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Carolina Jaimes Branger May 17, 2021 | Actualizado hace 4 semanas
Cuando ustedes se vayan…

@cjaimesb

Cuando ustedes se vayan, que ya será más temprano que tarde, llévense bien lejos toda su carga de odio. En la Venezuela que vamos a reconstruir no tendrán cabida las divisiones. Cuando ustedes se vayan -no sé si para Cuba, Corea del Norte, Rusia, China o Bielorrusia- carguen con sus injusticias y con sus jueces uh, ah, que en la nueva Venezuela la justicia estará en manos de gente proba. Basta de vergüenzas ambulantes haciendo papeles de fiscales, jueces y embajadores.

Cuando ustedes se vayan, no dejen aquí su corrupción ni sus corruptos. Venezuela no puede más con personas indignas. Ojalá les quiten a todos los “boli” –burgueses, chicos y a los que han pretendido ser de un lado cuando lo eran de otro– todo lo que se han robado. Estoy segura de que les dolerá más que les quiten lo robado, que los manden a la cárcel. Cuando ustedes se vayan, porten consigo las solidaridades automáticas que tanto daño han hecho. En la Venezuela que viene las denuncias que nunca fueron investigadas serán escudriñadas hasta sus últimas consecuencias.

Cuando ustedes se vayan, carguen con sus paquetes de ideologización para otra parte. Aprovechen y remolquen a todos los que hayan atentado contra la libertad de expresión. Porque, aunque les duela, ustedes cierran puertas y nosotros abrimos ventanas. No nos vamos a callar. La Venezuela que construiremos gozará de libertad de pensamiento y de palabra.

Cuando ustedes se vayan, no dejen aquí la mediocridad, ese cáncer que ha destruido lo mejor que teníamos.

Acarreen su hipocresía, sus falsas promesas, sus falacias. No necesitamos nada de eso. Nos encargaremos de poner de moda la meritocracia de la que ustedes tanto se burlaron.

Cuando ustedes se vayan, llévense sus colas, sus cadenas, sus listas. En la Venezuela que vendrá nadie hará colas para nada. Nadie será obligado a ver ni a oír lo que no desea. Nadie tendrá que pagar por sus derechos. Nadie será castigado por pensar de manera distinta, ni obligado a asistir a actos proselitistas para mantener su puesto de trabajo.

Cuando ustedes se vayan, no se olviden de cargar con las armas que repartieron y que han diezmado a nuestra población. Llévense a sus bandas de malandros, que aquí nadie los quiere. En la Venezuela que repararemos no habrá jóvenes con armas, sino jóvenes con libros, instrumentos musicales, pelotas y todos los implementos de deporte.

Cuando ustedes se vayan, llévense la oscuridad, el destrozo, la suciedad, las groserías, la tristeza, que esta Venezuela volverá a ser la ribera de la espuma, de las garzas, de las rosas ¡y del sol!

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Lo que el trapito no quitará a Pdvsa, por Alejandro Armas

detenidapdvsa

 

La «limpieza» ordenada por el Gobierno dentro de la industria petrolera ha sacado trapitos sucios hasta de los niveles más elevados. A Rafael Ramírez, quien se encargó de administrarle a Chávez por una década la generadora de casi todas las riquezas del Estado, también lo han puesto bajo el reflector fiscal. 

Las denuncias esgrimidas desde hace años sobre una corrupción gigantesca en Pdvsa, ignoradas o desestimadas como «campaña contrarrevolucionaria» por las autoridades, ahora son presentadas por esas mismas autoridades como su gran hallazgo. El principal señalado no tardó en reaccionar, acusando a su vez a sus inquisidores de conformar una cábala de estafadores que acabaron con el legado del «comandante eterno». En fin, ante los ojos de los venezolanos ha habido un lamentable espectáculo de atribuciones de culpas por delitos y fracasos que han contribuido con el calamitoso estado del país, esgrimidas con el descaro de quienes estuvieron en contacto constante con el lodazal y ahora pretenden que los vean como inmaculados.

Pdvsa está mal. Muy mal. Por primera vez las autoridades reconocen que hay un problema no menor. Sin embargo, todo el camión de estiércol lo descargan sobre Ramírez y compañía, como si aquel no hubiera sido colocado donde estuvo y mantenido largo tiempo ahí por Chávez. Porque no puede haber ninguna mancha que ensucie la obra política del fundador del movimiento gobernante, nada que sirva para cuestionar el culto cosechado en torno a su figura.

