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América Latina en la periferia del debate por Víctor Mijares

En el tercer y último debate entre el candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, Mitt Romney, y el presidente demócrata en ejercicio, Barack Obama, se discutieron temas de política exterior que serán parte de la agenda internacional en los próximos cuatro años. Destacan entre estos temas el rol de China como potencia económica en expansión. Si la historia no nos miente, toda potencia económica que alcanza una significativa envergadura regional o mundial, tiende a transformar esas capacidades en influencia política en su radio de acción. Para Obama el crecimiento chino es un hecho y su administración está tomando medidas -como la doctrina militar del “pivote asiático”- para contener los efectos posteriores del auge económico. La estrategia de Romney es atacar la base misma de crecimiento económico chino, la manipulación de su moneda y el dumping social. China es sin duda un tema de alta densidad en la agenda estadounidense de política exterior.

También lo es la relación con el mundo musulmán, en donde los acuerdos entre ambos candidatos son menores. Romney catalogó la gira de Obama por Oriente Medio -cuyo clímax fue el discurso de El Cairo-, como el “tour de las disculpas”, mientras Obama se defendió insistiendo en un punto en el que incluso muchos republicanos estarían de acuerdo: la defensa de los ideales democráticos, aun en sociedades en los que tales ideales tienen pocas garantías de éxito. El tema al-Qaeda no podía faltar, y tampoco la justificada exhibición simbólica de la cabeza de Osama bin Laden, que reposa en la sala de trofeos políticos de Obama. El gasto militar también fue tratado, siendo la postura de Obama una modesta reducción, mientras que Romney intentó descalificar esa política como una muestra de debilidad. Obama logró neutralizar el ataque del republicano con elegancia y sarcasmo, pero cuando llegó el turno de hablar de alianzas no tuvo más remedio que evadir, pues su política de compromiso selectivo ha dejado mucho que desear por parte de aliados extra-OTAN. Para fortuna demócrata, Romney no supo como explotar esa veta. Temas como el déficit fiscal o la seguridad energética también fueron tratados con interés, manteniéndose la polarización sobre el tamaño del Estado y sus funciones socioeconómicas, y habiendo un acuerdo en materia de seguridad energética que tuvo que haber decepcionado a los ecologistas.

Sorprendió el silencio sobre la crisis de la eurozona y la evasión sistemática de Obama con respecto al tema de la rivalidad geopolítica con Rusia. Se puede interpretar que uno y otro tema suponen altos costos de llegar a cometerse malinterpretaciones, aunque no son menos delicados que todos lo realmente discutidos. Para fines prácticos y directos, nos interesa destacar el hecho que de América latina se mantenga en la periferia del discurso. Ni siquiera el hecho de que el debate se haya dado en Florida motivó a los candidatos a disertar brevemente sobre el tema migratorio o las relaciones con México, Brasil o Colombia. Grandes cadenas de noticias auguraban menciones a Chávez, en tanto Romney ha calificado a la llamada revolución bolivariana como una amenaza, mientras que Obama desestima darle ese calificativo. La pregunta que surge es: ¿por qué América latina sigue en la periferia del debate político estadounidense? Nos atrevemos a afirmar que las razones son tan favorables como desfavorables con respecto al desempeño latinoamericano.

Por una parte, las economías latinoamericanas con mejor desempeño, fuera de los gigantes Brasil y México, son a su vez las democracias con mejores credenciales liberales. Con ellas las relaciones son fluidas y políticamente de bajo perfil. Además, esos países, que se están agrupando sobre todo el arco del Pacífico, han venido diversificando sus mercados en la búsqueda de la alternativa asiática, con lo que se reduce el peso estadounidense en sus economías. Con México la relación es la de un socio muy especial, al punto que podríamos decir que México es una provincia económica de los Estados Unidos. Todo indica que el objetivo de Peña Nieto de promover internacionalmente a México no es un asunto que preocupe en Washington, y quizá sea de mayor interés para España (líder hispánico culturalmente desplazado) y Brasil (potencia latinoamericana en auge). Con este último, los Estados Unidos tienen una relación que apunta a un condominio flexible y no exclusivo de seguridad hemisférica. Brasil es un interlocutor en el sur con el que las relaciones fluyen hasta un punto en que es posible que los F-18 Hornet sean el avión de combate insignia de la Fuerza Aérea brasileña.

