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Manifiesto de Cartagena

#10DocumentosBolivarianos | El Manifiesto de Cartagena, primera arremetida “patriótica” contra la república

@eliaspino

El Manifiesto de Cartagena es el primer documento público que Bolívar redacta. Circula el 15 de diciembre de 1812 y es un antecedente de la campaña triunfal que después realiza en Venezuela, partiendo de territorio neogranadino. La mayoría de los historiadores no ha apreciado la amenaza que significa entonces para la república nacida en 1811, según se tratará de plantear ahora. Para tal efecto, antes de ver el punto esencial de su contenido, conviene detenerse en las descripciones que vienen de seguidas.

El designio de los padres fundadores ha fracasado debido a la reconquista llevada a cabo por Domingo Monteverde con amplio respaldo popular. La república proclamada el 5 de julio cae ante las huestes del reconquistador, quien no solo vence por la pericia de sus tropas, sino también por la inoperancia de los ejércitos recién formados por Miranda y por la frialdad del pueblo llano ante el proyecto de Independencia.

Los desafortunados movimientos del Generalísimo, que van del timbo al tambo, generan un ambiente de rechazo en la oficialidad subalterna y agrias discusiones en el parlamento. Una atmósfera de crispación ante el precursor convertido en Dictador, que alcanza el clímax cuando suscribe la Capitulación de San Mateo ante su rival, considerada por muchos como una rendición incondicional que se pudo evitar, abre la compuerta de las recriminaciones y de vergonzosas zancadillas entre cuyos protagonistas se encuentra el coronel Simón Bolívar.

Miranda ha expresado en sus tertulias que el joven Bolívar es “un individuo peligroso”, pero le ha encomendado una importante misión en la cual fracasa estrepitosamente: la comandancia de la fortaleza de Puerto Cabello, depósito de un cuantioso polvorín y cárcel de peligrosos prisioneros realistas. La pierde sin paliativos.

Conclusión de un destino aceptado a regañadientes, lo que para algunos es un desafío que no puede cumplir por su inexperiencia, o un purgatorio escogido a propósito por el superior, desencadena una respuesta que termina con la deplorable decisión de poner al jefe en las manos del verdugo. Un grupo de complotados, entre ellos el fracasado de la víspera, lleva a Miranda hasta la prisión para que lo vejen y deporten a España. La felonía se puede considerar como antecedente de la “justicia” que pretenderá después imponer.

Hay otro asunto que debe sacudir la sensibilidad del autor de la felonía. Se ha enseñoreado una pandilla de canarios ineducados y violentos, ante cuyos despachos debe desfilar lo más granado del mantuanaje para salvaguardar las propiedades y la vida. Abundantes testimonios reflejan la humillación de la aristocracia ante gentes que antes despreciaban por considerar que vivían en la orilla de la sociedad. Es la revolución que no está programada, y que no han visto los investigadores de futuro. Es la maroma alarmante de la periferia hacia el centro de los acontecimientos.

Debe producir conmociones violentas, sentimientos encontrados, ramificaciones oscuras en el ánimo del subestimado blanco criollo que desde el abismo piensa volver por sus fueros. Las influencias lo libran de la prisión, o del cadalso, porque Monteverde le concede el excepcional favor de un pasaporte para abandonar la gobernación con abundancia de recursos materiales. La cuchilla afilada no lo toca ni con el pétalo de una rosa. Viaja a Curazao y después a Cartagena, donde gana una cadena de escaramuzas y logra la bendición del presidente  Camilo Torres, quien le facilita tropas y bagajes para una incursión en territorio venezolano. En el trance de ese primer renacimiento escribe el documento que ahora nos ocupa.

