La gran lección de Cuba - Runrun
Alejandro Armas Jul 16, 2021 | Actualizado hace 4 semanas
La gran lección de Cuba
No hay pueblos condenados a la resignación eterna. Esa es la gran lección que está dando Cuba. Prestemos atención

 

@AAAD25

Cuba, Cuba. ¿Cómo no escribir por estos días sobre la más grande de las Antillas? Para todo el que ame el Caribe, es duro no tener nada positivo que escribir sobre Cuba, aparte de los poemas de Virgilio Piñera, un dueto entre Ibrahim Ferrer y Omara Portuondo, las pinturas de Wifredo Lam o los filmes de Tomás Gutiérrez Alea. Solo cultura, que la de la isla es riquísima. Pero aunque solo de pan no vive el hombre, tampoco de artes, y el pan es necesario al fin. Así como la libertad. Por eso, uno no puede sino lamentarse por la deplorable situación política y económica de Cuba, incluso desde esta otra trinchera donde, diría Ernst Jünger, se vive una tormenta de acero propia (pregunten nada más a los vecinos de la avenida Guzmán Blanco, mejor conocida como Cota 905).

Antes de que se le cambiara el nombre por razones de liturgia cristiana, los romanos llamaban al domingo dies Solis. Es decir, la jornada del Sol, consagrada al rey de los astros. Este domingo fue como si saliera el Sol en Cuba luego de una noche que duró muchas décadas. Un Sol como el de la carátula del disco Uprising, de Bob Marley & The Wailers, que emerge tras las montañas de la vecina Jamaica a la par del alzamiento del cantante en gesto de reclamo redentor.

Disculpen si tanta metáfora no es de su agrado. Pero es inevitable sentirse, pues… Inspirado ante las protestas políticas más grandes que Cuba ha experimentado desde el célebre Maleconazo de 1994. De hecho, pudiéramos decir que ya sobrepasaron en impacto a aquel evento. Como el nombre lo dice, en ese entonces las protestas se limitaron al corazón de La Habana. Además solo duraron un par de días. Al momento de redactar estas líneas, los sucesos contemporáneos de la isla acumulan cuatro jornadas y no se sabe cuándo o cómo acabará del todo. Y no se dan solo en la capital. Ha habido reportes de manifestaciones en Pinar del Río, Artemisa (¿he mencionado que me resulta fascinante una ciudad con nombre de diosa griega en pleno trópico caribeño?), Matanzas, Cienfuegos, Camagüey, Bayamo, Santiago de Cuba, Holguín, Guantánamo y otras localidades. El arco cubano está encendido de punta a punta.

Así como hay diferencias, hay similitudes. El Maleconazo estalló durante el “Período Especial” de los 90, tiempo de mucha precariedad económica (más de lo normal) debido a la desaparición súbita de la URSS, principal sostén financiero del castrismo por más de 30 años. El malestar económico se transformó en descontento político. Hoy, tampoco, al Estado cubano le dan las cuentas, y donde mandan los comunistas, precisamente debido a su odio a la propiedad privada, un Estado quebrado supone una sociedad desvalida.

Para empezar, el régimen chavista, que al despuntar el siglo XXI reemplazó a Moscú como generoso mecenas del socialismo revolucionario cubano, desde hace años redujo considerablemente sus aportes debido a su propio descalabro económico. Agreguen a eso el efecto de la pandemia de covid-19 sobre el turismo, importantísima fuente de moneda dura en la isla. Ah, y por supuesto, las chapuzas de un sistema de partido único que todavía ve las archirrefutadas tesis de Marx como el Santo Grial de la teoría económica. La gente que tomó las calles sabe quiénes son los culpables de sus cuitas y, al no poder deshacerse de ellos en la próxima elección como en una democracia, se manifiestan sobre el pavimento. Exigiendo libertad y un cambio de régimen.

