Vicente E Vallenilla, autor en Runrun

Feb 23, 2020 | Actualizado hace 2 semanas

@vicevall   

 

Hace cuatro años indicamos, durante las primarias del partido demócrata en EUA, que el senador Bernie Sanders tenía una plataforma política que trascendería más allá de ese proceso, y eventualmente más allá de la elección presidencial, porque ese  planteamiento -inédito a ese nivel- parecía despertar entusiasmo en parte de la juventud y ello podía convertirse en un punto de inflexión en el partido demócrata y en la política doméstica como un todo, donde el debate clásico se extendía desde lo “conservador” hasta lo “progresista” o centro-izquierda; nunca hasta lo “socialista”. De modo que aquel giro a una izquierda plus, no nos parecía que entraría en el olvido por la retirada de Sanders, sino que ese movimiento podría más bien intensificarse en el futuro. 

El programa del senador Sanders proponía salidas revolucionarias a problemas esenciales que el estado liberal establecido no parecía afrontar o no podía ideológicamente resolver. El programa creó una conmoción limitada, pero que posiblemente obligó a la precandidata Clinton en forma tímida a tomar algunas de aquellas propuestas. Sanders perdió la nominación, pero había dejado el mensaje incorporado en el debate político. vid. La era Sanders.

Ha transcurrido todo un período presidencial con firme empuje a la reelección del presidente. El senador Sanders está allí de nuevo, repitiendo su plataforma con adaptaciones, buscando la nominación de su partido.

La coyuntura política nacional e internacional en el 2020 está lejos de ser aquella de los días del presidente Obama que hoy lucen bucólicos en comparación además con lo telúrico del presente.

El sistema internacional enfrenta cambios y EUA avanza en el marco de las premisas establecidas con claridad cristalina en el programa de gobierno actual, las cuales si ya eran antagónicas a la plataforma del precandidato Sanders en su versión 2016, ahora lo son mucho más en la v. 2020.

De modo que su renovado, pero persistente planteamiento va a sacudir aun más los cimientos de la política doméstica, si es que es elegido por el partido demócrata.

Algunas consideraciones

*En primer lugar, la coyuntura política en EUA indica que hay un país más dividido que en el 2016. Por una parte, el presidente Trump está consustanciado con un grueso grupo de votantes que aspira a que el país retome el camino del país líder, de la libre empresa en marco nacionalista, propiedad privada, no intervencionismo, democracia liberal dirigida, estado de derecho protector y garante del sistema político; rol de hegemonía mundial. La evidencia indica que Trump ha satisfecho las expectativas de esa parte de la población, según lo indican las estadísticas de apoyo a su gestión. Por el otro, un sector de la población radicalmente opuesto a esa política. Allí encuentra asidero el partido demócrata con sus variantes.

Además, estimulando la dialéctica están las redes sociales y medios de información participando abiertamente e inclinados hacia uno de los dos lados. La actividad parlamentaria definida por su confrontación partidista.

*Segundo. El partido demócrata tiene que escoger un candidato. En lo ideológico. Sanders concuerda con la senadora E. Warren en lo substantivo, pero lejos de Michael Bloomberg, o de los aspirantes P. Buttigieg o de Amy Klobuchar, quienes no se asimilan a la corriente más radical.

*Tercero. La interacción internacional se ha ido intensificado. La dinámica política en EUA y la formulación de una política exterior norteamericana sin precedentes, en su forma y fondo, ha tenido consecuencias en las políticas exteriores de otros estados y como resultado ha sido de enorme impacto en la política internacional (entiéndase esta última como la totalidad de las políticas exteriores en interacción y conflicto). De modo que se ha establecido una nueva generación de relaciones entre el resto de la comunidad internacional y los Estados Unidos. La cada vez más compleja red estructural de las finanzas, del comercio, de las comunicaciones y de la política de poder político hace que las repercusiones tengan carácter global a gran velocidad.

*Cuarto. No sabemos quién ganará la nominación demócrata. Si la gana Sanders, se planteará un debate fundamentalmente ideológico, conceptual. Basta recordar que en el pasado, ideas de cambio tímidamente “extremas” fueron vistas bajo sospecha en los tiempos posteriores a la segunda mitad del siglo XX, cuando se determinó que ese tipo de planteamiento era “enemigo potencial de la sociedad”, y surgió la llamada era del “Segundo Miedo Rojo” y la del McCarthyismo, que llevó a la supresión o autocensura. Ello paulatinamente fue perdiendo intensidad en los siguientes setenta años. Es decir, hasta ahora.

