Entrevista | Gustavo Coronel: “Todos los que amamos a Venezuela hemos muerto un poco”
“Lo que existe hoy con el nombre de Venezuela es una grotesca caricatura del país que existió antes del chavismo. Esa Venezuela perezosa y complaciente desembocó en esta Venezuela de horror que tenemos hoy”, dice Gustavo Coronel, el único superviviente de la primera directiva de PDVSA
Va a cumplir 88 años en agosto, pero su lucidez es la de un joven de treinta. Aguerrido, valiente, no tiene “pepitas en la lengua”. Dice lo que piensa, lo que le costó en esta Venezuela chavista tener que irse del país. Pero esa circunstancia lo acercó aun más a su tierra.
Nacido en la Catia pujante de clase media, se fue muy joven a Los Teques porque sus padres estaban conspirando contra el régimen de Juan Vicente Gómez, apoyando a los García Maldonado, hermanos de su madre. Sus memorias de Los Teques merecen una novela que, aunque dice que no se le da el género, estoy segura de que se le dará si lo busca: una muerta barbuda que se parecía a Guzmán Blanco, entierros a ritmo de guarachas, arrieros con sus cargas de víveres entre la neblina, retretas los domingos, una función de cine que se suspendió porque las ratas se habían comido el telón.
Gustavo Coronel, durante aquellos años, realizó muchos depósitos al “Banco de la Felicidad”, lo que le ha permitido enfrentar y afrontar los golpes que le ha dado la vida, siendo el mayor la pérdida de su mujer por 62 años, Marianela.
Empezó a escribir desde muy joven, cuando a los 14 años publicó su primer artículo en el diario El Popular de Los Teques. Y continuó haciéndolo. Tanto, que en su blog Las armas de Coronel está llegando a las 7000 entradas.
Estudió Geología en la Universidad de Tulsa, Oklahoma, donde obtuvo una beca de la Shell. En Shell trabajó durante 21 años y más tarde fue figura clave (aunque dice que llamarlo así es generosidad de mi parte, que no lo es porque es cierto) como parte del grupo de gerentes que consolidaron la nacionalización y convirtieron a PDVSA en una de las cinco mejores empresas petroleras del mundo, algo que nos luce tan remoto a los venezolanos hoy.
Es el único miembro del directorio de aquella PDVSA que está vivo. Hoy piensa que las verdaderas empresas básicas del Estado son la salud, la educación y la infraestructura, parafraseando a Diego Bautista Urbaneja.
Por fortuna, Gustavo no está pensando en retirarse. Acaba de fundar un grupo llamado “Ulises”, de donde seguirá aportando ideas. “Contribuir, hacer, buscar, encontrar, lograr y nunca desfallecer”.
La distancia le ha dado perspectiva: puede ver a Venezuela con sus atractivos, pero también con sus carencias. La Venezuela en la que creció, la del progreso, las oportunidades, la movilidad social, ya no existe. Pero sigue trabajando para que haya gente preparada que, en un par de generaciones, eche adelante el país.
Los Teques de mi niñez, un pueblo mágico
– Te criaste entre Catia y Los Teques, en una Venezuela muy distinta a la que hoy tenemos. Catia era, en aquella época, una zona de pujante clase media, con muchos inmigrantes, La degradación de aquella sociedad pujante, hoy, es obvia. Tus reflexiones entre aquel antes y este después.
– En primer lugar, muchas gracias por esta oportunidad de conversar contigo sobre aspectos de mi vida, Carolina. Nací en Catia en agosto de 1933, en una casita roja de la avenida España, a medio camino entre la plaza Sucre (bautizada Juan C. Gómez por su hermano el dictador) y la plaza Catia, después llamada plaza Pérez Bonalde. En aquella época Catia tendría unos 12.000 habitantes y aún no había sido elevada a la categoría de parroquia. La casita era una especie de escondite porque varios de los hermanos de mi mamá, Manolo, Enrique, Margot y Víctor García Maldonado, estaban en prisión o eran buscados. A los pocos meses de nacido me llevaron a Los Teques, a la casa de mi abuelo Rafael Coronel Arvelo, dueño de la Botica “Camposano”. Allí permanecí algunos meses hasta que mi padre y mi madre pudieron vivir normalmente en una pequeña casa de la calle Páez, en la sección de Los Teques llamada El Pueblo.
