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Los pueblos olvidan hasta que la realidad los hace despertar

@ArmandoMartini

Con demasiada frecuencia los pueblos se equivocan. Y aquello de que siempre tienen la razón es una falsedad histórica, enunciado conformista de resignación y pretexto de perdedores. Rusos hartos de abusos, ahítos de restricciones físicas, limitaciones espirituales e impedimentos mentales de los zares y acólitos; tanto como los alemanes atiborrados de carestía, repletos de privaciones, infortunio y miseria. Ambos saciados de resignaciones, parieron bestialidades como la barbarie del comunismo y el sadismo del nazismo.

A meses del derrocamiento de Pérez Jiménez, con estallidos de alegría y renacimiento popular, había en las paredes urbanas pintas con la frase “perdónanos, no supimos lo que hicimos”. Pero no mucho tiempo después la estupidez castrista -cuando Fidel pretendía ser figura mundial gustase o no a los cubanos- enseñó a esos mismos venezolanos que la democracia es algo por lo cual vale la pena luchar incluso con armas, que militares habían jurado hacer y lo estaban haciendo.

Grandes batallas ideológicas se escenificaron en la Universidad Central de Venezuela, las militares en selvas y montañas, presididas por un par de generaciones que nacieron y se hicieron ciudadanos con democracia como objetivo, aunque no fueran capaces para formar sucesores.

Abandono, corrupción, errores y soberbia trabaron en la necedad a esos defensores profesionales de la democracia; llegó el desencanto, comenzó la frustración y ascenso a las responsabilidades del poder de un resentido, derrotado y fracasado militar. Un prestidigitador que mientras hacía lucir cartas trucadas se frustraba como pelotero. Vacío de discurso sólido, en vez de crear y desarrollar una revolución propia para la cual le sobraban soflamas y le faltaban razones, asumió otra, la de un maniático asesino e ilusionista, padre que nunca tuvo; el biológico no era más que un modesto maestro pueblerino.

Tan errado en la vida como en la muerte, falló en la selección del heredero y llevamos años pagando las consecuencias del traspié final. Pero el usufructuario, como el de los Castro en Cuba, recibió el poder, no el conocimiento ni la capacidad para hacer de una nación favorecida y aventajada un país estable. En cambio la domina a la fuerza, manipulando entornos y violando los derechos humanos a un pueblo cada día más hambriento, enfermo y decepcionado. La patética realidad es haber convertido a Venezuela de un terruño con tradiciones e inmigrantes, a una patria de frustraciones y emigrantes. El asunto es que, como el hambre adormece, también despierta a los hambrientos. ¡Cuidado con la furia de un pueblo paciente!

Desde cuando los llaneros se agolparon semidesnudos y a caballo junto con dos caudillos sucesivos, uno pelirrojo español que derrotó a la república, el otro catire venezolano que venció a la corrupta y deprimente monarquía española, desde esos tiempos el sector militar viene creciendo en orden y eficiencia , guiado por convicciones del graduado en Francia y un tachirense mejorado en Perú. Y los venezolanos, enredados en desórdenes, han observado a sus militares en espléndidos desfiles con soldados y cadetes relucientes en perfecta formación, orgullosos aviones y tanques resplandecientes.

Careándose así el mito de la eficiencia militar, hasta que llegaron al poder conducidos por aquel animador que con discursos utópicos y fantasías hizo olvidar su derrota y la brutalidad de sus ataques contra instalaciones civiles; ese que convirtió el desastre natural de Vargas en un ya verán lo bien que lo vamos a hacer. Jamás lo mostró.

Y hasta tuvo la inconveniencia de morirse dejando la economía y producción de la riqueza en manos de quienes veían pajaritos, pero no concebían soluciones. Y, además, políticos de poca monta y politiqueros solo han servido para que el país viva esta tragedia. Por eso, el pueblo que sienten como soporte sufre carestía y desesperanza en aumento. La única vacuna contra el hartazgo es satisfacer necesidades.

Desactivadas esperanza y fe, hambre y desencanto empiezan a sonar duro, como despertadores de mañanas frías, indicando que amanece para levantarse e iniciar una jornada diferente. Este pueblo ha despertado otras veces, pero ahora no tiene líder creíble ni expectativas motivadoras.

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