Actualidad y emociones | Tiempos confusos
Tiempos confusos vivimos. Síntomas de esta época de un déficit de liderazgo en el mundo, y de mucho ruido en las redes digitales
La novela Tiempos recios, de Mario Vargas Llosa, retrata una época donde las cosas estaban más o menos claras. En plena guerra fría entre Estados Unidos y la Unión Soviética cualquier sospecha de comunismo era una condena para quien no estuviera alineado con el imperio de América del Norte y de sus empresas multinacionales. La novela de Vargas Llosa relata el caso de Jacobo Árbenz, presidente de Guatemala derrocado en 1954 en un golpe militar orquestado por la CIA y precedido de una campaña de propaganda ideada por el padre de las relaciones públicas, Edward Bernays (el sobrino americano de Sigmund Freud). La campaña mediática y de lobby la pagó la United Fruit, el emporio estadounidense de la banana, que no quería políticas de reformas sociales y agrarias que favorecieran a los campesinos guatemaltecos. Eran tiempos de mayor claridad geopolítica e ideológica.
Hoy podríamos escribir una novela intitulada Tiempos confusos. Esa claridad del blanco y negro de los tiempos de la bipolaridad capitalismo – comunismo se acabó. En Francia, al menos desde la perspectiva de los judíos, se expresó en las recientes elecciones legislativas la más evidente de las expresiones de esta confusión.
Ante las posiciones antijudías de partidos que integran el Nuevo Frente Popular (NFP), especialmente de uno de sus componentes conocido como la Francia Insumisa, los votantes judíos se vieron en la disyuntiva de tener que apoyar al Agrupamiento Nacional (AN), heredero del Frente Nacional que en sus primeros tiempos estuvo liderado por Jean-Marie Le Pen, un antisemita confeso y cuasi apologista del genocidio de los judíos perpetrado por los nazis (una vez se refirió a los campos de exterminio como un “detalle en la historia”). Hoy la líder del AN, Marine Le Pen (hija de Le Pen el fundador), asegura que no son antisemitas y ha declarado su apoyo a Israel en su guerra contra Hamás.
De allí se presentaba el dilema judío: apoyar al AN y así evitar que el NFP formara parte de un futuro gobierno francés en una coalición con los llamados sectores republicanos, o evitar que un partido de derechas nacionalista antiinmigración, con cierto discurso xenofóbico, se convierta en la primera fuerza política del país.
El periodista Alejo Shapire lo dijo bien en X (antes Twitter): el dilema era votar por los antisemitas para evitar que los racistas accedieran al gobierno. El voto judío apenas cuenta en Francia, pero el caso demuestra el nivel de confusión que estamos viviendo.
Otro tanto sucede en Hungría. Allí gobierna Viktor Orbán, un presidente de derechas populista, nacionalista, xenófobo, que ha atacado la libertad de expresión y la libertad universitaria, y que tiene como enemigo número uno al multimillonario George Soros, un judío antiisraelí. Orbán, por su lado, apoya la campaña que lleva adelante el ejército israelí para acabar con Hamás en Gaza. Pero Orbán se ha valido de estereotipos clásicos contra los judíos al acusar a Soros de intervenir en los asuntos internos de Hungría. Un presidente pro-Israel enfrentado a un portento de las finanzas judío antisionista. Cosas veredes.
Algo similar pasa con otros partidos de las derechas nacionalistas y sus variantes, como Vox en España, el Partido por la Libertad en los Países Bajos, o el Partido de la Libertad de Austria, que favorecen a Israel frente a Hamás y denuncian el antijudaísmo de la izquierda más radical. Incluso la presidenta del gobierno italiano, Giorgia Meloni, quien en su juventud estuvo afiliada con el neofascismo, ha llamado la atención a jóvenes de su partido Fratelli d’ Italia por expresiones racistas y antijudías.
La pregunta es válida: ¿no será más bien que la derecha extrema se ha acercado más a Israel, ahora gobernada por una coalición de derecha con extremistas nacionalistas en su seno? Puede haber algo de eso. Sin embargo, el antisionismo y antisemitismo de la izquierda radical en Europa, Norteamérica y Latinoamérica precede al enfrentamiento más reciente entre Israel y Hamás. Más bien, es la izquierda radical la que se ha acercado al fundamentalismo islamista, a quien ve como un aliado en su lucha contra el Occidente capitalista. Y ese contraste explica de alguna forma el acercamiento de las derechas populistas hacia Israel.
