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Javier Ignacio Mayorca Oct 29, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Crímenes sin Castigo | El Curso 63
En esta nueva fase del proceso político, la represión llega no solo a los funcionarios policiales o militares que opinen en contra del régimen, sino también a aquellos que guarden silencio y no los delaten.

 

@javiermayorca

El viernes 16 de octubre, la Inspectoría de Control de Actuación Policial (Icap) de la Policía Nacional Bolivariana remitió al Centro de Operaciones Policiales de ese mismo cuerpo una convocatoria de carácter obligatorio, para que treinta funcionarios de las más altas jerarquías se presentaran el domingo siguiente en las oficinas de ese órgano de investigación interna, en Caracas.

Se trata de una acción sin precedentes en la corta historia de la PNB. De todos los nombres que integran la lista, solo cinco tienen grados de supervisores. Los veinticinco restantes son comisionados, es decir, están en el tope de la pirámide policial. Algunos de ellos se desempeñan en plazas tan remotas de la capital como San Cristóbal y Cumaná. Aun en esta situación de cuarentena, la inasistencia solo agravaría la situación.

Entre todos los convocados había un factor en común: participaban en un chat de WhatsApp denominado Curso 63.

Este nombre, explicó uno de los participantes en ese foro, aglutina a los egresados de la Escuela de Formación de Agentes Policiales (EFAP) en el año 2000. En aquel entonces, la mayoría de los graduandos pertenecía a la Policía Metropolitana de Caracas, aunque algunos laboraban en cuerpos de seguridad municipales o de estados del interior del país.

Estos agentes, surgidos casi todos de las filas de la PM, conformaron en 2009 los primeros cuadros de la Policía Nacional, luego de ser sometidos a un proceso de homologación a los estándares de lo que se llamó el “nuevo modelo policial”; y con el pasar de los años han ocupado posiciones clave dentro del cuerpo civil armado más grande del país, con unos 27.000 funcionarios.

Pero los diseñadores de ese nuevo modelo no tomaron en cuenta el advenimiento de las redes sociales y de los sistemas de mensajería. Poco o nada se dice al respecto en los tres tomos entregados en 2006 por la Comisión Nacional para la Reforma Policial, que sirvieron como base para la gestación de la PNB.

La preocupación comenzó cuando los jefes policiales se percataron de que las informaciones sobre los procedimientos llegaban primero a los medios de comunicación que a sus escritorios, con lo cual perdían el control de la propaganda. Ya no era necesario convocar a una rueda de prensa para suministrar datos que incomodaran a la superioridad, como le sucedió en la primera década de este siglo al entonces jefe de Antiextorsión y Secuestros de Cicpc, comisario Sergio González. Ahora, simplemente bastaba con filtrar las minutas a alguno de los cientos de grupos que comparten funcionarios activos y retirados, docentes y reporteros. Y al poco tiempo el asunto sería del dominio público.

En varias oportunidades, los jefes policiales enviaron advertencias con las sanciones a las que se expondrían los agentes que divulguen datos en foros o sistemas de mensajería. Sin embargo, el control se complicaba pues en algunas localidades la infraestructura de comunicaciones está tan deteriorada que no es posible hacer verificaciones de antecedentes en tiempo real, y la única forma de remitir las novedades es a través de WhatsApp. Y al correr de teléfono en teléfono, el riesgo de una filtración de los informes se incrementa.

En 2018, la Policía Nacional activó una oficina destinada a hacer un monitoreo a las redes sociales. Como objetivos de vigilancia están no solo los periodistas, sino también las fuentes de información. Posteriormente, comenzó el análisis de los grupos creados en sistemas de mensajería, en especial aquellos donde hubiese constancia de la participación de funcionarios. Detectaron que por allí podrían sondear el verdadero clima de opinión entre los agentes, en un momento en que se agudiza la conflictividad política.