*Quinto. Sin ese velo prohibitivo del pasado bipolar, el candidato Sanders de ganar las primarias, avanzaría en aquellas ideas expuestas de manera general en el año 16. Si gana otro candidato, excepto la senadora Warren, el debate nacional volvería por sus fueros tradicionales.

Habría dos programas en la primera hipótesis de escenario. Trump vs. Sanders. Ambos definidos como antagonistas e irreconciliables entre los bandos republicano y demócrata.

El lado Sanders planteando un socialismo “made in the USA”, como forma de sistema político con educación y salud como elementos centrales estratégicos. Reformas de las estructuras del Estado liberal y de una participación estatal. Cambios en el sistema impositivo, en la reforma institucional, y otras tantas medidas del repertorio del centro-izquierda.

En el otro extremo, se plantearía una aceleración y profundización de ideas programáticas del primer período (según algunas mediciones, el Pres. Trump ha pasado su discurso de ser “Conservador Moderado” entre el 2016 -2017, a “Conservador Duro” desde el 2017 al presente) con cortes impositivos, desregulación, gasto militar, así como, profundización de los temas de política exterior en los campos de: comercio exterior (México, Canadá, UE), globales-regionales (Venezuela, Cuba), medio ambiente (cambio climático),  conflictos político militares (Irán, Corea del Norte, Irak, Afganistán) Medio Oriente (Siria, Israel, Palestina), inmigración (México), terrorismo, entre otros (listados no exhaustivos).

*Por último, si se dan las premisas anteriores y se desata ese debate antagónico que se centraría entre lo “pernicioso” o lo “benefactor” del socialismo, entonces el “caso Venezuela” como modelo “socialista” estaría en el centro del mismo. Este es el elemento nuevo que no estaba en la pantalla en 2016.  De hecho, ello parece haberse iniciado ya en el discurso sobre el Estado de la Unión.

De modo que Venezuela podría pasar de representar un conflicto prioritario de política exterior, para convertirse adicionalmente en un elemento de discusión en la campaña, al poner en el banquillo del examen cruzado el planteamiento socialista como modelo. Esa sería parte de la artillería pesada disuasiva de la candidatura republicana.

La estrategia a seguir para algunos demócratas pareciera entonces la de actuar “unidos” a la política de Trump frente al caso Venezuela para neutralizar y desmontar una homologación ideológica. Es difícil que el “efecto del socialismo” en la campaña no afecte la decisión de aquellos votantes que se han sentido atraídos desde el 2016 por la plataforma radical del sector demócrata. Podría ser uno de los argumentos fuertes en contra del partido demócrata. En consecuencia, veremos si logra remontar ese escollo o, si esa Era, entra en el olvido.

©Vicente Emilio Vallenilla. All rights reserved.

Las incógnitas de la política exterior de Donald Trump, por Vicente Emilio Vallenilla

POTUS2017

 

En los dos últimos siglos las novelas por entregas causaron sensación en los periódicos y revistas de Europa y de los Estados Unidos. Se empezaron a publicar a grandes autores en ese formato distinto al clásico libro. A Charles Dickens le fueron publicadas cada semana durante cuarenta años muchas de sus extraordinarias novelas. Ernest Hemingway publicó por entregas «Adiós a las Armas«; «La cabaña del Tío Tom» salió publicada por capítulos durante dos años, las novelas de Joseph Conrad eran publicadas semana a semana. «Ana Karenina«, durante cuatro años, mantuvo en suspenso al expectante público del Mensajero Ruso. En la novela en forma de libro, el lector determina a voluntad el avance personal hacia el desenlace. En la novela por entregas ese dominio quedaba en manos del publicista. El público debía acostumbrarse a esperar al desarrollo y el final. La acción externa del gobierno de Donald Trump parece rememorar las expectativas de aquellas novelas por entregas.