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Entre senilidad y venganza
En Estados Unidos la confusión reina entre electores que se ven enfrentados a dos opciones, ninguna de las dos muy prometedoras. Una representa la continuidad del gobierno de Joe Biden, con un presidente que tiene claros signos de decaimiento físico y mental. La otra opción es el retorno de Donald Trump a la presidencia, que volvería como el vengador furioso para saldar cuentas pendientes de su primer gobierno y de los procesos judiciales de los cuales ha salido condenado y los que tiene pendiente de sentencia.
El mundo asiste sorprendido ante la decadencia de la clase política estadounidense. Y los enemigos de Estados Unidos observan con satisfacción cómo las opciones para la futura presidencia de la primera potencia económica y militar del mundo se debaten entre la decadencia senil y el narcisismo inmoral. Cualquiera de los dos como comandante en jefe indica a Rusia, China, Irán y las diferentes variantes antioccidentales, desde los islamistas hasta la izquierda populista latinoamericana, que el poder de influencia de Estados Unidos está en decadencia.
La izquierda por el suelo
Vayamos ahora a Venezuela. Uno de los “logros” del chavismo en estos 25 años ha sido desprestigiar cualquier expresión política que se parezca o recuerde al socialismo. El legado del chavismo por su desastre en la gestión económica, la corrupción multibillonaria en dólares, la pobreza de los resultados sociales y educativos, y la masiva migración de venezolanos, ha marcado la opinión de muchísimos venezolanos quienes pasaron de favorecer algún tipo de opción “socialista” (la socialdemocracia de Acción Democrática o el socialcristianismo de Copei), a rechazar los planteamientos de izquierda. Al menos, la retórica del chavismo ha sido la de una supuesta revolución socialista, lo que produce rechazo entre una buena parte de la población venezolana.
Ahora, una líder de la derecha, María Corina Machado, ha tomado las riendas de la oposición. Están por verse los resultados de las elecciones presidenciales del próximo 28 de julio. Sin embargo, todas las encuestas serias dan como ganador al candidato de la coalición opositora, Edmundo González Urrutia, quien va montado en la ola del liderazgo de Machado. ¿Significará una eventual victoria de González Urrutia el fin de las opciones de izquierda en Venezuela? Seguramente no. Pero el legado del socialismo bolivariano de Chávez y Maduro sin duda marcará el futuro del imaginario político venezolano, contribuyendo a la confusión ideológica que vivimos en el mundo. Ya las distinciones entre derecha e izquierda no resultan tan claras. Socialismo no es sinónimo de justicia social ni de prosperidad. Eso lo saben muy bien los venezolanos.
No más caprichos ideológicos
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Pero es desde una oposición de izquierdas al chavismo que también se critica a la derechista María Corina Machado, tanto o más de lo que se critica al régimen que encabeza Nicolás Maduro. Por ejemplo, a Machado se la cuestiona por haber insuflado esperanza en una buena parte de la población que ansía el fin de los 25 años de chavismo chambón y corrupto. Se la acusa de ser una “vendedora de ilusiones” que promete la reunificación de las familias divididas por el exilio de millones de venezolanos. Esa izquierda, más bien intelectual y desconectada de la cotidianidad de la gente, no soporta que una mujer originaria de una familia con solera empresarial sea la cara visible de una oposición que renació de las cenizas después del fracaso del gobierno interino de Juan Guaidó.
Tiempos confusos vivimos. ¿Se ve claridad en el horizonte? Difícil decirlo, al menos de cara al resultado del 28 de julio en Venezuela, o del ganador de los comicios en Estados Unidos en noviembre, y o del futuro de una Francia cada día más polarizada entre la derecha nacionalista y la izquierda radical proislamista. Síntomas de esta época de un déficit de liderazgo en el mundo, y de mucho ruido en las redes digitales.
El final del humanismo y de las cosas
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* La imagen que preside esta nota es una viñeta del autor, puedes ver más en este enlace.
* Profesor de la Universidad de Ottawa (Canadá).
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