Veamos ahora lo fundamental de los reproches que expone en el texto:

Los códigos que consultaban nuestros magistrados no eran los que podían enseñarles la ciencia práctica del Gobierno, sino los que han formado ciertos buenos visionarios que, imaginándose repúblicas aéreas, han procurado alcanzar la perfección política presuponiendo la perfectibilidad del linaje humano. Por manera que tuvimos filósofos por jefes, filantropía por legislación, dialéctica por táctica y sofistas por soldados. Con semejante subversión de principios, y de cosas, el orden social se resintió extremadamente conmovido, y desde luego corrió el Estado a pasos agigantados a una disolución universal, que bien pronto se vio realizada. De allí nació la impunidad de los delitos cometidos descaradamente por los descontentos, y particularmente por nuestros natos, i implacables enemigos, los españoles europeos… a cada conspiración sucedía un perdón, y a cada perdón sucedía otra conspiración que se volvía a perdonar; porque los Gobiernos liberales deben distinguirse por la clemencia. ¡Clemencia criminal, que contribuyó más que nada, a derribar la máquina que todavía no habíamos enteramente concluido!

No hay dudas, después de leer el fragmento, de cómo su autor se distancia olímpicamente del ensayo de orden moderno que nace en 1811, y al cual debe Venezuela su existencia como república. Asegura que el derrumbe no se debe solo a los realistas, sino especialmente a la incompetencia y a la ingenuidad de los primeros republicanos, sus colegas y compañeros de viaje un año antes. El primerizo de Cartagena ataca, con especial insistencia y bajo la capa de una atractiva prosa, a los fabricantes del primer ensayo de autonomía.

La misericordia no existe en el vistazo, ni la compasión ante los desastres anteriores. Tampoco una comedida comprensión. No solo es oscura la obra de los realistas triunfales, sino también la de los padres conscriptos. Nada de positivo ve Bolívar en su modelo, nada digno de continuidad. Como sabemos lo que sucede después, lo que es capaz de hacer el crítico de Cartagena, es evidente que pone a la sociedad ante un enigma que puede degenerar en la negación de las formas morigeradas por las cuales se comenzó a luchar hace poco, y en la ejecución de otras distintas, más drásticas. También es innegable que presenta la propuesta de un vacío, la alternativa de un plan que solo existe en su cabeza y que no asoma ni en los rincones de su escrito; de un designio susceptible de conducir a situaciones inesperadas, o realmente sorprendentes, en relación con lo que ha sucedido.

El Manifiesto de Cartagena nos conduce a una alarmante paradoja. Ahora no solo los actores de la reconquista canaria destruyen la primera obra política de trascendencia hecha en Venezuela, sino también el joven que pontifica desde el exilio contra la naciente república.

Lo que no apabullaron los realistas, queda servido en bandeja de plata para que él termine la faena. ¿Acaso su crítica contiene un gramo de indulgencia? ¿No anuncia una rectificación severa? ¿Asoma ideas capaces de sugerir un futuro apacible, o menos intemperante?

Llama la atención que los habituales lectores del documento no se hayan paseado por estas interrogantes, que son el prólogo de una dominación personal y de un baño de sangre. El Manifiesto de Cartagena anuncia la Guerra a Muerte, un propósito de destrucción para que las repúblicas aéreas toquen tierra haciéndose inclementes. De lo cual se desprende que la Independencia no solo debe chocar con el valladar de las armas españolas, sino también con “fuego amigo”.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

Socialismo “Ni-Ni” por Francisco J. Quevedo

 Socialismo

 

Este Socialismo que se nos impone ni es “bolivariano” ni es del Siglo XXI, y podemos afirmar que el modelo ni si quiera es “socialista”.

Aunque Bolívar no dejara un legado de pensamiento económico, podemos extraer algunos matices de su Manifiesto de Cartagena, donde criticó fuertemente la burocracia que este Gobierno ha acrecentado como ninguno; así como de sus leyes en el campo agrícola, más orientadas a recuperar el sector de la devastación causada por la guerra, y a deslastrarlo de las estructuras coloniales. Fue precursor de la Ley de Carrera Administrativa que establece las bases de la calificación, el mérito y la antigüedad, y decretó desde Guayaquil el Puerto Libre de Margarita. El Libertador era firme creyente en el libre comercio entre las naciones y en la inversión extranjera, para la cual creó un Régimen Especial Tributario, y se opuso al trueque como medio de pago. Evidentemente “el padre de la patria”  no era socialista. Karl Marx más bien dijo que El Libertador era el “canalla más cobarde, brutal y miserable…”  en una carta a Engels del 14 de Febrero de 1858. ¿Sería porque decretó pena de muerte a los corruptos que tienden a mandar en Venezuela y en otros países del mismo corte? Así que este modelo, “bolivariano” no parece.