Por otra parte están los Estados más adversos. Venezuela a la cabeza de la ALBA, con una Cuba que comienza a jugar a la ambivalencia (siguiendo el modelo vietnamita, tan aplaudido por Raúl Castro). Dentro de la alianza bolivariana sólo Bolivia parece fiel a Caracas, el resto ha vendido siguiendo el ejemplo ecuatoriano de autonomía y bajo compromiso. La ciencia política los llamaría free-riders, en tanto toman lo que les conviene y rechazan lo que no, pero sin salirse del esquema socialista. ¿Qué mención se podría hacer sobre esta realidad? Creemos que un punto irresponsablemente desatendido es el del crimen organizado, en especial en lo concerniente al narcotráfico. No es una amenaza convencional, y en eso acordamos con el Obama, pero la falla de los Estados o los Estados penetrados por las mafias y su lógica de funcionamiento sí es amenazante. Es posible que en los próximos años veamos cambios dramáticos en la visión internacional con respecto al narcotráfico, y que el globo de ensayo lo haya soltado el presidente Santos de Colombia. En un mundo en el que las drogas “duras” estén legalizadas, no sería de extrañar que los Estados, en especial las grandes potencias, participen en el lucrativo e influyente negocio. Esto es sólo una hipótesis sobre la que valdría la pena reflexionar.

En suma, América latina seguirá desarrollando una dinámica regional propia, aunque fragmentada. La presencia de los Estados Unidos es cada vez menos decisiva, aunque es persistente. El interés se concentrará en la región Asia-Pacífico y los principios de funcionamiento de la multipolaridad seguirán imperando, con resultados lamentables para sociedades que no estén preparadas para afrontar por sí mismas los retos de un mundo cada vez más competitivo y sometido a la desconfianza mutua.

Por Víctor M. Mijares

@vmijares

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En el tercer y último debate entre el candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos, Mitt Romney, y el presidente demócrata en ejercicio, Barack Obama, se discutieron temas de política exterior que serán parte de la agenda internacional en los próximos cuatro años. Destacan entre estos temas el rol de China como potencia económica en expansión. Si la historia no nos miente, toda potencia económica que alcanza una significativa envergadura regional o mundial, tiende a transformar esas capacidades en influencia política en su radio de acción. Para Obama el crecimiento chino es un hecho y su administración está tomando medidas -como la doctrina militar del “pivote asiático”- para contener los efectos posteriores del auge económico. La estrategia de Romney es atacar la base misma de crecimiento económico chino, la manipulación de su moneda y el dumping social. China es sin duda un tema de alta densidad en la agenda estadounidense de política exterior.

También lo es la relación con el mundo musulmán, en donde los acuerdos entre ambos candidatos son menores. Romney catalogó la gira de Obama por Oriente Medio -cuyo clímax fue el discurso de El Cairo-, como el “tour de las disculpas”, mientras Obama se defendió insistiendo en un punto en el que incluso muchos republicanos estarían de acuerdo: la defensa de los ideales democráticos, aun en sociedades en los que tales ideales tienen pocas garantías de éxito. El tema al-Qaeda no podía faltar, y tampoco la justificada exhibición simbólica de la cabeza de Osama bin Laden, que reposa en la sala de trofeos políticos de Obama. El gasto militar también fue tratado, siendo la postura de Obama una modesta reducción, mientras que Romney intentó descalificar esa política como una muestra de debilidad. Obama logró neutralizar el ataque del republicano con elegancia y sarcasmo, pero cuando llegó el turno de hablar de alianzas no tuvo más remedio que evadir, pues su política de compromiso selectivo ha dejado mucho que desear por parte de aliados extra-OTAN. Para fortuna demócrata, Romney no supo como explotar esa veta. Temas como el déficit fiscal o la seguridad energética también fueron tratados con interés, manteniéndose la polarización sobre el tamaño del Estado y sus funciones socioeconómicas, y habiendo un acuerdo en materia de seguridad energética que tuvo que haber decepcionado a los ecologistas.

