12 alcabalas, dos bidones y un Weimaraner - Runrun
12 alcabalas, dos bidones y un Weimaraner
Crónica de un viaje al interior en un país con más funcionarios policiales y militares que gasolina 

“¿Ese es un Pitbull?”, le preguntó un Guardia Nacional a Adolfo en la alcabala de la población de Yaracal, estado Falcón. “No, es un Weimaraner”, respondió Adolfo, quien a bordo de su camioneta se dirigía desde Caracas a Coro junto a su amigo Esteban en la última semana de agosto de 2020, lapso que era de tránsito flexible de acuerdo al esquema 7×7 impuesto por Nicolás Maduro a raíz del coronavirus. 

Sobre una almohada en el asiento trasero iba dormido la nueva mascota de la esposa e hijastras de Adolfo, un cachorro que llamó la atención de al menos dos oficiales de la Guardia Nacional, un PoliCarabobo y dos miembros de la Policía Nacional Bolivariana en las alcabalas del trayecto hacia el occidente del país. “¿Y ese perro?” y “¿Qué raza es?”, eran las preguntas más frecuentes cuando los funcionarios pedían al conductor que abriera la ventana trasera del vehículo.

Adolfo y Esteban salieron de la capital rumbo a Coro pasadas las 8 de la mañana del 26 de agosto y consiguieron 12 alcabalas, en todas le preguntaban hacia dónde iban y a qué se dedicaban.

“¿Cuál es el interés en saber qué hace uno? Nunca he entendido eso”, se cuestionó Adolfo. Adolfo se limitaba a decir que era ingeniero y que iba a Coro a visitar a su familia y por supuesto que el perro que iba detrás era un regalo para su mujer. 

Preparar el viaje no fue nada fácil, con dos semanas de antelación Adolfo buscó gasolina por doquier, logró llenar el tanque en una estación de servicio en dólares y a traves de un amigo compró dos bidones cada uno con 20 litros de combustible en el mercado negro.

“Chamo no se puede viajar para Coro sin al menos un bidón, son seis horas de carretera y por más que tengas el tanque full si te agarra una cola, te fregaste”, le comentó Adolfo a Esteban.

La gasolina “bachaqueada” le costó a Adolfo 2 dólares por litro, 1,5 $ más de lo que cuesta en una de las denominadas estaciones de servicio internacional. Para llenar dos bidones de 40 litros, Adolfo gastó 80 dólares. “Y eso que el tipo es pana”, dijo Adolfo.

En la autopista regional del centro había un considerable flujo de carros en vista de la semana flexibilizada. La mayoría era transporte de carga, vehículos que eran automáticamente detenidos a un costado de la carretera por las autoridades en las alcabalas. 

En el peaje de Guacara en la autopista regional del centro el punto de venta no servía y como Adolfo no tenía los 10 mil bolívares en efectivo que cuesta atravesar el puesto de control, la mujer que operaba la caseta le dijo que siguiera de largo y en tono de broma que pagara de regreso.

La primera cola de carros para echar gasolina la vieron Adolfo y Esteban en la estación de servicio Las Morochas en la ARC, era una hilera de vehículos que ocupaba todo el hombrillo de la carretera. Lo curioso del asunto es que ni siquiera estaban surtiendo el combustible, los conductores esperaban bajo un sol inclemente por la llegada de una gandola. 

Ya en el distribuidor de Yagua en la frontera entre el estado Carabobo y Falcón, el flujo de carros comenzó a disminuir, pero las alcabalas seguían, esta vez una en las cercanías de la refinería de El Palito provocó un embotellamiento de aproximadamente 20 minutos de duración. La Guardia Nacional detenía a cada carro, las preguntas eran las mismas: ¿Hacia dónde van?, ¿Qué profesión tiene usted? y en el caso de Adolfo, ¿Y ese perro?.

Después de pasar Tucacas, los pueblos que consiguieron en la vía hacia Coro parecían de fantasmas, negocios cerrados, los toldos en la carretera donde antes vendían natilla, dulce de leche, queso de cabra y la popular arepa pelada desiertos. La única aglomeración de personas giraba en torno a las contadas estaciones de servicio operando.

La única bomba en la localidad falconiana de Yaracal estaba surtiendo combustible, pero la cola se perdía en el horizonte, mientras que en la de Guamacho un cartón con la frase “No hay gasolina” adornaba la escena. 

