La suerte está echada
¡Alea jacta est! exclamó Julio César cuando, tras regresar del combate en las Galias, decidió conquistar Roma. Cruzó el Rubicón, entonces prohibido, pero aquella ciudad ahogada en vicio, perversión y asfixiada en costos militares, anhelaba un dictador serio. ¡La suerte está echada! La frase, salvando las distancias, ocurrió este domingo de trampa electoral en Venezuela.
No hay que ser iluminado para asegurar que la inmensa mayoría votó en contra del castrochavismo con el simple gesto de no ir a votar. No importa lo que anuncien, ni los chillidos amenazantes, extorsión, chantaje o recompensas prometidas. Estas “elecciones” de parodia caricaturesca, ridícula y sinsentido, resultaron un desierto de voluntades alimentado por el rechazo y hartazgo ciudadano.
El golpe enseña
La indignación se percibe en los chavistas que no son ladrones ni descarados sinvergüenzas, que los hay. Se convencieron, a golpe de hambre y humillaciones, de que han sido utilizados, engañados y maltratados. Y que el régimen les llama “pueblo” para disfrazar sus errores y compromisos abyectos con la tiranía castrocubana. Esa misma que en siete décadas no se ha preocupado siquiera por alimentar a sus ciudadanos. Y que siempre ha vivido de chulear a los demás.
Sufren la indecencia los chavistas de corazón. Lo comprueban después de veinte años y dos presidentes: el militar mediocre y megalómano, y el chofer de autobús reposero. Lo advierten tras la explotación a mansalva de las riquezas a manos de atracadores bolichicos, sinvergüenzas enchufados y demás alimañas. Como esos militares que atribuyen sus faltas al sabotaje que nunca comprueban. O ese otro infame que, bajo la bendición de un Chávez todopoderoso y arbitrario, aseguraba que PDVSA era roja rojita mientras una de las empresas más prestigiosas del mundo se le desmoronaba entre la corrupción y la ineptitud. Ese mismo que ahora, desde su refugio en Europa, pretende dar lecciones de respetabilidad.
Recibieron un país con posibilidades y día tras día lo esquilmaron y destruyeron con saña, hasta convertirlo en la ruina que es hoy. Entendieron que para cambiar la sociedad requerían destruir el aparato productivo. Y lo hicieron eficiencia y sin reparos. Crearon su propia cúpula empresarial para medrar hasta en los despojos. Pretenden una economía tipo China, dicen los necios proponentes.
Los chavistas de buena fe también se indignan cuando observan un país enfermo, miserable, con todas las puertas cerradas. Y un régimen con dos décadas en el poder que tiene el descaro de prometer que el próximo año se arreglará todo. ¿Quedará país para entonces?
¿Fanatismo ciego o ingenuidad infinita?
A estas alturas ser chavista, y aun más ser madurista, asquea hasta a aquellos que vieron en Chávez al nuevo Mesías. En la España -de Sánchez, Iglesias y Rodríguez Zapatero los llamarían “tonto del culo”, o sea, tonto de ya no más; ingenuo a carta cabal. Tanto, que fue a votar convencido de que la soledad de las mesas se debía a la excelente organización y rapidez del proceso.
Es el mismo chavomadurista que sablea a los amigos y culpa a las sanciones del “imperio” de su desempleo y de que deba andar mendigando. No puede aspirar a ser diputado, concejal o enchufado porque es tan tonto que siendo chavista no tiene amigos en las alturas. Pero empecinado y ciego, anti Estados Unidos, se enorgullece de no haber pisado Miami. Tampoco ha visitado La Habana ni mucho menos Moscú. Y suele confundir iraníes con libaneses.
Pide le “presten” para llevar a su casa, donde vive con su mamá. Pero madrugó y fue a votar tras explicarles a su madre y a un vecino que tuvo la gentileza de brindarle un café, que iba temprano no solo para ser de los primeros, sino por “deber de patria”. Y además “porque repartirán comida”. Después de sufragar y esperar, regresó cerca del mediodía sin lo ofrecido, pero firme en la esperanza. Listo para festejar “el triunfo”. No comerá hoy, pero el muy tonto esperará con ilusión la convocatoria al nuevo fraude, la de gobernadores y alcaldes.
Pero son pocos como él. Ya ni siquiera hay chavismo. Existe tiranía, un poder sustentado en las armas y el miedo, en una red de corrupción como nunca antes en la historia, en la impunidad y una absoluta falta de escrúpulos.
Comienza la nueva etapa, la consolidación de la revolución. Se avecinan tiempos aun más tenebrosos ante la imposición del Estado comunal y el proceso de islamización. La suerte está echada…
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