Excepto quizá Richard Nixon que tenía desde la etapa pre-elección un conjunto de ideas que deseaba acometer en la escena internacional, como el reconocimiento a China comunista como potencia, los presidentes de Estados Unidos han deseado concentrarse mas bien en los asuntos domésticos, en cierta forma subvaluando en esa etapa de candidatos, las enormes e inevitables demandas del sector externo sobre el gobierno de lo cual no se librarían durante todo el ejercicio del poder. Pero es natural que cada candidato presentara en el programa de gobierno su política exterior. enumerando fines, objetivos e instrumentos para los siguientes años. En la práctica, por la subordinacion –mayor o menor- de lo exterior a lo doméstico en la inicial visión presidencial, ha provocado incontables sobresaltos diurnos y nocturnos debido a acontecimientos «imprevistos« como Pearl Harbor y otros tantos, como la Crisis de los Cohetes, provocando así alteraciones importantes de las programadas políticas exteriores. De modo que cada gobierno, desde sus inicios, ha tenido invariablemente una política espinal y otra sobrepuesta por las circunstancias.

Esta última abunda en la historia, por ej. F.D. Roosevelt/II GM, George W. Bush/11 sep. 2001. Pero en cualquier caso, la política cincunstancial externa no debe entenderse como una ausencia de objetivos predeterminados por cada nuevo gobierno. Se puede decir que las politicas exteriores enunciadas por los entrantes gobernantes respondieronsicamente a los objetivos generales establecidos como política de Estado, iniciada por Thomas Jefferson, tanto como Secretario del Exterior y luego como Presidente. y que con el pasar del tiempo se fueron acumulando con nuevos principios y posiciones. Republicanos y Demócratas han mantenido esos principios como plataforma, identificados como el Interés Nacional de los Estados Unidos, variando en cada nueva administración, la intensidad, los mecanismos, la estrategia y las tácticas. El resultado ha sido que cada presidencia en los últimos cien años, desde Wilson hasta Obama, ha tenido una política exterior determinada a priori, , concebida para ser implementada mas allá de las vicisitudes sin contar con las resistencias naturales de otros actores del sistema internacional rechazando la pax americana. (lo cual no exime esa política de errores permanentes, algunos de carácter monumental, entre otros por no escoger como embajadores a los expertos del departamento de Estado que los hay de primera, sino a cualquiera que haya donado a la campaña como a un dueño de una muebleria o a un decorador de interiores)

La diferencia con la inédita situación actual es que no existe ese clásico conjunto de objetivos y acciones en el programa de gobierno de Donald Trump. Nos parece que la política exterior estará basada a partir de la percepción del Presidente Trump que Estados Unidos ha perdido aquella antigua posición de poder hegemónico en el sistema unipolar de poca duracion (1945-1955) o quizá mas bien la posición compartida con la Unión Sovietica en el sistema bipolar existente hasta 1989. La «perdida» de la condición de país cúspide del sistema internacional es explicado como «resultado de una serie de errores cometidos por anteriores gobiernos, en ambos planos, el interno y el externo. por negligencia y tolerancia con algunos países adversarios, por malos acuerdos comerciales, por costosas alianzas militares, por la reducción del poder militar, por la flexibilidad y gastos con las Naciones Unidas.

A partir de esa premisa nos parece que el presidente Trump indica sus objetivos de reinstauración de un orden mundial mas apropiado, reformulando la situación con los«culpables« (China y México), estableciendo una alianza preferencial con Rusia, (actual competidor militar que avanza hacia a la bipolaridad de la Guerra Fria), ignorando parcial o totalmente actores tradicionales (Europa, con o sin Gran Bretaña), revisando las acciones y objetivos en Medio Oriente y Asia, ( acuerdo nuclear con Irán), anunciando la eliminación total del islamismo radical y reafirmando los vinculaciones con Israel, neutralizando el peligro inminente que representa Corea del Norte apoyando a Japón para desarrollar armamento nuclear. y pidiendo a China intervención en ese caso.

Hacia América Latina, aparte del énfasis mexicano, Trump parece haber identificado a Venezuela « great people» sic. Sin embargo queda abierta a la imaginación la nueva línea política hacia el régimen de Nicolás Maduro. América Latina puede sufrir serias consecuencias si se genera un desbalance mayor en el ya desigual esquema entre el Norte desarrollado y el Sur emergente .

El resto del mundo no aparece por ahora en el mapamundi del salón Kennedy en el West Wing de la Casa Blanca que promete a pesar que sus 513 mts cuadrados ser insuficientes para los tiempos venideros.

Donald Trump va a concentrarse en la política económica exterior, quizá como ningún antecesor. Su visión de la política exterior es economicista-militarista. Es decir, la «grandeza» de Estados Unidos está determinada por su poder económico y luego, por su poder militar. Esos dos elementos son la plataforma para el desarrollo de una inedita política exterior para hacer «grande a América de nuevo«.

