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Palabras van, procacidades vienen, por Antonio José Monagas

Palabras_

 

Animado por la defensa de una tesis de moral social, Alejandro Dumas afirmaba que “por bien que uno hable, si habla en demasía acabará diciendo alguna necedad”. Tal consideración, luce oportuna para aludir al agobiante verbo presidencial casi siempre construido sobre alabanzas a su gestión, cargadas de infamias y insolencias a quien vive desde la oposición política. De resto, “palabras van, mentiras vienen” como enamorando a una mujer llamada Venezuela que ha perdido su credulidad por los desengaños sufridos y los maltratos padecidos por el verbo nauseabundo y la acción violenta inferida por tan osado “galán”. Y no podía ser de otra manera por cuanto la actual gestión de gobierno ha venido haciéndose a partir de desvergonzadas improvisaciones y atrevidas decisiones que escasamente conducen a paliar problemas en medio de tan críticas situaciones. Porque entre problemas mal definidos y conflictos mal entendidos, se han desvanecido los esfuerzos aludidos como parte de un proyecto político de gobierno que, en el plano electoral, apenas sirvió para convocar la voluntad de un pueblo estimulado por el llamado de una presunta “revolución” y que pretendió justificarse mediante perturbaciones al Estado de Derecho entendido como base fundamental de una sociedad democrática y ciertamente participativa.

No puede negarse que la arenga presidencial, ha sido manifiestamente indecente. Tan atropellada oratoria, ha devenido en un proceso de regresión política por el cual se han retraído las esperanzas de quienes, en anteriores sufragios, han demostrado convicciones democráticas a través del “único” mecanismo directo de participación política como es el voto. Todo ello, pese a haber sido objeto de repugnantes manipulaciones que han acomodado y ascendido a quienes han buscado aprovecharse aún más del poder para beneficio personal.

El toque de “populacherismo” que ha caracterizado la actual gestión de gobierno, por más “revolucionario” que pretenda ser, acicaló una veleidosa y hasta peligrosa convergencia entre el poder militar y el poder civil. No obstante, su riesgo –más allá de la ideología “bolivariana” que pudo sustentar el moribundo proyecto político del grotesco socialismo del presunto siglo XXI – ha generado un inmenso temor que frenó abiertamente el ingreso de capitales al país en comparación no sólo con anteriores períodos. Sino también, con la menguada transferencia de divisas que hoy castiga a una economía de infundados criterios y volubles decisiones. Y a ello, la excusa que mejor consiguió el régimen para continuar con su burla de postín, fue llamar a tan patética situación “guerra económica”.

La efervescencia de un populismo acentuado por el efecto de una perversa “polarización” política, tanto como por el ascenso al poder político de una cerrada clase de militares afectos al Presidente, por razones distintas de las que puede caracterizar un nombramiento de tal responsabilidad, desvirtuó la palabra empeñada a lo largo de una retórica agobiante y vulgar. Y todo, para nada o para peor. Menos ahora cuando las realidades políticas, en las fronteras que marcan los tiempos actuales, hacen ver como pura farsa. O dicho de otro modo: palabras van, procacidades vienen.

 

@ajmonagas

Palabras_

 

Animado por la defensa de una tesis de moral social, Alejandro Dumas afirmaba que “por bien que uno hable, si habla en demasía acabará diciendo alguna necedad”. Tal consideración, luce oportuna para aludir al agobiante verbo presidencial casi siempre construido sobre alabanzas a su gestión, cargadas de infamias y insolencias a quien vive desde la oposición política. De resto, “palabras van, mentiras vienen” como enamorando a una mujer llamada Venezuela que ha perdido su credulidad por los desengaños sufridos y los maltratos padecidos por el verbo nauseabundo y la acción violenta inferida por tan osado “galán”. Y no podía ser de otra manera por cuanto la actual gestión de gobierno ha venido haciéndose a partir de desvergonzadas improvisaciones y atrevidas decisiones que escasamente conducen a paliar problemas en medio de tan críticas situaciones. Porque entre problemas mal definidos y conflictos mal entendidos, se han desvanecido los esfuerzos aludidos como parte de un proyecto político de gobierno que, en el plano electoral, apenas sirvió para convocar la voluntad de un pueblo estimulado por el llamado de una presunta “revolución” y que pretendió justificarse mediante perturbaciones al Estado de Derecho entendido como base fundamental de una sociedad democrática y ciertamente participativa.