En 2019, por ejemplo, una docente de la Universidad de la Seguridad en el interior del país fue llamada a Caracas. Según su propio testimonio, un directivo de la institución le recriminó por haber posteado una crítica al Gobierno en su cuenta personal de Twitter. La amenazaron con expulsarla ipso facto con el argumento de que era “personal de confianza”, y que por ende no podía referirse en esos términos hacia sus patronos. Ella renunció.

Pero el foro llamado Curso 63 era visto como algo más grave que la crítica aislada de una profesora. El régimen inició un monitoreo de los contenidos intercambiados entre los uniformados, para detectar quiénes tenían posiciones críticas hacia Maduro y su entorno.

Según documentación recabada para esta nota, se decidió ir contra ellos para “enviar un mensaje contundente” a los que, según la jerarquía gubernamental, simpatizarían con “grupos extremistas”.

La cacería comenzó en marzo, con la detención del comisionado Will Coche, quien fue presentado en los tribunales de Caracas bajo el cargo de instigación al odio, debido a que posteó en su estado de WhatsApp una imagen en la que expresaba su rechazo a Maduro. Cuando lo llevaron a los juzgados de Cruz Verde, desmayó y tuvo que ser auxiliado por paramédicos.

Coche participaba en el chat Curso 63. Pero en ese momento, los contertulios no sospecharon que el centro de la investigación podría ser ese foro, y no un agente de manera individualizada. Eran los primeros días del estado de alarma, y la atención parecía enfocarse en otras cosas.

De Gedeón a Negro Primero

En la madrugada del domingo 3 de mayo, una comisión de la Fuerza de Acciones Especiales de la Policía Nacional mató en un rompeolas de Macuto a seis hombres que presumiblemente participaban en un plan para capturar a Maduro o a alguno de los oficialistas por los que el gobierno estadounidense había ofrecido millonarias recompensas, y precipitar de paso un cambio político en el país.

Los hombres que navegaban desde la Guajira colombiana habían bautizado esa cruzada con el nombre de Gedeón, el guerrero que según las sagradas escrituras venció a regimientos enteros contando con solo 300 campesinos. Mientras tanto, el oficialismo puso a la operación de los FAES el nombre de Negro Primero. Aunque la PNB emplazó a un número importante de funcionarios, el núcleo central de la acción era una docena de comandos. Una vez levantados los cadáveres, se retrataron frente al teatro de operaciones, con sus fusiles AK-103, pistolas y cascos tácticos.

Pero la foto de los policías no molestó tanto al régimen como la divulgación de sus nombres, dos meses después, cuando se propuso incorporarlos en forma express a las listas de ascensos de la PNB.

Uno de los que reaccionó en contra de esta situación fue el comisionado jefe Daniel Urpín Castañeda, egresado del Curso 63 de la PM y contertulio del chat que llevaba el mismo nombre. Para la primera semana de junio, era jefe de Archivo de Investigación Disciplinaria de la Inspectoría de la PNB. De acuerdo con un acta de notificación firmada por el general (GN) Frank Morgado, director de la Inspectoría de la PNB, este funcionario reveló a través del foro WhatsApp las identidades de los FAES que habían participado en la matanza de Macuto.

Para ese momento, indica el mismo informe, participaban en el chat 171 personas, ubicadas en el Ministerio Público, la policía judicial, Banco Central de Venezuela, Seniat y docentes en varias instituciones. Esto garantizaba que la lista de los ascensos correría como pólvora.

Según la abogada Jackeline Sandoval, Urpín fue privado de libertad el 9 de junio. El día anterior, hicieron lo propio con otro participante en el mismo foro de WhatsApp, el internacionalista y expolicía con once años al servicio del Parlamento Latinoamericano, Nelson Vivas. Según la litigante, ambos fueron despojados de sus teléfonos para extraerles las informaciones que luego sustentarían imputaciones por instigación al odio, a cargo del fiscal 59 Frank Bracho. La presentación se llevó a cabo el 12 de junio en el juzgado 26 del Área Metropolitana, a cargo de la abogada Janeth Jerez Mata.

Urpín y Vivas permanecen en el retén de la Zona 7 de la PNB, donde también fue recluido el comisionado Coche.