Ahora, allí hay una contradicción que tendrá que resolver. Propone la reformulación de las alianzas comerciales y militares de los últimos setenta años. Los anuncios sobre la OTAN y el retiro de la manutención financiera de la misma ha creado una enorme tensión política, económica y de seguridad en los países que formaron parte del desaparecido Pacto de Varsovia y en países tradicionalmente aliados como Finlandia, Suecia, Dinamarca.

Pero concentrándonos en el tema de mayor cobertura global todo parece indicar que la nueva arquitectura trumpiana evoca los tiempos del aislacionismo que tuvo EUA durante una era en la que no deseaba ser un actor constante en las relaciones internacionales conbinado con un neo-proteccionismo. Hay dos áreas identificadas que resultan particularmente inquietantes por su enorme impacto sobre las relaciones internacionales.

La «salida» parcial o reforma desigual, de acuerdos como el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (NAFTA), el retiro anunciado del Acuerdo de Asociación TransPacífico (TPP) (objetivo central de la politica comercial de Obama) crea incertidumbres de nivel político y económico que puede afectar los mercados de capitales, las corrientes de comercio y el flujo de inversiones a nivel mundial.

Paradójicamente es el sistema de comercio internacional que fue creado progresivamente a partir de la Sociedad de las Naciones, el GATT y la Organización Mundial de Comercio, que no sólo permitió el desarrollo del comercio internacional sino que también creó la plataforma para convertir a EUA desde 1945 en el primer exportador de bienes y servicios en el mundo (recientemente pasado al segundo lugar por la descomunal participación de China, hoy en el primer puesto). El NAFTA entre EUA, Canadá y México será reformulado por el presidente Trump ( o incluso su eliminado) si no consiguen ventajas mucho mayores para EUA. Lo sorprendente es que se trata de los grandes socios. Las mayores exportaciones de EU son hacia Canadá, y México. El tercer país socio es el enemigo comercial mas importante de la era Trump: China. Es obvio que si se desbarata el sistema de comercio con esos tres países, el sistema comercial mundial tendrá repercusiones de proporciones inéditas. En la región, México particularmente, puede sufrir una conmoción estructural en su economía con grandes pérdidas de empleo e inversión.

En general, el impacto de la revisión del sistema de comercio secular de Estados Unidos puede provocar un alto en el paulatino crecimiento del comercio internacional en los últimos cuarenta años, donde los países emergentes pasaron de la periferia del comercio a convertirse en parte indispensable y de mayor potencial en ese comercio internacional, significando hoy en día casi la mitad del intercambio global. Los avances, aunque lentos, han permitido que la pobreza global en los últimos 30 años se haya reducido probablemente mas de 40 %. El sistema financiero internacional ha comenzado desde el Consenso de Monterrey de la ONU a transitar por una reforma paulatina de las instituciones del sistema de Bretton Woods como el Banco Mundial y el FMI para encausar los beneficios de la globalización y las aspiraciones de los países en desarrollo.

La dimensión ambiental que tanto nos esforzamos en vincular al desarrollo económico y social por mas de veinticinco años en las negociaciones internacionales se ve amenazada si EUA se retira de la acuerdos alcanzados en París y de otros instrumentos. Si bien los países productores de petróleo como Venezuela (incluido EUA) tendrían menos presiones internacionales en el corto plazo para eliminar la producción y venta de ese tipo de energía, los daños acelerados al ecosistema global por los efectos de la actividad humanaque saltan a la vista hacen impredecible la supervivencia de la naturaleza y por ende, de la especie humana.

La pregunta crucial: ¿está el nuevo gobierno de Donald Trump en conocimiento del Leviatán que podría crearse por unas reformulaciones radicales de la política exterior con repercusiones estructurales en el propio sistema económico mundial?

Es francamente alarmante que no lo sepamos. El discurso en la toma de posesión reafirma las posiciones de la campaña, con mayor pasión aun.

Tal vez pasaremos los próximos años como aquellos asiduos y pacientes lectores de Ana Karenina, atentos a cada entrega para entender la trama y finalmente, después de varios años el desenlace. En la obra magistral de Tolstoi, el final es trágico. Pero después de todo esa maravilla narrativa pertenece al genero de la ficción realista, mientras que esta novela política publicada, no en periódicos, sino en Twitter, será del mas puro realismo y no precisamente mágico.

*Ex Embajador de carrera de la República

 

Las catástrofes de la Gran Bretaña o cómo salir airosa de la adversidad, por Vicente E. Vallenilla

Brexit

 

Todo lo pasado es prólogo.

