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La comunidad internacional no es una… ¿qué esperar de ella?

@ArmandoMartini

La comunidad internacional no es una ni para siempre. Hace décadas la comunidad internacional veía incrédula, sin preocupación ni asombro, el progreso de Hitler y el desarrollo del nefasto nacional-socialismo. Y cómo se armaba cada día más Alemania. Aun así, fue incapaz de actuar para frenar la cruel barbarie que el nazismo desató en Europa. Solo supieron burlarse de la ingenuidad negociadora y pendeja de Arthur Neville Chamberlain, primer ministro británico, cuando las tropas alemanas invadían y se adueñaban de la expuesta pero valerosa Polonia, cuando enfrentaban tanques contra caballería valiente a carne viva.

La sociedad de sociedades, o macrosociedad, en cuyo seno surgen y se desenvuelven grupos humanos, desde la familia hasta organizaciones intergubernamentales, pasando por los Estados, abandonó a Inglaterra; la dejo sola, hostigada y bombardeada hasta que Estados Unidos despertó atacada en Pearl Harbor, cuando militares y políticos japoneses partidarios de la alianza con la Alemania nazi y la Italia fascista consiguieron derribar al primer ministro Mitsumasa Yonai, enterándose de que, les gustase o no, estaban en guerra. Millones de europeos, soviéticos y estadounidenses murieron, muchos en cumplimiento de órdenes desatinadas de jefes remotos, hasta que der Füher clausuró el conflicto suicidándose.

Años después, con excepciones, la comunidad internacional desatendió conflictos en Corea y Vietnam para presenciarlos de lejos, quejosos y críticos. Dos guerras crearon cuatro países, el sur guiado por imposiciones democráticas; el norte atado por órdenes y percepciones comunistas. Al final, Vietnam decidió que seguirían siendo comunista al estilo de Ho Chi Min para luego, en lenta transformación, culminar hoy entre China y Estados Unidos.

Desde entonces la colectividad internacional acomplejada observa, discute y nada o poco interviene. En el conflicto árabe-israelí, iraníes contra británicos y egipcios, iraquíes versus iraníes, un más o menos un todos contra todos, correteando entre occidente y rusos; sirios contra sirios, libios contra libios, egipcios y libaneses dependiendo de por dónde vayan las cosas. Se ha visto con estupor y alivio el derrumbe de la Unión Soviética, el rumbo de Rusia al desorden y la parsimoniosa recuperación convertida en dictadura, bajo el disfraz democrático y no tan libre de Vladimir Putin.

Ahora la comunidad internacional lleva años presenciando timorata, opinando confundida, meditando retraída, desde sus conveniencias, la ignominia, perversión y afrenta venezolana.

Aquí  donde el castrismo demuestra una vez más su experiencia y sapiencia de cómo vivir de los demás. De ser chulos, pero incapaces de dar felicidad.

Han manifestado reiteradamente que Venezuela padece miseria, hambre, presidida por un dictador violador de los Derechos Humanos, declarando contrariedad y pidiendo pronta retirada. No pierden de vista, inquietos y preocupados por la avalancha migratoria, y el renacimiento tímido de la izquierda socialista-comunista en la región, los desplantes de Bolsonaro y la libertad carcelaria del corrupto Lula.

Amenazas del derrotado correísmo en Ecuador, la debilidad en la definición peruana, los peligrosos aspavientos con posibilidades del prochavista Petro en Colombia, y el chantaje violento del Foro de Sao Paulo, Grupo de Puebla.

Pero no son sus únicas angustias, tienen otras más cercanas. La dificultad venezolana se alarga con humillación indolente, sin sentido ni soluciones; la comunidad internacional perezosa tiene paciencia pero no es infinita. Dependiendo del tipo de acuerdo, los miembros pueden recibir ayuda económica, militar y civil en tiempos de crisis o agresiones externas. Los países, ya se sabe, tienen intereses, no amores. Poco espacio va quedando, el tiempo es inclemente.

Para la comunidad internacional, floja y holgazana, más que desórdenes e incomprensiones latinoamericanas los beneficios y ventajas de los países que la integran es lo que importa.

Para taparse las narices y llegar a acuerdos, los pañuelos sobran.

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