Tristeza, rabia y preocupación - Runrun
Armando Martini Pietri Dic 03, 2020 | Actualizado hace 4 semanas
Tristeza, rabia y preocupación

@ArmandoMartini

Los estados emocionales son tan básicos que, si nos detenemos a analizar nuestra experiencia, descubriremos que siempre nos encontramos experimentando algún sentimiento, es imposible no hacerlo. Cuando la tristeza, la rabia y la preocupación son intensos y habituales, afectan negativamente la calidad de vida. Y las emociones negativas constituyen uno de los principales factores de riesgo para contraer enfermedades físicas y mentales.

Pretender combatir sentimientos y sensaciones que generan sufrimiento con el propósito de desaparecerlos, es entrar en una batalla que no solo está perdida desde el inicio, sino que además se vuelve casi imposible acabarla porque es una beligerancia contra uno mismo.

Son tres palabras terribles, contundentes, altamente preocupantes, angustiosas. En ellas se resume lo que piensan y cómo se sienten los venezolanos hoy en día; es para inquietarse y, aun más, para deprimirse. Porque así no somos los venezolanos. O, al menos, no lo éramos.

Fuimos un país con problemas a los cuales les poníamos buena cara. Los enfrentábamos con humor, sonreíamos y echábamos adelante. Ricos, menos favorecidos, gerentes y obreros la vida no nos vencía, teníamos alternativas, posibilidades. Florecimos siempre en una nación de oportunidades y de ingenio. Se vivía la pobreza con honradez, en la decencia y bonhomía hasta su muerte; otros se las ingeniaban, emprendían iniciativas, se hacían prósperos sin estafar, robar o traficar. Era un país alegre, afable, de todos y para todos.

TALITA CUMI

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Hoy somos un pueblo decepcionado por promesas tan insistidas como incumplidas. Encaminados hacia una Navidad triste, llena de humillaciones, estafas y fraudes electorales; sin hallacas, pan de jamón ni esperanzas. Otra natividad y Noche Vieja que celebraremos como podamos, a riesgo, sin agrado ni gozo; alimentando tristeza, rabia y preocupación para la cual nadie nos da respuesta ni caminos a seguir.

No somos la Venezuela de los problemas por solucionar y coyunturas por aprovechar. Estamos divididos, rotos, fracturados, en la miseria, arruinados, desvencijados, canallamente escamoteados, engañados. Nadie rinde cuentas y la impunidad reina. Las respuestas brillan por su ausencia porque sectores cómplices, cohabitadores, convenientemente asociados son sostenedores de la perfidia, delincuencia y bajeza humana.

Pero aceptemos, nosotros lo buscamos. Nos dejamos engañar una vez más con el viejo perverso mito de que cualquiera iba a hacernos felices, empezando por venganzas y cabezas fritas en aceite, ese alguien que prometió hacer del bienestar una revolución.

El pueblo que apoyó a Rómulo Betancourt, impuso la democracia derrotando con valor personal, sabiduría y dándole un tatequieto a los izquierdosos enamorados del malévolo retorcido Fidel Castro, siempre empeñado en que fuéramos pobres para ser felices y justos.

La misma población confió en Rafael Caldera, ofreciendo un cambio que no definió. Luego respaldó a Carlos Andrés Pérez que prometió un mundo de maravillas y casi nos arruinó. Apuntaló a Luis Herrera que nos atiborró de refranes. Fue la misma ciudadanía que aceptó gobiernos a través de concubinas.

Volvió a apoyar a Caldera ya anciano, refunfuñando rencores y alardeando su soberbia tradicional; el mismo pueblo que despreció a los partidos políticos en decadencia y a un gobernador que aunque pedante, prepotente, había sido exitoso en su gobernar, para irse corriendo como manada entusiasta, ilusionada, llena de esperanza detrás de un militar derrotado. Un teniente coronel embelesado por ese monumental fraude que fue Fidel Castro, ese que logró que hablaran bien de él, pero que jamás se preocupó por alimentar a su gente.

A los seres humanos nos mueve el “instinto de la felicidad”. Es aquello que lleva a intentar evitar situaciones que generen sufrimiento, como tristeza, rabia y preocupación. Son sentimientos que se ven y viven como negativos; el instinto nos induce a combatirlos creyendo que así van a desaparecer. Pero triste es el desengaño: cuando creemos que debemos estar bien, tranquilos, ‘felices’, llega el sufrimiento porque nos damos cuenta de que los momentos de tranquilidad son pasajeros. Y muchas veces les siguen tiempos de dolor y sufrimiento.

Tenemos razón en sentir tristeza, rabia y estar preocupados. Porque seguimos siendo los mismos, pero con un engaño más. Y ahora, además, con amargura, desdicha y carestía. Lo esencial es descubrir que la tranquilidad o felicidad existirán en la medida que aprendamos a aceptar los momentos de preocupación, a comprender que, como el agua del río que pasa bajo el puente, nunca será permanente.  

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