Mientras tanto, avanzan las averiguaciones administrativas. Los treinta funcionarios convocados para el domingo 18 de octubre han tenido que justificar su pertenencia al chat Curso 63, en términos que sorprenden por lo inusitado del caso. De acuerdo con la imputación de Morgado, los integrantes del foro enviaron “informaciones en contra del gobierno venezolano y de las políticas públicas llevadas por el régimen, y en ningún momento éstos notificaron al órgano disciplinario”, lo que según su valoración constituye una “novedad de carácter grave”.

En otros términos, según la óptica del inspector general de la PNB, los contertulios estaban en el deber de delatar a quienes hablaran mal de Maduro. Al no hacerlo, se arriesgan a recibir la pena máxima, que es la expulsión de la policía.

La remoción del general en jefe Néstor Reverol del ministerio de Relaciones Interiores aparentemente paralizó la purga en la PNB. La decisión ha quedado en manos de la sucesora en el cargo, la almirante en jefe Carmen Meléndez.

Pero ya fue logrado un primer efecto: implantar el miedo.

Según la abogada Sandoval, “ahora nadie habla en grupos policiales, no interactúan, se van saliendo (…), pues hay una cacería en cuanto a las opiniones que puedan emitir”.

Breves

El 27 de octubre, la Policía Nacional española informó que 293 personas habían sido detenidas en todo el país europeo por el uso de licencias para conducir fraudulentas, aparentemente emitidas por el Instituto Nacional de Transporte y Tránsito Terrestre de Venezuela. De acuerdo con la nota, los documentos eran ofrecidos por gestores a un promedio de 90 dólares, y eran entregados en un máximo de tres días. Esta investigación tenía varios meses en desarrollo. En junio, ese organismo envió una circular a todas sus brigadas de extranjería, en la que alertaba sobre la proliferación de los permisos para conducir venezolanos falsos, “los cuales están siendo utilizados en el interior del territorio español por nacionales de dicho país, cuyos portadores los presentan para identificarse en los controles policiales, en ocasiones junto con el documento de solicitante de asilo”.

Anexo a ese texto, se remitían algunos ejemplos de licencias obtenidas de forma ilegal. En el afán de parecer verdaderas, les ponían códigos de barra en ambas caras.

La licencia de conducir venezolana ya no es entregada en un soporte plástico, sino que es remitida por el INTTT directamente al correo electrónico del titular, en formato PDF, de manera que el propio interesado debe imprimirla y plastificarla. Según la Policía Nacional española, esta característica “hace más fácil su falsificación, al carecer de medidas de seguridad”. En España, el uso de un documento falso por extranjeros podría ser causal para una deportación.

Con la prolongación “flexibilizada” del estado de alarma, comienza un resurgimiento de la criminalidad en el país. Uno de los delitos llamados “marcadores” por el régimen es el hurto de vehículos, en el que los autos, motos y camiones son despojados de sus legítimos propietarios mediante métodos de agilidad y destreza. Entre los meses de enero y marzo, fueron denunciados 861 casos de este delito en todo el territorio nacional. En el lapso abril-junio, la cifra disminuyó a 387, es decir, una baja de 55 % con respecto al trimestre anterior.

Pero en los tres meses siguientes (julio-septiembre) repuntó de nuevo en todo el país, para totalizar 502 denuncias (29 % de incremento).

Las cifras, conocidas extraoficialmente, indican que los delincuentes también están cansándose del prolongado confinamiento. En la zona conformada por Distrito Capital y estado Miranda, el comportamiento ha sido similar al del resto del país. Para finales de septiembre, totalizaban 860 casos reportados. El hurto de vehículos se lleva a cabo primordialmente en las vías públicas. El incremento de la circulación de autos, motos y camiones en los lapsos de “flexibilización” también es aprovechado por los delincuentes.