Un par de kilometros despues de pasar Guamacho Adolfo se detuvo a un costado de la vía a vaciar uno de los bidones de gasolina en el tanque de su carro, mirando hacia todos lados y con algo de nerviosismo, sacó el envase de la maleta y empezó a verterlo, mientras ya un inquieto perro mordía el cinturón de seguridad trasero. 

El viaje continuó y las alcabalas no dejaban de aparecer, algunas de manera imprevista. En la población falconiana de Cumarebo, un miembro de la Policía Nacional Bolivariana tuvo la osadía de pedir la cola hasta Coro, pero cuando vió al perro en el asiento trasero retrocedió. “¿Muerde?”, preguntó el PNB. “A veces a quienes no conoce”, dijo Adolfo con una sonrisa irónica. El agente policial hizo una seña con la mano para que Adolfo y Esteban siguieran su camino.

Coro ya estaba cerca y en el semáforo que da entrada a la ciudad había otro grupo de policías reunidos, pero no se trataba de una alcabala, solo estaban dirigiendo el tránsito porque la luz se había ido desde las 11 de la mañana y ya eran las 2 de la tarde. 

Cocinas eléctricas sin luz 

De acuerdo al Instituto Nacional de Meteorología e Hidrología (Inameh) la sensación térmica en Coro durante la última semana de agosto osciló entre 37 y 39 grados centígrados, factor que probablemente incidió en que algunas personas caminaran por las calles con la nariz fuera del tapaboca, incluso algunos sin la mascarilla. El distanciamiento social era discrecional, en abastos, bodegas y farmacias algunos optaban por mantener un alejamiento prudencial, otros parecía que se fusionaban con sus semejantes.  

La mayoría de los comercios en el centro de la ciudad estaban abiertos, especialmente aquellos que venden comida y medicamentos, pero también electrodomésticos y calzados, algunos con las santamarías a medio abrir. Ventiladores de todos los tamaños, máquinas de afeitar y cocinas eléctricas eran los productos más exhibidos en las vidrieras. La crisis con el gas doméstico ha hecho que las cocinas a electricidad se conviertan en un artículo de casi primera necesidad en los hogares corianos, pero a veces las constantes fallas de energía ha hecho que algunos ya empleen hasta leña.

El regreso 

Adolfo y Esteban estuvieron una semana y media en sus respectivos hogares en Coro, planearon devolverse a Caracas el viernes 4 de septiembre, esta vez sin la compañía del perro. Antes de ello la odisea de dotarse de gasolina continuó, en contadas estaciones de la capital falconiana estaban surtiendo y las colas no eran de horas, sino de días. Además solo vendían 20 litros por carro. Adolfo debió recurrir nuevamente al mercado negro, pero esta vez le tocó pagar 2,5 dólares por litro, solo le alcanzó para llenar el tanque de su camioneta de 75 litros y un bidon de 20.

Las 12 alcabalas de Coro a Caracas le hicieron bajar la ventanilla del piloto y mostrar su salvoconducto porque se trataba de una semana de cuarentena radical según lo dispuesto por el gobierno madurista. 

En la de El Palito esta vez no fueron 20 minutos sino 40 y estacionados, por alguna razón que nadie conocía los vehículos se detuvieron, cinco barriles pintados de naranja interrumpieron el paso. La gente bajaba de los carros, pero nadie se atrevía a moverlos. Al rato aparecieron tres miembros de la Guardia Nacional y abrieron el tránsito. Los funcionarios se habían ido por un momento de la escena y dejaron el acceso trancado. Nunca se supo que estaban haciendo. 

En cuatro oportunidades le exigieron el salvoconducto a Adolfo, en una alcabala cercana a Tucacas en Falcón hasta le pidieron licencia de conducir y carnet de circulación. Por supuesto no faltaron las preguntas: “¿A qué se dedica?” y “¿Hacia dónde van?”, aunado a la exigencia de abrir el vidrio trasero, pero esta vez no había perro que llamara la atención. 

Entrando a Caracas, el primer paisaje fue una hilera de carros desde los edificios de Fuerte Tiuna hasta la estación de gasolina que está cercana al Distribuidor La Araña. Adolfo se asombró y quiso averiguar si la aglomeración también se producía en las bombas con precios internacionales. Llegó hasta la de Las Mercedes y en efecto la cola se perdía hacia Bello Monte. Apenas una semana fuera de Caracas y el colapso se extendió hasta en las estaciones dolarizadas.

Llegando a su casa en La Tahona llamó a su esposa para decirle que había arribado sano y salvo a la capital. La mujer le dijo que sus hijas estaban bromeando con ponerle de nombre al perro “Bidón”.