Carta pública a Manuel Fernández, ministro de Educación Universitaria

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No quise llamarla “Carta Abierta”, porque no es mi intención hacer de aguafiestas, ni que lo que diga sea manipulado de una u otra forma por actores involucrados en cualquier frente de la lucha actual por un salario digno para los profesores y demás trabajadores universitarios. De hecho, hubiera preferido titular simplemente “Carta a Manuel”, a secas, como te conocimos de muchachos en Barquisimeto. Pero qué le vamos a hacer. Tú eres ministro de Educación Universitaria, Ciencia y Tecnología; ese es tu cargo público. Por favor perdóname esta, pero escribiendo por un medio masivo, me aseguro que de todas-todas, sabrás su contenido.
Manuel, no soy de quienes creen que todos los que están en funciones de gobierno son un atajo de incapaces, debido a que entre otros conocidos que están moviéndose de aquel lado de las parcelas en que ha devenido el país estás tú, precisamente. Puedo dar fe de tus cualidades: inteligente, centrado, sensible, preparado y consecuente con lo que piensas… Así te recuerdo y supongo que el tiempo no ha hecho mella en esas virtudes, al contrario, seguramente las has enriquecido y consolidado.
No podría afirmar que hayamos sido realmente amigos. Pero sí más que simples conocidos, eso es seguro. Compartimos grupo juvenil, alguna enamorada tuya fue amiga mía y viceversa. Estudiaste en el “Poli”, la UNEXPO de Barquisimeto, mientras yo lo hacía en la vecina UPEL, el Pedagógico de entonces; aunque tú, a la par de tus notas, destacabas como dirigente universitario. Ahora fíjate, la vida da vueltas y yo, después de unas cuantas, termino laborando como docente en ese mismo Politécnico de tu vida estudiantil.
Me saludabas con un mote que recuerdo bien: “Teodulfo el Miserable”, por obvia similitud fonética con mi nombre. Hasta me aclaraste con tu amabilidad característica, que lo de miserable no era, desde luego, porque yo presentara tal condición, sino inspirado en el personaje de Aquiles Nazoa. Cuántas vivencias, amigos comunes, junto a un montón de anécdotas compartidas, con juegos de ping-pong incluidos; imposible además olvidar tu cumpleaños, coincidente con el de una cuñada, aunque nunca te haya llamado para felicitarte. Un hijo tuyo tiene la edad del mío, entre otras causas y azares, tal como diría Silvio Rodríguez, otro de nuestros comunes gustos.
Si revelo cosas que a cualquier lector poco o nada le conciernen, no es para hacerte una petición individual que debas considerar a cuenta de estas y otras afinidades. Lo hago simplemente porque al Manuel Fernández con las capacidades y don de gente que conocí le tocó en suerte en esta actual coyuntura, ser ministro… Ignoro con cuánto poder real, pero a fin de cuentas, si ostentas esa chapa, algo de la solución a todo este laberinto intrincado de dilaciones e irresoluciones en que se ha convertido la lucha por un salario digno por parte de los profesores universitarios, debe estar en tus manos.
No te voy a aburrir con cifras salariales que tú debes conocer mejor que nadie. También imagino que tu ubicación en el gobierno te tiene manejando informaciones y variables que yo ni sospecho siquiera. Pero al margen de tecnicismos y demás dimes y diretes y marchas y contramarchas, tácticas para aliarse con estos o aquellos, cálculos y recálculos presupuestarios en tiempos de vacas flacas, formulados por quienes actúan en ese escenario, créeme que yo, quien apenas soy uno de una enorme masa indiferenciada de gente trabajadora del sector universitario venezolano, la estoy –la estamos- pasando terriblemente mal.
La inflación nos come el poder adquisitivo, si es que se puede llamar poder a esa agonía aberrante que recibimos quincenalmente a cambio de nuestros servicios, para despacharla en tres o cuatro días a ritmo de precios desbocados… ¿Y lo que falta hasta el próximo cobro? A resolver como sea, los hay que hacen de taxistas, se atiborran de horas de clase adicionales, dan cursos a cambio de recursos, llevan tutorías parciales y totales, refinancian financiamientos, se aprietan el cinturón al punto de mal alimentarse a sí mismos y a sus familias; chapoteando en un lodazal de necesidades básicas insatisfechas… ¡Ni qué decirte la imposibilidad de atender otras más edificantes! Resumiendo: Maslow se revolcaría en su tumba ante la visión de una pirámide chata, aplastada, sin punta. ¡Nada de autorrealización ni promoción humana ni que ocho cuartos! Solo es angustiosa y rastrera supervivencia, inconcebible para gentes de similar calificación en otras latitudes… ¡Esta es la frontal realidad!