Pero el paso de Ramírez y sus adláteres por Pdvsa, así como todo lo que ello ha significado para la empresa, no puede ser disociado de las desiciones de Chávez y de la manera en que el chavismo ha llevado las riendas de Venezuela. Es una historia de barbaridades que tienen sus orígenes en la misma visión del poder que, en esencia, no ha cambiado.

Sería necio negar que desde que se hizo efectiva la estatización del petróleo en Venezuela, en los albores de 1976, la renta producida por el mismo ha permitido a la República financiar gigantescos proyectos concebidos bajo el halo de políticas sociales, enfocadas a menudo en el beneficio de los sectores más humildes de la población. También es cierto que tal administración de los recursos petrolíferos llevó en más de una ocasión al desarrollo de estructuras clientelares para salvaguarda de intereses partidistas. Todo esto, aunado a posibles deficiencias gerenciales, puede generar críticas como parte del debate público sobre el papel del Estado en el sector nacional de hidrocarburos, sobre todo desde un punto de vista liberal.

Sin embargo, Pdvsa antes de 2002 estaba lejos de ser el desastre actual. A pesar de lo argumentado en el párrafo anterior, la compañía siempre mantuvo un margen de autonomía financiera y administrativa con respecto a los ocupantes de Miraflores y sus intereses políticos. Esa es la diferencia entre una empresa del Estado y una empresa del Gobierno o, peor, del partido oficialista. A nadie en los años 70 u 80 se le hubiera ocurrido afirmar que Pdvsa era «blanca blanquita» o «verde verdecita».

Además, independientemente del porcentaje de renta petrolera destinado a proyectos sociales públicos, una porción quedaba para inversión en la propia Pdvsa. No hay que ser un Rockefeller para comprender que una petrolera necesita fondos cuantiosos para mantener sus actividades de extracción y refinación. También para exploración de yacimientos nuevos y la innovación industrial.

Pues bien, todo esto le resultó chocante a Chávez. En un país donde la palabra «socialismo» representaba un concepto no muy digno de confianza, es probable que el teniente coronel devenido en jefe de Estado considerara indispensable consolidar su apoyo con políticas sociales gigantescas de ejecución rápida. Para eso hacía falta dinero y ahí estaba la renta petrolera, pero con el problema de que el funcionamiento tradicional de Pdvsa no era adaptable a tales fines. Así que el control de la compañía por el chavismo debía ser ilimitado. Ello consiguió un primer gran escollo en la gerencia de la empresa, apegada a la cultura de autonomía. Chávez la descabezó en 2002, en uno de sus arranques de mandamás. Creyendo que cometía una gracia, despidió a los gerentes molestos con un pito, como un árbitro que expulsa a jugadores de un partido de fútbol. La meritocracia, filosofía que sustentaba la jerarquía en la empresa, fue objeto de burlas y descalificaciones por parte del «comandante».

En poco tiempo, la nueva Pdvsa, la «roja rojita», comenzó a tomar forma, de la mano de un nuevo tren de administradores comprometidos con el proyecto chavista, entre los cuales Rafael Ramírez ascendió más que nadie. Desapareció la meritocracia y fue reemplazada por la lealtad a Chávez (y a la elite oficialista tras la muerte de este) como principal criterio para la asignación de responsabilidades. 

Década y media después, los resultados están a la vista. Los «bondadosos y desinteresados revolucionarios» que se hicieron con la conducción de Pdvsa ahora son denunciados por sus camaradas como una partida de ladrones. Además, a la corrupción se agrega el terrible desempeño. Por un tiempo parecía que las actividades de la compañía iban viento en popa. Un Chávez emocionado declaró en 2012 que para 2019 Venezuela debía estar produciendo seis millones de barriles diarios por mes. Pero en noviembre del año pasado, de acuerdo con cifras de Pdvsa reportadas a la OPEP, el bombeo fue de apenas poco más de 1,8 millones de barriles. Durante 2016, la producción mensual promedio fue de más de 2,3 millones. Es decir, hubo una caída de 23%. Los expertos señalan, espantados con razón, que es el desempeño más bajo desde los años 80. Con una nómina muchísimo más grande que la de entonces y luego de haber pasado por el boom de precios más espectacular de la historia, estamos produciendo más o menos lo mismo que hace treinta años.