Las opiniones emitidas por los articulistas son de su entera responsabilidad. Y no comprometen la línea editorial de RunRun.es

 

Una vez tomé un taller de Creación de Personajes con la genial Rosa Clemente. En éste, ella nos dijo: “Los personajes fuertes vienen de los arquetipos griegos. Los arquetipos son patrones de personalidad que se repiten durante la historia de la humanidad. Cuando los estudien, verán reflejados allí a miembros de su familia o amigos. Lo bueno de los arquetipos es que te permiten entender que la gente es como es y así la aprendes a tolerar”. Si jamás me hubiese topado con esta explicación en la vida, ya me hubiese suicidado tomando Baygón frappé. Ahora, años después, recurro a las enseñanzas de mi bella Rosa para tolerar a los tipos de usuarios del whatsapp. Le dedico tantas horas al día a esta bendita aplicación, que se me hizo indispensable clasificar a los whatsapperos para no terminar mandando mi celular a Rusia para que lo usaran de balón en el mundial. Aquí les dejo esta taxonomía para así contribuir con su paz mental.

El administrador de grupo: es un CEO frustrado. Si “administrador de whatsapp” fuese un cargo más relevante, ya lo hubiese colocado en la biografía de sus redes y en su hoja de vida. Es una especie de “grupofílico”. Cuando necesita hablar con dos o más persona a la vez, crea un nuevo grupo de whatsapp y le pone el adjetivo de “temporal” (lo cual se traduce en mínimo dos semanas). Estos administradores de grupos de whatsapp muchas veces se creen presidentes de Corea del Norte: “En este grupo no se puede vender nada, ni compartir porno, ni echar chistes groseros, ni publicar noticias, ni mandar notas de voz de más de un minuto, ni escribir fuera de horarios decentes”. Lamentablemente uno depende tanto de este grupo para vivir, que termina acatando la regla más implícita de todas: “No te puedes salir del grupo”. No obstante, este administrador no sabe que siempre termina recibiendo un golpe de Estado con la canallada máxima del mundo del whatsapp: los miembros crean un grupo paralelo sin decirle nada. Éste nuevo grupo por lo general celebra la renovada democracia con una Junta de Gobierno de múltiples administradores en donde todos gobiernan bajo un mismo lema: hablar mal del administrador anterior.

El procastinador digital: es quien ya asumió el whatsapp como una forma moderna de correo electrónico. Cuando el procastinador recibe un mensaje suele decir: “Ahorita lo leo”. ¡Tenga cuidado! Esas palabras son un mantra maligno. Cuando uno enuncia la frase “Ahorita lo leo”, dicho mensaje automáticamente pasa a los archivos secretos de la CIA para no ser visto nunca más.

El pone tarea: es quien se fue a vivir a otro país. Uno se alegra de su nueva vida, disfruta sus nuevas fotos en instagram y hasta se emociona de verlo haciendo lo que no pudo en su país de origen. Sin embargo, toda esa alegría se derrumba cuando el susodicho le manda a uno el siguiente mensaje: “Amigos, ya no usaré más este número. Por favor guarden mi nuevo número: +34-787-354-63-82”. Ahí, a uno se le activa el procastinador y dice: “Ahorita lo agrego”. Resultado: más nunca vuelves a hablar con esa persona.

Mario Whatsapp Llosa: cuando esta persona responde, uno dura cinco minutos leyendo “escribiendo… escribiendo… escribiendo…” cuando de repente, ¡PLAM!… cae ese bloque de texto. Usted le da con el dedo para abajo, para abajo y para abajo hasta toparse con la ya famosa frasecita azul que dice “Leer más…”. Esa pequeña frasecita desencadena en uno un pensamiento muy particular que se resume en la siguiente frase: “Tengo mejores cosas que hacer. Jódete”. Y allá termino esa biblia… en los archivos secretos de la CIA.

Estos son los arquetipos whatsappenses encontrados hasta ahora. Si tiene más, hágamelos llegar. Pero antes de despedirme, le pido un favor. Como ve, este artículo cumple con la cualidad de ser tan largo que le podría aparecer el textico azul de “leer más”. Por eso, si quiere hacerle una maldad a alguien, no me deje en visto. Cópielo ya mismo en su whatsapp y mándeselo al administrador de su grupo.

 

@reubenmorales