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Reuben Morales

Reuben Morales Abr 11, 2024 | Actualizado hace 1 semana
Mi estatura no es de altura
La gente piensa que ser alto genera impacto cuando uno llega al evento, pero no. Más bien paso pena

 

@ReubenMoralesYa

Yo mido 1,92 metros y mi día siempre comienza despertando en una cama donde no me caben los pies y, además, se me salen de la cobija.

Después debo ir al baño para sentir el vértigo de cepillarme los dientes y lavarme la cara porque el lavamanos me llega por las rodillas. Por eso termino usando crema dental, crema para afeitarme y crema para el lumbago. Después hago ejercicios de cuádriceps, pero porque debo usar una poceta que está dos pisos térmicos más abajo que el lavamanos.

Luego viene el momento de ducharme, para lo cual tengo un papelito pegado en la ducha que dice: “Échate champú”. Es que siempre se me olvida porque la ducha me echa agua en el pecho y para mojarme el cabello debo agacharme cual jirafa cuando la bañan con manguera.

Ahora viene la difícil tarea de escoger con qué vestirme. No para ver cuál combinación me queda mejor, sino porque me toca escoger entre tres tipos de ropa. La que me encogió la secadora y me hace ver como gimnasta olímpico. La camisa que me trajo un familiar de un viaje diciendo: “Yo sé que tú me dijiste XL, pero cuando la vi me pareció demasiado grande y te traje esta M”. O si no, la XL que yo mismo me compré, pero luego me di cuenta de que es una “XL” hecha con un patrón textil para pigmeos del Congo y me hace ver como ombligo que pide auxilio en un jean chupi-chupi.

Llega el momento de amarrarme los zapatos. Que en mi caso hasta implica sellar pasaporte, porque es como viajar desde la punta del Everest hasta la orilla de una playa en Chichiriviche. Y tras amarrármelos, debo subir de nuevo, lo cual me provoca mal de páramo.

Entonces salgo de mi apartamento para tomar el ascensor, aunque ya sé que no debo esperarlo tan pegado a la puerta porque asusto a la gente cuando esta se abre y solo ven un pecho sin cabeza. Claro, después vienen risas nerviosas acompañadas de un comentario muy original, único, innovador y pionero que jamás he escuchado en mi vida:

–¿Y cómo está la temperatura allá arriba?

–Nevando, por eso me puse gorra.

O si no, es este:

–Para hablar con usted hay que doblar el cuello y uno termina con tortícolis.

–Qué casualidad, porque yo también debo doblarlo y termino viéndole todas las fosas nasales.

Y si en el ascensor viene una mamá con un niñito, no es raro que ella me ponga de ejemplo para su hijo:

–Mi amor, debes comerte todo para que crezcas como el señor, ¿verdad? Dígale qué comía usted todos los días.

–Cereal con leche.

–Ah…

Llego abajo a la puerta del edificio y ahora debo elegir en cuál medio de transporte me voy:

¿Será mototaxi? Mejor no, porque me termino viendo como cuando Mickey lleva a Goofy.

¿Autobús? Es la mejor opción si quiero llegar rápido a sacarme tres chichones con las barandas del techo.

¿Y taxi? Seguro es un carro pequeño y me veré como adolescente en un carrito chocón. Además, tendré que sacar la cabeza por la ventana como un perro.

Por eso mejor me voy a pie y hasta llego más rápido, ya que cada zancada mía abarca dos parroquias.

Supongamos que todo esto es para ir a una fiesta. La gente piensa que ser alto genera impacto cuando uno llega al evento, pero no. Más bien paso pena. Paso pena cuando nadie se quiere tomar una foto conmigo para no verse enano. Paso pena cuando bailo merengue con una mujer que me llega por el ombligo y me toca a mí dar la vuelta. Paso pena cuando no escucho ningún chisme porque la música está dura y todas las conversaciones ocurren a un metro debajo de mis orejas. Paso pena cuando me encorvo para escuchar estos chismes y alguien me dice: “¡Enderézate, que vas a quedar jorobado!”. Por eso, cuando llega la orquesta, me pongo frente a la tarima para que nadie la vea bien.

Digamos que después de la fiesta vamos a comer algo. No falta quien proponga: “Pidamos una pizza o arroz chino para compartir”. Querido amigo que quiere compartir todo: por favor no haga eso cuando hay un alto. Aunque nos veamos flacos, nosotros en verdad somos unos gordos camuflados. De hecho, nos podemos comer la pizza entera, de postre el arroz chino e igual quedamos fallos.

