El Estado, Ford y nuestra explotación por Julio Márquez
El Estado, Ford y nuestra explotación por Julio Márquez

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El poseedor de dinero se abre marcha

como capitalista; el poseedor de la fuerza

de trabajo lo sigue como su obrero; el uno

sonríe con ínfulas y avanza impetuoso; el

otro lo hace con recelo, reluctante, como

el que ha llevado al mercado su propio

pellejo y no puede esperar sino una cosa:

que se lo curtan

Karl Marx

Hace unos días se dio a conocer que el Estado venezolano y la compañía Ford Motor alcanzaron un acuerdo para reactivar la producción de vehículos en el país. El acuerdo es tan sencillo como brutal: Ford venderá en Venezuela su mercancía en dólares, al tiempo que el Estado recibirá de ella sus impuestos también en dólares. Una relación ganar-ganar.

Hagamos a un lado la alegría de tísico que se despierta en nosotros por saber que aunque sea algo en este maltrecho y golpeado país va a “reanudar su producción”, o que por primera vez en mucho tiempo habrá oferta de un bien por de más escaso (según el BCV la escasez de vehículos en Venezuela es del 100%). Incluso hagamos a un lado la justa preocupación originada por la certeza de saber que será imposible para la enorme mayoría de los venezolanos, que en promedio ganamos 20 dólares mensuales, comprar un carro de 10.000 o más dólares. Hagamos todo eso a un lado y enfoquemos la vista en algo que me parece aún más importante: nuestra explotación como pueblo y el camino a la sumisión irreductible por el que nos quiere llevar el gobierno nacional.

Cuando Hugo Chávez le endilgó el apellido “del siglo XXI” al régimen socialista que afanosamente se dio a la tarea de construir en Venezuela, lo hizo plenamente consciente de que el “socialismo” a secas despertaba una natural aversión debido a los fracasos y atrocidades inenarrables que en su nombre se cometieron a lo largo del siglo XX, y que por ello el venezolano debía diferenciarse de sus pares del pasados. Sin embargo, para el despecho de los desprevenidos y la ira de quienes en su momento lo advirtieron, lo ya sabido se ha hecho dolorosamente más obvio en la Venezuela de hoy: no importa el apellido que se le ponga, la era en la que se desarrolle o los métodos que se utilicen, socialismo siempre será esencialmente lo mismo: supresión y satanización del individuo a favor de una masa anónima y maleable, y supremacía absoluta del Estado (“el leviatán” diría Hobbes o “Dios sobre la tierra” diría Hegel) sobre todos y sobre todo.

Los gobiernos socialistas llegan al poder verbalizando invariablemente una lucha de clases, señalando a la “burguesía trasnacional” como la enemiga del pueblo y revistiéndose ellos mismos como la vanguardia del proletariado que a sangre y fuego abrirá las puertas de la utopía prometida. Sin embargo, una vez en el poder, su comportamiento es igualmente invariable: se convierten ellos mismos en los nuevos explotadores del pueblo, robándole al proletariado, en el sentido marxista del término, el plustrabajo generador de la plusvalía.

No hay que ser doctor en economía para entender que cuando una fábrica X pone a la venta en dólares sus productos en el mercado, el trabajo de sus obreros es también valorado y pagado en dólares por los compradores. Tampoco hay que ser doctor en economía para entender que si la mercancía elaborada por el obrero se vende en dólares, pero a él se le sigue pagando su sueldo en una moneda cada vez más depreciada como el bolívar, se le está robando descaradamente. Pero muchísimo menos hay que ser doctor en economía para entender que si el Estado no solo permite esta situación sino que la propicia para aprovecharse de los dólares provenientes del trabajo objetivado de los obreros venezolanos, para luego revenderlos y pagar sueldos de hambre en bolívares, o importar bienes para regalarlos en periodos electorales y procurarse el favor popular, el Estado está explotando a los trabajadores y nos está condenando a todos a la pobreza.

La enajenación de la plusvalía y la explotación de la clase obrera por parte de Estados con gobiernos socialistas no es una cosa nueva en la historia, al contrario, es un patrón de conducta muy claro y repetido. En Cuba, por ejemplo, el Estado le permite a las grandes cadenas trasnacionales de hoteles cinco estrellas cobrar sus servicios en moneda extranjera (una noche en un buen hotel de Varadero puede costar 225 euros, por ejemplo), esto con el objeto de cobrar igualmente en moneda extranjera los respectivos impuestos que le corresponden, pero a los trabajadores que con su esfuerzo mantienen los hoteles les siguen pagando con pesos cubanos un salario que equivale a no más de 10 dólares mensuales.

¿Qué le ofrece el socialismo del siglo XXI al capitalismo y a las trasnacionales: es acaso combate, resistencia, desafío…? ¡Por favor, seamos serios! les ofrece mano de obra bien barata y con muchísimas ganas de trabajar (porque aquí nadie quiere perder su puesto de trabajo, porque esos, como casi todo, están también muy escasos).

A estas alturas es difícil no recordar la última escena de Rebelión en la granja, cuando los animales sorprendidos veían por la ventana a los cochinos jugar póquer con los humanos sin poder diferenciar bien a unos de otros, sin exclamar: ¡coño, Orwell tenía razón!

 

Julio Márquez