Shakespeare

Pocas veces en la historia de las relaciones internacionales un país toma una inesperada decisión por mandato colectivo, con desconocidas consecuencias y que en el corto plazo, tienda a subvertir su nivel de poder y su grado de participación en la política mundial. Usualmente una variación de esa intensidad surge como resultado del enfrentamiento entre estados o como consecuencia  de un conflicto interno. Esa redefinición estructural de su participación en el  «sistema» internacional  puede venir, por ejemplo, de un tratado, por guerra, por revolución, o acciones de similar índole  y de ello pueda resultar un nuevo status quo. Pero lo que no es frecuente es que sin una force majeure que lo precipite, sino que por una votación mal concebida se proceda en ese camino inédito.

En el caso de Gran Bretaña, con pasado milenario y  con un rol importante en las relaciones internacionales  -particularmente destacado desde el siglo XVII hasta la mitad del siglo XX- pocas veces se ha enfrentado a situaciones como esta. Las más de ellas fueron procesos de transformación internos en la búsqueda de su particular identidad democrática, siempre sin afectar su ubicación de poder en el mundo.

En buena medida los enormes retos internos y externos de Gran Bretaña fueron producto  del inmenso poderío económico y político acumulado por políticas planificadas, audaces, y hasta deliberadamente aventureras. La pérfida Albión  del obispo Bossuet. Pero algunas de las conmociones mayores fueron provocadas por otros.

Un ejemplo se produjo con la inesperada independencia o separación de Estados Unidos. Generó un marasmo político y social, dentro y fuera del país. Cuatro primeros  ministros en sucesión después del cese de hostilidades, el rey en entredicho, el ejército arruinó su prestigio, la economía quedó en ruinas, más impuestos y pobreza, las rutas comerciales se truncaron, los precios de todos los bienes muebles e inmuebles se desplomaron. La deuda pública se incrementó desproporcionadamente. La inflación pasó de 2.1 % en 1782 a 12 % al año siguiente.  La inminente posibilidad de un estallido social o de guerra civil sacudió los cimientos de la capital imperial.

Pero Gran Bretaña siempre ha tenido un superávit de talentos y en los momentos cruciales de su historia las decisiones correctas  de sus hombres de Estado han ayudado a darle un giro a la adversidad inminente. No todos los pueblos son tan afortunados.

El brillante William Pitt,  (con quién inició su faena revolucionaria  Francisco de Miranda) convenció al Parlamento de acordar en 1783 el Tratado de Paz con Washington. Se inició una alianza comercial con el enemigo del día anterior. Genial vuelco. El desastre de la decisión de la guerra de separación se conjuró con políticas inteligentes. Las rutas comerciales con el continente americano se restituyeron a plenitud. Pitt ordenó multiplicar las corrientes hacia la India. Se perdieron territorios en Canadá, pero ganó en  actividad mercantil. Las empresas textiles que habían quedado en quiebra se reinventaron. Inglaterra volvió como líder mundial de la producción industrial y el comercio con su antiguas colonias americanas se duplicó en diez años. La prosperidad económica se restableció.

La Revolución Francesa y la guerra contra Napoleón Bonaparte también sorprendió en sus resultados a GB. Se convirtió en una amenaza existencial al reino de primer orden. Vino la guerra contra la amenazante revolución francesa y contra el emperador emanado de ella.  Al final del proceso, a diferencia de la oportunidad referida, militarmente victoriosa se confirmó como gran potencia mundial pero se volvió a desencadenar una crisis interna política, económica y social de grandes proporciones: insoportables impuestos, desabastecimiento de comida, caída de los precios de bienes. Casi termina en una guerra civil. El conflicto europeo había costado al empobrecido país, 850 millones de libras (30 mil millones de libras actuales). Pero el reino como consecuencia de las famosas negociaciones de 1815 en Viena,  se reafirmó como potencia en el delicado balance de poder mundial, logrando el control de las rutas marítimas del Indico, Atlántico y Mediterráneo.

