de vida fuera de la universidad.» (p. 209).

Años de «protestas duras», algunas movidas por motivaciones absurdas, que dejaron como saldo trágico el deceso de jóvenes como José Ramón Guacarán o Magdiel Páez en Mérida, Manuel Lorenzo Vera Moreno en Barquisimeto, o Sonia Ordoñez Cárdenas en Caracas, entre muchos otros. ¿Parte del plan subversivo y desestabilizador, que nunca abandonaron los grupos de la extrema izquierda, se sostenía en la acción estudiantil y de barrios, y logró infiltrar la organización militar donde también coexistían grupos de escaso compromiso con el sistema democrático? Las grandes papeleras de los comedores estudiantiles de la ULA rebosaban con el pan francés que los muchachos repudiaban consumir. El pasaje tenía el valor de un bolívar, y al pretender la asociación del transporte aumentarlo un real, la ciudad de Mérida tembló ante las protestas.

Difícil establecer valoraciones de conjunto de un tema escasamente trabajado, a pesar de esfuerzos que terminan guiados por el interés de vinculación al proceso iniciado en 1999. Muchos de los grupos, movimientos o tendencias estudiantiles de los años ochenta reflejan en su diversidad la propia crisis de los partidos de izquierda, y pueden verse -lo cual hace aumentar su atractivo como motivo de investigación- como plataformas de organización independiente, que sin embargo no llegaron a consolidarse en el tiempo.

Dos testimonios de protagonistas nos muestran parte de los comportamientos de la izquierda universitaria de la época, legataria de la guerrilla de los sesenta. Alirio Liscano narra los procedimientos por los cuales se le otorgó la licenciatura a Simón Sáez Mérida en la Escuela de Historia de la ULA para 1977 en El MIR y la lucha armada (Vadell Hermanos, 2014, pp. 27-28); mientras Alexi Berríos Berríos retrata la actitud bohemia e irreverente de quienes conformaron la Plancha 14 en el mismo espacio académico y su proyección a la ciudad de Mérida en Aquella Escuela de Historia (Tropykos, 2003. pp. 37, 38, 43 y 85-93).

Enquistada en viejos paradigmas e imposibilitada de trascender el espacio asignado por el statu quo democrático venezolano, la izquierda nuestra fue incapaz de reflexionar como se requería el significado del derrumbe del Muro de Berlín y de la URSS.

Oportunidad de tipo político, visión de poder, nacionalismo y antimperialismo, se conformaron como bisagras unitarias entre movimientos estudiantiles de tendencia radical y logias militares descontentas con los desafueros de AD y COPEI, nos expresa Darío D´zaccomo, militante de la Facultad de Humanidades ULA de aquel tiempo.

Juramentados por Douglas Bravo como cuadros de la revolución en los años ochenta, poco más de una década después y luego de que muchos de ellos ocuparon cargos menores en administraciones regionales de AD y COPEI, aquellos que un día fueron jóvenes rebeldes y protestatarios del Instituto de Tecnología Alonso Gamero de Coro se acomodaron plácidamente en cargos del proyecto chavista gracias a las credenciales otorgadas por su pasado de tira piedras, incendiarios de autobuses o expertos en bombas molotov: autoridades únicas de turismo, presidentes del Consejo Regional Legislativo, directores del Instituto de Cultura del estado, encargados de publicaciones del IPASME, figuras de Hidrofalcón, abogados de la Secretaría de Seguridad y Protección Ciudadana, funcionarios de la gobernación o líderes de las comunas.

Es el mismo caso para los encapuchados de la Universidad Central de Venezuela y los integrantes del Comité de los Sin cupo en la Universidad de Los Andes.

Allá y aquí algunos han abandonado el barco, ubicándose en el neblinoso ámbito de una izquierda crítica y liberal. Sin asumir responsabilidad en los lodos creados, se sitúan más allá del bien y del mal. Progresistas nostálgicos, cuestionadores lo mismo del enemigo neoliberal, el capitalismo salvaje y el control de las redes sociales, critican siempre mencionando las atrocidades de ambos bandos, justificando la trinchera que recién abandonan o de la que no se van del todo, esperando alguna invitación al deguste de las sobras del festín. Publicaciones, eventos, algún carguito para aguantar la mala situación.

Izquierda nuestra de cada día, parte de un país de desmemorias que deberá sacar bien sus cuentas sobre el camino transitado, sobre los mea culpa y las cuotas de responsabilidad que a cada uno toca en la oscurana terrible de esta hora.

En editorial de la edición extraordinaria de la revista Bohemia, del Bloque Editorial de Armas, de fecha 6 de marzo de 1989 y a propósito de los sucesos de febrero, la periodista Rosana Ordoñez ponía los acentos del final de una década: «Durante 72 horas vivimos la Venezuela que no queremos. La desolada, la improductiva, la vandálica. […] En el fondo de toda esta situación hay un profundo trastorno moral, el cual venía acumulándose y explotó. Hay que actuar con ética, al administrar los dineros públicos, al cobrar las tasas de interés, al asistir al trabajo, en fin, un pueblo sin moral es capaz de la mayor destrucción», (p. 3). Diez años después votamos en masa por el “gendarme necesario”, por el “salvador de la patria”, por el héroe antipartidos. Desde 2007 comenzó la imposición de un modelo político y económico que agudizó todos los problemas por los que protestaban aquellos muchachos que fueron.

isaacabraham75@gmail.com | 5 de marzo de 2023.

* Historiador. Profesor. Universidad de Los Andes. Mérida. 

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