Por tanto, no se ofenda si me ve pidiendo mi comida aparte. Lo hago por el bien del grupo. Así, además me termina dando sueño. Ese sueñito sabroso para llegar a la casa y meterme a dormir de una. Claro, después de ponerme un par de medias porque lamentablemente duermo en una cama donde no me caben los pies y, aparte, se me salen de la cobija.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

 
 
Reuben Morales Mar 28, 2024 | Actualizado hace 3 semanas
Gracias, Transmilenio de Bogotá
Estar ya sentado dentro del Transmilenio brinda otros grandes beneficios, además del descansar. Por ejemplo, un día vi a un vendedor que de zarcillo usaba un candado de maleta

 

@ReubenMoralesYa

Cada vez que paso frente a un concesionario de automóviles, me doy cuenta de que el mejor estímulo para comprarme uno, no es la idea de desplazarme con libertad, ni la publicidad de los últimos modelos. El mejor estímulo es salir de ese modelo anterior que me lleva y me trae, pero que ya no soporto: el Transmilenio de Bogotá.

Es que esa motivación empieza cada vez que llega la unidad y me monto utilizando una mano para agarrar una baranda, mientras que con la otra voy aguantando mi celular en el bolsillo para asegurar que nadie me lo robe. Por esto, las marcas de celulares sacaron los relojes inteligentes. Para que a través de ese dispositivo te enteres de qué pasa en tu celular de una forma más disimulada. Y a medida en que crezca la inseguridad, llegaremos a ese día en donde tendremos un dispositivo sublingual que vibre para avisarnos que veamos a través de unos lentes de contacto especiales que nos avisen que debemos escuchar unos audífonos inalámbricos, que nos avisen que debemos ver el reloj inteligente, que nos avise que está entrando una llamada al celular para avisarnos que debemos la cuota de la tarjeta con la que pagamos todos los dispositivos anteriores.

Pero solo así evitamos que un ladrón meta la mano desde afuera y nos robe el celular. Una modalidad de robo en donde una persona aprovecha cuando el bus está detenido para usar la rueda de este como escalón para impulsarse, saltar, meter la mano por la ventana y agarrar un teléfono. No sé qué están esperando para reclutar a estos hampones y ponerlos en la competencia de clavadas del juego de las estrellas de la NBA.

Aunque la manera que he conseguido para utilizar algo de tecnología en mis viajes en el Transmilenio, es que aprovecho mi estatura de 1,92 metros para mirar hacia abajo y leer los chats en los celulares de la gente. Me he encontrado con personas que nos hacen creer que tienen vista 20/20, cuando en sus celulares usan letra tamaño 375. Aunque el otro día vi a una mujer que se despidió de su novio en una estación y, apenas subió al vagón, sacó su celular y comenzó a chatear con el amante.

Otro de mis pasatiempos favoritos en el Transmilenio es el de descifrar el lenguaje de señas de los conductores de autobús. Un particular conjunto de morisquetas corporales que usan los choferes cuando se topan con otro colega en un semáforo. De tanto verlos, ya aprendí a interpretar mensajes como “Una vuelta más y me voy para la casa”, “Esta unidad está desalineada” y “Me pegaron las cervecitas que me bebí antes de este viaje”.

Pero el pasatiempo se ve interrumpido cuando finalmente consigo una silla para sentarme. Aunque en Bogotá uno no debe sentarse en la silla de una vez porque puedes pasar por cochino. Es que acá existe una extraña costumbre en donde nadie se sienta inmediatamente en una silla que acaban de desocupar. Primero la dejan enfriar para que se le quite el calor “glutiniano” del otro. ¿Por qué harán esto? ¿Para no sentir que “culean” con un desconocido? ¿Para que no les dé hemorroides? No sé, pero con el acostumbrado frío de Bogotá las dos cosas que más aprecio de esta ciudad son un asiento tibio en el Transmilenio y cuando un familiar me deja calientico el aro del inodoro.

Una vez sucedió que un señor me dio la silla porque me vio acompañado de mi hijo y varios bolsos. Al sentarnos, nos miró molesto y dijo:

–¿No me va a dar algo?

–No -le dije.

–Ay, mire que yo soy de la punta del cerro de Ciudad Bolívar -el barrio más peligroso de Bogotá.

–¿Ah, sí?… Pues yo soy venezolano.

Inmediatamente se fue, pues supo que, en esa escala involutiva de marginados bogotanos, mi condición le ganaba por una goleada.