Y si este Socialismo tiene fecha de nacimiento, sería más bien del Siglo XIX, por cuanto fue propuesto en el “Manifiesto Comunista” escrito por Karl Marx y Friederich Engels en 1860, donde se definió la estrategia de la izquierda de la manera siguiente: “El proletariado se valdrá del poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo capital, centralizándolo en manos del Estado… con la mayor rapidez posible… Al principio, esto sólo podrá llevarse a cabo mediante una acción despótica, por medio de medidas que, aunque de momento parezcan económicamente insuficientes e insostenibles, en el transcurso del movimiento serán un gran resorte propulsor… para transformar todo el régimen de producción vigente.” Evidentemente, las similitudes con la realidad e historia reciente de Venezuela deben sustentar en parte la postura asumida por el gobierno de los Estados Unidos.

Este plan, forjado hace ya hace 155 años precisó diez líneas estratégicas para la sustitución del sistema capitalista por el Socialismo: (1°) Exprópiese (¡!) la propiedad privada (¡Cómo nos recuerda a Chávez esa palabra!), (2°) aplíquese un fuerte impuesto progresivo (12% de IVA, el ISLR, más las cargas para-fiscales), (3°) termínese con el derecho de herencia (¿Ha tramitado usted una Declaración de Herederos Universales?), (4°) confísquese la fortuna de los emigrados y rebeldes (léase banqueros, políticos y empresarios exiliados), (5°) centralícese el crédito en el Estado (como en el Banco de Venezuela, Bicentenario, el Industrial, ya quebrado, y/o Agropatria), (6°) nacionalícense los transportes, (7°) créense fábricas nacionales (como las EPS, empresas de producción social), (8°) decrétense ejércitos industriales, principalmente en el campo (léase milicias), (9°) articúlense las explotaciones agrícolas e industriales para ir borrando gradualmente las diferencias entre el campo y la ciudad (¿Serían hoy los “gallineros verticales” y los “cultivos hidropónicos”?), y (10°) sométase la educación pública a un régimen combinado con la producción material (léase al “currículo bolivariano”). En efecto, el Manifiesto Comunista calificó al modelo educativo como eminentemente “burgués”, quizás por eso el prurito que les produce la USB, PDVSA Cied, el IESA y otros centros que “forman élites” como dijo Chávez.

Y si a ver vamos, Engels, coautor del Manifiesto Comunista escribió en el prólogo a la edición de 1860 que “cuando este vio la luz, no pudimos bautizarlo “socialista”. En 1847, el concepto abarcaba dos categorías de personas: las que abrazaban sistemas utópicos y los charlatanes sociales que aspiraban a remediar las injusticias de la sociedad con sus potingues mágicos y con toda serie de remiendos, sin tocar en lo más mínimo, claro está, al capital ni a la ganancia. El “socialismo” designaba un movimiento burgués, el “comunismo” un movimiento obrero. El socialismo era, al menos en el continente, una doctrina presentable en los salones; el comunismo, todo lo contrario. Y como en nosotros era ya entonces firme la convicción de que “la emancipación de los trabajadores sólo podía ser obra de la propia clase obrera”, no podíamos dudar en la elección de título…” Así que el modelo que se nos impone tampoco es socialista, sino comunista.

Afortunadamente, la historia ha comprobado que Marx y Engels estaban equivocados. Países como Rusia, Vietnam, China y otros han abandonado los dogmas socialistas que lamentablemente Venezuela insiste en cultivar a expensas de la economía y el pueblo. El Socialismo demostró ser mejor en democratizar pobreza que en crear riqueza, un fracaso que fomenta la corrupción y una economía subterránea. El mejor ejemplo es Cuba, capital del turismo sexual, de donde salen 70.000 balseros al año a cruzar “el mar de la felicidad” y muere la mitad en el intento, y donde las jóvenes se prostituyen por un bluejean o un puñado de dólaresOjalá no terminemos aquí descubriéndolo de la misma manera.

@qppasociados