Sorprendió el silencio sobre la crisis de la eurozona y la evasión sistemática de Obama con respecto al tema de la rivalidad geopolítica con Rusia. Se puede interpretar que uno y otro tema suponen altos costos de llegar a cometerse malinterpretaciones, aunque no son menos delicados que todos lo realmente discutidos. Para fines prácticos y directos, nos interesa destacar el hecho que de América latina se mantenga en la periferia del discurso. Ni siquiera el hecho de que el debate se haya dado en Florida motivó a los candidatos a disertar brevemente sobre el tema migratorio o las relaciones con México, Brasil o Colombia. Grandes cadenas de noticias auguraban menciones a Chávez, en tanto Romney ha calificado a la llamada revolución bolivariana como una amenaza, mientras que Obama desestima darle ese calificativo. La pregunta que surge es: ¿por qué América latina sigue en la periferia del debate político estadounidense? Nos atrevemos a afirmar que las razones son tan favorables como desfavorables con respecto al desempeño latinoamericano.

Por una parte, las economías latinoamericanas con mejor desempeño, fuera de los gigantes Brasil y México, son a su vez las democracias con mejores credenciales liberales. Con ellas las relaciones son fluidas y políticamente de bajo perfil. Además, esos países, que se están agrupando sobre todo el arco del Pacífico, han venido diversificando sus mercados en la búsqueda de la alternativa asiática, con lo que se reduce el peso estadounidense en sus economías. Con México la relación es la de un socio muy especial, al punto que podríamos decir que México es una provincia económica de los Estados Unidos. Todo indica que el objetivo de Peña Nieto de promover internacionalmente a México no es un asunto que preocupe en Washington, y quizá sea de mayor interés para España (líder hispánico culturalmente desplazado) y Brasil (potencia latinoamericana en auge). Con este último, los Estados Unidos tienen una relación que apunta a un condominio flexible y no exclusivo de seguridad hemisférica. Brasil es un interlocutor en el sur con el que las relaciones fluyen hasta un punto en que es posible que los F-18 Hornet sean el avión de combate insignia de la Fuerza Aérea brasileña.

Por otra parte están los Estados más adversos. Venezuela a la cabeza de la ALBA, con una Cuba que comienza a jugar a la ambivalencia (siguiendo el modelo vietnamita, tan aplaudido por Raúl Castro). Dentro de la alianza bolivariana sólo Bolivia parece fiel a Caracas, el resto ha vendido siguiendo el ejemplo ecuatoriano de autonomía y bajo compromiso. La ciencia política los llamaría free-riders, en tanto toman lo que les conviene y rechazan lo que no, pero sin salirse del esquema socialista. ¿Qué mención se podría hacer sobre esta realidad? Creemos que un punto irresponsablemente desatendido es el del crimen organizado, en especial en lo concerniente al narcotráfico. No es una amenaza convencional, y en eso acordamos con el Obama, pero la falla de los Estados o los Estados penetrados por las mafias y su lógica de funcionamiento sí es amenazante. Es posible que en los próximos años veamos cambios dramáticos en la visión internacional con respecto al narcotráfico, y que el globo de ensayo lo haya soltado el presidente Santos de Colombia. En un mundo en el que las drogas “duras” estén legalizadas, no sería de extrañar que los Estados, en especial las grandes potencias, participen en el lucrativo e influyente negocio. Esto es sólo una hipótesis sobre la que valdría la pena reflexionar.

En suma, América latina seguirá desarrollando una dinámica regional propia, aunque fragmentada. La presencia de los Estados Unidos es cada vez menos decisiva, aunque es persistente. El interés se concentrará en la región Asia-Pacífico y los principios de funcionamiento de la multipolaridad seguirán imperando, con resultados lamentables para sociedades que no estén preparadas para afrontar por sí mismas los retos de un mundo cada vez más competitivo y sometido a la desconfianza mutua.

Por Víctor M. Mijares

@vmijares

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