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“Venezuela, la promesa rota”: un documental que describe el naufragio de los DDHH en el país
El naufragio de los Derechos Humanos, El naufragio de la Democracia, El naufragio de la Economía y El naufragio de los trabajadores, cuentan en primera persona sobre sueños, desencantos y realidades, después de más de 20 años de “Revolución”

 

Este 5 de octubre, se estrenó la segunda parte del documental: Venezuela, la promesa rota, el naufragio de los derechos humanos, un audiovisual que expone, a través de sus víctimas, la letal actuación de los cuerpos de seguridad del Estado con las ejecuciones extrajudiciales que vienen ocurriendo desde el año 2015. 

De la mano de el coordinador de del Programa de Educación Acción en Derechos Humanos (Provea), Marino Alvarado, el documental demuestra el drama humano de varias madres que exigen justicia ante las autoridades por el cruel asesinato de sus hijos. 

Según Marino Alvarado, Venezuela tiene el «récord lamentable» de haber inaugurado en América Latina las desapariciones forzadas de manera masiva. Asegura que el paso de la dictadura a la democracia en el país no ha significado un cambio mayor en materia de derechos humanos.  

Euclides Farías, padre de una de las víctimas, afirma que «los policías se convierten en fiscal, juez y verdugos» al mismo tiempo, cuando van a los barrios a matar a los jóvenes. 

Jennifer Rotundo, madre de un joven asesinado por las Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) hace un llamado a romper el silencio y a denunciar. «La gente tiene que saber que están matando a nuestros jóvenes»

«Matan a puros muchachos de piel morena, todos en zonas populares, porque para los funcionarios del estado, todos los muchachos de los barrios son delincuentes, están matando a los más humildes», denunció Aracelis Sánchez, fundadora de la Organización de Familiares de Víctimas de violación de Derechos Humanos (Orfavideh).

Marino Alvarado afirmó que la Policía Nacional Bolivariana es el cuerpo más letal que existe en Venezuela. «Los Operativos de Liberación del Pueblo son los operativos más crueles en la historia de Venezuela en materia de violación de derechos humanos», dijo. 

El naufragio de los derechos humanos cuenta en primera persona todo el daño que ha dejado el sistema de justicia que ha puesto en marcha el gobierno oficialista después de más de 20 años de “Revolución”.

Las víctimas de violaciones extrajudiciales saben que las violaciones de los derechos humanos no prescriben, por eso, aseguran que seguirán buscando justicia y la reparación de los daños a través de la denuncia ante los organismos competentes. 

 

DDHH olvidados | “La Fiscalía solo quiere que una se canse”
Carlos Alberto Mora, de 19 años, fue asesinado el 14 de julio de 2006 en Antímano por efectivos de la extinta Policía Metropolitana de Caracas

@ValeriaPedicini

Cuando Dilcia Mendoza habla de su hijo, no lo hace en tiempo pasado. Cuando cuenta la historia detallada de cualquiera de las cuatro fotos que sostiene entre sus manos, siempre lo hace en presente. Las imágenes están unidas con grapa a una hoja carta que la mujer revisa con dolor desde hace más de una década por la ejecución extrajudicial de su hijo.

Carlos Alberto Mora había regresado a vivir a su casa natal en la Parroquia Antímano de Caracas. El muchacho de 19 años estaba decidido a estudiar Criminalística, así que había presentado los exámenes de admisión ante la Policía de Sucre. Mientras esperaba los resultados, trabajaba como mecánico junto a su papá en Filas de Mariches. 

Ansioso porque la respuesta no llegaba, el 14 de julio de 2006 no fue a trabajar y subió al sector La Acequia para ubicar un teléfono y averiguar si lo habían aceptado. 

Eran cerca de las 10 de la mañana. Cuatro horas más tarde, Carlos Alberto estaba muerto. 

Dilcia salió varias veces de casa a recorrer los callejones y escaleras en búsqueda de su hijo. No obtuvo resultados. Pasado el mediodía, angustiada, se asomó por su ventana. Miró hacia la casa de su vecina en la cima de la montaña y desde ahí vio a uno de los policías disparando al aire. 