Estar ya sentado dentro del Transmilenio brinda otros grandes beneficios, además del descansar. Por ejemplo, un día vi a un vendedor que de zarcillo usaba un candado de maleta. Lamentablemente no pude concentrarme en la irreverencia de su moda ya que no dejaba de pensar: “¿Y no era mejor un candado de combinación? ¿Y si bota la llave? ¿No le dará pena llamar a un cerrajero y decirle que venga a abrir un candado que tiene en la oreja?”.

Otro día, nos amenizó el viaje un saxofonista tocando el clásico de jazz “Take five” con el fin de ofrecer sus servicios en eventos privados. Algo parecido a escuchar reggaetón en un convento. Aunque yo aprecié el gesto, creo que este músico podría lograr que alguien lo contrate si compra un boleto y toca eso mismo, pero en el pasillo de un avión de Air France.

También vi el caso de un hombre que se subió a pedir dinero diciendo esto: “Amigos, por favor colabórenme. Soy padre soltero porque mi esposa falleció recientemente. Y yo estoy claro, así como ustedes, de que las mujeres son fastidiosas, intensas, bipolares y dramáticas, pero créanme: el día que no la tengan, la van a extrañar”. Obviamente las mujeres del vagón no le dieron plata (y yo tampoco, pero para que no me tildaran de machista).

Por todo esto es que me termina resultando difícil no sentir cierta tristeza cuando ya se va acercando mi estación y me toca abandonar el vagón del Transmilenio. Es que no es fácil. Uno queda realmente conmovido, además de agradecido, por haber recibido tanta diversión y de gratis. Pobrecita esa gente que tiene automóvil.

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Reuben Morales Mar 14, 2024 | Actualizado hace 1 mes
La pizza es mejor que el sexo
A estas alturas de mi vida me he dado cuenta de que la pizza tiene una gran cantidad de ventajas que la hacen muy superior al simple acto sexual

 

@ReubenMoralesYa

Cuando llegue ese día en donde mi hijo Tobías me haga la inevitable pregunta de “Papá, ¿qué es el sexo?”, me tocará responderle de una forma totalmente franca y directa: “Hijo, es un ejercicio entre dos personas desnudas que termina en una sensación muy intensa que jamás le ganará al acto de comerte una pizza”.

Porque mi amor hacia la pizza es de tal magnitud, que si en un programa de concursos me dijeran:

–¡Amigo Reuben!… ¡En la puerta de la izquierda hay una reina de belleza totalmente desnuda esperando para complacer todas tus fantasías y en la puerta de la derecha hay una pizza recién horneada tamaño megafamiliar con pepperoni, champiñones y aceitunas negras acompañada de una gaseosa helada para que te la comas tú solito! ¿¿¿Qué dices???

–Bueno, la verdad debo confesar que llevo mucho tiempo falto de cariño, sin nada de aquello y deseoso de algo ardiente. ¡Por eso escojo la pizza!

Porque a estas alturas de mi vida me he dado cuenta de que la pizza tiene una gran cantidad de ventajas que la hacen muy superior al simple acto sexual. En primer lugar, cuando vas a comerte una, siempre puedes elegir entre una gran cantidad de sabores. En cambio, cuando se trata de sexo, a veces toca comerse lo único que tienes al frente (así sepa a empanada fría).

Pero vayamos al momento de preparar la pizza. Cuando uno es comensal, es desprendido y nada celoso porque no le importa que sea otro quien agarre la masa de tu pizza y la masajee, la golpee, la voltee como a una media y la lance al aire. En cambio, si eso ocurre con tu pareja en el sexo, no te enterarás de que a tu “pizza” le echó un mordisco otro, sino hasta ese momento cuando veas que en tu habitación hay un calzone ajeno.

Luego viene el momento de los olores. Cuando esa pizza se está horneando, los aromas que llegan a tu nariz son tan buenos que te preguntas por qué hasta ahora nadie ha elaborado un perfume con fragancia a pizza recién horneada. En cambio, cuando se trata de sexo, los olores te recuerdan que hacer el amor es parecido a comer brócoli. Huele raro, pero después te lo terminas metiendo a la boca.

Ahora llega el momento glorioso de recibir la caja donde viene tu pizza. Es perfecto porque sabes exactamente lo que vas a recibir (aunque sepa mejor si le echas un lubricante llamado “aceite de oliva”). En cambio, cuando se trata de sexo, muchas veces ambos se desvisten y luego piensas: “¡Coño!… ¿Y esas estrías?… Bueno, ni modo. Sigamos adelante, pero con la luz apagada para que tampoco vea mi tatuaje de Pikachú al lado de la pokebola”.