En los años 30 Los Teques era un pequeño pueblo de unos 11.000 habitantes. Se dividía en dos segmentos principales, unidos por dos largas calles. En El Pueblo estaba la casa de Gobierno y la plaza Bolívar, la residencia del presidente del estado (al lado de la botica de mi abuelo) y la iglesia San Felipe Neri. En El Llano de Miquilén, topográficamente más alto, se encontraba la estación del ferrocarril, el Parque Knoop (también llamado de Los Coquitos), muchas tiendas, la plaza Guaicaipuro, la plaza Miranda. En El Pueblo se efectuaba una retreta los domingos, amenizada por la banda del estado bajo la dirección de Adelo Alemán. Los jóvenes caminaban a lo largo de la calle Guaicaipuro; los muchachos en una dirección, las muchachas en otra, de manera que tenían oportunidad de encontrarse cara a cara repetidas veces e intercambiar miradas, algunas dulces, otras libidinosas.
Los Teques de la etapa de mi niñez y adolescencia era un pueblo mágico, en el cual – como decía Aquiles Nazoa – sucedían las cosas más extrañas. Los muertos eran llevados al cementerio al ritmo de guarachas, en una carroza llamada la Muertorola. Al menos una señora tenía una hermosa barba, lo cual llevó a Nazoa a decir que parecía más bien una estatua a Guzmán Blanco. En una ocasión la película en el Teatro López (yo estaba en Gallinero, la localidad más barata) debió ser interrumpida porque las ratas se comieron el telón. En fin, un pueblo de sucesos maravillosos y gente inolvidable. En las mañanas llenas de neblina, al ir al colegio, me encontraba con los arrieros que iban con sus cargas de víveres a las aldeas vecinas. Los Teques era una especie de Davos Platz tropical, frecuentado por los pacientes de tuberculosis y uno no se hubiera extrañado de encontrarse en una esquina a Settembrini o a Hans Castorp, los protagonistas de “La Montaña Mágica”, de Tomás Mann.
Arturo Michelena, afectado por la enfermedad, vivió en Los Teques por algún tiempo y mi abuelo le suministraba los medicamentos sin costo. En retribución, Michelena lo pintó, un pequeño y bello óleo de cuerpo entero que se conserva en la familia.
Allí me eduqué con los insignes salesianos, padres Isaías Ojeda y Jorge Losch (alias Puyula), quienes me dieron mucho más que simple instrucción, me transmitieron un código ético. Los amigos que caminaban conmigo en las noches frías del pueblo han permanecido en mi memoria con el más profundo afecto: Julio Barroeta Lara, Luis Ayesta, José Balbino León, los hermanos López Grillo, los hermanos Monagas, Tarcisio Fiorillo, mi más querido amigo Antonio Pasquali, llegado a Los Teques desde Robato, Italia; los hermanos Moros, los hermanos Morillo, Ali López Bosch, Elio Mujica, José Ángel Salerno, tantos otros. Casi todos ellos se convirtieron en grandes profesionales, rectores universitarios, diplomáticos, periodistas, poetas, ecólogos, ciudadanos de visión global. En base a la actitud de esos amigos tequeños he postulado la Primera Hipótesis de Coronel: la visión global de la persona está en relación inversa al tamaño del lugar donde transcurrió su niñez. Mientras más pequeña la aldea más universal su pensamiento.
Hoy esa cohesión comunitaria no existe. Lo que era un vigoroso capital social, ese fuerte sentido de pertenencia a una comunidad de amigos, casi familia, se ha perdido. Hoy, Los Teques es una caricatura de ciudad, pero los sobrevivientes de aquella Los Teques de mi adolescencia seguimos comunicados y nos une un fuerte lazo de afecto.
De Los Teques a Tulsa
– ¿Qué te llevó a la industria petrolera?
– En Los Teques, cuando estaba en tercer año de bachillerato en el Liceo San José y mientras compraba caramelitos de miel donde las hermanas Mendiri, conocí a un joven con un vozarrón llamado Francisco Moreno, Pancho, quien ya estaba en la universidad, comenzando sus estudios de Geología. Acepté su invitación a acompañarlo a excursiones geológicas en las cercanías. Nos íbamos caminando desde Los Teques hasta Las Tejerías por los cerros, observando las rocas metamórficas, algunas contentivas de níquel. Las rocas me gustaban mucho y, cuando llegó el momento de entrar a la universidad decidí irme a Tulsa, Oklahoma, a estudiar Geología.
Mi mente no estaba suficientemente orientada hacia las matemáticas para ser ingeniero, y la filosofía no ofrecía muchas oportunidades de empleo, por lo cual seleccioné un híbrido de ciencia y arte: la Geología, la cual exigía imaginación para pensar en la historia del planeta en base a la observación de las rocas y los fósiles. Elegí ir a Tulsa porque un amigo, Leonardo Moleiro, quien ya estudiaba allá, me había escrito diciéndome que habían asistido a un baile con la orquesta de Stan Kenton.