¿Cómo puede el Gobierno explicar semejante despropósito? Pues justamente para eso es la tal limpieza, después de la cual todo debería marchar de maravilla. Como con los planes para garantizar la seguridad ciudadana, para abastecer los anaqueles con «precios justos» y para torcerle el brazo al dólar innombrable, la elite oficialista lanza un nuevo «ahora sí saldremos adelante» en Pdvsa. Todo indica que, para variar, la solución mágica será aumentar la influencia de los militares en la industria, bajo el cansino argumento de que «la disciplina y el patriotismo» castrenses bastan para enmendarlo todo. Sin embargo, la experiencia del control de la distribución de alimentos por los uniformados da razones de sobra para mantener una postura escéptica sobre el porvernir próximo del sector. Así entra Pdvsa en 2018, año en el que se avisora un agravamiento de la crisis nacional que injustamente ha sido impuesta a los venezolanos con tal de mantener en el poder a un grupo minúsculo de privilegiados.

 

@AAAD25

¿Meritocracia o fracaso?, por Carlos Dorado

Ajedrez-

 

El otro día, estaba un amigo hablándome de su hija, quien hace muchos años se fue al exterior, y lleva dos estudiando para presentar unas oposiciones, y ser profesora titular de biología. Me explico; después de que su hija se graduó en educación con mención en biología, debió presentarse a unos exámenes llamados oposiciones, abiertos para todos los graduados que aspiran al puesto de profesores.

El primer examen que presentó, era para lograr un puesto de interino, o sea profesores que no tienen una plaza fija, y que los asignan a ciudades o planteles donde se requieran, de acuerdo a las necesidades que tenga el Ministerio de Educación.

Como hay un número determinado de plazas disponibles, los alumnos que obtienen buenas notas en el examen,  son los que logran el puesto; y los que obtienen las mejores calificaciones, pueden elegir en qué plantel darán las clases, acorde a la disponibilidad. Después de conseguir una plaza de interinos, y de acuerdo a los años de experiencia, currículum,  y calificaciones en el desempeño de sus funciones, pueden presentarse a las oposiciones para ser titulares fijos de la cátedra.

Una vez que llegan a titulares de la cátedra, comienzan a hacer carrera de acuerdo a su desempeño, estudios y trabajos publicados en el área, y quizás algún día lleguen a directores del plantel, o inclusive directores regionales, o a lo mejor a Ministro de Educación, garantizando el sistema que sólo los mejores y más preparados, lleguen a los puestos más altos.

Desde el momento en que llegan a profesores interinos, ya el sueldo les permite poder dar la inicial para comprar una vivienda, para un vehículo, o disfrutar de unas vacaciones; siendo esto su mejor aliciente para superarse cada día, a sabiendas de que dependen únicamente de su esfuerzo, para lograr mayores niveles de bienestar, satisfacción y reconocimiento social.

Estos incentivos, llamados meritocracia, pueden convertirse en un desincentivo en aquellos países donde no se respeta la misma, y donde los logros no se miden por la capacidad, ni el conocimiento, ni el esfuerzo de una persona; llevando así, a los ineficientes a puestos inmerecidos para los que no están capacitados, y a los preparados los llevan a un estado de frustración, obligándolos a irse, a otros lugares donde se aprecien sus méritos.

No le puedes pedir peras al olmo”, solía decir mi madre. La verdadera sabiduría está en reconocer la propia ignorancia, pues aquello que pensamos es lo que hacemos, y lo que hacemos es lo que pensamos. Por eso, reconocer los méritos de las personas y premiarlas, debería ser una prioridad para cualquier sociedad que aspire tener un futuro mejor.

Lógicamente, el mediocre no quiere ver los méritos de los otros; más bien le tiene odio y resentimiento, y trata de llevarlos a un nivel más bajo que el suyo, a través de la crítica; mientras que el preparado, está todo el tiempo analizando y viendo los méritos ajenos, para superarlos y estar por encima de su nivel. Por eso, tratar a los diferentes como iguales, o a los iguales como diferentes, es condenar el futuro. ¡Somos lo que hacemos cada día, y cómo lo premiamos!

Una diferencia entre los hombres y los animales, es la capacidad de superación y perfeccionamiento; y cuando en una sociedad, alguien que no tiene méritos prevalece sobre alguien más preparado, y éste es sometido a la ineficiencia del mediocre, llegando a convertirse en la regla, y no en la excepción; la sociedad estará irremediablemente condenada al fracaso.

cdoradof@hotmail.com