Otro punto en común con el Maleconazo es la reacción de la elite gobernante. Fidel Castro acusó a Estados Unidos de estar detrás de las protestas de antaño, desestimó como “apátridas” a los descontentos y ordenó reprimirlos con puño de hierro. Su sucesor actual, Miguel Díaz-Canel, está desbaratando ipso facto cualquier esperanza de que fuera un Gorbachov. Es que ni llega a Kruschov rompiendo con lo más horrible de Stalin. Ahí están sus policías y civiles fanatizados intentando aplastar a porrazo limpio a los manifestantes, los cuales, en el discurso oficial, no son más que “contrarrevolucionarios al servicio del Tío Sam”, o ciudadanos confundidos y desinformados. Regímenes como el cubano en el mejor de los casos tratan a sus adversarios como tontos o lunáticos. En el peor, como criminales.

Esa criminalización no es solo retórica. De acuerdo con la periodista Yoani Sánchez, se calcula que, hasta este miércoles, alrededor de 5000 personas habían sido detenidas por las protestas. Las propias autoridades de La Habana han reconocido un muerto. A periodistas, locales o extranjeros, los están arrestando o agrediendo hasta dejarlos con el rostro ensangrentado. Hay videos de la conducta brutal de los represores. Esto es apenas una pequeña muestra de lo que sucede, porque para evitar que el mundo se entere, el gobierno cortó el acceso al internet. Así como a las personas se les prohíbe salir de la isla, lo mismo pasa con las imágenes incómodas. El asesinato de George Floyd en Estados Unidos desató un cataclismo porque todo el mundo lo pudo ver. Asimismo, la supresión desmedida, en ocasiones salvaje, de manifestaciones en Colombia y Chile quedó a la vista de la humanidad entera. Sin embargo, para los apologistas del castrismo, aquellas democracias son peores que Cuba.

Aprovecho que ya los mencioné para referirme a estos individuos con más detalle. Es increíble cómo, a estas alturas del siglo XXI, buena parte de la izquierda universal sigue empecinada en defender la Revolución cubana. Como si otros experimentos marxistas exentos de embargos estadounidenses no hubieran sido también fracasos económicos. Como si la imposición de un régimen de partido único fuera una decisión de Washington y no de los guerrilleros barbudos y sus herederos. Como si no hubiera una persecución descarnada contra políticos disidentes, activistas de derechos humanos y artistas críticos como los del Movimiento San Isidro. Antes, cuando el gobierno comunista hacía gala de su intolerancia con particular desparpajo (e.g. persiguiendo a homosexuales o apresando al poeta Heberto Padilla y sometiéndolo al degradante suplicio estalinista de la “autocrítica”), hasta una parejita de izquierdistas tan militantes como Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir lo cuestionaron.

Los ñángaras de hoy ni eso. Sospecho que lo que los tiene tan descolocados y a la defensiva es que esto no es como en Bahía de Cochinos. No hay un factor foráneo.

Es el pueblo cubano exigiendo su libertad sin la intervención de terceros. No lo entienden ni lo soportan. Así que solo les queda señalar al elemento fantasmagórico del “bloqueo” como fuente de todo mal. O, peor, a tramas de la CIA que parecen sacadas de una copia mediocre de las novelas de John le Carré.

Por otro lado, hay personas en la izquierda que sí parecen haber despertado. Con demasiada demora y tal vez no las mejores palabras, pero están despiertos y admitiendo críticamente la realidad sobre Cuba. Tales son los casos de Rubén Blades y Residente, solo por nombrar a dos. Su mensaje es bienvenido.

No tengo idea de cómo va a terminar esto. Nadie puede garantizar que las protestas tendrán éxito. Subestimar la dureza del castrismo sería el colmo de la candidez. Pero pase lo que pase, estamos viendo algo histórico y, como dije al principio de este artículo, inspirador. Personas, algunas de ellas septuagenarias, que nunca han conocido la democracia, están clamando por ella. No hay pueblos condenados a la resignación eterna. Esa es la gran lección que está dando Cuba. Prestemos atención.

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