Finalmente arribas al momento de comerte tu pizza. Un acto en donde tu cerebro y tu estómago disfrutan de que, en cada bocado, alcanzan un multiorgasmo. Y si eres tan generoso de compartir esa pizza, los que te acompañan quedarán tan felices como tú y además pensando que eres el alfa de la partida porque cada vez son menos los que se dignan a compartir una pizza. Pero en el sexo no. Porque si el sexo lo haces en grupo, es probable que termines con un codazo en un ojo, todo muerto de hambre y a punto de la asfixia porque tienes ciento veinte kilos encima.

¿Y qué podemos decir del precio? Por cara que sea una pizza, siempre será muchísimo más barata que el sexo. Y no me refiero al sexo con personas que trabajan bajo el sistema de resort de tiempo compartido. Me refiero al matrimonial, para el cual hasta debes endeudarte con el banco y quizás jamás te enteres de que siempre estuviste en un resort de tiempo compartido.

Por eso, para cuando llegue el momento crucial en donde mi hijo Tobías me haga esa pregunta de qué es el sexo; creo que logrará entender que la respuesta correcta es una pizza recién horneada, tamaño megafamiliar con pepperoni, champiñones y aceitunas negras acompañada de una gaseosa helada. Aunque, cuando complete esta pregunta con el infaltable: “Papá, ¿y entonces de dónde vine yo?”. Ahí le contestaré: “De una cita romántica en donde antes nos fuimos a comer una pizza”.

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Reuben Morales Feb 29, 2024 | Actualizado hace 2 meses
Entrevista a la Crisis de los 40
Como no han inventado la vacuna contra la crisis de los 40, fui a hablar directamente con el señor “Crisis de los 40” en su parque de diversiones favorito: un café con barra de ensaladas

 

@ReubenMoralesYa

La medicina ha avanzado en muchísimas áreas, menos una: inventarse la vacuna contra la crisis de los 40. Por eso fui a hablar directamente con el señor “Crisis de los 40” en su parque de diversiones favorito: un café con barra de ensaladas.

Al llegar, me costó reconocerlo porque vi que llevaba una gorra de visera plana, bermudas, un tatuaje nuevo en el brazo, barba y lo acompañaba una pareja como veinte años menor. Aunque lo identifiqué porque le vi unas várices en las piernas y que leía el menú alejándolo con la mano, achinando los ojos y echando el cuello para atrás como una gallina a punto de picotear.

REUBEN: ¡Míster Crisis de los 40!

CRISIS DE LOS 40: ¡Ssshhh!, que mi novia cree que soy más joven. Amor, ¿nos podrías dejar solos un momento?

R: Hermano, por favor explícame qué me está pasando. Yo creía que era mercurio retrógrado, pero esto ya se está alargando más que un juego de béisbol con reglas viejas.

CDL40: Mira, no me levanto de golpe y me voy porque me da mareo. Así que cuéntame.

R: Es que me siento estafado. ¿Los 40 no y que eran los nuevos 20?

CDL40: Sí, los nuevos 20 achaques que te dan.

R: ¿Como el de querer usar pantalones chupi-chupi? ¿A ti no te aprietan demasiado la barriga?

CDL40: ¡Claro! Pero el truco está en no abotonárselos y solo usarlos con camisas por fuera del pantalón.

R: ¡Ah, ya!… Pero mira, aclárame algo: ¿por qué me estoy sintiendo así?

CDL40: Para eso debemos irnos a la numerología por la sencilla razón de que se llama “Crisis de los 40”. Entonces, 4 + 0 = 4. Es una crisis que te pone en cuatro.

R: ¡Claro, por la visita al urólogo!

CDL40: Obvio, aunque la crisis de los 40 también tiene muchas ventajas.

R: ¿Cuáles? Porque yo no las veo.

CDL40: Bueno, si quieres que te las diga, al menos págame la cuenta, porque esto de salir con una de 20 me tiene más quebrado que empresa nacionalizada.

R: Ojo, pero tampoco creas que soy un cuarentón de los años ochenta. Yo soy un cuarentón de los de ahorita, que no tiene para comprar casa propia, pero dale. Te la pago.

CDL40: ¡Perfecto! Entonces mira: la primera ventaja de tener 40 es que puedes hacer reclamos en la calle y la gente te presta atención.

R: Totalmente.

CDL40: Además de que uno a esta edad goza barato, porque los placeres de los 40 son sencillos: dormirse a las 8 de la noche, levantarse a las 4 de la mañana sin sueño, darse duchas frías para estimular la circulación, hacer ayuno intermitente, dormir una siesta después de almorzar carne de soya, leer libros de autoayuda y decir la palabra “resiliencia”.

R: ¡Verdad, me ha pasado!