Todavía Dilcia Mendoza no sabe por qué mataron al joven. Ella misma ha tenido que atar cabos sueltos para saber cómo fue asesinado por agentes de la hoy extinta Policía Metropolitana de Caracas. La versión policial sostiene que murió durante un enfrentamiento con los funcionarios. Pero Dilcia, convencida de su inocencia, ha ido reconstruyendo los hechos a falta de la indagación oficial. 

La mujer supo que cuando su hijo iba de regreso a casa, los efectivos iban subiendo por el barrio. Un conocido de Carlos Alberto  le dice que entren a una casa para evitar encontrarse con la policía. Dentro de la vivienda, se encuentran con un joven que presuntamente había estado implicado en un caso. “Los funcionarios tumbaron precisamente la puerta de esa casa y entraron. Uno de ellos le comentó a otro: ʻAquí ya tengo tres”. 

En sus averiguaciones, ella también ha podido establecer con los años que aquel funcionario, descargando su arma al aire, solo buscaba aplacar los gritos de auxilio y de dolor que las torturas estaban arrancando a su hijo en la casa vecina.

“Yo revisé la casa donde todo sucedió, encontré las medias de mi hijo, su gorra. Supe que de ahí salió vivo, pero con una ropa que no era la suya. Supe que los funcionarios tardaron una hora en llevarlo al hospital, que apenas está a quince minutos del lugar. ¿Qué pasó ahí? Hay demasiadas cosas que no han sido investigadas. En 2010, de la nada, apareció el teléfono celular de mi hijo. Me lo dio la misma vecina que dijo haberlo encontrado donde lo mataron porque una luz estaba titilando. ¿Seis años después un celular va a tener batería?”.

Había que denunciar

El cuerpo de Carlos Alberto todavía estaba tibio cuando Dilcia lo dejó en el Hospital Pérez Carreño y se fue a denunciar lo que había ocurrido. “Reaccioné y le dije a mi esposo que teníamos que ir a denunciar rápido, para que no les diera tiempo de cambiar la versión, de ponerse de acuerdo, para que no se perdiera evidencia ni borraran nada”. 

No estaban seguros a dónde podían ir. Así que subieron al primer taxi que encontraron. El conductor, tío de un estudiante asesinado por la policía, supo exactamente a dónde dirigirse: los llevó a la sede del Ministerio Público y les explicó lo que tenían que hacer. 

“Vengo a denunciar que unos funcionarios de la Policía Metropolitana asesinaron a mi hijo. Hay testigos y quiero que vean su cadáver. Tiene en el pecho un círculo de seis centímetros con un punto del que se desprende la piel, como si le hubiesen puesto aceite caliente y la ampolla se le hubiese estallado. Eso fue que me lo quemaron”. 

Después de tantos años trajinando su caso, Dilcia puede explicar que lo que vio aquel día en el cuerpo de su hijo no era una quemadura, sino el rastro de un disparo a quemarropa.

“Como víctimas, nosotras creemos que por el solo hecho de hacer la denuncia ya se va a hacer justicia. Ya hoy han pasado 21 fiscales en mi caso”, señala Dilcia Mendoza, quien desde 2006, se ha abocado día tras día a empujar los procesos jurídicos necesarios para establecer las responsabilidades en la ejecución extrajudicial de su hijo. 

Ha logrado, incluso, estar frente a algunos de los funcionarios señalados como presuntos responsables de la muerte de Carlos Alberto. “Hoy, me siento orgullosa de verle la cara a esos policías. Cuando me ven, corren como si estuvieran viendo al diablo. A veces me les pego atrás, y les digo: ‘así te escondas bajo las piedras, la justicia te va a agarrar¡”.

Ha comprendido que frente a las disfunciones del sistema solo la voluntad puede marcar la diferencia. “La Fiscalía solo quiere que una se canse. Pienso que al Estado le conviene los casos estancados. Yo iba al Ministerio Público una y otra vez y siempre me decían que esperara, que el fiscal no estaba, que volviera. Yo no sabía nada de la justicia ni qué eran los derechos humanos”. 

