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La descomposición castro-venezolana

@ArmandoMartini

De las prohibiciones para los ciudadanos de a pie y actividades privilegiadas reservadas al infame Estado castrista, solo quedan torpes y delincuentes manos oficiales. La dictadura cubana, tras meterse en mundo ajeno, naufraga en patio propio. Hoy, sin el discurso tedioso e interminable de Fidel, se encuentra dependiendo económicamente de lo que envían sus discípulos venezolanos, cuya industria petrolera demolieron.

Agotado por la ancianidad, la malhadada economía se mantenía por la pura y simple opresión política, policial y militar. El octogenario charlatán y sus longevos camaradas de confianza, incondicionales e integrantes del Partido Comunista Cubano, se resquebrajan por sequedad y desecación para jamás ser recordados por agradecimiento, bienestar, buenos sentimientos y el dolor de la ausencia.

No fueron las payasadas de Obama, la devoción servil e ignorante de Chávez, ni el petróleo y dólares puestos a disposición sin rendición de cuentas, preguntas o reclamos; tampoco la cara amarrada de Trump ni las expectativas de Biden anciano y compasivo, que terminará por negociar con chinos y rusos, como si La Habana no existiera.

Son excompañeros y examigos los que denuncian andanzas y trapos sucios oficialistas, críticos de la actitud y comportamiento que tienen con la ciudadanía, ya que, parece, pretenden acabar con ella. Lo único que importa es seguir instalado como sea y al costo que sea en el gobierno.

El verdadero problema ha sido el mismo. Las organizaciones mafiosas y sus socios políticos no se apoyan, se vigilan y espían con sigilo arcano; cuando alguno se descarrila, intenta abandonar o quiere imponerse, lo consideran traición y se paga caro. La sociedad nociva, perniciosa lleva tiempo haciendo alianzas -Foro de Sao Paulo, Grupo Puebla- para acabar con colectividades libres, sanas e independientes. Y muchas lamentablemente terminan doblegadas a su capricho delictivo.

De allí, la injustificada prepotencia de los Castro y delirios demenciales fidelistas para convertirse en líder mundial; ambición transmitida y estimulada con maldad al bananero venezolano. Obviando la incapacidad comunista en dar de comer a sus ciudadanos, y el destino castrista de ser un chulo de oficio con sucursales internacionales.

La humanidad avanza con alzas y bajas, choques y acuerdos, pero siempre hacia adelante; sin embargo, la mafia transita -casi a placer- adquiriendo conciencias políticas que retroceden el progreso y desconocen el significado de principio moral, ética y dignidad; unos cuantos dólares son suficientes para venderse, sin importar las consecuencias. El mundo hoy no espera autorizaciones sino pasos diarios de desarrollo, con tan avanzado y potente poderío militar que la isla caribeña y sus colonias son más que un escollo para dejar de lado.

Chinos y estadounidenses compiten por la supremacía económica y comercial del mundo. Rusos gruñen como osos solitarios, porque conscientes saben es lo único que pueden hacer como potencia petrolera de mediana economía, demasiado lejana y escasa de dinero como para seguir proporcionando a Cuba.

Los castro-cubanos, contra la pared, deciden empezar a hacer lo que debieron hace sesenta años: que los ciudadanos se las ingenien y crezcan por sí mismos. El régimen castro-venezolano, que se balancea hacendoso y camaleónico, se adapta, hace metamorfosis según el entorno.

Muy similar a sectores opositores que mutan de acuerdo a conveniencia y beneficio. La diversidad de provechos en los absolutismos dificulta cualquier salida negociada. No hay nadie que pueda librar por todos.

Cuba empieza a transformarse de feroz tiranía represora, comunista y chulos de pendejos, en un país de cuentapropistas. Porque estos, con apenas un pequeño espacio que el Partido Comunista y Raúl Castro les dejaron después de que finalmente sepultaron a Fidel, marcaron un cambio importante en la economía y destino de la isla.

La Cuba castrista no ha tenido más remedio que seguir avanzando. Mientras en su colonia Venezuela la voracidad fiscal de la administración pública, una producción petrolera devastada y veinte años de fracaso, indican que, guste o no, hay que permitir la libre circulación de la moneda imperialista.

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