La impotencia de la incertidumbre - Runrun
Antonio José Monagas Abr 30, 2022 | Actualizado hace 2 meses
La impotencia de la incertidumbre
Edgar Morin, filósofo y sociólogo francés, explica que “la política es el arte de lo incierto, lo que nos lleva a un principio de incertidumbre generalizada

 

@ajmonagas

Hablar o escribir desde la incertidumbre, es una manera de suponer lo que podría contener el futuro. Aunque se piensa que dudar de la certeza es afirmar que todo es incierto. O a decir del físico y filósofo francés Blaise Pascal, de que “no es cierto que todo sea incierto”.

Es natural que la duda comprometa el miedo que puede sentirse ante algo que se ignora. Pero también es propio sentir algo de seguridad ante una realidad evidente. Sin embargo, el miedo está siempre merodeando en toda situación desconocida. El problema surge cuando acecha el peligro causado al no atisbar la dificultad capaz de empeorar la situación.

La incertidumbre en la política

En política, este problema es bastante frecuente. Generalmente ocurre al no hilvanar las razones que configuran el riesgo o peligro. Y eso aparta la posibilidad de apuntar lo que en la administración de negocios se llama “ganar-ganar”.

Edgar Morin, filósofo y sociólogo francés, explica que “la política es el arte de lo incierto, lo que nos lleva a un principio de incertidumbre generalizada”. He ahí el problema ante el cual vale disertar sobre la impotencia de la incertidumbre.

Y justo acá tiene cabida criticar la postura de quienes, apostando a la desfachatez, los convierten en “arqueólogos de la infamia”. Solo por hacer ridículo alarde de “eruditos de la política”. Cuando, a lo mucho, son rabiosos “pésimos profetas del desastre”. Mas, cuando presumen tener capacidad no solo para saberlo todo. Sino también, para interpretar el fondo de la política.

En los últimos tiempos, el maniqueísmo de la acción política ha salpicado cualquier cantidad de situaciones. Sobre todo, cuando estas buscan camuflar el azar con la excusa de revestir la democracia con la institucionalidad que corresponde a su longanimidad.

Ese maniqueísmo, propio de regímenes deformadores de la democracia, justifica que naciones sometidas a autócratas se resignen ante las determinadas condiciones ungidas de un falso bienestar. En esas naciones solo tienen cabida criterios que exalten lo contrario a las libertades y los derechos.

En el caso Venezuela

En Venezuela, los tiempos recientes han sido barridos por el azaroso efecto que causa actuar del lado de la desesperanza. Y esta anima conflictos que terminan avivando la incertidumbre. Lo que tenemos es puro patrioterismo de vitrina, acompañado de un liderazgo de orilla. En medio de situaciones así, muy probablemente todo termine en un lugar bastante alejado del punto de partida. Causado por la pérdida del sentido de orientación política.

No cabe pues consentir a todo aventurero de la política que, por despechado, se torne insolente. Además de embustero y chapucero. Cualquier actitud que roce conductas belicosas o mediocres, sobre todo si se muestra un comportamiento insolente, puede hacer más daño que cualquier laceración.

Así que, en el fragor de tan insidiosas realidades, cualquier ejercicio de política podría verse desvirtuado como resultado de absurdos que viven sociedades sensibles ante las crisis que agobian a la ciudadanía. Y Venezuela, está ahí. Por eso, en política luce mejor mantener una distancia prudencial a lo que pueda ser razón de peligro o riesgo, que adentrarse en la incertidumbre sin saber hacia dónde conduce.

Razón tuvo el escritor y periodista mexicano Carlos Monsiváis, al decir que “la verdad se robustece con la investigación y la dilación mientras que la falsedad, con el apresuramiento y la incertidumbre”. De ahí que, en el lenguaje de la política, es proclive referirse a la impotencia de la incertidumbre.

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