Esta decisión de irme a Tulsa fue trascendental en mi vida, aunque tomada por razones parcialmente frívolas. En esa universidad no solo me enseñaron geología sino que reforzaron mi autoestima. Cuando llegué allí me dije: aquí nadie te conoce. Nadie sabe que eres tímido, que eres socialmente torpe. Aquí puedes ser quien quieras ser. Y así fue. Me puse un liquiliqui, canté Perfidia y llegué a ser maestro de ceremonias en el show de la universidad; tomé dos clases de baile en un estudio de Arthur Murray y cambié radicalmente de persona, de ser introvertido y tímido a ser extrovertido, con excelentes resultados.
En mi segundo año en Tulsa me entrevistó un gerente de la empresa Shell y la empresa me concedió una beca. Cuando regresé a Venezuela tenía una posición asegurada en Shell y permanecí en esa maravillosa empresa por 21 años. Aunque a cada persona se le abren cada día múltiples caminos y es imposible saber qué hubiera pasado de haber tomado otro, entrar a Shell fue una magnífica decisión. En labores de mi profesión viajé y trabajé en muchos países del mundo, experimenté grandes aventuras y logré llegar al tope de la industria petrolera venezolana, al primer directorio de PDVSA.
De la PDVSA de Rafael Alfonzo Ravard a una empresa irrecuperable
– Fuiste una de las figuras clave para hacer de la PDVSA nacionalizada una de las mejores industrias petroleras del mundo. ¿Crees que a estas alturas tenga remedio o a Venezuela le toca buscar otros reductos de ingresos?
– Catalogarme de figura clave es muy generoso de tu parte, Carolina. Fui uno de los gerentes petroleros venezolanos en el momento que hicieron aportes para estructurar una empresa eficiente por bastantes años. La lista de esos nombres debería algún día figurar en una pared de granito, en algún parque de Caracas, para que no se pierda la memoria colectiva sobre quienes contribuyeron al éxito de PDVSA desde 1976 hasta 1998.
Runrunes de Bocaranda: ALTO - PDVSA ENTRE DOS GENERALES: 1976/2020
"Lo que existe hoy con el nombre de Venezuela es una grotesca caricatura del país…
Fueron dos generaciones muy valiosas, ya hoy casi desparecidas sin dejar un suficiente testimonio escrito de sus labores. Soy el único sobreviviente petrolero del primer directorio de PDVSA, al cual llegué porque mi iniciativa (junto con Marcos Marín Marcano y Odoardo Leon Ponte) de formar un grupo de gerentes y técnicos petroleros para participar en el debate sobre nacionalización ayudó a un proceso mucho más justo y organizado que el pretendido por los grupos de extrema izquierda, los cuales deseaban una estatización a sangre y fuego. A pesar de los ataques de la izquierda en contra de los gerentes venezolanos, a quienes calificaban como vendidos a los “imperialistas”’, la verdad es que la empresa PDVSA, al mando del gran gerente público que fue Rafael Alfonzo Ravard, con nuestro concurso, se convirtió progresivamente en una de las tres o cuatro primeras empresas petroleras del mundo.
Hoy esa PDVSA no existe. Su nombre está tan enlodado por la corrupción y la ineficiencia y su organización tan colapsada que es irrecuperable. Será deseable, necesario, adoptar un nuevo modelo de manejo de nuestra industria petrolera. El modelo de empresa petrolera estatal fracasó, no solo en manos de los bárbaros del siglo XXI, sino que ya había comenzado a deteriorarse durante la época luminosa de la democracia. PDVSA se comenzó a politizar cuando se le quitó su fondo de financiamiento y cuando algunos de sus directivos se comenzaron a nombrar en base a sus afinidades partidistas. En base a la experiencia parece evidente que el país ni debe tener ni necesita tener una empresa estatal de petróleo, la cual distrae preciosos recursos que son indispensables para la verdaderas empresas básicas del estado: la salud, la educación y la infraestructura, como apuntó Diego Bautista Urbaneja hace muchos años.
Morir un poco con Venezuela
– Háblame de tu vida físicamente lejos de Venezuela. “Partir es morir un poco”, dice un verso del francés Edmund D´Haracourt. ¿Qué te hace “morir un poco”?
