Los cómplices y el coronavirus - Runrun
Elias Pino Iturrieta Mar 19, 2020 | Actualizado hace 2 semanas
Los cómplices y el coronavirus

@eliaspino

Lo más aconsejable para poner las barbas en remojo ante la pandemia que comienza a azotarnos es mirar a la incompetencia del régimen, a su corrupción y abulia proverbiales, pero no es la única posibilidad de encontrar las razones de lo que será, seguramente, una calamidad generalizada. Si advertimos la bíblica indiferencia del chavismo para la atención de los problemas sociales, hasta el punto de convertir la vida de las mayorías en un escombro, tendremos razones suficientes para calcular la tragedia que nos espera, mas también conviene mirarnos en el espejo como sociedad para admitir la responsabilidad que nos incumbe. Si por sus vicios intrínsecos, por sus limitaciones congénitas y por su entendimiento rudimentario de la convivencia, el régimen no está en capacidad de salir airoso en la batalla contra una asoladora enfermedad, parece que tampoco tengamos como pueblo las virtudes que nos permitan cantar victoria. En los párrafos que siguen trataré de aproximarme al asunto, que es peliagudo.

¿El pueblo venezolano es solidario y compasivo? ¿Somos un conglomerado de individuos que mira por el prójimo y trabaja en conjunto por el bien común? Las respuestas habituales conducen a una afirmación positiva y entusiasta que no se encontrará en estas líneas. Tal vez se trate de una carencia antigua, de una indiferencia remota, pero resulta difícil encontrar entre nosotros los testimonios de compromiso social sobre los cuales generalmente alardeamos. Bastan las reacciones de las mayorías frente a la reinante dictadura, para pensar en cómo hemos evadido una obligación republicana que data de los orígenes de la patria y no hemos sabido honrar. El chavismo no solo se ha establecido, sino que también ha degenerado en la usurpación de la actualidad, debido a que, con honrosas excepciones, los venezolanos nos hemos limitado a contemplar desde la barrera el espectáculo de su entronización.

No es cierto que nos hayamos opuesto como sociedad al oprobio que hoy nos humilla y enajena. Todo lo contrario: ha sido un desfile de horrores sin tropiezo, como si fuera una verbena, porque nos hemos negado a advertir sus miserias.

Decidimos engordar la vista para no descubrir el tamaño del monstruo invitado a vivir en la sala de la casa. Pero no es un defecto reciente, ni una carencia exclusiva de hoy. Nuestros padres hicieron lo mismo ante la dictadura de Pérez Jiménez, y nuestros abuelos ante la tiranía gomecista, y los antepasados más lejanos frente al guzmancismo y el monaguismo. Escamoteamos  una dejación que nos abruma cuando hablamos de las resistencias llevadas a cabo en tales épocas, en ellas ocultamos la desidia colectiva, porque nos robamos las hazañas de un puñado de héroes debido a cuyo sacrificio tenemos licencia para escribir páginas doradas. Son conductas que se deben estudiar con la debida profundidad, tal vez con la ayuda de la Historia de las Mentalidades, para enterrarlas en el pasado.

Pero, por lo que se relaciona con nuestros días, se debe analizar cómo el ejemplo del régimen ha incrementado un individualismo sin piedad que conspira contra cualquier designio de naturaleza colectiva. Dejadas a la mala del diablo y, pese al tono monocorde de un discurso que insiste en la justicia social, las personas abandonadas a su suerte procuran la subsistencia sin respetar las reglas de una convivencia planteada después de la Independencia, creada en el siglo pasado y ahora al borde del precipicio. Sin acceso a las subsistencias y sin las dádivas de un establecimiento calamitoso y empobrecido, cada cual se la juega a su manera sin mirar hacia los lados.

Una autoridad cada vez más desprestigiada, o feliz porque se libra de la obligación de gobernar, o forzada a disimular porque no está en capacidad de oponerse a las criaturas que ha multiplicado, facilita los desmanes que cada quien perpetra en detrimento de los asuntos generales de la colectividad.

Los buhoneros, por ejemplo, pero también otros comerciantes de elevado coturno, que manejan los mercados a su antojo para explotar a una población cada vez más angustiada y necesitada. En la nómina deben incluirse muchos profesionales liberales, quienes se valen de sus conocimientos para determinar, partiendo de gélido interés, el destino de unas clientelas cada vez más desvalidas. Solo temen a las mafias del oficialismo, rivales de las que ellos protagonizan, porque deben atender la petición de sus matracas para que las desalmadas rutinas del “socialismo del siglo XXI” nos conviertan cada vez más en un pantano putrefacto.

La epidemia de coronavirus no es solo un problema de salud pública, sino un asunto de compromiso gregario y disciplina compartida. Es decir, de obligaciones que los venezolanos hemos subestimado, o ignorado del todo, especialmente en las décadas ominosas del chavismo,  para refocilarnos en las pulsiones de un conjunto de egolatrías minúsculas que claman al cielo y  han impedido la realización de hazañas dignas de memoria. De allí que la posibilidad de detener la enfermedad, que es un desafío de naturaleza republicana, se sienta como obra ardua y distante. ¿Podrán contra el coronavirus unos gobernantes inhábiles y expoliadores, mientras los observan los gobernados indolentes y convenienceros? Pienso que lo más adecuado sería solicitar, como único salvavidas, el auxilio del doctor José Gregorio.