N de R: El testimonio forma parte del informe “Víctima a víctima”, disponible en el portal de Cofavic

DDHH olvidados | No volvió a ser la misma después de la ejecución extrajudicial de su hijo
Darwilson Sequera de 20 años fue asesinado en una ejecución extrajudicial en junio de 2013 por funcionarios del CICPC

@ValeriaPedicini

Una parte de Aracelis Sánchez dejó de existir el día que su hijo murió. El ama de casa que apenas salía de su hogar, centrada en atender y cuidar a su familia, quedó atrás. Dejó de ser aquella mujer cuando funcionarios policiales irrumpieron en su casa, persiguieron a su muchacho hasta la azotea y lo balearon. 

Su historia no es una historia de un solo día. 

Todo empezó en abril de 2013. Un día regresaban a casa y encontraron dentro de su vivienda en El Valle, en el sudoeste de Caracas, a varios policías manipulando su computadora y documentos. No hubo explicaciones ni orden de registro. Hizo la denuncia ante la Fiscalía 127 y le dijeron que se quedara tranquila.

Un mes después, los efectivos volvieron y le dieron una paliza en la calle a su hijo Darwilson, de 20 años. Ella lo defendió y en respuesta la amenazaron con matar a sus otros hijos si no les daba dinero.

La extorsión duró varias semanas. La familia tuvo que huir, dormir en su carro, vender electrodomésticos. Aracelis acudió al fiscal e hizo una nueva denuncia, esta vez, por extorsión. El funcionario le aseguró: “A usted no le va a pasar nada”. 

La mañana del 11 de junio tocaron con fuerza su puerta. La despertaron gritando “helado” y cuando ella abrió un policía vestido de negro le apuntó con un arma larga y la amenazó con dispararle. Ella cerró y corrió gritando al interior a avisarle a su familia. 

Los funcionarios del Cicpc irrumpieron mientras Darwilson y su hermana de 12 años iban subiendo a la azotea; abajo quedaron la madre, el padre y el hijo mayor abrazados y desde allí oyeron los balazos. La niña aseguró que su hermano buscó refugio saltando entre los techos y se resguardó en una cuneta. 

Según el examen forense, el joven pudo haber estado de rodillas cuando recibió los disparos mortales. 

Cerca de 30 policías participaron en el operativo y cuando arrastraban a Darwilson lanzaban ráfagas y ordenaban a gritos que nadie saliera de su casa. Apenas se despejó la zona, Aracelis se lanzó a los callejones aledaños buscando a su hijo, hasta que su esposo la subió al vehículo y fueron al hospital de Coche. Cuatro días más tarde le entregaron el cadáver en la morgue del hospital a donde había acudido inicialmente. “Dejaron que su cuerpo se descompusiera”. Tenía tres orificios de bala, uno de ellos fue un tiro de gracia.

“Yo debí salir a defenderlo”

Si piensa en quién era en 2013, Aracelis no puede evitar reprocharse a sí misma por no haber sabido cuáles eran sus derechos, los de su familia, los de su hijo. Si hubiese sabido, no se hubiera quedado paralizada por el miedo cuando mataron a Darwilson. 

“Yo soy una persona muy diferente, no me reconozco, era tan tímida, miedosa, a veces me culpo de que hayan matado a mi hijo, debí parármele a los policías, que me mataran a mí, no a él. Yo debí salir a defenderlo. Eso cambió mi vida”. 

Pero la ejecución extrajudicial no fue lo único que la hizo cambiar, sino el enfrentarse al entramado institucional que pretendió distorsionar la descripción de los hechos.

“Una queda como en el aire, con ese dolor tan grande, desorientada; así estaba cuando fui a la División de Homicidios y me pedían que firmara un papel. Yo lo leí, y ahí decía que mi hijo tenía un apodo delictivo y que se había batido a tiros con el Cicpc. Querían obligarme a firmarlo. Dije que no, que lo corrigieran. Entonces arreglaron algunas cosas y me lo dieron de nuevo. Seguía escrito lo del enfrentamiento. Pedí que lo volvieran a hacer y cuando me lo mostraron, se molestaron: ʻ¿También lo va a leer, señora?ʼ, y yo respondí que sí. ¿Cómo podía confiar, si dos escritorios más allá había un funcionario que nos había estado extorsionando meses atrás?”. 

