El embuste y anfibología como política - Runrun
El embuste y anfibología como política

@ArmandoMartini  

Los ciudadanos demandan claridad, reclaman certidumbre, emplazan de ley rendición de cuentas y exigen como obligación ¡la verdad! Sin embargo los ignoraron, se burlaron por el atrevimiento de solicitar nitidez; optando transitar senderos de falsedad, eligiendo fracasos, exilio, muerte, cárcel, persecución, tortura, violaciones a los derechos humanos pudiendo evitarse apuntando a la verdad. No obstante, persisten porfiados, obsesivos, en adornar la mentira y ocultar correspondencia entre lo que pensamos o sabemos con la realidad.  

Emergen sospechas por actuaciones de representantes del gobierno interino. ¿Es moral el silencio? Hay quienes razonan que no señalar la descomposición es corrupción. Se les tilda de radicales, reprocha de divisionistas y califica de traidores. Imprimiendo frases utilitarias como “suma, no restes”, “los trapos sucios se lavan en la casa”, “no es el momento, ya habrá tiempo”.

Reclamar no implica -como aseguran conniventes- complacer la dictadura, fortalecerla, generar desconfianza en el pueblo opositor. Al contrario, demuestra madurez y lucidez política al exigir de sus representantes la verdad y la rendición de cuentas. Ello no puede ser motivo de extorsión alegando “unidad”. Así lo pretenden titiriteros con su vil chantaje. Denunciar que entre quienes adversan a ladrones y bandidos oficialistas hay pudrición, no es hacerle daño, lesionar al interinato ni apoyar al régimen. Creerlo así sería de una sandez y estulticia infinita.

Que la ciudadanía reclame limpidez no es delito, denota raciocinio y conciencia. Esperar moral y ética de las instituciones públicas no debe extrañar; no hacerlo, es inobediencia.

¿Realmente deseamos recuperar el país? No basta sustituir al usurpador régimen castrista, es inevitable apartar a quienes acaricien establecer el poder sobre bases de mentira y podredura.

Sin duda, es corrupción la complicidad con el delito y delincuentes, estén en el bando que sea; no denunciarlos, ni llamarles la atención a quienes se sirven del silencio y sigilo para hacer ellos lo que critican a los otros es vagabundería y desvergüenza.

¿Es imprudente denunciarlos, decirles a todos que del lado opositor también hay forajidos? Existen los convencidos de que no. La indiscutible labor de patria, rescate del país y restauración de la democracia es transitar con la verdad como bandera y el rechazo a la impunidad como guía de acción.

La libertad de opinión, expresión, pensamiento y criterio son pilares básicos de la democracia. Su ausencia impide el ejercicio de otros derechos. La protesta, participación en asuntos públicos o defender libertades como la vida, justicia, educación, salud, trabajo, propiedad privada, entre otros.

La Constitución, honorabilidad y respetabilidad no establecen diferencia de ubicaciones. Un ladrón es bandolero en el partido que esté, indistinto de quien apoye, o provenga del nivel socio-económico que sea. El séptimo mandamiento de la ley de Dios, derecho natural y cimiento de las estructuras legales del mundo, no señala “no robarás cuando estés en el Gobierno”, ni tampoco “no robarás cuando estés en la oposición a cualquier gobierno”, o “no robarás si eres cristiano”. Dice clara, pura y simple “no robarás”. El delito, el pecado, es robar; el mandato es no hacerlo.

Quien recarga indebidas cantidades en el presupuesto para una obra de interés público es un ladrón, y tanto como lo es quien le aprueba el cálculo ilícito. También es cleptómano el funcionario que cobra gastos excesivos, consumos por lujos, para ser cancelado por la institución para la cual trabaja, viviendo por encima de las previsiones de su cargo y responsabilidades.

E igualmente corrupto es quien conociendo estas acciones no denuncia, no hace lo que esté en su deber ciudadano, no solo para advertir, sino para frenarlas. Por ello, se insiste, rendir cuentas como manda la ley. No solo financieras, sino de gestión. Su relajación e incluso la omisión de controles legales, institucionales, sociales y públicos que pongan en riesgo la transparencia, aminoren mecanismos para la rendición de balances y lucha contra la corrupción son inaceptables. La exigencia para imponerlos con la participación de los ciudadanos es cada vez más mayor, enérgico e imperativo. La protección de lo público es indispensable.

No se quiere pasar de una tiranía pervertida a una democracia corrompida. Hay que sacar de sus trincheras a los delincuentes para llevarlos a la justicia, al castigo, y poner en su lugar a ciudadanos honestos, responsables, calificados, que puedan mirar cara a cara, con la conciencia limpiam no solo a cónyuges e hijos, sino también y aun más, a cada ciudadano. La democracia y libertad no se construyen ni se fortalecen perdonando o complaciendo. Se fundan, al pie de la letra, con la moral como gallardete.

Si por pensar así, proclamarlo y exigirlo, se les califica de radicales, serán nada distinto a lo que fueron nuestros libertadores. La libertad, derechos y deberes no se practican con impunidad ni simpatías, se ejerce como hay que ejercerla, radicalmente.

Las complicidades, contradicciones y anfibologías no permiten avanzar, la falta de exigencia a los líderes paraliza. Los ciudadanos precisan libertad, pero también requieren la verdad, abarcando honestidad, buena fe y sinceridad, conocimientos de las cosas que se afirman como realidad, por parte de la dirigencia política e instituciones. El embuste, la patraña, el gazapo han hecho más daño que los errores cometidos.

Venezuela demanda justicia. Se es honesto o deshonesto, no hay medias tintas.