Elegía a la maldad
Para no meternos en honduras y traspasar allende los océanos, en América Latina sabemos que no es difícil ser mal gobernante para luego cruzar el Jordán, ufanarse de victorias populares y retomar el poder. En nuestra historia continental los hay de todo género, por cierto. Con muy pocos estadistas de buen cuño, el resto ha devenido en mandones de todos colores y pelambres, calificados como malos, malucos y promotores de tragedias y genocidios.
En esta oportunidad, para tratar el caso, recordamos un género literario de los poetas griegos. Estos, además de exponer como tema principal la muerte, también componían versos sobre temas más amplios como la catástrofe, las derrotas, el amor, el paso del tiempo y la nostalgia, entre otros.
Los calificativos de la mayoría de los venezolanos, asumidos igualmente por la comunidad internacional, los caracterizan como dictadura, régimen autoritario, tiranía.
Aunque, en resumidas cuentas, a estos sencillamente no les importa como los señalen, ya que hace tiempo abandonaron la condición humana. Ensoberbecidos en el poder que los anima a clavar sus colmillos en nuestra esencia nacional, en nuestra riqueza económica, nuestra cultura, en fin, en la herencia civilizatoria acumulada desde tiempos precolombinos hasta el presente.
Recientemente el destacado político español Felipe González, baluarte del rescate de la democracia frente al franquismo que asoló a la madre patria durante 40 años del siglo pasado, reconocía que a Venezuela la abatían dos pandemias: la de COVID-19 y la tiranía madurista.
Sentencia que requiere recorrer una mirada al proceder de regímenes similares en América Latina durante los siglos XX y XXI, cuya existencia no fue justificable bajo ningún argumento; lo que no impide que algunos de ellos cedieran algún legado al momento de trascender su gestión, bien sea en lo económico o en lo social, ya que en lo político lo demolieron todo.
¿Pero estos usurpadores qué nos dejan? En el contexto de la pandemia global nos demuestran su cúmulo de odio. Primero, con la mentira sobre datos de fallecimientos y contagios, pretendiendo alardear de un sistema de salud que ellos sumieron en la ruina; luego, politizando el suministro de la vacuna. Por ello hoy somos el país que menos inyecciones ha puesto en todo el continente, solo superado por Haití, donde no han vacunado a nadie.
Trabajadores de la salud se movilizaron hasta el PNUD para exigir vacunas contra la COVID-19
@froilanbarriosf Para no meternos en honduras y traspasar allende los océanos, en América Latina sabemos…
Mientras Chile ha vacunado hasta el 25 % de la población; y países como Uruguay, Costa Rica y Colombia, entre otros, han desarrollado planes de aplicación, en Venezuela no se ha protegido al primer millón de ciudadanos. Eso sí, las escorias del régimen han sido las primeras en protegerse al ser autoconsideradas “personal esencial de primera línea”; incluso por encima del personal sanitario que batalla en el territorio nacional en hospitales y ambulatorios, donde han fallecido alrededor de 450 trabajadores del sector.
Cuando en un país se impone la maldad como política de Estado, nos reafirma que el odio como combustible de gestión no se detendrá. Que continuará manifestándose en todos los terrenos posibles, como lo ha sido la tortura y muerte de opositores civiles y militares. Así como el cierre masivo de medios de comunicación y acoso a los que aún resisten, destacándose El Nacional, última víctima de la feroz persecución del régimen. Un diario conminado a pagar 13 millones de dólares a un conspicuo representante de la dictadura, por decisión de un TSJ inconstitucional que actúa como bufete del régimen.
Igualmente, esta política criminal se manifiesta en el terreno económico al convertir a las alcaldías, al SENIAT y otros entes estatales en un cepillo implacable recaudador de impuestos contra unas empresas privadas famélicas; a estas les es más factible bajar la santamaría, generando la pérdida de millones de puestos de trabajo.
La perspectiva de los venezolanos que se encuentran en territorio nacional y en la diáspora es superar esta etapa de tragedia humanitaria. Mirarla prontamente por el retrovisor como la fase más oscura de nuestra historia republicana. Como una época vil que no logró imponer su política de maldad y odio, porque cada día es más rechazada en todos los ámbitos de la vida nacional.
De la maldad... por Laureano Márquez P.
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