Cuando su caso por fin llegó al Ministerio Público, se profundizó la injusticia. Ella preguntó cuál Fiscalía tenía asignado su caso y le dieron un dato equivocado. Le dijeron que no aparecía en el registro y los propios funcionarios le recomendaban que no siguiera con la denuncia porque los policías implicados eran muy peligrosos. 

En la Fiscalía le dijeron que el caso estaba cerrado porque su hijo era un delincuente y no tenía ningún derecho. “Querían que me cansara”. 

Después del maltrato reiterado y las presiones de la Fiscalía para que desistiera, Aracelis estuvo en shock. “Conseguí los teléfonos de varias organizaciones y llamé buscando orientación, pero nunca me devolvieron la llamada. Cuando veía en la calle a alguien con libros, pensaba que eran personas leídas y les preguntaba si sabían dónde me podían ayudar”. 

Aracelis Sánchez es una de las fundadoras de Orfavideh. En su camino de hacer justicia por su hijo, conoció a otras madres que también querían lo mismo. Juntas empezaron a acudir a la morgue y la Fiscalía, en búsqueda de más familiares de víctimas de ejecuciones extrajudiciales. 

“Preguntábamos, seguíamos pistas, íbamos a hablar con ellas, a decirles quiénes éramos, y por qué pensábamos que debíamos unirnos. Al principio mi esposo no quería que denunciara, porque temía que fueran detrás de nuestros otros hijos, pero cuando me vio decidida se convirtió en mi mayor apoyo”. 

Ella ha constatado que la cantidad de denuncias por ejecuciones extrajudiciales presentadas ante las instancias de Justicia no es proporcional a la cantidad de casos. Es mucho menor, y sabe que el miedo es el factor primordial. A eso se suma el desconocimiento de las personas sobre cuáles derechos y recursos les asisten, así como las dilaciones y presiones institucionales para desalentarlas. 

Para Aracelis, la red de contención, apoyo y ayuda de la organización ha sido crucial. “Hay que denunciar, pero también debemos acompañarnos. Una víctima sola es más fácil de manipular y nunca le prestan atención, pero cuando nos presentamos juntas, estamos pendientes de hacerle seguimiento a cada uno de nuestros casos, nos damos ánimo cuando alguien decae o quiere desistir, se nota la diferencia. Si no estuviéramos ahí, insistiendo, nuestros expedientes prácticamente no existirían, ni tampoco darían constancia de la injusta muerte de nuestros hijos”. 

Ya nada queda de esa mujer miedosa y tímida. “Ahora mi carácter es más fuerte, muy determinado. Cuando veo la injusticia no la permito, me enfrento a quien tenga que enfrentar. He cambiado mi forma de vestir, de pensar, de peinarme. No podemos callarnos ni dejar que nos violen nuestros derechos. Aprendí que a estas personas no hay que tenerles miedo, hay que ir a la prensa, buscar asesoría, tener constancia. Yo ya no me puedo quedar callada. Yo decidí que nadie más me violaría mis derechos”.

N de R: El testimonio forma parte del informe “Víctima a víctima”, disponible en el portal de Cofavic 

Familiares de víctimas de cuerpos policiales exigen justicia

A CASI 6 AÑOS de la creación de la Organización de Familiares de Víctimas de Violación de Derechos Humanos, solo 5 de los 80 casos denunciados han logrado llegar a los tribunales. Estos casos están relacionados con la muerte de personas ultimadas por funcionarios de organismos policiales; el resto se encuentra en diferentes fiscalías del Ministerio Público.

La denuncia la hizo Aracelys Sánchez, quien dirige la Orfavideh, que hasta ahora no ha podido ser legalizada porque el registro siempre tiene un pretexto para rechazar la solicitud.

Entre esos casos que ya están en tribunales se encuentra el de Sánchez, ocurrido en 2013, cuando el segundo de sus tres hijos, Darwilson Aramis Sequera Sánchez, de 20 años de edad, fue ultimado por una comisión del Cicpc en su domicilio en El Valle, y desde entonces está luchando para que se haga justicia.

