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Opinión

“Qué bonita vecindad…”

“Qué bonita vecindad", por Julio Castillo Sagarzazu
Julio Castillo Sagarzazu
26/05/2020

@juliocasagar 

Con la frase que sirve de título a esta nota comenzaba el tema musical de ese mítico programa mexicano El Chavo del 8. Terminaba la estrofa con esta otra “No valdrá medio centavo, pero es linda de verdad”.

El programa obviamente estaba concebido para despertar el interés televisivo, por lo que mostraba historias y escenas de las virtudes y miserias de toda vecindad de ese sector social que incluye a pequeños comerciantes, mujeres solas cuidando sus hijos, maestros, “toeros” como don Ramón, niños solitarios como El Chavo y algunos de su pandilla. Obviamente, con la truculencia necesaria para su marketing y para mantener la atención del target al cual estaba dirigido.

Esa vecindad no tenía más adversidades que las que son propias a las de unas familias semiexcluidas en el México de los grandes problemas sociales. Sobrevivían con lo justo para que la saga continuara sembrando expectativas y pareciéndose al gran público mexicano.

Lamentablemente la serie no sobrevivió lo suficiente para que el libretista nos deleitara con capítulos de cómo se desenvuelve una vecindad de esas en la pandemia del coronavirus.

Esta nota que tiene en sus manos quiere explicar cómo vive una vecindad, la nuestra, en medio de los desafíos a los que una familia debe enfrentarse en la Venezuela abollada por 20 años destrucción planificada y que ahora se enfrenta al desafío de sobrevivir con la COVID-19 como espada de Damocles sobre nuestras cabezas.

La historia, como verán, no es de horror sino de todo lo contrario. No es la del Chavo, pero habría podido serlo. Veamos primero…

¿Quiénes somos? Pues somos una comunidad de 62 casas, todas igualitas, construidas hace alrededor de 45 años. Tenemos 42 viviendo en una de ellas. Dada la cercanía de la Universidad de Carabobo, muchos de sus compradores fuimos profesores universitarios, entre ellos había también profesionales liberales, comerciantes, algún militar retirado. En fin, un encuestador de la época diría que éramos clase B y C. Hoy en día, creo que la mayoría somos compradores originales.

El cuento de cómo estamos enfrentando esta situación es peculiarmente interesante. Vea el lector que uso la palabra “hemos” porque es la adecuada a lo que está ocurriendo. Tenemos una particularidad interesante. Nuestra presidenta es una francesa incansable y nuestro animador ecológico, cuidador del agua y más activo directivo, un gringo (no ingeniero, sino jardinero paisajista). No cometo una exageración si digo que son los más venezolanos de toda la urbanización. Nunca han querido irse. Es una suerte que nos hayan tocado de vecinos.

Pues bien, estas 62 familias, desde que la crisis se ha recrudecido, se han convertido en una piña para enfrentar los problemas. El agua escasa que viene de un manantial del cerro ha sido administrada con criterio y las escaramuzas sobre su distribución se han solventado en asambleas con el pueblo de la Entrada y los barrios circundantes. La sangre nunca ha llegado al río y tenemos el agua más pura de toda la comarca.

Los problemas de movilidad se han atenuado porque cada semana recibimos la visita de mercaditos y abastos ambulantes que traen toda clase de mercancías y donde, cual mercadillo europeo, compartimos y departimos quienes a veces pasábamos meses sin vernos.

Los operativos de gas han sido exitosos y, una cosa muy importante, las desavenencias normales de la convivencia se han atenuado porque como la ociosidad es la madre de todos los vicios, cuando nos ponemos a trabajar y a estar pendientes de cosas importantes como cuando llega el señor de las verduras o el del cartón de huevos, los rollos normales pasan a un segundo plano.

¿Y esta Narnia dónde queda? Pues la verdad es que esta Narnia esta en Venezuela y vivimos la desgracia que todos nuestros compatriotas viven a diario. Casi todos los mayores son padres o abuelos de Skype cuando tenemos luz e internet.

Los sueldos que una vez fueron buenos y que nos hizo soñar con jubilaciones doradas ya no alcanzan, y toda una red de ofertas de pastelitos, pizzas, tortas, gestiones etc., han poblado los grupos de Whatsapp del vecindario.

Todos luchamos por sobrevivir. Pero algo nos ocurrió en medio de la tragedia nacional. De repente descubrimos que somos mejores vecinos y mejores seres humanos que antes.

¿Y qué hacemos con esto?, ¿el liderazgo venezolano va a dejar que esto se muera de mengua?, ¿no vamos a advertir que algo importante está pasando?, ¿que, como la hierba que crece sin que nos demos cuenta, un mundo nuevo se está abriendo paso?

Los dirigentes políticos nos hemos educado en el paradigma de que para producir cambios hay que tomar el poder político. Obviamente que esto es cierto. Pero en nuestro imaginario persiste la idea de que en algún momento una gran victoria electoral, una toma de la Bastilla o a un Palacio de Invierno en Petrogrado o un derrumbe del muro de Berlín serán el detonante para que cambien las cosas.

No negamos que la historia está jalonada por acontecimientos como estos y que lo que ahora llamamos “Cisnes Negros”, esos eventos inesperados que pueden dar un giro completo a la realidad, tienen una importancia capital. En Venezuela podríamos ser testigos de un hecho que hoy ni siquiera imaginamos y que podría cambiar el rumbo de lo actual. ¿Quién puede saberlo?

Repetimos que todo esto es posible, pero esa visión solemne, atrabiliaria y de gran epopeya de la historia nos ha privado de ver que, como decíamos en una nota anterior, lo “little or small is beatiful” y que los cambios que queremos ya pudieran estar ocurriendo entre la gente.

Un líder político es muchas cosas, pero una de las más importantes es que debería ser un buen “head hunter”, un scout de grandes ligas que ande buscando los mejores talentos para hacer un gran equipo.

Estamos demasiado ocupados en lo grande y en los teclados de nuestros teléfonos y hemos descuidado lo pequeño, lo que ocurre en las comunidades. Por eso ya no las visitamos. Por eso pensamos en la gloriosa marcha que de Altamira a Miraflores recuperara la libertad o en que nos van a resolver el problema contratando un “out sourcing”.

Esas marchas siempre las paran en Chacaíto. Nunca nos hemos preocupado por “sacarle penco” a las ballenas de la Guardia y llegarnos a Catia, que está a 5 minutos de Miraflores, a ganarnos a la gente para la idea de que la única manera de resolver sus problemas es que cambie el Gobierno.

Seguramente nos sorprenderemos cómo, en casi todas partes, esta crisis ha hecho crecer brotes verdes de gente que se ha ganado el respeto de sus vecinos, que dan la cara, que ponen su trabajo, que no especulan. Esos, los mejores. Los de las nuevas “bonitas vecindades” que existen en el país.

¿Que esperamos para buscarlos?

 

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