CDL40: Ahora, pero tampoco te emociones y caigas en las tentaciones del cuarentón.

R: ¿Tentaciones? ¿Cuáles?

CDL40: Bueno, nada de tener amigos más jóvenes.

R: ¿Y eso?

CDL40: Porque no entienden tus chistes y cuando les muestras un reguetón que para ti es nuevo, se burlan diciendo que eso es viejíííííísimo porque apenas es del año pasado.

R: Ah, sí… a mí me fastidian con que hago chistes de papá.

CDL40: Y ni se te ocurra estar viendo mujeres en la calle.

R: ¿Por qué?

CDL40: Porque con esa calva que tienes, quedas como viejo verde.

R: Entonces me injerto cabello.

CDL40: ¡Menos! Porque el cabello injertado se nota.

R: ¿Sí?

CDL40: Claro, porque los folículos capilares los ponen tan alineaditos, que la cabeza parece un terreno reforestado.

R: ¿Entonces está prohibido todo?

CDL40: No, no… de hecho hay muchas cosas que puedes hacer.

R: Ah, claro… como una idea que tengo.

CDL40: ¿Cuál?

R: Denunciarte.

CDL40: ¿¿¿Qué???

R: Sí, porque tú eres una pandemia.

CDL40: Pero ya va… es que no te he dicho… Esto de la crisis de los 40 es un negocio que yo monté con unos coach y unos psicólogos.

R: ¿En serio?

CDL40: Sí… Es más, ¿no te gustaría entrar de socio?

R: Por supuesto, pero en este momento no. Mejor mañana.

CDL40: ¿Mañana? ¿Y por qué mañana?

R: Porque ahorita tengo una cita con un tatuador y después tengo que comprar vegetales en el mercado campesino.

CDL40: ¿Y eso?

R: Porque no me queda otra, hermano… La medicina ha avanzado en muchísimas áreas, menos en una: inventarse la vacuna contra esta crisis de los 40.

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Reuben Morales Feb 15, 2024 | Actualizado hace 2 meses
Mi papá culmina su carrera de piloto
Mi papá culmina su carrera de piloto tras 53 años, de los cuales yo presencié 43, dándome cuenta de que casi nadie sabe lo que es tener un papá piloto, pues vives cosas como estas…

 

@ReubenMoralesYa

Tras 53 años volando, este año mi papá culminó oficialmente su carrera de aviador comercial. Para que solo imaginen lo que significa eso para él, es como que a un contratista del Estado le prohíban inflar presupuestos.

Son 53 años en donde mi papá voló aviones como el DC-9, 747, DC-10, A300, 727, MD-80, Beechcraft 1900, el 737 y hasta los papagayos que nos regaló. 53 años en donde voló en aerolíneas como Avensa, Viasa, Martinair, Ecuatoriana, Air Aruba, Rutaca, Láser, Avior y Venezolana; maniobrando incluso por la turbulencia de una aviación venezolana en crisis.

53 años en donde siempre aplicó lo que me dijo una vez cuando me enseñaba a conducir: “Tienes que manejar imaginándote que atrás llevas a una viejita de 93 años”.

Y bajo ese principio, completó una carrera equivalente a llegar al Salón de la Fama en el béisbol (o a cantar en un karaoke sin desafinar en una sola nota).

Un viaje que comenzó cuando mi papá, siendo niño, acostaba en el piso una escalera de pintar, se sentaba en la punta y en cada uno de los recuadros ponía a sus hermanas, a unos peluches y a la otra hermana que quedaba de pie, la nombraba azafata. Entonces comenzaba a anunciar que se ajustaran los cinturones porque ya iba a despegar el vuelo. Y aunque él imaginaba que era un vuelo de verdad, lo que no sabía es que era el vuelo que lo llevaría hacia la dicha de encontrar para qué lo había puesto Dios en este planeta.

Porque mi papá es piloto desde una época en donde nadie decía “qué resiliente se siente hacer ayuno intermitente… ¡Literal!”. De esa época en donde volar era vestirse elegante, donde todos los pasajeros veían la misma película proyectada en la misma pantalla, donde los baños del avión tenían botellitas de colonia y donde las aeromozas te daban comida caliente y cubiertos de metal mientras reposabas sobre un asiento acolchado en el cual tus rodillas no se sentían viviendo hacinadas en un apartamento tipo estudio.