Precisamente el miércoles 31 de octubre estaba previsto que la audiencia preliminar se realizara en el Tribunal 7º de Control, pero por quinta vez fue diferida porque los cuatro funcionarios, presuntamente implicados en el hecho, no se presentaron. “Ellos nunca han asistido a las audiencias pautadas”, explicó. Al referirse a los otros cuatro casos que llegaron a tribunales, relacionados con la muerte de Jesús Gregorio Parada, José Gregorio César, Eudober Herrera y Alex Johan Vegas, manifestó que están en condiciones similares, sin resultados.

En Fiscalía

 Glory Tovar nunca podrá borrar de su mente el día viernes 18 de mayo de 2016, cuando una comisión de funcionarios de la División de Vehículos del Cicpc llegó a su residencia en el barrio Los Llanos en San Bernardino. Al entrar, un policía gritó: “Mujeres y niños, para afuera”. Tovar oyó los disparos desde la calle y luego vio cómo se llevaron los cadáveres de sus dos hijos, Darwin Rojas, de 28 años de edad, y Carlos Jampier Castro, de 19 años de edad, así como los de sus dos sobrinos, Roswil Ernesto Belisario Tovar, de 26 años de edad, y Yihandri Antonio Trujillo Nuñez. Los llevaron al Hospital Vargas.

Ya han transcurrido dos años y cinco meses del suceso y el caso aún está en la Fiscalía 125º. La titular de ese despacho no ha tenido tiempo de leer el expediente y tampoco los cuatro policías presuntamente implicados han enviado las armas de fuego para ser sometidas a la prueba balística. Para que el protocolo de autopsia llegara al Ministerio Público pasó un año y cuatro meses, relató Glory Tovar. En ese tiempo ella ha conocido a cinco fiscales que han tenido el caso.

En dos meses transcurridos desde la muerte de su sobrino, Danny Oropeza, de 18 años de edad, Neida Oropeza ha vivido una odisea. Lo que le dicen es que el expediente no ha llegado a la Fiscalía 126º a cargo de Maritza Salazar.

Danny Oropeza se graduó de bachiller y había conseguido cupo para ingresar en la UCV para estudiar Derecho. Formaba parte de los jóvenes de 15, 16, 18, 19, 20 y 26 años de edad que fueron masacrados el viernes 31 de agosto por una comisión de la PNB, en el sector Cañicito en la parroquia El Valle. Seis resultaron lesionados con una granada que les lanzaron y también tenían heridas de balas.

Hasta ahora a la tía de Danny no le han dado protección, aunque ha sido amedrentada por funcionarios policiales que se han presentado en su domicilio.

El caso más reciente fue la muerte de Cristian Alfredo Charry Arroyo, de 25 años de edad, barbero de oficio, ocurrida el lunes 24 de septiembre a las 5:40 am en el barrio La Dolorita en Petare.

Charry Arroyo era hijo único y padre de tres niños, de 9, 6 y 3 años de edad. Había estado celebrando su cumpleaños e iba a buscar a su esposa cuando una comisión de la FAES lo sorprendió y le disparó cuando subía por una escalera. Lo golpearon y le dieron un tiro en el tórax. “Dijeron que fue enfrentamiento y que estaba armado”, explicó uno de sus familiares.

“Lo pusieron como integrante de una banda y lo señalaron como autor del homicidio de un joven en el kilómetro 13 de la vía Petare-Santa Lucía; también dijeron que había robado en la casa de un policía nacional a quien habría amenazado”, agregó el pariente.

La familia de Charry Arroyo se dispone a solicitar una audiencia con el fiscal general Tarek William Saab, para plantearle la situación. Este martes el expediente llegó a la Fiscalía 86ª de Derechos Fundamentales.

Pide respuesta

Aracelys Sánchez hizo un llamado al fiscal general designado por la asamblea nacional constituyente, Tarek William Saab, para que tome en cuenta el caso de su hijo, Darwilson Aramis Sequera Sánchez, en vista de que no ha tenido respuesta.

Manifestó que los integrantes de la Orfavideh están asesorados y acompañados en sus diligencias por representantes de Cofavic y aprovechó para hacer un llamado a todos los familiares de víctimas para que denuncien, ya que en Cofavic encontrarán asesoría jurídica y psicológica. Además de poder participar en talleres de Derechos Humanos.