Temo que “el frenazo” pueda repetir en la pequeña escala de nuestra humilde y modesta humanidad un fenómeno semejante. La traición a la democracia de quienes hemos evaluado y respetado durante todos estos años como nuestros mejores demócratas.
“Cualquier solución que se quiera alcanzar pasa por cambiar de gobierno y de régimen”.
Pompeyo Márquez
Quien haya tenido la oportunidad de compartir las reflexiones del ya venerable Pompeyo Márquez, un histórico que hace ya tiempo atravesó los umbrales de los 90 años, no puede sorprenderse por el apotegma que acaba de enviar por la red. Sin entrar a discutir acerca de las posibles y eventuales soluciones a la crisis existencial –y entiéndase: una crisis que afecta esencialmente nuestras existencias, no el precio del dólar o la carestía de la vida– que nos atribula, aborda el problema en su esencia: a pesar de encontrarse a cincuenta años de distancia de los líderes que para nuestra fortuna o nuestra desgracia manejan el timón o el freno de mano de la verdadera solución a esta crisis, lo señala sin ambages ni medias tintas, con esa profundidad analítica que posiblemente no sea capaz de mostrar ninguno de los dirigentes de los partidos políticos mayoritarios en esta circunstancia: el problema es el régimen que nos subyuga, el responsable es el gobierno que lo instrumentaliza: “Cualquier solución que se quiera alcanzar pasa por cambiar de gobierno y de régimen”.
Valga aclarar, pues lo señala en el artículo que contiene la rotunda afirmación que comentamos, que no se imagina esa salida sin el concurso de todos. Es más: hace de la unidad de todas las fuerzas democráticas su conditio sine qua non. Por lo que insta a la unidad de todas las fuerzas opositoras. Unirse para salir del régimen y del gobierno que lo realiza –el único y verdadero objetivo de una oposición verdaderamente consciente de la circunstancia: he allí nuestro imperativo político y moral.
No hablo por casualidad de timón y freno de mano. Llegados al momento de la verdad, enfrentados a la concreción del cumplimiento de la condena a muerte de nuestro sistema democrático, y de todos quienes no concebimos otra vida que no lo sea en libertad, del que solo restan nuestra fuerzas desnudas, la nuda vita de que hablan los filósofos contemporáneos, empujados al abismo por un régimen y un gobierno que dan los últimos embates para hundirnos en el abismo cubano, o la enfrentamos ya o nos arrodillamos. Como también lo señala la lógica: tertium non datur. No caben tercerías.
Y si hablamos de timón y freno de mano se debe a la insólita aplicación del frenazo a los esfuerzos liberadores empeñados por esta extraordinaria generación del 14, que se imbrica profunda, espiritual y políticamente con la generación del 28. A la que le debemos la Venezuela democrática del siglo XX, en la que nos criamos, como a esta del 14 le deberán nuestros hijos y nietos la democracia venezolana del siglo XXI. Un frenazo que, para quitarle toda connotación moral ni confundir a justos con pecadores, no tiene otra explicación que el grave, culposo y censurable desconocimiento de la naturaleza dictatorial, totalitaria del régimen en que estamos sumergidos desde el primer día del asalto al poder por el teniente coronel Hugo Chávez, como lo ha demostrado fehaciente e irrebatiblemente, el constitucionalista Asdrúbal Aguiar.
Frente al dramático llamado a la conciencia de los partidos involucrados, para que se unan tras el magno objetivo de salvar la República y su democracia –de la que en otras circunstancias fuera uno de sus más severos adversarios, si bien siempre dando hasta el último aliento de su vida contra la dictadura de Pérez Jiménez en la mayor clandestinidad vivida por político alguno vivo al día de hoy– otra importante actor de nuestra política, Armando Durán, quien comparte ambos predicamentos –unidad y desalojo– publicó ayer en el diario El Nacional una muy equilibrada y profunda reflexión sobre las graves diferencias que afectan a los sectores democráticos, dividiéndolos entre quienes han asumido la vanguardia del despertar de los venezolanos ante la dictadura decidiendo pasar del pensamiento a la acción sin dudar un segundo, asumiendo las consecuencias, incluso fatales, de sus acciones en defensa de la integridad de la patria, y quienes, por razones difíciles de comprender si se quiere evitar el atajo de descalificaciones morales, prefieren “no meneallo”, como diría el Quijote, dejar libre curso a las criminales ejecutorias político-jurídicas y económico-sociales del régimen y su gobierno y calmar las aguas para insistir en la vía electoral postergando la protesta hasta 2019, año de las próximas elecciones presidenciales.
Con su acerada virtud de polemista pone el dedo en la llaga de la falaz e inaceptable argumentación de esos sectores, promotores militantes y convencidos de lo que desde la marcha del sábado pasado, cuya esencia y espíritu malversaran para convertirla en masa aprobatoria de un diálogo entre Capriles, el líder de dicha fracción, y el gobernante ilegítimo, más que satisfecho en sus tácticas dilatorias, vengo llamando “el frenazo”, y en anteriores artículos “los apaciguadores”, usando como leitmotiv la acusación de violentistas a quienes han logrado la proeza de conmover con el sacrificio de sus vidas al país y al mundo entero –en 14 años el mundo jamás había gastado una gota de tinta o un segundo de transmisión satelital en atender a los angustiosos llamados de auxilio de nuestra ciudadanía, ni los más destacados y populares artistas de proyección mundial sabían de nuestra existencia, como hoy, cuando salen a solidarizarse con ellos, no con los promotores del frenazo– desnudando la naturaleza militarista, dictatorial y asesina del régimen y su gobierno. Y, yendo aún más lejos, malversando el espíritu unitario que alienta a los líderes de las protestas hasta transformarla en el brutal chantaje al retiro de sus exigencias y el regreso, derrotados, a sus hogares.
Durán, con su tradicional verticalidad, no duda en llamar dichos esfuerzos “el chantaje de la unidad”. Un chantaje que afecta a millones de venezolanos, así vaya dirigido en principio a sus dos líderes, uno de los cuales ya paga en prisión, mientras la segunda se ve empujada a la entrega, la clandestinidad, el destierro o la muerte.
He narrado en varios de mis artículos la percepción que los mejores demócratas alemanes llegaron a tener de la llamada oposición de la República de Weimar –derechistas democráticos, cristianos de centro, socialistas y comunistas– al terror hitleriano que amenazaba con asaltar el poder. Sebastian Haffner, uno de los más perspicaces y agudos analistas de esos tres lustros de terror, lo sintetizó magistralmente: más que el propio Hitler, culpables del ascenso al poder de la barbarie nazi fueron quienes, acosados por su propia cobardía, su pusilanimidad y sus mezquinos intereses grupales, se negaron a unirse y hacerle frente. Con lucidez, virilidad y desprendimiento.
Temo que “el frenazo” pueda repetir en la pequeña escala de nuestra humilde y modesta humanidad un fenómeno semejante. La traición a la democracia de quienes hemos evaluado y respetado durante todos estos años como nuestros mejores demócratas.