El ritual del honoris causa varÃa de una universidad a otra, llegando incluso algunas a sustituir el birrete por boina
El honor es uno de los atributos más difÃciles de definir. La Real Academia asocia el término a una cualidad moral, lo cual complica aun más las cosas, porque la moral tiene que ver con conceptos de engorrosa precisión, como el bien, el mal y el obrar correctamente conforme a la conciencia. Y asÃ, en un par de saltos, ya nos encontramos con Immanuel Kant, su filosofÃa moral y su imperativo categórico. «Obra solo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal», nos dice el filósofo. Es decir: uno deberÃa querer que las propias acciones fuesen leyes universales de comportamiento o dicho más corrientemente: trata a los demás como tú querrÃas que fuese el trato de todos.
Asà pues, con el honor nos pasa lo mismo que a San AgustÃn con el tiempo: aunque uno no sea capaz de definirlo bien, puede reconocerlo con claridad. Uno sabe de gente de vida honorable y la admira. La historia universal da cuenta de personalidades que han trascendido por su estatura moral. Gente que vive o vivió conforme a principios y valores universales que hemos valorado en todos los tiempos: sabidurÃa, bondad, honestidad, valor, justicia, compromiso con el prójimo, etc. También uno distingue con claridad aquellos seres en los que el honor está en pausa.
En tanta estima se tiene al honor, que las universidades conceden un grado especial al que denominan «doctor honoris causa», literalmente «a causa del honor». Es la máxima distinción que otorga el claustro a una persona «docta» en el sentido cásico del término: sabia, iluminada y poseedora de unas cualidades y de una trayectoria de brillo intelectual que hacen que a la academia le resulte un honor tener a esa personalidad entre los suyos, asociar su nombre al de la institución. Asà que aquà el honor es doble: tanto para el homenajeado como para la universidad que lo honra. Por eso la concesión del doctorado honoris causa, en los más solemnes actos, está acompañado de un ritual de profundo simbolismo. Se entrega al doctorando el birrete, unos guantes blancos, un anillo y un libro:
- El birrete: «…para que no solo deslumbres a la gente, sino que además, como con el yelmo de Minerva, estés preparado para la lucha».
- El anillo: «La SabidurÃa con este anillo se te ofrece voluntariamente como cónyuge en perpetua alianza».
- Los guantes. «Estos guantes blancos, sÃmbolo de la pureza que deben conservar tus manos en tu trabajo y en tu escritura, sean distintivo también de tu singular honor y valÃa».
- El libro: «He aquà el libro abierto para que descubras los secretos de la Ciencia (…) he aquà cerrado para que dichos secretos, según convenga, los guardes en lo profundo del corazón».
Este ritual varÃa de una universidad a otra, llegando incluso algunas a sustituir el birrete por boina («para que tus ideas prevalezcan por encima de las de los demás»), el anillo por manopla («para que convenzas a los que no esté de acuerdo»), los guantes blancos por guantes de boxeo («para que no olvides que la lucha es literalmente a golpes») y el libro por un mazo («porque a veces hay que abrirle el entendimiento a la gente»). En fin, cada institución decide con qué criterios selecciona aquellos a los que quiere asociar su prestigio y destino. Como dirÃa el maestro Pedro León Zapata: hay casos en los que el desprestigio es mutuo.
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