La Segunda Guerra Mundial llevó al Reino Unido a sus límites nuevamente, en otro gran desafío histórico. El país concentró el mayor esfuerzo de resistencia al nacional-socialismo y al fascismo con el eminente Churchill. Londres salió victoriosa y aunque sus finanzas estaban diezmadas, superó las dificultades relativamente pronto, gracias al poder de recuperación generado fluidamente por Estados Unidos. Pero ahora, a diferencia de las grandes crisis precedentes, Gran Bretaña dejó de ser la superpotencia militar e industrial que había sido por más de doscientos años. El imperio había llegado a su fin. Accedió permanentemente al Consejo de Seguridad de la ONU como vencedora, aunque de limitado rango de acción, al tiempo que el rompecabezas  de sus territorios fue desmontándose lentamente para dar paso a decenas de estados libres, ahora reunidos maternalmente en la Commonwealth o Mancomunidad Británica.  Pero, en nuestra opinión, muy hábil al propiciar progresivamente la conformación en Londres del centro financiero mundial, a pesar de que las instituciones de Bretton Woods se radicaron en la superpotencia vencedora y es natural que en su territorio se estableciera ese centro. Con ello, Londres equilibró al nuevo balance de poder, cimentando además su independencia económica.

Desde entonces la Gran Bretaña ha sido una potencia relativa que ha descansado en su pasado, en la  «excepcionalidad» del pueblo británico, en una vinculación económica con la Europa continental y, por encima de todo, en una alianza político-militar con Estados Unidos (the special relationship). Eso le ha permitido participar en la política internacional de  la post-guerra con determinado nivel, aunque en cónclave.

El fin de semana,  el Reino Unido pareciera haber entrado sorpresivamente en otra de sus grandes crisis de envergadura histórica. Esta vez, por el momento, no hay un Pitt o un Churchill a la vista para liderar esa suerte de reversión tradicional de la adversidad en ciernes. La salida de la Unión Europea se puede catalogar en la misma dimensión de esos acontecimientos mencionados, cuyas consecuencias son impredecibles y espectaculares. Las noticias alrededor del mundo indican la perplejidad global y llueven las conjeturas de todo tipo. Al otro lado del Atlántico, lejos del berenjenal, intuimos el carácter trascendental de la decisión tomada.

Pueden haber dos vertientes en un breve análisis primario de esos alcances. El más obvio es el de naturaleza económica, dado que el grueso de la relación intra-europea es de naturaleza financiera y comercial. El otro, es el que subyace en las alianzas políticas y en su reacomodo como potencia intermedia en los asuntos mundiales.  

Cerca de la mitad de las exportaciones británicas se destinan a la Unión Europea. Europa continental exporta menos del 10 % hacia la Gran Bretaña. Allí está el primer problema para los británicos. Perderá las preferencias arancelarias de su gran mercado europeo. Tendrá que negociar acuerdos bilaterales que evidentemente serán menos graciosos que los que disfrutaba ex ante. En cualquier caso, será un largo y doloroso proceso el redistribuir el destino de esas exportaciones por doquier. Las inversiones europeas, al no recibir el tratamiento comunitario se retirarán en busca de mejores condiciones, y aunque GB seguirá siendo atractiva para los inversionistas por su gran seguridad jurídica, el desplazamiento de empresas hacia el continente hará menos atrayente la inversión extranjera directa.

El otro problema a simple vista y que podría ser el de mayor impacto, es el de la condición de Londres de centro financiero del globo. Ni siquiera Nueva York, ha podido competir con la City en términos de centro financiero con las mayores ventajas comparativas.

Son obvias las condiciones  que tiene Londres para  ser  intermediario preferido para  la transacciones entre los americanos de norte y sur, asiáticos, africanos y europeos. La City es sede de 251 bancos extranjeros y el comercio de servicios financieros supera en la actualidad la astronómica suma de 100 mil millones de euros. Paradójicamente, ello tal vez sea una causa del british exit o Brexit. Londres es la fuente principal de riqueza económica en el reino. Asienta la mayor parte de los centros de estudio en un perímetro cercano y en ella reside la mayor parte de la actividad cultural de la GB.  Esto le ha proporcionado una enorme riqueza. No así al resto del país, donde hay regiones con pobreza estructural que no se han beneficiado de esa fabulosa prosperidad generada por la interacción europea.  Un chiste que circula en medios financieros  es que por esa concentración monopólica del ultra-bienestar, Londres «debería declarar su independencia» del Reino Unido.  Escocia, que votó por permanecer recientemente -y una razón fue el seguir siendo parte de la Unión Europea- puede reconsiderar su posición y buscar su independencia. Ya hay insinuaciones al respecto. Ello crearía un cataclismo aún mayor para la Gran Bretaña.