Se trata, Manuel, de una realidad chocante, asfixiante, intolerable. Nos restriega una vulnerabilidad enervante que destila pobreza para nosotros los docentes y, en general, para todos los trabajadores universitarios venezolanos. Y no quiero ni pensarlo, nos lleva de la mano a la indigencia material y espiritual a la vuelta de la esquina, a un montón de colegas… oficialistas y de oposición, eso no importa. La indigencia que se asoma y empieza a tomar cuerpo no concede importancia a esas categorías con las que quienes dirigen las sociedades separan tantas veces a sus ciudadanos, y nosotros otras tantas aceptamos… Si los trabajadores universitarios constituimos un daño colateral inevitable en el diseño y ejecución de determinada política de Estado, resulta un daño demasiado amplio y profundo, amén de oneroso para el presente y futuro de Venezuela. Se trata en la práctica de la quiebra de la poca civilidad que aún queda en esta sociedad escarnecida, en tanto el sector militar –por ejemplo- no necesita hacer el más mínimo ruido con sus armas para lograr sus demandas… ¡Qué paradoja! ¿No te parece?
Esta situación extrema no se justifica moralmente, Manuel. No sé qué dirás tú, que estás en aquel lado de la parcela ideológica que tasajea al país, inmerso en esa dinámica envolvente que producen los acontecimientos junto con las solidaridades automáticas que alimentan una manera unilateral de ver las cosas. Yo, desde mi parcela mucho más elemental, aguas abajo —aguas que por desgracia, empiezan a tornarse oscuras y fétidas— y en contacto con las situaciones que toca sufrir y tragarse en el día a día, te digo con humildad, pero también con firmeza, y, lamentablemente, con angustia que estas dilaciones a la obtención de una justa remuneración para los docentes y demás trabajadores universitarios rebasan cualquier consideración político-ideológica de esas que dividen a la sociedad en supuestos buenos y supuestos malos. Dicho esto, sea cual haya sido tu rol hasta ahora en esta letanía que no acaba, pero sí acaba con nuestra paciencia.
No hay ideología que justifique la ruindad con la que se nos está envenenando la vida personal, familiar y laboral. Nada justifica la vileza de inocular —a conciencia o por simple ósmosis— poco a poco desde las alturas del poder, dosis cada vez mayores de desesperanza aprendida; de carcomer progresivamente la autoestima y decoro personal de quien, en contraste, debe guapear a diario para modelar mentes y conductas en las aulas de clase. No hay ideología ni sala situacional ni cálculo electoral que sustente tratar así a nadie, y menos a una gente cuya labor consiste en instruir a otros —con aciertos y errores, quién lo niega—. ¡Atender ya nuestro reclamo por un salario digno es un asunto de elemental humanidad!
Cuando te nombraron ministro, la sensación que tuve fue agridulce. ¿Cómo se comportará? ¿Será el tipo que conocidas las cualidades ya descritas —y me quedo corto— hará una diferencia al frente del Ministerio? ¿O repetirá el mismo guion de sus predecesores, sin pena ni gloria, obligado aunque no convencido, o convencido -da lo mismo- de que el tiro es generar este estira y encoge del poder y de jugar con lo sagrado que es un nivel de vida decente para los trabajadores universitarios, a cuenta de imponer unas condiciones obligadas por una concepción de la política que no reconoce actores con quienes establecer acuerdos, sino enemigos a quienes aplastar? Si afinas el oído, los decibeles de la rabia y la inconformidad de los docentes van en aumento, presagiando el cumplimiento del mismo guión del que te hablo, y cuidado si no peor. Mas creo que todavía estás a tiempo para dar una clave recia de por dónde irás tú en este embrollo.
La educación es un hecho dinámico. De los cambios en la educación universitaria siempre se podrá conversar, si existe buena fe de por medio, y conste que me refiero a todos los actores; no estoy asumiendo a priori la bondad o maldad de nadie. Pero sería lamentable tener que concluir que las dilaciones en el logro de un salario digno estarían respondiendo también al intento de imponer condiciones por parte del sector que tú representas. Sabes bien que la verdad no puede ser unilateral – recuerda a Habermas -, aunque desgraciadamente, existan quienes intentan imponer unilateralmente sus verdades parciales —muy parcializadas, por cierto—.
¿Estás tú en esa onda?
A mi chamo, que es de la edad del tuyo, se le están cerrando las puertas del futuro. O al menos, se le está poniendo muy difícil, como a tantos otros miles de jóvenes y adolescentes hijos de docentes. Multiplica ahora el drama personal y familiar que te relato por la planta de trabajadores universitarios del país —los números siempre han sido tu fuerte— y hazte una medida de la dimensión de esta desgracia en la que tú, como funcionario público de alto nivel en el área en cuestión, tienes en principio, o al menos así debería ser, un rol de primer orden.
Manuel: Irónicamente, “Teodulfo el Miserable” está, después de tantos años, en vías de convertirse efectivamente en lo que pregonabas en son de broma. Y no por el nombre de pila precisamente, sino por su terrible complemento. Transfiere esta realidad que relato a la de los miles de potenciales Teodulfos y Teodulfas de las universidades venezolanas y tendrás la medida justa del drama en el que tú, repito, como ministro del ramo a fin de cuentas, tienes un papel que jugar.
Por favor: ¡No más dilaciones!
Rodolfo Cesta Ruiz
C.I. 7.376.881.
Profesor del Vicerrectorado Barquisimeto
de la Universidad Nacional Experimental
Politécnica “Antonio José de Sucre” (UNEXPO)
rcesta@hotmail.com
@rodcesta