53 años de carrera de los cuales yo presencié 43, dándome cuenta de que casi nadie sabe lo que es tener un papá piloto, pues vives cosas como estas:

  • Viajé muchísimo con él y descubrí que la verdadera amenaza en un avión no es que se monte un terrorista, sino que el capitán lleve en la cabina a un hijo de ocho años que tiene ganas de jurungar todo como si eso fuese una sala de videojuegos.
  • La aviación es una carrera en donde los pilotos no pueden llevarse el trabajo a la casa. Algo que le genera mucha envidia al emprendedor de hoy.
  • Recuerdo que una amiga mía iba a viajar en un vuelo de mi papá y, aprovechando la confianza, lo llamó para decirle que lo demorara porque ella aún iba vía al aeropuerto. Mi papá, siempre tan considerado con la gente, hizo lo que haría todo buen amigo: la dejó para que aprendiera (recordemos que atrás llevaba su avión lleno de “viejitas de 93 años”).
  • En la casa, afortunadamente nunca sentimos miedo de que mi papá se estrellara. El verdadero pánico era cuando mi papá salía de viaje un fin de semana, nos quedaba la casa sola y después había que dejarla pulcra para cuando él llegara.
  • Cuando decía que mi papá estaba volando, nunca faltó quien me preguntara: “¿Tu viejo fuma de aquello?”. Y en mi carrera de comediante también me recomendaron: “Abre diciendo que le dedicas el show a tu papá que está en el cielo… pero porque es piloto”.

Más o menos así fueron estos 53 años. Una carrera en donde mi papá comenzó con un tipo de aviación en 1971 y culminó con otra, muy distinta, en 2024. Aunque me atrevería a pensar que él se inclina más por la de los 70; pues en ese gran viaje de crianza que nos dio, nuestro hogar siempre tuvo baños con botellitas de colonia, comida caliente, cubiertos de metal y muebles bien acolchados en donde nuestras rodillas disfrutaban de vivir en un apartamento amplio. Lindos recuerdos que me deja ese gran piloto a quien le estoy muy agradecido, pues de seguro serán memorias que me llenarán mucho el corazón cuando llegue ese día en el que me toque ser ese viejito de 93 años.

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Reuben Morales Feb 01, 2024 | Actualizado hace 2 meses
No monte bicicleta como yo
Lo malo es que, a pesar de todo lo sucedido, las ganas de manejar bicicleta no se le irán del cuerpo

 

@ReubenMoralesYa

El otro día me caí de una bicicleta. Aunque bueno, tampoco seamos tan trágicos. Digamos que más bien fui valiente y di la cara por ella. Y como no quiero que algo así le suceda a usted, le cuento qué debe hacer si desea ahorrarse cuatro puntos en un codo y el darse cuenta de que, al quebrarse un diente de adulto, el ratón Pérez no le trae dinero, sino que más bien se lo quita todo para dárselo al odontólogo.

Entonces, lo primero que debe hacer es salir a montar bicicleta un domingo. Esto ya hace que salga relajado y sin casco, porque usted sabe que la gente los domingos anda por la calle con la actitud de una tortuga con sobredosis de valeriana.

Por tanto, ahora propóngase pedalear hasta casa de su suegra. Es importante que su relación con ella sea tan buena como la mía, de modo que así despierte la envidia de quienes le vean; ocasionando que le lancen malas vibras por ser uno de esos extraños seres que es amigo del “enemigo”.

Ya en casa de su suegra, bébase tres termos de café negro como si fuera enfermera trabajando en el turno de la madrugada. Tal cantidad de cafeína le dará suficiente energía como para subir el Everest… (pero en bicicleta)… (y con la velocidad más dura).

Luego comience a rodar de vuelta a su casa, saque el celular para revisar los chats y confíe en que usted seguirá viendo la vía porque cuenta con un tercer ojo libre de hipermetropía. En ese momento, verá que le llega un mensaje de una amistad que usted aprecia mucho; lo cual le llevará a otra gran idea digna del premio de la selección natural de Darwin: llamarla usando el altavoz.

Es muy importante que, durante la llamada, su amistad le pregunte cuánto cobrar por un trabajo que le pidieron. Ahora su mente entrará en un proceso de multitasking al hallarse manejando bicicleta con una mano, hablando por teléfono con la otra, calculando los honorarios de su amistad, viendo la vía y analizando si pronunció bien la palabra “multitasking”.

Ahora llegue hasta un puente vehicular, dude si subir y entonces tenga el siguiente diálogo con las partículas de cafeína que corren por su cuerpo:

–Partículas de cafeína, ¿será que subo ese puente mientras hago más tareas que madre soltera en una mañana de colegio?

–Tranquilo… Si te late, dale como un expreso.

Entonces suba el puente para luego notar que, durante el descenso, su bicicleta comenzará a desarrollar una velocidad parecida a la de un motociclista luego de partir un retrovisor. Es importante que, al final de dicho puente, un ingeniero civil haya construido una acera pensando en que algún día bajará por ahí un ciclista manejando con una sola mano.

