Ruth Lerner de Almea: El vivir para los otros por Paulina Gamus - Runrun

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La desaparición física de Ruth Lerner de Almea ocurrida como si las casualidades existieran, el pasado 4 de mayo día de la Madre, tuvo que haber sido ampliamente reseñada por la prensa nacional si las circunstancias del país fuesen otras. Serían otras si no existiera el marcado propósito de enterrar no solo los cuerpos de los protagonistas de la historia democrática del país, sino también sus obras y logros. La historia de la educación venezolana en las cuatro décadas que mediaron entre 1958 y 1998,  jamás podría ser escrita con apego a la verdad y a la justicia, sin destacar como una de sus más brillantes hacedoras a esa judía nacida en Besarabia pero más venezolana que muchos criollos por generaciones.

Ruth Lerner Nagler, la hija mayor de Noah y Matilde, llegó a Valencia, capital del estado Carabobo cuando escasamente contaba cuatro años de edad y solo hablaba idish, la lengua materna. El español se incorporó muy pronto como el lenguaje vital de Ruth, pero siempre arrastró la erres en su habla, como para que sus orígenes no la abandonaran. Noah el padre, era no solo Jazán o cantor de sinagoga sino también un ferviente lector como lo era su esposa Matilde. En aquella casa sin bienes materiales pero llena de libros, crecieron Ruth y su hermana menor Elisa. Estaban ambas destinadas a compartir con otros lo que aprendían, Ruth como maestra y Elisa como escritora.

Ruth eligió la carrera de la docencia para ejercerla mucho más allá de una simple profesión. Enseñar fue su misión primaria y perenne y lo hizo no solo en forma directa en el aula, sino en todo lo que escribió, planificó y realizó a lo largo de su vida.  Le tocó el honor -y a sus  beneficiarios el privilegio- de ser la primera presidenta que tuvo la Fundación Gran Mariscal de Ayacucho, creada durante el primer gobierno de Carlos Andrés Pérez. A Ruth le correspondió sentar las bases y delinear los programas delque sería sin duda el proyecto más original y ambicioso de la educación venezolana. Quienes lo criticaron señalándolo como uno de los excesos de la Venezuela saudita, debieron retractarse cuando vieron el resultado: miles de jóvenes que salieron del país para conocer otros mundos, aprender otras lenguas, abandonar la visión parroquial de las cosas y regresar con posgrados y especializaciones que los calificaron como excelentes profesionales. Ruth fue también la primera mujer venezolana en ejercer el cargo de ministra de Educación, sin duda un reconocimiento y un acto de justicia del presidente Jaime Lusinchi a la trayectoria impecable y colmada de frutos, de una vida dedicada a la mejor educación de los venezolanos. La que formaba no solo para el conocimiento sino también para el civismo, la civilidad y la democracia.  Más tarde Ruth Lerner sería la primera mujer embajadora de Venezuela en la UNESCO a donde llegó para sentirse como en casa después de haber sido una excelsa funcionaria, directora del programa de becas de ese organismo.

No se puede hablar de Ruth Lerner sin añadir el Almea que siempre llevó con orgullo y que pertenecía a su esposo José. Agregar ese apellido a su identidad fue un acto de amor doloroso y traumático, un drama no solo familiar sino comunitario. Era especialmente difícil que aquella pequeña comunidad ashkenazi en la que todos se conocían y constituían una familia unida por la religión, el idioma y las tradiciones, aceptara el matrimonio de una de sus más preciadas joyas, la brillante hija veinteañera de Noah el Jazán y de Matilde la piadosa idishe mame, con un goi. Ruth demostró entonces su carácter y personalidad, toda la fuerza y valor que hacían falta para desafiar la oposición paterna y el cuestionamiento comunitario. Su matrimonio la enfrentó a otros retos como incursionar en la lucha clandestina contra la dictadura de Pérez Jiménez, el encarcelamiento del esposo y luego el exilio. En  los países de Centro América donde les tocó vivir el extrañamiento de su patria -El Salvador y Honduras- el paso de Ruth dejó huellas imperecederas en el desarrollo educativo. Y en esa entrega suya a la educación de niños y jóvenes de países pobres y atrasados, estuvo siempre viva la esencia milenaria del judaísmo: el conocimiento y el saber como el mejor legado a los hijos. Para una educadora desde el corazón como fue Ruth,  cada niño, cada joven que pasaba por un aula era un  hijo.

Tampoco se puede hablar de Ruth sin destacar su amor incondicional por Venezuela, un amor cuyas dimensiones solo pueden entender aquellos inmigrantes que abandonaron países de climas helados, pobreza infinita y odios religiosos, para encontrar en tierras venezolanas no solo calor climático sino también humano. Son esos inmigrantes a los que le cuesta irse y prefieren quedarse y soportar los cambios que han deteriorado su calidad de vida, antes que volver a lugares a los que no pertenecen, ni siquiera su tierra natal. Todo lo que hizo Ruth, desde su elección de la docencia como profesión, su valiente actuación durante la dictadura perezjimenista, las dificultades del exilio y luego su obra educativa durante los cuarenta años de democracia, fue por amor y eterna gratitud a Venezuela.

Ruth se fue apagando lentamente, la última vez que la visité hace cinco o seis años, aún tenía destellos de su prodigiosa lucidez para interesarse por el devenir político del país y preguntar si era posible y cercano un cambio que significara el rescate de los valores democráticos. José Almea, su compañero de siempre, el “Profe” como lo llamaban los amigos, era como el adivinador de sus palabras, solícito y abnegado en su entrega a quien ya se sabía iba perdiendo contacto con el mundo exterior. Cuando llamé a mi querida Elisa para expresarle mi pesar por la muerte de su hermana mayor, le dije que D.s fue generoso con Ruth al evitarle confrontarse con una realidad que se ha ido haciendo cada día más dolorosa y que es especialmente preocupante en el área de la educación a la que ella dedicósu vida.  Algún día, cuando se rescate la verdadera historia contemporánea de Venezuela y se trate con justicia la memoria de los hombres y mujeres que lograron construir una sociedad amante de la libertad, con principios y valores éticos y democráticos, el nombre de Ruth Lerner de Almea estará entre los primeros. Zijroná librajá querida Ruth.

@Paugamus