– Todos quienes amamos a Venezuela hemos muerto un poco, no importa si nos hemos ido o quedado en el país, al ver que la Venezuela nuestra ha ido desapareciendo. Lo que existe hoy con el nombre de Venezuela es una grotesca caricatura del país que existió antes del chavismo, manejada por ladrones, narcotraficantes y asesinos; invadida por guerrilleros colombianos, garimpeiros brasileños y asesores cubanos, bajo el terror de rapaces pandillas militares y civiles.
La crisis del chavismo
"Lo que existe hoy con el nombre de Venezuela es una grotesca caricatura del país…
Tengo 18 años sin pisar suelo venezolano pero he mantenido la memoria de la Venezuela amable en la cual fui feliz y conservo la ilusión de verla resurgir de sus cenizas, trabajando en proyectos ciudadanos para su futuro libre y democrático. Mi familia inmediata está cerca de mí aunque sufrí hace un año la irreparable pérdida de Marianela, mi esposa durante 62 años.
Estoy rodeado de generosos amigos y de mis memorias y esa es mi Venezuela. Siento ocasional nostalgia de los pueblecitos andinos, del Ávila, de las puestas de sol en Juan Griego y las frondosas matas de cotoperí de Carabobo, pero de todo ello tengo recuerdos que me bastarán hasta el final.
Mi obsesión por la transparencia
– Eres uno de los articulistas más leídos y, además, uno de los más aguerridos. Háblame de esa experiencia.
– Comencé a escribir hace 74 años, a los 14 años, en el pequeño diario El Popular, de Los Teques, con un artículo pomposamente llamado: Nuestro equivocado sentido de la heroicidad. En el liceo Andrés Bello fundé un periódico llamado Espiral, junto con Antonio Pasquali. He escrito toda mi vida para El Nacional, Panorama, El Universal, El Diario de Caracas y Resumen, la gran revista de Jorge Olavarría. Escribí un artículo para el Washington Post en 1985 que casi me costó el puesto en el Banco Interamericano de Desarrollo (es una bonita historia).
En 2007 comencé el blog www.lasarmasdecoronel.blogspot.com, en el cual llevo hasta hoy 6693 entregas, en español o en inglés. Me hubiera gustado ser un novelista pero no logré desarrollar ese talento. Cultivo el ensayo y la investigación sobre los más variados temas: petróleo, corrupción, educación ciudadana, la primavera o el otoño, la mezquindad o la infinita grandeza del ser humano, sobre gente que amo y admiro. Así como hay quienes juegan golf, yo escribo. En los últimos años me han sido muy útiles los consejos de mi gran amigo Moisés Naím, uno de los pensadores venezolanos de dimensión mundial, quien me ha enseñado a buscar el ángulo original de un tema, tocar sus aspectos menos obvios, a fin de que el escrito no sea simplemente más de lo mismo.
Así como muchos tienen la obsesión de la opacidad y el misterio, yo tengo la obsesión de la transparencia y pienso que un ciudadano debe vivir en una casa de cristal y rendir cuentas de su vida a sus accionistas: familia, amigos y los miembros de la sociedad en la cual vive.
Aunque les escucho y he rectificado en ocasiones, dándoles la razón, en otras ocasiones defiendo mi actitud apoyándome en lo que llamo la Segunda Hipótesis de Coronel: Quien cede en lo pequeño, probablemente termina cediendo en lo grande.
El grupo Ulises, porque nunca es tarde
– Hace poco creaste un grupo informal, llamado Ulises, para demostrar que “estar viejo no es echarse a morir”. Yo te veo con la pasión y las energías de un hombre joven y nada “echado a morir”. ¿Cuál es la idea básica detrás de este grupo?
– He tratado de vivir una vida de buen ciudadano activo. Ello significa hacer aportes efectivos a la sociedad de la cual formo parte, en Venezuela o donde esté viviendo. Estos aportes efectivos pueden ser hechos a cualquier edad, en cualquiera etapa de nuestras vidas. Como dice Alfred Tennyson en su bello poema Ulises: “La vejez aún tiene su honor y sus tareas/ y antes del final/ algún noble trabajo puede ser emprendido… Nunca es demasiado tarde para buscar un mundo nuevo”.
Este poema de Tennyson sirve de base a mi actitud ante la vejez, resumida así: contribuir, hacer, buscar, encontrar, lograr y nunca desfallecer. Por ello he invitado a mis compatriotas mayores de 80 años a integrar el grupo Ulises, el cual tiene como su presidente a Rodolfo Izaguirre y ya tiene cinco miembros, incluyendo dos damas de mucho menor edad, pero a quienes hemos eximido de la obligación de octogenarias. El objetivo del grupo es inspirar a los venezolanos a luchar por su redención, extirpando la corrupción y mediocridad que nos azota, remplazándolas con dignidad y buena ciudadanía.