A este punto, ya su cerebro estará procesando a nivel de una computadora que tiene veinte páginas de internet abiertas a la vez.

Por lo tanto, usted no podrá evitar chocar con la acera y salir volando de la bicicleta como arquero en penales para luego aterrizar en la acera gracias a ese tren de aterrizaje que Dios le dio: el codo y los dientes. Y todo por no armar el freno de emergencia básico de todo ciclista: los zapatos desamarrados para que se enreden con la cadena.

Usted ahora se levantará del piso y, en medio del dolor, notará que le hacen falta su dignidad, cuatro puntos en el codo y un pedazo de chicle para ponérselo en el hueco del diente que acaba de perder. No obstante, todo será por una buena causa, pues a los días le llegará la noticia de que a su amistad la contrataron para el fulano trabajo (aunque estemos claros que fue un “golpe” de suerte).

Lo malo es que, a pesar de todo lo sucedido, las ganas de manejar bicicleta no se le irán del cuerpo. Por tanto, usted se quedará esperando que inventen la bicicleta con airbag, que su suegra no prepare un café tan rico los domingos y que su amistad aparte alguito de lo que cobre en ese trabajo para transferirlo directamente a la cuenta bancaria del odontólogo.

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Normas de etiqueta para usar audífonos inalámbricos
Si vas a una entrevista de trabajo y terminas dándote cuenta de que es un reclutamiento para un negocio piramidal, ponte los audífonos inalámbricos…

 

@ReubenMoralesYa

¡Ya basta! Es necesario crear un código de conducta para estos dispositivos conocidos como audífonos, auriculares, cascos, yelmos o “esas cosas que olvido que tengo en las orejas desde hace tres días”. Porque ya comienzo a ver que la gente los usa incluso más que injerto de cabello de sugar daddy. De hecho, su uso es tan excesivo, que me preocupa encontrarme a personas que a sus 25 años ya les digas “necesito una luz cenital” y terminen escuchando “necesito una luz genital”. Por eso, presento esta primera edición de mis “Normas de etiqueta sobre el buen uso de los audífonos inalámbricos”:

Los audífonos se usan con las baterías cargadas

¿Saben esas personas que fingen riqueza usando un reloj de pulsera gigante sin pila que parece “Gucci”, pero que en verdad es “Fucci”? Así mismo hay gente que también usa sus audífonos sin batería por pura moda. Por eso, si quieres dejarlos en evidencia, grita de repente: “¡Mira, ahí viene un vendedor de resorts vacacionales!”. Si la persona voltea y huye, es que esos audífonos estaban más descargados que papá de gemelos un domingo en la noche.

No los uses cuando vayas a la playa o a la piscina: 

No es porque no me guste que escuches música mientras tomas sol. El problema vendrá cuando ya te encuentres sumergido en el agua, sin haberte quitado los audífonos, y la canción que escuchabas se comience a oír como cantos de ballenas borrachas reunidas en un karaoke.

No los uses si tienes las orejas grandes

Harán que tus orejas parezcan un bol con un marshmallow.

Tenlos listos en tu bolsillo para las siguientes ocasiones:

Si vas a una entrevista de trabajo y terminas dándote cuenta de que es un reclutamiento para un negocio piramidal, póntelos. Si te aborda un vendedor de revistas religiosas, póntelos. Si te sentaron a ver una película en familia que no te está gustando, póntelos. Si vas a misa y no te sabes ninguna de las oraciones o las canciones, póntelos. Si eres ministro o congresista y te toca escuchar al presidente por tres horas, póntelos. Si estás visitando a ese sobrino de siete años al que le regalaron una batería, póntelos. Si llega un vendedor de resorts vacacionales, póntelos (eso sí, con las pilas recargadas).

No los uses en la cama

A menos de que te cueste levantarte solo con la alarma. En ese caso, usa tus audífonos como estímulo adicional para buscar el que se te salió de la oreja en medio de la noche y terminó debajo de la cama.

No los uses en un concierto

Es para que a tus audífonos no les pase lo que les pasó a mis lentes en un concierto de ska al que fui una vez; en donde me metí en la olla, salté, me empujaron, mis lentes salieron volando, los pisotearon y los cristales terminaron como vidrio de autobús en medio de protesta estudiantil.

No los uses en el gimnasio

Porque mientras a ti te ayudan a estar concentrado haciendo más repeticiones de tu ejercicio, a nosotros nos ayudan a estar concentrados pensando en si los lavas al terminar el entrenamiento o si más bien los dejas así y te los llevas puestos por el resto del día. Te aseguro que hacemos apuestas a tus espaldas.