La otra dimensión también de consecuencias impredecibles está en el plano político.  El Reino Unido se ha beneficiado desde la Segunda Guerra de un status especial en su relación con Estados Unidos. En estos setenta años han trabajado coordinadamente durante la «Guerra Fría», en el Consejo de Seguridad y en múltiples conflictos bélicos. (en la guerra de las Malvinas,  EUA tuvo que tomar la decisión de violar el tratado interamericano de Asistencia Recíproca para favorecer  su alianza especial con GB).

A partir del final del enfrentamiento este-oeste, GB ha sido el eje pivotal de la relación geopolítica de  Estados Unidos con los europeos. Ahora, para EUA es aún más necesaria para coordinar, desde dentro, la acción europea en el marco mayor de la OTAN frente a las amenazas que crecientemente percibe Europa. GB dejará en dos años a Estados Unidos sin ese gestor imprescindible.

Alemania aparece a primera vista como el país que se beneficiaría de este descalabro y parece estar preparado para ello por su poderío económico, sus fortalezas institucionales y por su reciente irrupción política gracias al activismo enérgico de su gobierno. Fráncfort y Berlín; la primera podría pasar a ser el centro financiero de los europeos, además de ser el motor económico. La segunda: en el campo defensivo, Alemania ha dado pasos hacia una cada vez mayor disposición para participar en operaciones militares y Berlín podría ser un interlocutor más perceptivo hacia los intereses de EUA que la secularmente contestataria Francia.

Las consecuencias son de todo orden y de todas las jerarquías. Desde aquel obrero inglés jubilado en Palma de Mallorca hasta aquella transnacional alemana que estableció su línea de producción en Leeds, enfrentarán múltiples consecuencias. Tomará años conocer las implicaciones, pero algo que pareciera inexorable es que se acelera ese desmontaje paulatino y suave de su condición de  gran potencia de otra época, hacia  ese rol en el siglo XXI de actor intermedio -sin duda moderno y creativo- nostálgico a la vez de aquellos días en que su flota navegaba los siete mares custodiando al imperio en que jamás se ponía el sol.

*Ex-embajador de la República

May 02, 2016 | Actualizado hace 8 años
La era Sanders, por Vicente E. Vallenilla

BernieSanders

 

En medio del obligado ensimismamiento nacional, poco espacio queda  para seguir   otros acontecimientos de notable importancia mundial, siempre de impacto para Latinoamérica y, por ende, para este país. Pero apartándome del seguimiento – minuto a minuto – de la incalificable  gallera en que se ha convertido este país, hemos estado observando el proceso que conduce a la elección presidencial de los Estados Unidos. (La escogencia del nuevo Imperator, dirían  gallos criollos del partido colorado… )

La trascendencia de esta elección -más allá de la obvia- consiste en un giro no antes visto de la forma de hacer política en ese país y la aparición de  inusuales personajes en la carrera hacia la Casa Blanca. Esta elección no se asemeja a ninguna otra en la historia, como señalan los analistas políticos de ese país.  Este proceso, por sus características, indica  que podría estarse forjando un salto adelante ( o, hacia atrás, dirán los del Tea Party) en la política norteamericana.  

El sistema político de ese país est dividido en dos grandes visiones que conforman el llamado Establishment. Una, la del Partido Republicano, que enarbola las virtudes del sistema de mercado, sin restricciones operativas, círculos monetarios elitescos, bajos impuestos para los ricos y de políticas sociales limitadas, inter alia.

La otra, el partido Demócrata, el ala jeffersoniano en que se dividió del GOP, Viejo Gran Partido Republicano, de ideas liberales, de intervención en la economía, de la igualdad racial y del favorecimiento de los movimientos sociales,  del internacionalismo y el multilateralismo en la política exterior.

Pero fue en el siglo pasado que, presidentes «con ideas progresistas» como Hoover (republicano), y los Roosevelt, en particular FD Roosevelt  (demócrata) acentuaron las diferencias con los conservadores, dentro de sus propios partidos. Hoover rechazó desde el principio la máxima que impuso en el mundo el ministro de Luis XIV, Colbert: «permitir que las fuerzas del mercado encuentren su equilibrio por sí mismas». El pensamiento hooveriano era, por el contrario, que el Estado debe intervenir, pero de manera benefactora, creando alianzas permanentes entre el sector público, el privado y los sindicatos.  El segundo Roosevelt, FDR, tomó prestado ese pensamiento progresista para su inmortal plan de acción: el New Deal.  Keynes reconoció que se inspiró en esas fórmulas para sus planes por el bienestar de la humanidad, aunque después se pensara, al revés, que Hoover tenía «teorías keynesianas».