– Fuiste representante de Transparencia Internacional en Venezuela. Cuéntame de tu trabajo en esa institución tan importante.
– Desde 1995 a 2000 fui representante de Transparencia Internacional en Venezuela, como presidente de PRO CALIDAD DE VIDA, una organización no gubernamental que fundé en 1990 a fin de promover el liderazgo en pequeñas comunidades venezolanas, la educación ciudadana y la lucha contra la corrupción. Fue este último objetivo el cual sirvió de base a la designación de Transparencia Internacional.
Apoyándome en las ideas de Robert Klitgaard estructuré en 1992 un taller titulado Estrategias para combatir la corrupción, el cual comencé a impartir en escuelas y universidades venezolanas, en algunas oficinas públicas y en nuestra pequeña sede de la organización. La audiencia total de centenares de talleres alcanzó a unas 15.000 personas, casi todas de clase media-baja o clase media-media, ya que rara vez la clase media alta venezolana se interesó en esta labor. Este taller fue pedido por otros países, adonde viajé con el apoyo financiero del National Endowment for Democracy, organización basada en Washington DC. Fui a Panamá, Paraguay, Ecuador, México y Bolivia. En Panamá y Paraguay di talleres anticorrupción a jóvenes maestros, formando entrenadores para amplificar el esfuerzo. Nuestra actividad se interrumpió en el año 2000, cuando tuve que ausentarme de Caracas por razones políticas.
La trágica muerte de PDVSA
He continuado esta lucha contra la corrupción por mi cuenta durante estos años, utilizando mi blog, denunciando con nombre y apellido a los responsables por la trágica muerte de Petróleos de Venezuela, a manos de Hugo Chávez, Nicolás Maduro, Rafael Ramírez, Ali Rodríguez Araque y otros cómplices. Ver nuestro libro: Quien destruyó PDVSA, en librerías de Caracas y en Amazon Books.
– ¿Qué significa Venezuela para Gustavo Coronel?
– Venezuela significa para mí el terruño donde nací y donde fui feliz por largos años de niñez, adolescencia, juventud y carrera profesional. Una Venezuela amable, de gente cordial y sencilla, en la cual me sentí como en un gran hogar. Mi generación fue muy afortunada en vivir en una Venezuela esencialmente democrática y libre, de grandes oportunidades y movilidad social, lo cual me permitió salir de mi pequeña aldea a ser parte del mundo.
Viví hasta mi madurez en una burbuja social muy protegida, trabajando para organizaciones petroleras donde nunca me faltó nada y donde casi nunca se vio gente robando, porque el petrolero era bien remunerado y había internalizado un alto código ético. Quizá se le puede reprochar a mi generación haber sido demasiado feliz y no haberse sensibilizado suficientemente sobre la pobreza de muchos compatriotas. Era una Venezuela de museos, playas, conciertos gratis, bibliotecas, viajes y una alegría subyacente que nos hizo pensar que la bonanza sería eterna.
Sin darnos cuenta suficiente, existía en paralelo una Venezuela de bajísimos niveles educativos, a pesar de la instrucción gratis y obligatoria, una Venezuela parasitaria viviendo del Estado, de liderazgo progresivamente mediocre, una Venezuela integrada por un gentío ávido de dádivas, que se iba acostumbrando a reclamar derechos pero sin pensar en sus deberes.
La veo como un padre vería a un hijo minusválido, con compasión pero sin muchas esperanzas a corto plazo. Venezuela es hoy un edificio de varios pisos sin bases, condenado al derrumbe. Las bases inexistentes del edificio son los buenos ciudadanos, los cuales se podrían crear en dos generaciones, si existe la voluntad política de trascender de la pequeñez populista para guiar un masivo programa de modificación actitudinal en el país. Ese es mi proyecto actual en el seno del Grupo Ulises.
No soy nacionalista en el sentido de Venezuela con o sin razón. Es mi país, lo quiero, pero no soy de quienes piensan que tenemos el hielo más frío del mundo ni las más altas montañas. Somos un país de mediano tamaño con atractivos y carencias.
Si fuera un astronauta y me preguntaran en Marte de dónde llego diría: Del planeta Tierra. Si me precisan mucho agregaría: vengo de Los Teques, para más señas, de la Vuelta del Paraíso, al lado de Camila Caro, de Sara Dovales, de los Estrada, cerca de los Ayala y de los Rodríguez.