¿Por qué tanta desconfianza?
No es secreto para nadie la desconfianza que existe de cara al proceso político-electoral en Venezuela
No es secreto para nadie la desconfianza que existe de cara a las realidades políticas venezolanas. Sobre todo, ante la proximidad de un nuevo proceso político-electoral el cual despierta muchas sospechas que advierten sobre posibles irregularidades.
Son distintas las razones que fundamentan esa desconfianza. Sustentadas no solo en las vivencias de anteriores procesos, sino también en nuevas variables que enredan aun más los escenarios políticos, económicos y sociales que agobian a Venezuela. Aunque esas razones, lejos de demostrar el talante de la oferta electoral, derivan en un incremento de los problemas que, supuestamente, deben corregirse una vez alcanzados los objetivos políticos.
Aquí aplica lo que refirió Carlos Matus Romo cuando expuso que “cada vez es más común escuchar en la voz de la calle que los partidos políticos son capaces de ganar elecciones. Pero incapaces de gobernar con eficacia” (Planificación y gobierno. Revista de la CEPAL. Abril 1987).
A decir por lo que ha afrontado Venezuela en medio de las crisis políticas que marchitan la esperanza en la población electoral, siempre se han dado situaciones en las cuales se agudizan profundamente los problemas. A pesar de las condiciones que pueden favorecer la susodicha contienda electoral, al final de la misma las tendencias podrían marcar un resultado que habrá revelado contradicciones de interesante caracterización.
El riesgo de atinar al comportamiento político de un proceso eleccionario, como el venezolano, vale la pena. Es propio del análisis político. Es apostarles a las realidades, pero con el auxilio de argumentos consistentes.
La desconfianza desde adentro
En consecuencia, cabe antes aducir que cualquier sufragio, indistintamente del lugar y motivaciones que lo induzcan, obedece a un patrón, regla o medida política que le imprima una conducta organizacional específica. Y que la complica, las carencias e insuficiencias que soporta el organismo electoral en su esencia y movimiento.
Así que para ordenar la conducta política del universo humano participante en un proceso electoral tan complejo como el que habrá de realizarse en Venezuela, deberá incorporarse algún esquema de categorización. Para ello, el conjunto se segmentará en función de las reacciones que otras veces ha caracterizado el proceder de la clase política.
Acá no tiene mayor sentido hablar de la participación ciudadana en sufragios, en tanto que deber político. No hay duda que se admita y reconozca como un derecho. Pero no más. La diferencia sobre la cual se apuntala esta disquisición, estriba en la cultura política que comporta cada individuo al momento de presumir cierta actitud ciudadana ante el acto de votación.
Una categorización desde la desconfianza
Podría hablarse de siete tipos de individuos entre los potenciales electores que se pronuncian en torno al evento político-electoral convocada por el régimen inepto y anacrónico. Se tienen los “abstencionista-disciplinados”, que no creen en el sistema electoral vigente; los “abstencionista-ocasionales”, que no tienen motivos para ir a votar; están los “displicentes”, quienes se refugian en la neutralidad y que están convencidos de que votar no es elegir.
Asimismo, habrá que contar con el pronunciamiento de los “apasionados”, quienes forman parte de los cuadros militantes de los partidos políticos participantes en la conjura electoral); también están los “sugestionados”, que son amigos y simpatizantes que pueden titubear al momento de la votación; los “conminados”, aquellos asustados y comprometidos ante el acto electoral por razones personales o profesionales; y, por último, los “sugestionados”, quienes están persuadidos del derecho político-ciudadano que represente el acto de votar.
Con excepción de los sectores que reúnen a los “apasionados”, los “conminados” y los “sugestionados”, los restantes están integrados por individuos cuyo descontento los conduce a asumir una clara actitud de rechazo. La misma, fundamentada en la desconfianza que ha venido sopesándose a lo largo de los últimos tiempos.
Un remedo democrático
La desconfianza termina por confabular actitudes a partir de las cuales se cimientan procesos políticos de la importancia de una se constituye en primordial razón que puede provocar una hecatombe política difícil de articular y explicar desde la perspectiva del hecho electoral.
No obstante, cada momento electoral genera experiencias particulares. Aunque un tanto diferentes de las anteriores, pues las realidades van enmarañando las referidas experiencias. Solo que al final de cualquier lapso, luce posible advertir las contingencias que, inferidas de las experiencias electorales, van decantando a medida que las circunstancias van pervirtiéndose. Aunque lo peor es que tienden a ser encubiertas por dirigentes políticos cuyos discursos caracterizan la brecha que se desata entre una oratoria recargada de falsas promesas, y las agobiantes realidades palpadas y vividas por la ciudadanía.
Este problema lo padecen -con mayor fuerza- regímenes políticos caracterizados por gestiones despótica-hegemónicas. Es lo que realmente acontece en Venezuela. Y es la razón para que se induzca la desconfianza implícita en un ejercicio político que convoca elecciones políticas bajo el remedo de un ambiente presuntamente democrático. De manera que en medio de tan contradictoria situación, no es extraño pensar ¿por qué tanta desconfianza?
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