A este punto te felicito si pudiste leer las presentes normas sin audífonos puestos. Muy educado de tu parte.  Ahora, si lo leíste con audífonos, espero que hayan estado descargados y que también tengas un reloj “Fucci” sin pila. Eso sí: recuerda que todo lo expresado en este escrito no pretende ser un mandamiento cerrado. Solo son consejos que buscan darte una luz para la vida (aunque espero no sea una luz genital).

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Reuben Morales Ene 04, 2024 | Actualizado hace 2 meses
Carta a mi yo del futuro

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@ReubenMoralesYa

 

¡Epa!… ¡Yuju!… ¡Yo del futuro!… ¿Estás ahí?… Es que estoy en los primeros días de enero y nada que me llega una carta tuya. En cambio, a muchos de mis amigos ya les llegó su video de “Si pudiera hablar con mi yo del pasado” o su “Carta a mi yo del pasado”, pero a mí nada. ¿Qué fue? ¿Te hice algo malo? Es que me tienes más abandonado que arbolito de navidad en agosto.

Te escribo porque quiero que por favor me cuentes cómo me irá este nuevo año. De verdad no quiero consultar el horóscopo porque siempre es muy genérico. Por ejemplo, tú sabes que ambos somos virgo. Entonces consulté en estos días en internet y decía: “Mantén la distancia”. ¿A qué se refiere? ¿Viene otra pandemia? ¿Acaso se me acentuará la presbicia y tendré que leer todo desde más lejos? ¿Y de cuánta distancia estamos hablando? ¿Es en metros o en pulgadas? Ahora, y si todos los virgo que estamos en el planeta mantenemos esa distancia como dice el horóscopo, ¿también debemos mantenerla entre los que somos virgo? ¿O los virgo podemos tener un club aparte donde nos podamos hablar de cerca? Aunque siempre me queda la duda: y si un virgo que aún es virgo mantiene distancia, ¿deja de ser virgo?

¿Ves cuan impreciso es el horóscopo, yo del futuro? Por eso, me parece mucho más fácil que simplemente escribas una carta o me envíes un video y listo. Me lo puedes enviar a mi correo electrónico. ¿O será que no me has podido mandar esa carta porque en el futuro ya no existe mi correo electrónico favorito, que tú y yo sabemos que es el de Yahoo!?

Por si acaso, déjame revisar la carpeta de spam a ver. ¿Será que tú eres ese correo que me llegó de un príncipe nigeriano que quiere repartir su herencia? ¿O será que debo estar atento a las señales del universo porque te vas a manifestar en forma de retortijón o uña encarnada?

La verdad, me genera mucha ansiedad esta espera por tu carta, querido yo del futuro. ¿O será eso? ¿Que te estoy diciendo solo “yo del futuro”? ¿Debería referirme a ti con más respeto porque eres mayor? ¿Te sirve don señor su merced yo del futuro? ¿O para evitar que la gente se siga confundiendo ya te cambiaste el nombre de Reuben a solo Rubén? 

En todo caso, solo quiero que sepas que me vendría bien si sacas un tiempito para escribirme una carta a mí, tu yo del pasado, y no me dejas ignorado como brocheta en reunión de veganos. Y si no me la estás escribiendo por eso de que uno debe tener la iniciativa primero, está bien. Daré ese primer paso por acá y le escribiré ya mismo a mi yo del pasado (y para salir de eso rápido, será a mi yo de hace media hora). Voy:

“Querido yo de hace media hora: te escribo para que sepas que toda esa angustia que tienes por el futuro pasará. Lograrás, con éxito, colar el café a la vez que te cepillas los dientes. Tampoco despertarás a nadie de la familia, pues lograrás la difícil hazaña de guardar los platos limpios sin hacer ruido. Luego te advierto que escupirás el café sobre la computadora porque le habrás echado sal en vez de azúcar. Pero tranquilo, será una buena excusa para no conectarte a la reunión de trabajo que tienes.

“Luego comenzarás a preocuparte al darte cuenta de que no llega por ningún lado esa carta de nuestro yo del futuro, pero no te preocupes. Encontré una solución para que aparezca. Escríbele diciendo que te pase el número ganador de la lotería de esta semana para que nos lo juguemos. Así nos volveremos millonarios, invertiremos ese dinero y nuestro yo del futuro terminará convertido en todo un príncipe nigeriano dispuesto a repartir su herencia (pero eso sí, solo a lo que tienen correo de Yahoo!).