Esa plataforma política del liberalismo republicano duró desde entonces hasta el día que Ronald Reagan tomó el poder en 1981. Se inició así una nueva era en los Estados Unidos. La era Reagan. Se abandonó el humanismo de Hoover y se implantó el «reaganismo» en el sistema y el capitalismo americano: la teoría del «supply side«, control monetario, desregulación económica, reducción del gasto público, bajos impuestos para los ricos. Con ello desapareció la era de la llamada «izquierda americana”  de los Hoover y Roosevelts,   de abundantes iniciativas sociales. El presidente Obama ha intentado retomarlo, con poca suerte.

Bernie Sanders,  un relativamente desconocido senador, de manera explosiva, ha aparecido en la escena política con ese potpourri socialista de tipo europeo, en momentos en que fuerzas dentro del partido republicano se esfuerzan en volver al legado del Gran Comunicador Reagan (no tenemos claro si D. Trump piensa así de Reagan o más bien defiende su particular y nuevo futuro legado: America, will be great again ! ) .

 

La «revolución de Bernie» incluye de forma relevante:

– Políticas destinadas a eliminar la enorme desigualdad social imponiendo altos impuestos a los privados y empresas de superiores ingresos.

– Incrementar los salarios.

– Crear empleo masivo para reparar la decadente infraestructura.

– Detener acuerdos comerciales con China, y otros como el NAFTA.

– Crear de puestos para jóvenes con desventajas.

– Sueldos y salarios iguales para la mujeres.

– Crear universidades gratuitas en todo el país.

– Expandir la Seguridad Social eximiendo de impuestos a los retirados.

– Crear un esquema gratuito y universal de salud al estilo de Dinamarca o Noruega, Suecia (medicare for all).

– Aumentar por lo menos en tres meses los períodos de reposo pre y post natal

– Crear programas gratuitos de cuidado infantil en todo el país.

– Garantizar la fácil afiliación a sindicatos.

– Dividir los grandes grupos financieros.  Evitar la impunidad de Wall Street de «too big to fail»  (demasiado grande para quebrar), y reforma integral del sistema financiero.

– Medidas urgentes contra el cambio climático.

– Una nueva política migratoria de oportunidades humanitarias.

– Mayor justicia racial y atención a los veteranos.

– Reforma rural.

 

Este es un programa que para muchos puede sonar  «muy socialista» . Es básicamente un típico proyecto de la izquierda del norte de Europa, mezcla de programas de la social- democracia y de partidos socialistas. Sanders ha manifestado su admiración por el sistema danés.

Lo que nos parece importante es que independientemente de que Bernie Sanders no gane la nominación demócrata,  puede uno considerar que ha abierto, como Trump, una escisión en el establishment con importantes repercusiones. Entre otras, sorprendió a la clase política  que, el candidato de mayor edad, sea capaz de arrastrar enormes multitudes de jóvenes que desean universidades gratuitas, oportunidades en su futuro y no quedar endeudados una buena parte de su vida. Asimismo, que pudiera recabar fondos con récords históricos por medio de contribuciones individuales en muy pequeñas cantidades, al contrario de lo usual, donde los que realmente aportan a las campañas son las grandes corporaciones o individuos muy pudientes.

Es posible que la aparición anti-sistema de Sanders y de Trump en la política, introduzca transformaciones inesperadas para la clase dirigente.

Si comenzara -y no estemos equivocados- un nuevo escenario  en el entorno washingtoniano, el invisible manto de Reagan que ha sobrevivido hasta Obama, pudiera empezar a desaparecer. El espíritu humanista de aquellos presidentes americanos, como FDR, podría reformar los valores políticos -hoy enfrentados hacia la mutua destrucción- en Capitol Hill. Hacia ello parecen que contribuyen, sin confabularse, Sanders y Trump.  Si gana Hillary la presidencia, algunas de las verdades que el fugaz Sanders puso en la agenda, podrían ser adoptadas por futuros presidentes, ( incluso Trump ya ha dado indicaciones en ese sentido) reconociendo -antes de que sea tarde- el mensaje de multitudes desafectas de la política actual y de sus resultados sociales .  Irónicamente, estaríamos a las puertas de lo que podríamos llamar, la era Sanders.

 

*Ex-Embajador de la República