No puede negarse que la arenga presidencial, ha sido manifiestamente indecente. Tan atropellada oratoria, ha devenido en un proceso de regresión política por el cual se han retraído las esperanzas de quienes, en anteriores sufragios, han demostrado convicciones democráticas a través del “único” mecanismo directo de participación política como es el voto. Todo ello, pese a haber sido objeto de repugnantes manipulaciones que han acomodado y ascendido a quienes han buscado aprovecharse aún más del poder para beneficio personal.

El toque de “populacherismo” que ha caracterizado la actual gestión de gobierno, por más “revolucionario” que pretenda ser, acicaló una veleidosa y hasta peligrosa convergencia entre el poder militar y el poder civil. No obstante, su riesgo –más allá de la ideología “bolivariana” que pudo sustentar el moribundo proyecto político del grotesco socialismo del presunto siglo XXI – ha generado un inmenso temor que frenó abiertamente el ingreso de capitales al país en comparación no sólo con anteriores períodos. Sino también, con la menguada transferencia de divisas que hoy castiga a una economía de infundados criterios y volubles decisiones. Y a ello, la excusa que mejor consiguió el régimen para continuar con su burla de postín, fue llamar a tan patética situación “guerra económica”.

La efervescencia de un populismo acentuado por el efecto de una perversa “polarización” política, tanto como por el ascenso al poder político de una cerrada clase de militares afectos al Presidente, por razones distintas de las que puede caracterizar un nombramiento de tal responsabilidad, desvirtuó la palabra empeñada a lo largo de una retórica agobiante y vulgar. Y todo, para nada o para peor. Menos ahora cuando las realidades políticas, en las fronteras que marcan los tiempos actuales, hacen ver como pura farsa. O dicho de otro modo: palabras van, procacidades vienen.

 

@ajmonagas

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Animado por la defensa de una tesis de moral social, Alejandro Dumas afirmaba que “por bien que uno hable, si habla en demasía acabará diciendo alguna necedad”. Tal consideración, luce oportuna para aludir al agobiante verbo presidencial casi siempre construido sobre alabanzas a su gestión, cargadas de infamias y insolencias a quien vive desde la oposición política. De resto, “palabras van, mentiras vienen” como enamorando a una mujer llamada Venezuela que ha perdido su credulidad por los desengaños sufridos y los maltratos padecidos por el verbo nauseabundo y la acción violenta inferida por tan osado “galán”. Y no podía ser de otra manera por cuanto la actual gestión de gobierno ha venido haciéndose a partir de desvergonzadas improvisaciones y atrevidas decisiones que escasamente conducen a paliar problemas en medio de tan críticas situaciones. Porque entre problemas mal definidos y conflictos mal entendidos, se han desvanecido los esfuerzos aludidos como parte de un proyecto político de gobierno que, en el plano electoral, apenas sirvió para convocar la voluntad de un pueblo estimulado por el llamado de una presunta “revolución” y que pretendió justificarse mediante perturbaciones al Estado de Derecho entendido como base fundamental de una sociedad democrática y ciertamente participativa.

No puede negarse que la arenga presidencial, ha sido manifiestamente indecente. Tan atropellada oratoria, ha devenido en un proceso de regresión política por el cual se han retraído las esperanzas de quienes, en anteriores sufragios, han demostrado convicciones democráticas a través del “único” mecanismo directo de participación política como es el voto. Todo ello, pese a haber sido objeto de repugnantes manipulaciones que han acomodado y ascendido a quienes han buscado aprovecharse aún más del poder para beneficio personal.

El toque de “populacherismo” que ha caracterizado la actual gestión de gobierno, por más “revolucionario” que pretenda ser, acicaló una veleidosa y hasta peligrosa convergencia entre el poder militar y el poder civil. No obstante, su riesgo –más allá de la ideología “bolivariana” que pudo sustentar el moribundo proyecto político del grotesco socialismo del presunto siglo XXI – ha generado un inmenso temor que frenó abiertamente el ingreso de capitales al país en comparación no sólo con anteriores períodos. Sino también, con la menguada transferencia de divisas que hoy castiga a una economía de infundados criterios y volubles decisiones. Y a ello, la excusa que mejor consiguió el régimen para continuar con su burla de postín, fue llamar a tan patética situación “guerra económica”.

La efervescencia de un populismo acentuado por el efecto de una perversa “polarización” política, tanto como por el ascenso al poder político de una cerrada clase de militares afectos al Presidente, por razones distintas de las que puede caracterizar un nombramiento de tal responsabilidad, desvirtuó la palabra empeñada a lo largo de una retórica agobiante y vulgar. Y todo, para nada o para peor. Menos ahora cuando las realidades políticas, en las fronteras que marcan los tiempos actuales, hacen ver como pura farsa. O dicho de otro modo: palabras van, procacidades vienen.

 

@ajmonagas

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